Parte 6: Lo que no se dice
Esa noche, Mariana tenía una cena con compañeras de la facultad.
Julieta también había salido, pero volvió temprano.
Nico estaba solo, tirado en el sillón con el celular.
Vestía un jogger y remera, pero no podía relajarse del todo.
Porque desde que Julieta entró al departamento,
el aire estaba más denso.
Más lento.
Como si el silencio tuviera intención.
Ella pasó por el living directo a la cocina.
Vestido suelto.
Pies descalzos.
Pelo húmedo recién lavado.
Nico no quiso mirarla.
Pero lo hizo.
Y ella lo supo.
—¿Querés algo? —preguntó desde la cocina.
—No… gracias.
Julieta volvió con una copa de vino y se sentó en la otra punta del sillón.
No muy lejos.
No muy cerca.
Justo lo suficiente.
Se quedó mirando el celular.
Después, sin levantar la vista, habló:
—¿Nunca te pasó…
fantasear con lo que no deberías?
Nico sintió el nudo en el estómago.
El corazón le bombeaba más fuerte.
No supo si hablar, si reírse, si cambiar de tema.
—¿Cómo… cómo qué? —balbuceó.
Julieta sonrió.
No por burla.
Sino como quien sabe que dijo exactamente lo que quería.
—No sé…
con alguien que no corresponde.
En el lugar equivocado.
En el momento justo.
Nico tragó saliva.
No podía sostenerle la mirada.
—Supongo que… a veces.
Julieta se recostó.
Levantó las piernas sobre el sillón, sin cruzarlas.
El vestido se deslizó apenas.
Lo justo.
Otra vez.
—A veces está bueno no hacer nada —dijo—.
Solo fantasear.
Y saber que el otro… también lo hace.
Lo miró.
Ahora sí.
Directo.
Seria.
Firme.
Y Nico no supo qué hacer.
Ni qué decir.
Ni cómo respirar.
Porque era su cuñada.
Pero el cuerpo… ya no respondía a la lógica.
Esa noche, Mariana tenía una cena con compañeras de la facultad.
Julieta también había salido, pero volvió temprano.
Nico estaba solo, tirado en el sillón con el celular.
Vestía un jogger y remera, pero no podía relajarse del todo.
Porque desde que Julieta entró al departamento,
el aire estaba más denso.
Más lento.
Como si el silencio tuviera intención.
Ella pasó por el living directo a la cocina.
Vestido suelto.
Pies descalzos.
Pelo húmedo recién lavado.
Nico no quiso mirarla.
Pero lo hizo.
Y ella lo supo.
—¿Querés algo? —preguntó desde la cocina.
—No… gracias.
Julieta volvió con una copa de vino y se sentó en la otra punta del sillón.
No muy lejos.
No muy cerca.
Justo lo suficiente.
Se quedó mirando el celular.
Después, sin levantar la vista, habló:
—¿Nunca te pasó…
fantasear con lo que no deberías?
Nico sintió el nudo en el estómago.
El corazón le bombeaba más fuerte.
No supo si hablar, si reírse, si cambiar de tema.
—¿Cómo… cómo qué? —balbuceó.
Julieta sonrió.
No por burla.
Sino como quien sabe que dijo exactamente lo que quería.
—No sé…
con alguien que no corresponde.
En el lugar equivocado.
En el momento justo.
Nico tragó saliva.
No podía sostenerle la mirada.
—Supongo que… a veces.
Julieta se recostó.
Levantó las piernas sobre el sillón, sin cruzarlas.
El vestido se deslizó apenas.
Lo justo.
Otra vez.
—A veces está bueno no hacer nada —dijo—.
Solo fantasear.
Y saber que el otro… también lo hace.
Lo miró.
Ahora sí.
Directo.
Seria.
Firme.
Y Nico no supo qué hacer.
Ni qué decir.
Ni cómo respirar.
Porque era su cuñada.
Pero el cuerpo… ya no respondía a la lógica.
0 comentários - Las tangas de mi cuñada (parte 6)