Pasadas las fiestas y las vacaciones, retomé una vieja costumbre, salir a correr. Después de tener a Romi, me había quedado con unos kilitos de más, nada exagerado, pero quería volver al peso que tenía antes de embarazarme.
Por las tardes empecé a ir al gimnasio, y en las mañanas, salía a correr por la plaza que está a media cuadra de casa.
Al principio no era muy constante, incluso en algún momento estuve a punto de abandonar del todo, ya que entre el trabajo y los chicos, me quedaba poco tiempo, pero hubo algo que me hizo cambiar de opinión, o mejor dicho, alguien...
Treinta y tantos, buen físico, barba de tres días, corte estilo futbolista, lo que más me atraía no era su facha, sino la forma en que me miraba, como si me fuera a saltar a la yugular en cualquier momento.
Encima me daba cuenta que, al cruzarnos, se volteaba para mirarme el culo, lo que me excitaba más todavía.
Pronto supe que días corría y en qué horario, por lo que trataba de coincidir con él.
Era obvio que nos gustábamos, ya habíamos empezado a saludarnos y hasta nos sonreíamos, solo cabía esperar que alguno le hable al otro, yo ya estaba decidida a hacerlo si él no tomaba la iniciativa, pero antes de que eso suceda, el destino hizo su parte.
La mañana estaba nublada, inestable, igual salí a correr, ya que era el día que él también corría.
Ni siquiera pude hacer una vuelta, que empiezan a caer las primeras gotas. Sigo un poco más, yendo para el lado de mi casa, y ahí se larga con todo, un diluvio universal.
Busco refugio bajo un árbol, esperando que pare un poco, y justo aparece él, también a guarecerse.
-¡Que lluviecita, eh!- exclama, moviéndose en el mismo lugar para mantener el calor.
-Parecía que se estaba despejando y de repente se vino el cielo abajo- comento.
-Gastón...- se presenta.
-Mariela...- le correspondo, haciendo como que no me doy cuenta que me está desnudando con la mirada.
-¿Vivís lejos, Mariela?- me pregunta, recorriendo con sus invasivos ojos mi cuerpo, mis formas.
-A unas cuántas cuadras- le respondo, aunque en realidad estoy cerca.
-Yo vivo enfrente- me dice señalando el edificio de la esquina. -¿Qué te parece si vamos a mi casa, y nos tomamos un café mientras esperamos que pare?- me propone sin demasiado chamuyo.
-Mirá que sos rápido, eh... Apenas nos estamos presentando-
-Para algunas cosas mejor no esperar, ¿no te parece?-
-Depende de qué cosas...-
-Un café, por ejemplo...-
-Con éste clima yo diría que está más para unos mates-
-Ningún problema, siempre estoy con el termo listo-
-Jajaja...- me río -¿Con el agua bien caliente?-
-¡Casi al punto de hervor...!- enfatiza.
-Si te acepto los mates, después no vas a salir con eso de yerba no hay, ¿no?-
-Jajaja... Vas a tener que arriesgarte- ahora quién se ríe es él.
-Mmmm, no sé, creo que mejor me vuelvo a casa- le digo, aunque sin mostrarme muy convencida.
-Mirá que si te volvés ahora te vas a mojar toda- me advierte, ya que la lluvia sigue arreciando.
-Igual ya estoy mojada hace rato- le digo, con evidente doble sentido..
Por supuesto que me capta al vuelo.
Me vuelve a mirar en esa forma que no admite dudas sobre lo qué está pensando, y entonces le digo que sí con un gesto, un leve asentimiento, sí dale, vamos.
Nos ponemos de acuerdo en contar hasta tres y salimos corriendo, entre risas, llegando empapados al palier de su edificio.
Entramos y al subir en el ascensor me doy cuenta, al verme en el espejo, que se me traslucen los pezones. Estoy con corpiño, ya que al correr no me gusta que se me sacudan demasiado los pechos, pero aún así, debido al agua y al descenso de la temperatura, parece que tuviera dos patys redondos y oscuros debajo de la remera.
No digo nada ni tampoco trato de ocultarlos, después de todo ambos sabemos muy bien para qué estamos yendo a su casa.
Llegamos al piso, atravesamos el pasillo, y entramos a su departamento, que está casi al fondo.
Desde que nos cobijamos bajo el árbol para protegernos de la lluvia, la tensión sexual entre ambos puede hasta palparse. Y al cerrar la puerta, estalla como una bomba molotov.
Nos miramos apenas por un segundo, pactando algo con la mirada, y echándonos el uno en los brazos del otro, nos besamos casi con furia.
-No sabés cuántas veces me pajeé con vos después de verte correr...- me dice con un tono gutural, excitado, manoseándome la cola.
-Ahora me tenés acá..., para sacarte las ganas- le digo, apretándole el bulto por encima del short, sintiendo como va creciendo hasta ostentar un tamaño que no defrauda.
-¡Cómo te voy a dar, Mariela...! ¡Te prometo que te vas a volver a tu casa muy bien cogida!-
-Mirá que te tomo la palabra, eh...-
Con un excitante arrebato, me levanta la remera, el corpiño, y me chupa las tetas... bueno, chupar es una forma de decir, porqué me las muerde y aprieta, dejándome las marcas de sus dedos y dientes en la piel.
Lo agarro del pelo y lo retengo contra mí, ansiando ser devorada por completo.
El sofá está cerca, pero no llegamos, nos tiramos en el suelo, los cuerpos en llamas, chupeteándonos, dándole rienda suelta a esa calentura que venimos alimentando desde la primera vez que nos cruzamos en la plaza.
Me saca el pantalón deportivo, el de las tres tiras, y sacándome también la tanga, se la lleva a la nariz, oliéndola como si estuviera ante algún aroma exótico.
Me apoya las manos debajo de los riñones, me levanta la pelvis y sacando la lengua, me la clava en la concha como si fuera un puñal, arrancándome un jadeo que resuena en toda la sala.
Me chupetea toda, saboreándome tan profundo que siento unos calambres atravesándome desde la coxis hasta la nuca.
Quiero chupársela, sentirla endureciéndose en mi boca, pero antes de que pueda acercarme siquiera, me agarra de los pelos y de un empujón me hace comerle la chota casi hasta los pelos.
-¡¡¡Aaaaaaggggggggghhhhhhhh...!!!-
Me atraganto con tanta carne, pero no me resisto, dejo que me coja la garganta sin piedad.
Voy a terminar con los labios entumecidos, hinchados de tanto roce, pero no me importa, me gusta sentir toda la pija atravesada en mi paladar.
-Vamos al cuarto...- me dice, levantándose y tendiéndome la mano.
Me levanto y lo sigo, desvistiéndonos por el camino. Cuando llegamos, ya estamos los dos desnudos. Me tumbo en la cama, mientras él busca los forros en una cómoda y se pone uno.
Cuando viene hacía mí, separo las piernas, y le muestro mi concha, caliente, embravecida, una caldera en plena ebullición.
-¡Cogeme...!- le pido, mientras se acomoda encima mío.
Es lo que va a hacer, me va a coger, pero me gusta pedírselo.
-¡Estás mojadísima...!- me dice cuando resbala fluidamente en mi interior, yéndose a clavar en lo más profundo.
-¡Estoy así por vos...!- le digo, aferrada a su cuerpo, moviéndome con él, ansiando sentirlo más adentro todavía.
Está fuera de sí, empachado de lujuria, queriendo cobrarse con cada penetración todas las pajas que se hizo en mi honor.
-¡Siiiiiiiiii...! ¡Asiiiiiiiiii...! ¡Daleeeeeeee...! ¡Más... más... más...! ¡Más fuerte...!- le reclamo, aunque ya me está dando con todo, golpeando su cuerpo contra el mío con una violencia desquiciada.
La parte interior de mis muslos, la que me roza con sus piernas, me va a quedar toda amoratada, pero no me importa, lo único que tengo en mente en ese momento es echarme el polvo por el que mi cuerpo está esperando desde la primera vez que cruzamos las miradas.
PUM PUM PUM... golpes profundos, continuos, irrefrenables... PUM PUM PUM... arrebatados, intensos, devastadores... PUM PUM PUM... violentos, enardecidos, impactantes...
Un bombeo frenético y acelerado que me tiene completamente dominada.
Tiene la pija tan dura el flaco, que cuando se le sale, por los movimientos y la humedad, se le dispara hacia arriba, como si tuviera un resorte.
Dentro, fuera, dentro, fuera, dentro, fuera y PING... me la vuelve a clavar, y de nuevo... Dentro, fuera, dentro, fuera, dentro, fuera y PING...
Yo misma se la agarro, me la meto en dónde tiene que estar y cuando me la manda a guardar... ¡¡¡Aaaaahhhhhhhhh...!!! ¡¡¡Me acabo la vida...!!!
Él no llega todavía, pero se detiene un momento y me deja disfrutar de ese sacudón que me nubla los sentidos y hasta la vista.
La humedad de mi sexo se hace todavía más intensa y profusa. Los pezones se me ponen tan duros que hasta me duelen.
No soy de plantearme demasiadas expectativas antes de estar con un hombre, sobre todo con uno que no conozco, pero al cruzármelo mientras corría, recuerdo haber pensado, por la intensidad de sus miradas: "Éste si me agarra, me destroza...".
Se le notaban las ganas que me tenía, y ahí estaba, sacándoselas.
Casi sin pausa, se pone mis piernas en los hombros y me sigue cogiendo, dándome pija a morir, aplastándose los huevos contra mi sexo cada vez que me la manda hasta el fondo.
Me da duro, violento, brutal, hasta que, cuando acaba, se queda derrumbado encima mío, jadeando exaltado como si terminara de correr una maratón.
-¡Que buen polvo...!- exclama, hundido todavía en mí.
-¡Polvazo...!- coincido, estirando los brazos y regalándole una sonrisa de satisfacción plena y absoluta.
Se levanta y se saca el forro, pero como está repleto, se derrama un poco de semen. Va al baño y al rato vuelve, con la pija todavía parada.
Se la chupo un rato, mientras me mete los dedos en la concha. Los saca empapados con mi flujo, y se los chupa, ávido, goloso.
-¡Cómo podés estar tan rica...!- exclama.
-Te digo lo mismo a vos...- le replico, sin soltarle la pija, chupándosela a morir.
Hacemos un 69, yo encima, para saborearnos mutuamente, babeándonos, degustando el sexo del otro como si de un manjar se tratase.
La pija de Gastón ya está de nuevo en su Prime, con las venas marcadas a presión, la cabeza hinchada y enrojecida, la piel estirada casi hasta el desgarro.
Agarro uno de los preservativos que están desparramados a un costado, se lo pongo, y moviéndome a gatas hacia adelante, me froto yo misma la pija por toda la concha. Pese al forro se siente caliente, en llamas. Me la acomodo entre los gajos y me dejo caer, clavándomela toda, hasta los huevos.
-¡¡¡Uuuuhhhhhhhffffffffffff...!!!- me suelto, me libero, y estirando brazos y piernas, empiezo a moverme en torno a tan robusta herramienta.
Desde abajo Gastón me acaricia los pechos, pellizcándome los pezones, mientras yo me sacudo el clítoris al ritmo de la montada.
Acabo de nuevo, intensa, estrepitosamente, y como si me hubiera caído un rayo encima, me derrumbo hacia un costado. Estoy disfrutando ese nuevo anegamiento, cuando siento una mano deslizándose por entre mis nalgas. Por reflejo separo las piernas para facilitarle el acceso. Se escucha el ruido de una escupida, y enseguida me mete por el culo sus dedos ensalivados.
Los mueve adentro, como si estuviera cavando, y cuando los saca, me mete, literal, toda la lengua, chupándome bien el ojete.
Se levanta, dejándome con el culo abierto, pidiendo por más, y vuelve con un dilatador anal. Lo lubrica con gel y me lo introduce, enroscándomelo bien profundo.
La verdad es que mi culito no necesita demasiado para dilatarse, pero es su casa, sus reglas, así que acepto gustosa el jueguito. Para eso, soy bien gauchita.
Me lo deja un ratito puesto, como si fuera un tapón, y juguetea con mi clítoris, poniéndome de nuevo en un estado desesperante.
Cuando me saca el dilatador, se escucha un ¡PLOP!
Me lo mete, me lo saca, y de nuevo ¡PLOP! Así varias veces, hasta que me lo saca del todo, y me empieza a puntear con la pija.
Yo me mantengo expectante, aflojando lo que hay que aflojar, relajándome, sintiendo como me la va metiendo por pedazos.
Con todo adentro, se me echa encima mío, y me entra a culear, machacándome los intestinos con cada bombazo.
¡Que pedazo de pija, por favor! En el culo la siento más gorda, más llena, incluso más larga, como si no terminara de entrarme nunca.
Devastador es poco, me aniquila, me tritura, tanto que cuando me la saca, es como si me arrancara algo de adentro, como si me estuviera extirpando una parte del cuerpo.
Luego de tan impactante culeada, se arranca el forro, y entre excitados gruñidos, me pinta la cola y la espalda con unos lechazos bien cargados.
Me quedo ahí, derrumbada, mientras él se la sigue sacudiendo, soltando las últimas gotas de semen.
Pasado el furor sexual, me levanto, busco mi ropa por el suelo y empiezo a vestirme. Ya es tarde, no puedo demorarme más, mi marido se había quedado con los chicos hasta que yo volviera de correr.
Gastón me acompaña hasta la puerta del departamento, desnudo, la pija oscilando pesada entre sus piernas. Nos despedimos con un beso, hasta que volvamos a cruzarnos en la plaza.
Me vuelvo a casa con la leche del tipo pegoteada en todo el cuerpo, y lo más importante, muy bien cogida, tal como me lo prometió...



Por las tardes empecé a ir al gimnasio, y en las mañanas, salía a correr por la plaza que está a media cuadra de casa.
Al principio no era muy constante, incluso en algún momento estuve a punto de abandonar del todo, ya que entre el trabajo y los chicos, me quedaba poco tiempo, pero hubo algo que me hizo cambiar de opinión, o mejor dicho, alguien...
Treinta y tantos, buen físico, barba de tres días, corte estilo futbolista, lo que más me atraía no era su facha, sino la forma en que me miraba, como si me fuera a saltar a la yugular en cualquier momento.
Encima me daba cuenta que, al cruzarnos, se volteaba para mirarme el culo, lo que me excitaba más todavía.
Pronto supe que días corría y en qué horario, por lo que trataba de coincidir con él.
Era obvio que nos gustábamos, ya habíamos empezado a saludarnos y hasta nos sonreíamos, solo cabía esperar que alguno le hable al otro, yo ya estaba decidida a hacerlo si él no tomaba la iniciativa, pero antes de que eso suceda, el destino hizo su parte.
La mañana estaba nublada, inestable, igual salí a correr, ya que era el día que él también corría.
Ni siquiera pude hacer una vuelta, que empiezan a caer las primeras gotas. Sigo un poco más, yendo para el lado de mi casa, y ahí se larga con todo, un diluvio universal.
Busco refugio bajo un árbol, esperando que pare un poco, y justo aparece él, también a guarecerse.
-¡Que lluviecita, eh!- exclama, moviéndose en el mismo lugar para mantener el calor.
-Parecía que se estaba despejando y de repente se vino el cielo abajo- comento.
-Gastón...- se presenta.
-Mariela...- le correspondo, haciendo como que no me doy cuenta que me está desnudando con la mirada.
-¿Vivís lejos, Mariela?- me pregunta, recorriendo con sus invasivos ojos mi cuerpo, mis formas.
-A unas cuántas cuadras- le respondo, aunque en realidad estoy cerca.
-Yo vivo enfrente- me dice señalando el edificio de la esquina. -¿Qué te parece si vamos a mi casa, y nos tomamos un café mientras esperamos que pare?- me propone sin demasiado chamuyo.
-Mirá que sos rápido, eh... Apenas nos estamos presentando-
-Para algunas cosas mejor no esperar, ¿no te parece?-
-Depende de qué cosas...-
-Un café, por ejemplo...-
-Con éste clima yo diría que está más para unos mates-
-Ningún problema, siempre estoy con el termo listo-
-Jajaja...- me río -¿Con el agua bien caliente?-
-¡Casi al punto de hervor...!- enfatiza.
-Si te acepto los mates, después no vas a salir con eso de yerba no hay, ¿no?-
-Jajaja... Vas a tener que arriesgarte- ahora quién se ríe es él.
-Mmmm, no sé, creo que mejor me vuelvo a casa- le digo, aunque sin mostrarme muy convencida.
-Mirá que si te volvés ahora te vas a mojar toda- me advierte, ya que la lluvia sigue arreciando.
-Igual ya estoy mojada hace rato- le digo, con evidente doble sentido..
Por supuesto que me capta al vuelo.
Me vuelve a mirar en esa forma que no admite dudas sobre lo qué está pensando, y entonces le digo que sí con un gesto, un leve asentimiento, sí dale, vamos.
Nos ponemos de acuerdo en contar hasta tres y salimos corriendo, entre risas, llegando empapados al palier de su edificio.
Entramos y al subir en el ascensor me doy cuenta, al verme en el espejo, que se me traslucen los pezones. Estoy con corpiño, ya que al correr no me gusta que se me sacudan demasiado los pechos, pero aún así, debido al agua y al descenso de la temperatura, parece que tuviera dos patys redondos y oscuros debajo de la remera.
No digo nada ni tampoco trato de ocultarlos, después de todo ambos sabemos muy bien para qué estamos yendo a su casa.
Llegamos al piso, atravesamos el pasillo, y entramos a su departamento, que está casi al fondo.
Desde que nos cobijamos bajo el árbol para protegernos de la lluvia, la tensión sexual entre ambos puede hasta palparse. Y al cerrar la puerta, estalla como una bomba molotov.
Nos miramos apenas por un segundo, pactando algo con la mirada, y echándonos el uno en los brazos del otro, nos besamos casi con furia.
-No sabés cuántas veces me pajeé con vos después de verte correr...- me dice con un tono gutural, excitado, manoseándome la cola.
-Ahora me tenés acá..., para sacarte las ganas- le digo, apretándole el bulto por encima del short, sintiendo como va creciendo hasta ostentar un tamaño que no defrauda.
-¡Cómo te voy a dar, Mariela...! ¡Te prometo que te vas a volver a tu casa muy bien cogida!-
-Mirá que te tomo la palabra, eh...-
Con un excitante arrebato, me levanta la remera, el corpiño, y me chupa las tetas... bueno, chupar es una forma de decir, porqué me las muerde y aprieta, dejándome las marcas de sus dedos y dientes en la piel.
Lo agarro del pelo y lo retengo contra mí, ansiando ser devorada por completo.
El sofá está cerca, pero no llegamos, nos tiramos en el suelo, los cuerpos en llamas, chupeteándonos, dándole rienda suelta a esa calentura que venimos alimentando desde la primera vez que nos cruzamos en la plaza.
Me saca el pantalón deportivo, el de las tres tiras, y sacándome también la tanga, se la lleva a la nariz, oliéndola como si estuviera ante algún aroma exótico.
Me apoya las manos debajo de los riñones, me levanta la pelvis y sacando la lengua, me la clava en la concha como si fuera un puñal, arrancándome un jadeo que resuena en toda la sala.
Me chupetea toda, saboreándome tan profundo que siento unos calambres atravesándome desde la coxis hasta la nuca.
Quiero chupársela, sentirla endureciéndose en mi boca, pero antes de que pueda acercarme siquiera, me agarra de los pelos y de un empujón me hace comerle la chota casi hasta los pelos.
-¡¡¡Aaaaaaggggggggghhhhhhhh...!!!-
Me atraganto con tanta carne, pero no me resisto, dejo que me coja la garganta sin piedad.
Voy a terminar con los labios entumecidos, hinchados de tanto roce, pero no me importa, me gusta sentir toda la pija atravesada en mi paladar.
-Vamos al cuarto...- me dice, levantándose y tendiéndome la mano.
Me levanto y lo sigo, desvistiéndonos por el camino. Cuando llegamos, ya estamos los dos desnudos. Me tumbo en la cama, mientras él busca los forros en una cómoda y se pone uno.
Cuando viene hacía mí, separo las piernas, y le muestro mi concha, caliente, embravecida, una caldera en plena ebullición.
-¡Cogeme...!- le pido, mientras se acomoda encima mío.
Es lo que va a hacer, me va a coger, pero me gusta pedírselo.
-¡Estás mojadísima...!- me dice cuando resbala fluidamente en mi interior, yéndose a clavar en lo más profundo.
-¡Estoy así por vos...!- le digo, aferrada a su cuerpo, moviéndome con él, ansiando sentirlo más adentro todavía.
Está fuera de sí, empachado de lujuria, queriendo cobrarse con cada penetración todas las pajas que se hizo en mi honor.
-¡Siiiiiiiiii...! ¡Asiiiiiiiiii...! ¡Daleeeeeeee...! ¡Más... más... más...! ¡Más fuerte...!- le reclamo, aunque ya me está dando con todo, golpeando su cuerpo contra el mío con una violencia desquiciada.
La parte interior de mis muslos, la que me roza con sus piernas, me va a quedar toda amoratada, pero no me importa, lo único que tengo en mente en ese momento es echarme el polvo por el que mi cuerpo está esperando desde la primera vez que cruzamos las miradas.
PUM PUM PUM... golpes profundos, continuos, irrefrenables... PUM PUM PUM... arrebatados, intensos, devastadores... PUM PUM PUM... violentos, enardecidos, impactantes...
Un bombeo frenético y acelerado que me tiene completamente dominada.
Tiene la pija tan dura el flaco, que cuando se le sale, por los movimientos y la humedad, se le dispara hacia arriba, como si tuviera un resorte.
Dentro, fuera, dentro, fuera, dentro, fuera y PING... me la vuelve a clavar, y de nuevo... Dentro, fuera, dentro, fuera, dentro, fuera y PING...
Yo misma se la agarro, me la meto en dónde tiene que estar y cuando me la manda a guardar... ¡¡¡Aaaaahhhhhhhhh...!!! ¡¡¡Me acabo la vida...!!!
Él no llega todavía, pero se detiene un momento y me deja disfrutar de ese sacudón que me nubla los sentidos y hasta la vista.
La humedad de mi sexo se hace todavía más intensa y profusa. Los pezones se me ponen tan duros que hasta me duelen.
No soy de plantearme demasiadas expectativas antes de estar con un hombre, sobre todo con uno que no conozco, pero al cruzármelo mientras corría, recuerdo haber pensado, por la intensidad de sus miradas: "Éste si me agarra, me destroza...".
Se le notaban las ganas que me tenía, y ahí estaba, sacándoselas.
Casi sin pausa, se pone mis piernas en los hombros y me sigue cogiendo, dándome pija a morir, aplastándose los huevos contra mi sexo cada vez que me la manda hasta el fondo.
Me da duro, violento, brutal, hasta que, cuando acaba, se queda derrumbado encima mío, jadeando exaltado como si terminara de correr una maratón.
-¡Que buen polvo...!- exclama, hundido todavía en mí.
-¡Polvazo...!- coincido, estirando los brazos y regalándole una sonrisa de satisfacción plena y absoluta.
Se levanta y se saca el forro, pero como está repleto, se derrama un poco de semen. Va al baño y al rato vuelve, con la pija todavía parada.
Se la chupo un rato, mientras me mete los dedos en la concha. Los saca empapados con mi flujo, y se los chupa, ávido, goloso.
-¡Cómo podés estar tan rica...!- exclama.
-Te digo lo mismo a vos...- le replico, sin soltarle la pija, chupándosela a morir.
Hacemos un 69, yo encima, para saborearnos mutuamente, babeándonos, degustando el sexo del otro como si de un manjar se tratase.
La pija de Gastón ya está de nuevo en su Prime, con las venas marcadas a presión, la cabeza hinchada y enrojecida, la piel estirada casi hasta el desgarro.
Agarro uno de los preservativos que están desparramados a un costado, se lo pongo, y moviéndome a gatas hacia adelante, me froto yo misma la pija por toda la concha. Pese al forro se siente caliente, en llamas. Me la acomodo entre los gajos y me dejo caer, clavándomela toda, hasta los huevos.
-¡¡¡Uuuuhhhhhhhffffffffffff...!!!- me suelto, me libero, y estirando brazos y piernas, empiezo a moverme en torno a tan robusta herramienta.
Desde abajo Gastón me acaricia los pechos, pellizcándome los pezones, mientras yo me sacudo el clítoris al ritmo de la montada.
Acabo de nuevo, intensa, estrepitosamente, y como si me hubiera caído un rayo encima, me derrumbo hacia un costado. Estoy disfrutando ese nuevo anegamiento, cuando siento una mano deslizándose por entre mis nalgas. Por reflejo separo las piernas para facilitarle el acceso. Se escucha el ruido de una escupida, y enseguida me mete por el culo sus dedos ensalivados.
Los mueve adentro, como si estuviera cavando, y cuando los saca, me mete, literal, toda la lengua, chupándome bien el ojete.
Se levanta, dejándome con el culo abierto, pidiendo por más, y vuelve con un dilatador anal. Lo lubrica con gel y me lo introduce, enroscándomelo bien profundo.
La verdad es que mi culito no necesita demasiado para dilatarse, pero es su casa, sus reglas, así que acepto gustosa el jueguito. Para eso, soy bien gauchita.
Me lo deja un ratito puesto, como si fuera un tapón, y juguetea con mi clítoris, poniéndome de nuevo en un estado desesperante.
Cuando me saca el dilatador, se escucha un ¡PLOP!
Me lo mete, me lo saca, y de nuevo ¡PLOP! Así varias veces, hasta que me lo saca del todo, y me empieza a puntear con la pija.
Yo me mantengo expectante, aflojando lo que hay que aflojar, relajándome, sintiendo como me la va metiendo por pedazos.
Con todo adentro, se me echa encima mío, y me entra a culear, machacándome los intestinos con cada bombazo.
¡Que pedazo de pija, por favor! En el culo la siento más gorda, más llena, incluso más larga, como si no terminara de entrarme nunca.
Devastador es poco, me aniquila, me tritura, tanto que cuando me la saca, es como si me arrancara algo de adentro, como si me estuviera extirpando una parte del cuerpo.
Luego de tan impactante culeada, se arranca el forro, y entre excitados gruñidos, me pinta la cola y la espalda con unos lechazos bien cargados.
Me quedo ahí, derrumbada, mientras él se la sigue sacudiendo, soltando las últimas gotas de semen.
Pasado el furor sexual, me levanto, busco mi ropa por el suelo y empiezo a vestirme. Ya es tarde, no puedo demorarme más, mi marido se había quedado con los chicos hasta que yo volviera de correr.
Gastón me acompaña hasta la puerta del departamento, desnudo, la pija oscilando pesada entre sus piernas. Nos despedimos con un beso, hasta que volvamos a cruzarnos en la plaza.
Me vuelvo a casa con la leche del tipo pegoteada en todo el cuerpo, y lo más importante, muy bien cogida, tal como me lo prometió...




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