PARTE1:
http://www.poringa.net/posts/relatos/5787123/Como-mi-mejor-amiga-se-convirtio-en-mi-amante---PARTE-1.html
PARTE 2:
http://www.poringa.net/posts/relatos/5788828/Como-mi-mejor-amiga-se-convirtio-en-mi-amante-PARTE-2.html#tool-notificaciones
Como mi mejor amiga se convirtió en mi amante – PARTE 3
Habían pasado unos días desde nuestro último encuentro y la tensión entre nosotros era palpable, incluso a través de los mensajes de texto. WhatsApp se convirtió en nuestro patio de recreo, lleno de bromas coquetas y fotos explícitas que mantenían viva la llama. Ella me enviaba fotos de ella en ropa interior o sin ella, con sus curvas provocando la pantalla, mientras yo respondía con fotos que dejaban poco a la imaginación. La distancia solo amplificó nuestra hambre.
Entonces llegó la noticia: tenía que viajar a una ciudad costera por trabajo, un viaje de una semana que requería salir temprano el sábado. Mientras preparaba mis maletas, se me ocurrió una idea: ¿por qué no invitarla? No se trataba solo del sexo (aunque eso sin duda fue un factor); realmente disfrutaba de su compañía. Ella era mi mejor amiga, después de todo.
Cuando le propuse la idea, ella aceptó de inmediato. Su entusiasmo era contagioso y pronto estábamos planeando cada detalle. Llamé al hotel para mejorar nuestra reserva, asegurándome de que tendríamos todo lo necesario para una estancia cómoda. Cuando llegó la mañana del sábado, ella me estaba esperando afuera de su casa, vestida de manera informal pero innegablemente sexy. Una sudadera holgada abrazaba su figura, combinada con leggings que acentuaban sus piernas y sus nalgas. Llevaba el cabello atado en un moño desordenado y llevaba el maquillaje justo para resaltar sus rasgos. Se veía hermosa sin esfuerzo, y no pude evitar sonreír cuando subió al auto.
El viaje al aeropuerto estuvo lleno de conversaciones fáciles, del tipo que solo surgen de años de amistad. Nos reímos, compartimos historias y bromeamos como siempre. Pero había algo subyacente, una tensión que ninguno de los dos reconocía directamente. Era como si ambos fuéramos conscientes del cambio en nuestra relación, y lo eludiéramos.
El vuelo en sí transcurrió sin incidentes, salvo por la forma en que se inclinó hacia mí, con la cabeza apoyada en mi hombro mientras sostenía mi mano. Se sintió natural, reconfortante, pero cargado de una promesa tácita. Cuando finalmente llegamos al hotel, la realidad de nuestra situación me golpeó como un maremoto.
Nuestra suite era impresionante: espaciosa, elegante y diseñada para la intimidad. Una cama de tamaño king dominaba la habitación, flanqueada por ventanales que iban del piso al techo y ofrecían una vista impresionante del océano. El baño era igualmente impresionante, completo con una ducha para dos personas. Tan pronto como la botones del hotel se fue y con ella se cerraba la puerta de la habitación, ella estaba sobre mí. Sus labios chocaron contra los míos con un hambre que no dejaba lugar a dudas. Nuestro último encuentro había sido eléctrico, y los días de mensajes de texto, bromas y fotos explícitas solo habían avivado el fuego. Ahora, aquí estábamos, solos en una suite de lujo, y no había forma de contenerse.
Se apartó lo suficiente para susurrar contra mis labios: "He estado pensando en esto toda la semana". Sus manos tiraron de mi camisa, sacándola por mi cabeza antes de que pudiera responder. El aire frío de la habitación golpeó mi piel, pero su toque era más cálido que cualquier llama. Sus dedos recorrieron mi pecho y sentí que mi cuerpo temblaba de anticipación.
Su sudadera fue la siguiente, descartada descuidadamente en el suelo. La hice girar suavemente, presionando mis labios en su nuca mientras desabrochaba su sujetador. El sonido de su respiración entrecortada hizo que mi corazón se acelerara. Mis manos se deslizaron para acariciar sus pechos, sus pezones ya duros bajo mis palmas. Ella se inclinó hacia mí, dejando escapar un gemido bajo que envió una sacudida directa a mi núcleo.
Se giró de repente, sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad que me hizo sentir expuesto. Su mano rozó la parte delantera de mis pantalones, y gemí cuando sus dedos encontraron el contorno de mi pene. "Ya estás muy duro para mí", murmuró, su voz goteando satisfacción.
Bajó besando y acariciando mi pecho, mordió ligeramente mis pezones para descender por mi ombligo. Sin previo aviso, sus manos tirando de mis pantalones y boxers hacia abajo en un movimiento rápido. Mi erección se liberó, y ella se detuvo por un momento, estudiándola con una mezcla de curiosidad y deseo, recogiendo con su dedo el precum que caía. "Es como si lo estuviera viendo por primera vez", susurró, su aliento caliente contra mi piel.
Sus ojos se encontraron con los míos y con una escalofriante sensualidad mi glande entró en contacto con su lengua para desaparecer en lo profundo del calor de su boca. Su lengua se movió rápidamente, saboreando el líquido preseminal que se había acumulado en la punta. Un escalofrío me recorrió cuando me tomó completamente en su boca, sus labios sellándose a mi alrededor en un calor perfecto. Sus manos agarraron mis caderas, tirándome más profundo mientras me trabajaba con una habilidad que me dejó sin aliento. —Mi Dios —logré decir entrecortadamente, mientras mis manos se enredaban en su cabello.
Ella succionaba a mi alrededor, la vibración enviaba oleadas de placer que recorrían mi cuerpo. Mis piernas temblaban cuando ella aceleró el ritmo, su boca y sus manos trabajando en conjunto para llevarme más cerca del borde. —Estoy cerca —le advertí, tratando de alejarme, pero ella se mantuvo firme, apretando su agarre en mi trasero cada vez más.
No había forma de detenerla. Mi liberación me desgarró y grité mientras me corría, derramándome en su boca. Ella no vaciló, tragó cada gota antes de finalmente liberarme con un suave sonido. Su lengua salió rápidamente para limpiarme y casi me desplomé por la intensidad de todo.
Se puso de pie, sus labios encontraron los míos nuevamente, y pude saborearme a mí mismo en ella. Era embriagador, una mezcla de sal y dulzura que solo aumentó mi excitación. —Llevémonos esto a la ducha —sugerí, guiándola de la mano hacia el baño.
El agua estaba tibia mientras caía en cascada sobre nosotros, el vapor llenaba el aire. Me tomé mi tiempo lavando su cuerpo, mis manos explorando cada centímetro de ella.
Ella se inclinó hacia mi toque, su respiración se aceleró mientras mis dedos acariciaban sus áreas más sensibles. Cuando susurró esas palabras: "Hazme el amor. Extraño sentirte adentro", fue como si un interruptor se activara dentro de mí. En ese momento, no hubo vacilación, ninguna duda. Solo necesidad.
Para cuando la penetré por detrás, ambos jadeábamos de deseo. "Oh, Dios", gimió, sus manos apoyadas contra la pared de azulejos mientras yo la penetraba. El sonido del agua mezclado con sus gritos de placer creó una sinfonía que me empujó aún más al éxtasis. Su cuerpo se apretó a mi alrededor, mis manos en sus caderas como punto de equilibrio para embestirla con fuerza.
Ella se incorporó para guiarme hasta sentarme en una pequeña grada que había en la ducha, el frío azulejo me sacó un poco de mi trance para mirar como ella descendía de espaldas, sus nalgas perfectas frente a mi rostro bajando lentamente para encajar como un perfecto engranaje sobre mi erección. Cuando se acopló nuevamente a mi miembro, hizo su cabeza hacia atrás, juntando su espalda a mi pecho. Inmediatamente mis manos fueron a sus senos para amasarlos y atrapar sus pezones en mis dedos a la vez que su cuello tomaba contacto con mis labios, mordía sus hombros. Ella se tensó, apretó mi pene con su vagina, sus manos sobre las mías para sujetar con fuerza sus pechos y explotó con un grito que indicaba la fuerza con la que llegaba su orgasmo. El calor de su interior era tan intenso y la fuerza con la que sus paredes ajustaban mi virilidad hizo que no pudiera aguantar y me uniera a su grito de placer descargándome nuevamente en su interior…
Mientras nos vestíamos para salir, me miró en el espejo. "Esta noche será inolvidable", prometió, y le creí…
Pasamos la tarde caminando por la playa, tomados de la mano, riéndonos y hablando como si nada hubiera cambiado entre nosotros. Pero cuando regresamos al hotel, todo cambió de nuevo. Llegando a la habitación, yo debía enviar con cierta premura una programación de la semana de trabajo. Por lo que ella, con un tierno beso me dijo que no me preocupara, que tomara mi tiempo para hacer lo que debía y mientras tanto ella tomaría un baño para refrescarse y salir a disfrutar la noche.
Demoró bastante en la ducha, dándome el tiempo necesario para concluir mi trabajo. Cuando terminé de guardar todo, me dirigía a encontrarme con ella en la ducha, pero, al contrario, salió del baño con lencería de encaje rojo, un liguero que acentuaba sus curvas.
Mi mandíbula casi tocó el suelo. “¿Te gusta?”, preguntó, haciendo una pose. No pude encontrar las palabras, así que simplemente asentí, con la boca seca. No podía creer lo hermosa y sensual que se veía.
Se acercó lentamente, con un caminar sensual como si se deslizara por el suelo. Me empujó sobre la cama, desvistiéndome con deliberada lentitud hasta que estuve allí tumbado con nada más que mis bóxers. Su boca dejó un rastro de besos por mi cuerpo, y justo cuando pensé que no podía soportarlo más, llegó a mis pies, sus ojos hicieron contacto con los míos.
Me mostraba su lujuria, me hacía saber cuan a profundidad me conocía y mi pie desapareció en su boca, su lengua girando alrededor de mis dedos con facilidad practicada. “Por Dios”, jadeé, mi miembro tirando contra la tela de mis bóxers. Ella me miró, sus ojos oscuros por la lujuria, y supe que no podía contenerme más.
En un movimiento rápido, la levanté sobre la cama, colocándola a cuatro patas. Aparté sus pantis de encaje, deslizándome dentro de ella con un gemido. Arqueó la espalda y se apretó contra mí. Yo agarré sus caderas y la penetré con cada vez más fuerza.
Mis dedos encontraron su trasero, resbaladizo por su propia excitación, y dudé solo un momento antes de presionar contra su estrecha entrada. Ella se quedó inmóvil y luego susurró: —Hazlo despacio. No tengo mucha experiencia —murmuró, con una voz temblorosa, mezclada con anticipación y vulnerabilidad.
Asentí, a pesar de que ella no podía verme, y me concentré en el ritmo de mis dedos mientras trabajaban para prepararla sin dejar de taladrar su vagina. La punta de mi dedo rodeó su entrada más privada, resbaladiza por su excitación, antes de presionar suavemente hacia adentro. Ella jadeó, sus músculos se tensaron a mi alrededor, pero mantuve mis movimientos lentos y constantes, dándole tiempo para adaptarse.
“Despacio”, murmuró, en voz baja y tranquilizadora, mientras yo introducía mi dedo en su interior. Su respiración se entrecortó y arqueó la espalda, presionándose contra mí. “Relájate. Te tengo”.
Podía sentir su cuerpo tensarse, luego relajarse ligeramente mientras continuaba masajeándola, la calidez de su excitación hacía que todo estuviera resbaladizo y listo. Sus caderas se empujaron hacia atrás instintivamente, invitándome a entrar más profundo, pero me tomé mi tiempo, saboreando cada reacción, cada suave jadeo que escapaba de sus labios. "Deja que tu cuerpo se acostumbre".
Su respiración era superficial, pero asintió, sus caderas empujando hacia atrás muy ligeramente, animándome a ir más allá. Añadí más presión, mi dedo se deslizó más profundamente dentro de ella, sintiendo el calor y la tensión de su cuerpo. Su gemido era suave pero lleno de placer, y solo alimentó mi deseo de hacer que esta experiencia fuera inolvidable para ella.
“¿Cómo se siente?”, pregunté, mi voz áspera por el hambre. “Raro… pero bien”, admitió, sus palabras puntuadas por otro gemido bajo. “Sigue”. Cada sonido que hacía, cada temblor de su cuerpo, solo aumentaba mi necesidad de estar dentro de ella por completo. Pero me obligué a mantener la paciencia, concentrándome en su comodidad y placer por encima de todo.
Cuando su cuerpo empezó a relajarse, añadí otro dedo, estirándola suavemente. Sus gemidos se hicieron más fuertes, más insistentes, y pude sentir sus músculos temblar de anticipación. Retiré mi miembro de su cavidad principal. “¿Lista?”, pregunté, mi voz apenas por encima de un susurro.
Ella asintió, sus ojos se encontraron con los míos en el espejo al otro lado de la habitación. “Sí… por favor”.
—Voy a entrar ahora —susurré, mi voz cargada de deseo.
Ella asintió de nuevo, sus manos agarrando las sábanas con fuerza. —Sí… hazlo.
Retiré mis dedos, colocándome detrás de ella. Mi miembro palpitaba dolorosamente y húmedo por sus fluidos, desesperado por el calor y la estrechez de su cuerpo. Me alineé con su entrada, la punta presionando contra sus pliegues resbaladizos, y empujé hacia adelante suavemente.
La sensación fue abrumadora cuando sentí que sus paredes se estiraban para acomodarme. Ella dejó escapar un jadeo agudo, su cuerpo se tensó, pero me detuve, dándole tiempo para adaptarse una vez más. Luego empujé más dentro de ella, centímetro a centímetro, hasta que estuve completamente envainado. La sensación era indescriptible: apretada, cálida y completamente absorbente. Su cuerpo me dio la bienvenida, agarrándome de una manera que me hacía imposible pensar con claridad.
“Dios mío”, gimió, agarrando las sábanas con los dedos. “Así… justo así”.
Empecé a moverme, lento y profundo al principio, buscando el ritmo que la volvería loca. Sus caderas seguían mi ritmo, frotándose contra mí con una necesidad que reflejaba la mía. El sonido de piel contra piel llenó la habitación, mezclándose con sus gritos de placer.
Mis manos encontraron su camino hacia sus pechos, amasándolos suavemente mientras continuaba embistiendo. Sus pezones se endurecieron bajo mi toque. Ella jadeó, su espalda se arqueó aún más a medida que su orgasmo se acercaba. —Dios… eres increíble —gemí, apoyando mi frente contra su espalda—. Tan apretada…
Su respuesta fue un grito de placer sin palabras, sus manos arañando las sábanas mientras su cuerpo comenzaba a tensarse. Podía sentir sus paredes apretándose a mi alrededor, lo que indicaba que estaba cerca, y me estiré para frotar su clítoris, decidido a empujarla hasta el borde. —Ahí… ahí mismo —jadeó, su cuerpo temblando violentamente "No puedo más", gritó, con la voz quebrada. "Voy a... voy a..."
Esa fue toda la advertencia que necesitaba. Aceleré mi ritmo, embistiendo en ella con renovada intensidad. Su cuerpo se apretó a mi alrededor, pulsando con oleadas de éxtasis que parecían durar una eternidad en un orgasmo que le proporcionaba convulsiones de placer. Reprimí un gemido, decidido a aguantar un poco más.
Pero cuando se estiró hacia atrás y agarró mi cadera, tirándome aún más profundo para dilatar su éxtasis de placer, perdí el control. Con un gemido gutural, me derramé dentro de ella, mi visión se nubló mientras el placer me invadía. Nos derrumbamos en la cama, nuestros cuerpos entrelazados, nuestros corazones latiendo al unísono.
El mundo parecía desdibujarse a nuestro alrededor mientras ambos bajábamos de nuestro subidón, nuestros cuerpos colapsando sobre la cama en un montón enredado de extremidades y sudor. Por un momento, no hubo nada más que el sonido de nuestra respiración, que se fue haciendo más lenta a medida que bajábamos de nuestro estado de euforia. Luego se giró para mirarme, sus ojos oscuros por la satisfacción y algo más, algo más profundo.
—Eso fue… increíble —dijo, su voz ronca y llena de asombro.
Me reí entre dientes, acercándola más a mí, inclinándome para besarla suavemente. "Lo sé. Y esto es solo el comienzo".
Sus ojos brillaron con picardía mientras me envolvía con sus brazos. "Entonces... ¿qué sigue? - No puedo esperar para ver qué más tienes planeado”…
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PARTE 2:
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Como mi mejor amiga se convirtió en mi amante – PARTE 3
Habían pasado unos días desde nuestro último encuentro y la tensión entre nosotros era palpable, incluso a través de los mensajes de texto. WhatsApp se convirtió en nuestro patio de recreo, lleno de bromas coquetas y fotos explícitas que mantenían viva la llama. Ella me enviaba fotos de ella en ropa interior o sin ella, con sus curvas provocando la pantalla, mientras yo respondía con fotos que dejaban poco a la imaginación. La distancia solo amplificó nuestra hambre.
Entonces llegó la noticia: tenía que viajar a una ciudad costera por trabajo, un viaje de una semana que requería salir temprano el sábado. Mientras preparaba mis maletas, se me ocurrió una idea: ¿por qué no invitarla? No se trataba solo del sexo (aunque eso sin duda fue un factor); realmente disfrutaba de su compañía. Ella era mi mejor amiga, después de todo.
Cuando le propuse la idea, ella aceptó de inmediato. Su entusiasmo era contagioso y pronto estábamos planeando cada detalle. Llamé al hotel para mejorar nuestra reserva, asegurándome de que tendríamos todo lo necesario para una estancia cómoda. Cuando llegó la mañana del sábado, ella me estaba esperando afuera de su casa, vestida de manera informal pero innegablemente sexy. Una sudadera holgada abrazaba su figura, combinada con leggings que acentuaban sus piernas y sus nalgas. Llevaba el cabello atado en un moño desordenado y llevaba el maquillaje justo para resaltar sus rasgos. Se veía hermosa sin esfuerzo, y no pude evitar sonreír cuando subió al auto.
El viaje al aeropuerto estuvo lleno de conversaciones fáciles, del tipo que solo surgen de años de amistad. Nos reímos, compartimos historias y bromeamos como siempre. Pero había algo subyacente, una tensión que ninguno de los dos reconocía directamente. Era como si ambos fuéramos conscientes del cambio en nuestra relación, y lo eludiéramos.
El vuelo en sí transcurrió sin incidentes, salvo por la forma en que se inclinó hacia mí, con la cabeza apoyada en mi hombro mientras sostenía mi mano. Se sintió natural, reconfortante, pero cargado de una promesa tácita. Cuando finalmente llegamos al hotel, la realidad de nuestra situación me golpeó como un maremoto.
Nuestra suite era impresionante: espaciosa, elegante y diseñada para la intimidad. Una cama de tamaño king dominaba la habitación, flanqueada por ventanales que iban del piso al techo y ofrecían una vista impresionante del océano. El baño era igualmente impresionante, completo con una ducha para dos personas. Tan pronto como la botones del hotel se fue y con ella se cerraba la puerta de la habitación, ella estaba sobre mí. Sus labios chocaron contra los míos con un hambre que no dejaba lugar a dudas. Nuestro último encuentro había sido eléctrico, y los días de mensajes de texto, bromas y fotos explícitas solo habían avivado el fuego. Ahora, aquí estábamos, solos en una suite de lujo, y no había forma de contenerse.
Se apartó lo suficiente para susurrar contra mis labios: "He estado pensando en esto toda la semana". Sus manos tiraron de mi camisa, sacándola por mi cabeza antes de que pudiera responder. El aire frío de la habitación golpeó mi piel, pero su toque era más cálido que cualquier llama. Sus dedos recorrieron mi pecho y sentí que mi cuerpo temblaba de anticipación.
Su sudadera fue la siguiente, descartada descuidadamente en el suelo. La hice girar suavemente, presionando mis labios en su nuca mientras desabrochaba su sujetador. El sonido de su respiración entrecortada hizo que mi corazón se acelerara. Mis manos se deslizaron para acariciar sus pechos, sus pezones ya duros bajo mis palmas. Ella se inclinó hacia mí, dejando escapar un gemido bajo que envió una sacudida directa a mi núcleo.
Se giró de repente, sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad que me hizo sentir expuesto. Su mano rozó la parte delantera de mis pantalones, y gemí cuando sus dedos encontraron el contorno de mi pene. "Ya estás muy duro para mí", murmuró, su voz goteando satisfacción.
Bajó besando y acariciando mi pecho, mordió ligeramente mis pezones para descender por mi ombligo. Sin previo aviso, sus manos tirando de mis pantalones y boxers hacia abajo en un movimiento rápido. Mi erección se liberó, y ella se detuvo por un momento, estudiándola con una mezcla de curiosidad y deseo, recogiendo con su dedo el precum que caía. "Es como si lo estuviera viendo por primera vez", susurró, su aliento caliente contra mi piel.
Sus ojos se encontraron con los míos y con una escalofriante sensualidad mi glande entró en contacto con su lengua para desaparecer en lo profundo del calor de su boca. Su lengua se movió rápidamente, saboreando el líquido preseminal que se había acumulado en la punta. Un escalofrío me recorrió cuando me tomó completamente en su boca, sus labios sellándose a mi alrededor en un calor perfecto. Sus manos agarraron mis caderas, tirándome más profundo mientras me trabajaba con una habilidad que me dejó sin aliento. —Mi Dios —logré decir entrecortadamente, mientras mis manos se enredaban en su cabello.
Ella succionaba a mi alrededor, la vibración enviaba oleadas de placer que recorrían mi cuerpo. Mis piernas temblaban cuando ella aceleró el ritmo, su boca y sus manos trabajando en conjunto para llevarme más cerca del borde. —Estoy cerca —le advertí, tratando de alejarme, pero ella se mantuvo firme, apretando su agarre en mi trasero cada vez más.
No había forma de detenerla. Mi liberación me desgarró y grité mientras me corría, derramándome en su boca. Ella no vaciló, tragó cada gota antes de finalmente liberarme con un suave sonido. Su lengua salió rápidamente para limpiarme y casi me desplomé por la intensidad de todo.
Se puso de pie, sus labios encontraron los míos nuevamente, y pude saborearme a mí mismo en ella. Era embriagador, una mezcla de sal y dulzura que solo aumentó mi excitación. —Llevémonos esto a la ducha —sugerí, guiándola de la mano hacia el baño.
El agua estaba tibia mientras caía en cascada sobre nosotros, el vapor llenaba el aire. Me tomé mi tiempo lavando su cuerpo, mis manos explorando cada centímetro de ella.
Ella se inclinó hacia mi toque, su respiración se aceleró mientras mis dedos acariciaban sus áreas más sensibles. Cuando susurró esas palabras: "Hazme el amor. Extraño sentirte adentro", fue como si un interruptor se activara dentro de mí. En ese momento, no hubo vacilación, ninguna duda. Solo necesidad.
Para cuando la penetré por detrás, ambos jadeábamos de deseo. "Oh, Dios", gimió, sus manos apoyadas contra la pared de azulejos mientras yo la penetraba. El sonido del agua mezclado con sus gritos de placer creó una sinfonía que me empujó aún más al éxtasis. Su cuerpo se apretó a mi alrededor, mis manos en sus caderas como punto de equilibrio para embestirla con fuerza.
Ella se incorporó para guiarme hasta sentarme en una pequeña grada que había en la ducha, el frío azulejo me sacó un poco de mi trance para mirar como ella descendía de espaldas, sus nalgas perfectas frente a mi rostro bajando lentamente para encajar como un perfecto engranaje sobre mi erección. Cuando se acopló nuevamente a mi miembro, hizo su cabeza hacia atrás, juntando su espalda a mi pecho. Inmediatamente mis manos fueron a sus senos para amasarlos y atrapar sus pezones en mis dedos a la vez que su cuello tomaba contacto con mis labios, mordía sus hombros. Ella se tensó, apretó mi pene con su vagina, sus manos sobre las mías para sujetar con fuerza sus pechos y explotó con un grito que indicaba la fuerza con la que llegaba su orgasmo. El calor de su interior era tan intenso y la fuerza con la que sus paredes ajustaban mi virilidad hizo que no pudiera aguantar y me uniera a su grito de placer descargándome nuevamente en su interior…
Mientras nos vestíamos para salir, me miró en el espejo. "Esta noche será inolvidable", prometió, y le creí…
Pasamos la tarde caminando por la playa, tomados de la mano, riéndonos y hablando como si nada hubiera cambiado entre nosotros. Pero cuando regresamos al hotel, todo cambió de nuevo. Llegando a la habitación, yo debía enviar con cierta premura una programación de la semana de trabajo. Por lo que ella, con un tierno beso me dijo que no me preocupara, que tomara mi tiempo para hacer lo que debía y mientras tanto ella tomaría un baño para refrescarse y salir a disfrutar la noche.
Demoró bastante en la ducha, dándome el tiempo necesario para concluir mi trabajo. Cuando terminé de guardar todo, me dirigía a encontrarme con ella en la ducha, pero, al contrario, salió del baño con lencería de encaje rojo, un liguero que acentuaba sus curvas.
Mi mandíbula casi tocó el suelo. “¿Te gusta?”, preguntó, haciendo una pose. No pude encontrar las palabras, así que simplemente asentí, con la boca seca. No podía creer lo hermosa y sensual que se veía.
Se acercó lentamente, con un caminar sensual como si se deslizara por el suelo. Me empujó sobre la cama, desvistiéndome con deliberada lentitud hasta que estuve allí tumbado con nada más que mis bóxers. Su boca dejó un rastro de besos por mi cuerpo, y justo cuando pensé que no podía soportarlo más, llegó a mis pies, sus ojos hicieron contacto con los míos.
Me mostraba su lujuria, me hacía saber cuan a profundidad me conocía y mi pie desapareció en su boca, su lengua girando alrededor de mis dedos con facilidad practicada. “Por Dios”, jadeé, mi miembro tirando contra la tela de mis bóxers. Ella me miró, sus ojos oscuros por la lujuria, y supe que no podía contenerme más.
En un movimiento rápido, la levanté sobre la cama, colocándola a cuatro patas. Aparté sus pantis de encaje, deslizándome dentro de ella con un gemido. Arqueó la espalda y se apretó contra mí. Yo agarré sus caderas y la penetré con cada vez más fuerza.
Mis dedos encontraron su trasero, resbaladizo por su propia excitación, y dudé solo un momento antes de presionar contra su estrecha entrada. Ella se quedó inmóvil y luego susurró: —Hazlo despacio. No tengo mucha experiencia —murmuró, con una voz temblorosa, mezclada con anticipación y vulnerabilidad.
Asentí, a pesar de que ella no podía verme, y me concentré en el ritmo de mis dedos mientras trabajaban para prepararla sin dejar de taladrar su vagina. La punta de mi dedo rodeó su entrada más privada, resbaladiza por su excitación, antes de presionar suavemente hacia adentro. Ella jadeó, sus músculos se tensaron a mi alrededor, pero mantuve mis movimientos lentos y constantes, dándole tiempo para adaptarse.
“Despacio”, murmuró, en voz baja y tranquilizadora, mientras yo introducía mi dedo en su interior. Su respiración se entrecortó y arqueó la espalda, presionándose contra mí. “Relájate. Te tengo”.
Podía sentir su cuerpo tensarse, luego relajarse ligeramente mientras continuaba masajeándola, la calidez de su excitación hacía que todo estuviera resbaladizo y listo. Sus caderas se empujaron hacia atrás instintivamente, invitándome a entrar más profundo, pero me tomé mi tiempo, saboreando cada reacción, cada suave jadeo que escapaba de sus labios. "Deja que tu cuerpo se acostumbre".
Su respiración era superficial, pero asintió, sus caderas empujando hacia atrás muy ligeramente, animándome a ir más allá. Añadí más presión, mi dedo se deslizó más profundamente dentro de ella, sintiendo el calor y la tensión de su cuerpo. Su gemido era suave pero lleno de placer, y solo alimentó mi deseo de hacer que esta experiencia fuera inolvidable para ella.
“¿Cómo se siente?”, pregunté, mi voz áspera por el hambre. “Raro… pero bien”, admitió, sus palabras puntuadas por otro gemido bajo. “Sigue”. Cada sonido que hacía, cada temblor de su cuerpo, solo aumentaba mi necesidad de estar dentro de ella por completo. Pero me obligué a mantener la paciencia, concentrándome en su comodidad y placer por encima de todo.
Cuando su cuerpo empezó a relajarse, añadí otro dedo, estirándola suavemente. Sus gemidos se hicieron más fuertes, más insistentes, y pude sentir sus músculos temblar de anticipación. Retiré mi miembro de su cavidad principal. “¿Lista?”, pregunté, mi voz apenas por encima de un susurro.
Ella asintió, sus ojos se encontraron con los míos en el espejo al otro lado de la habitación. “Sí… por favor”.
—Voy a entrar ahora —susurré, mi voz cargada de deseo.
Ella asintió de nuevo, sus manos agarrando las sábanas con fuerza. —Sí… hazlo.
Retiré mis dedos, colocándome detrás de ella. Mi miembro palpitaba dolorosamente y húmedo por sus fluidos, desesperado por el calor y la estrechez de su cuerpo. Me alineé con su entrada, la punta presionando contra sus pliegues resbaladizos, y empujé hacia adelante suavemente.
La sensación fue abrumadora cuando sentí que sus paredes se estiraban para acomodarme. Ella dejó escapar un jadeo agudo, su cuerpo se tensó, pero me detuve, dándole tiempo para adaptarse una vez más. Luego empujé más dentro de ella, centímetro a centímetro, hasta que estuve completamente envainado. La sensación era indescriptible: apretada, cálida y completamente absorbente. Su cuerpo me dio la bienvenida, agarrándome de una manera que me hacía imposible pensar con claridad.
“Dios mío”, gimió, agarrando las sábanas con los dedos. “Así… justo así”.
Empecé a moverme, lento y profundo al principio, buscando el ritmo que la volvería loca. Sus caderas seguían mi ritmo, frotándose contra mí con una necesidad que reflejaba la mía. El sonido de piel contra piel llenó la habitación, mezclándose con sus gritos de placer.
Mis manos encontraron su camino hacia sus pechos, amasándolos suavemente mientras continuaba embistiendo. Sus pezones se endurecieron bajo mi toque. Ella jadeó, su espalda se arqueó aún más a medida que su orgasmo se acercaba. —Dios… eres increíble —gemí, apoyando mi frente contra su espalda—. Tan apretada…
Su respuesta fue un grito de placer sin palabras, sus manos arañando las sábanas mientras su cuerpo comenzaba a tensarse. Podía sentir sus paredes apretándose a mi alrededor, lo que indicaba que estaba cerca, y me estiré para frotar su clítoris, decidido a empujarla hasta el borde. —Ahí… ahí mismo —jadeó, su cuerpo temblando violentamente "No puedo más", gritó, con la voz quebrada. "Voy a... voy a..."
Esa fue toda la advertencia que necesitaba. Aceleré mi ritmo, embistiendo en ella con renovada intensidad. Su cuerpo se apretó a mi alrededor, pulsando con oleadas de éxtasis que parecían durar una eternidad en un orgasmo que le proporcionaba convulsiones de placer. Reprimí un gemido, decidido a aguantar un poco más.
Pero cuando se estiró hacia atrás y agarró mi cadera, tirándome aún más profundo para dilatar su éxtasis de placer, perdí el control. Con un gemido gutural, me derramé dentro de ella, mi visión se nubló mientras el placer me invadía. Nos derrumbamos en la cama, nuestros cuerpos entrelazados, nuestros corazones latiendo al unísono.
El mundo parecía desdibujarse a nuestro alrededor mientras ambos bajábamos de nuestro subidón, nuestros cuerpos colapsando sobre la cama en un montón enredado de extremidades y sudor. Por un momento, no hubo nada más que el sonido de nuestra respiración, que se fue haciendo más lenta a medida que bajábamos de nuestro estado de euforia. Luego se giró para mirarme, sus ojos oscuros por la satisfacción y algo más, algo más profundo.
—Eso fue… increíble —dijo, su voz ronca y llena de asombro.
Me reí entre dientes, acercándola más a mí, inclinándome para besarla suavemente. "Lo sé. Y esto es solo el comienzo".
Sus ojos brillaron con picardía mientras me envolvía con sus brazos. "Entonces... ¿qué sigue? - No puedo esperar para ver qué más tienes planeado”…
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