Como mi mejor amiga se convirtió en mi amante – PARTE 2

PARTE 1:
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Continuando con la historia de como mi mejor amiga se convirtió en mi amante:
 
Después de lo que sucedió entre nosotros la noche del karaoke, la relación entre nosotros cambió por completo, nuestro trato era mucho más íntimo, los mensajes cargados de sensualidad, lujuria y doble sentido. Pero a la vista de todos, seguíamos siendo un par de buenos amigos. 
 
Estábamos sentados en nuestro rincón habitual del café, el que habíamos reclamado como nuestro durante incontables tardes de café y conversación. Pero hoy era diferente. Hoy, el recuerdo de esa noche —el karaoke, las bebidas, la forma en que me había mirado cuando la música se detuvo— se cernía sobre nosotros como una verdad no dicha.
 
Tomé un sorbo lento de mi café, ganando un momento para ordenar mis pensamientos. Mis ojos se levantaron para encontrarse con los de ella, y allí estaba de nuevo: esa chispa, esa conexión innegable que siempre había estado allí pero que nunca había sido reconocida hasta ahora.
 
—¿Qué piensas de lo que sucedió? —preguntó, con voz suave pero cargada de una audacia que hizo que mi corazón saltara. La pregunta quedó flotando en el aire entre nosotros, cargada de implicaciones.  —Me pareció riquísimo —admití, con voz firme a pesar de la tormenta que se estaba formando en mi interior—. Fue una noche muy especial.
 
Sus labios se curvaron en una sonrisa pícara y se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa. Su blusa se hundió lo suficiente para darme un vistazo de lo que había debajo, y sentí que mi pulso se aceleraba.
 
“¿Lo repetirías?”, preguntó, su tono ligero pero sus ojos intensos. La pregunta me tomó por sorpresa, y por un momento, no estaba seguro de cómo responder. Pero luego vi la forma en que se mordía el labio inferior, la forma en que sus dedos jugaban nerviosamente con el borde de su taza, y supe que estaba tan ansiosa como yo.
 
Parpadeé, sorprendido. "¿Qué?", ​​logré balbucear, aunque sabía exactamente lo que quería decir. Sus ojos se clavaron en los míos, oscuros y llenos de intención. No necesitaba repetirse. La pregunta ya estaba grabada en mi mente, repitiéndose una y otra vez como una canción atascada en repetición.
 
La verdad era que no podía dejar de pensar en eso: en cómo se había sentido su cuerpo contra el mío esa noche después del karaoke. No era solo el acto físico; era la forma en que me había mirado después, como si yo fuera lo único que importaba en el mundo. Y ahora, aquí estábamos, sentados uno frente al otro en nuestra cafetería habitual, fingiendo que nada había cambiado. Pero todo había cambiado.
 
—Lo dijiste —continuó, inclinándose ligeramente hacia delante y sus labios curvados en una sonrisa pícara—. Que fue especial. Que te gustó. ¿Vas a dejarlo así? ¿Un solo momento y ya? ¿O lo vamos a hacer algo más que un recuerdo?
 
Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el pecho. Se me secó la boca y sentí que se me aceleraba el pulso. No solo me estaba preguntando si quería hacerlo de nuevo, me estaba desafiando a admitir cuánto la deseaba. A expresarlo abiertamente, sin filtros.
 
—Sí —dije finalmente, en voz baja pero firme—. Sí, quiero repetirlo.
 
Su sonrisa se ensanchó y, por un momento, pensé que podría inclinarse sobre la mesa y besarme en ese mismo momento. En cambio, se reclinó en su silla, luciendo completamente satisfecha. —Entonces, ¿qué estamos esperando?
 
Pero antes de que pudiera responder, su teléfono vibró con fuerza sobre la mesa, rompiendo la tensión. Lo miró y su expresión pasó de juguetona a frustrada en un instante. —Tengo que mandar unos archivos urgentes para el trabajo —murmuró, suspirando profundamente. Luego me miró, entrecerrando los ojos ligeramente—. ¿Y si vienes a mi casa? Envío los documentos rápido, y después... seguimos con nuestros planes.
 
No lo dudé. “Vamos”, dije, con la voz ronca por el deseo. Mi mente ya estaba corriendo, imaginando todas las cosas que podríamos hacer una vez que estuviéramos solos. Mi pene se movió en mis pantalones, traicionando lo ansiosa que estaba. Esto ya no era solo una casualidad. Esto era algo real. Algo peligroso.
 
Nos dirigimos a su casa en silencio, el aire entre nosotros estaba denso por la anticipación. Cuando entramos, rápidamente instaló su computadora portátil en la mesa del comedor, sus dedos volaban sobre el teclado mientras trabajaba. Me quedé cerca, tratando de concentrarme en cualquier cosa menos en ella. Llevaba una blusa que abrazaba sus curvas en los lugares adecuados, y sus gafas de lectura le daban un aire de sofisticación que me volvía loco. No pude resistirme. Me acerqué a ella por detrás, colocando mis manos sobre sus hombros. —Te ayudaré a relajarte —murmuré, mientras mis dedos amasaban sus músculos. Mi mano se deslizó por su brazo, rozando el borde de su blusa. Luego, lenta y deliberadamente, la deslicé debajo de la tela, mis dedos rozando la piel cálida de su pecho. 
 
Jadeó suavemente, su tipeo vaciló por un momento. —Eres un descarado —susurró, aunque no me detuvo. Su pezón se endureció bajo las yemas de mis dedos, lo hice rodar suavemente entre mis dedos, y ella arqueó la espalda, un gemido silencioso escapó de sus labios. Trató de mantenerse concentrada en su trabajo, pero su respiración se hizo más pesada con cada segundo que pasaba. —Termina rápido —dije, con voz ronca—. Porque no sé cuánto tiempo puedo esperar.
 
Se rió sin aliento, girando la cabeza para mirarme por encima del hombro. —Eres insaciable —bromeó, pero sus ojos estaban oscuros por el deseo.
 
Cuando finalmente cerró su computadora portátil, fue como si se hubiera activado un interruptor. Ella se levantó de repente, dándose la vuelta para mirarme. Antes de que pudiera decir una palabra, sus manos se enredaron en mi cabello, atrayéndome hacia un beso profundo y hambriento. Gemí contra su boca, mis manos agarrando su cintura mientras la presionaba contra el borde de la mesa.
 
Nuestra química era eléctrica, innegable. Cada toque, cada sonido, solo alimentaba el fuego que ardía entre nosotros. Mis dedos encontraron el dobladillo de su falda, deslizándose por debajo para amasar su trasero. Ella gimió en mi boca, frotándose contra mí como si no pudiera acercarse lo suficiente.
 
Pero entonces, el sonido de una puerta cerrándose de golpe rompió el momento. Nos congelamos, alejándonos el uno del otro justo cuando su hermano menor entró en la habitación. La incomodidad era palpable cuando nos presentó, sus mejillas sonrojadas por la vergüenza. Forcé una sonrisa, estrechando su mano mientras trataba de ignorar el calor persistente en la mía.
 
Una vez que desapareció escaleras arriba, ella se volvió hacia mí, sus ojos brillando con picardía. "No me vas a dejar así, ¿verdad?", preguntó, su tono burlón pero mordaz.
 
"Nunca lo haría", respondí, agarrando su mano. "Vamos a mi apartamento".
 
El viaje hasta mi apartamento fue una tortura. Mi mano descansaba sobre su muslo, subiendo cada vez más hasta que pude sentir el calor que irradiaba desde su centro. Ella no me detuvo; en cambio, se acercó y sus dedos rozaron el bulto creciente en mis pantalones. Cada luz roja se sentía como una eternidad, cada giro una prueba de mi autocontrol.
 
Cuando finalmente cruzamos la puerta de mi apartamento, fue como si se rompiera la presa. La sujeté contra la pared, capturando su boca en un beso abrasador. Mis manos vagaron por su cuerpo, desesperadas por sentir cada centímetro de ella. Levanté su falda, mis dedos engancharon la cinturilla de sus bragas y las bajaron por sus piernas. Ella se las quitó de una patada, su respiración era entrecortada.
 
Busqué torpemente el botón de mi pantalón, liberando mi pene con un gemido. Sin perder un segundo más, la incliné sobre la encimera de la cocina, haciéndole que separara las piernas. Ella jadeó cuando la penetré desde atrás en un movimiento rápido. El calor de su cavidad era indescriptible, su humedad permitía deslizarme con agilidad en su interior. La penetré profundo, con lujuria, con cierta agresividad. Mis embestidas se sincronizaban con sus gemidos que me hacían saber cuánto lo estaba disfrutando. La sostenía con una mano en su cadera y mi otra mano jalando su cabello hacia atrás. Ella se limitada a gozar —Dios mío —gimió ella, dejando caer la cabeza hacia atrás mientras yo comenzaba a moverme más rápido. Su estrechez era abrumadora, su humedad hacía que cada embestida fuera suave y embriagadora. Agarré sus caderas, empujándome dentro de ella con un ritmo que nos dejó a ambos sin aliento.
 
Sus gemidos se hicieron más fuertes, más frenéticos, hasta que finalmente gritó, su cuerpo temblando de liberación. Yo la seguí poco después, derramándome dentro de ella con un gemido estremecedor. Por un momento, nos quedamos así, aferrándonos el uno al otro mientras recuperábamos el aliento. La abracé desde atrás en la misma posición hasta sentir que mi miembro flácido salía de su vagina y con el caían nuestros fluidos. 
 
Entonces, sin decir palabra, la levanté en mis brazos y la llevé al dormitorio. La noche estaba lejos de terminar, y ninguno de los dos estaba listo para detenerse. Todavía no.
 
Nos quedamos enredados entre las sábanas y nuestra respiración se normalizó lentamente. Su cabeza descansaba sobre mi pecho y sus dedos trazaban círculos perezosos sobre mi piel. La habitación estaba en silencio, salvo por el ocasional sonido de los autos que pasaban afuera. Todavía podía sentir el calor de su cuerpo presionado contra el mío, un recordatorio persistente de lo que acabábamos de compartir.
 
Se movió un poco y se apoyó en un codo para mirarme. Su cabello caía en ondas despeinadas alrededor de su rostro y había un brillo travieso en sus ojos que hizo que mi corazón se acelerara.
 
"Entonces", comenzó, en voz baja y burlona, ​​"¿fue tan bueno como imaginabas?" Me reí entre dientes y levanté la mano para apartar un mechón de cabello de su rostro. "Mejor".
 
Su sonrisa se ensanchó y se inclinó para besarme, lento y sensual. Sus labios se demoraron en los míos, con sabor a pasión y algo exclusivamente suyo. Cuando se apartó, sus ojos se encontraron con los míos y pude ver el hambre que aún ardía en ellos.
 
"Bien", susurró, su aliento cálido contra mi piel. "Porque aún no he terminado contigo".
 
Antes de que pudiera responder, pasó su pierna sobre mí, a horcajadas sobre mis caderas. Mis manos instintivamente fueron a su cintura, agarrándola con fuerza mientras se inclinaba para besarme de nuevo. Esta vez, no fue lento ni tierno, fue urgente, lleno de una necesidad cruda que reflejaba la mía.
 
Sus manos exploraron mi pecho, sus uñas rozaron ligeramente mi piel mientras bajaba. Se sentó, su mirada fija en la mía mientras alcanzaba entre nosotros, envolviendo sus dedos alrededor de mi miembro que ya se endurecía. Un gemido escapó de mis labios mientras me acariciaba, su toque firme y deliberado.
 
"¿Te gusta eso?", preguntó, su voz goteando seducción. Solo pude asentir, mis palabras se atascaron en mi garganta mientras ella continuaba haciendo su magia. Ella sonrió, claramente disfrutando del poder que tenía sobre mí en ese momento.
 
Sin previo aviso, me coloqué encima de ella separando sus piernas mientras la besaba. Como si de un imán se tratara, fue guiándome dentro de ella, haciéndole mía por completo.
 
"Joder", suspiró, su cabeza cayendo hacia atrás contra las almohadas. Empezó a moverse, moviendo sus caderas en movimientos lentos y deliberados que me volvían loco. La miré con los ojos entornados, hipnotizado por la forma en que su cuerpo se movía.
 
Mi ritmo se aceleró, sus movimientos se volvieron más desesperados mientras buscaba su propia liberación. Empujé profundo para encontrarme con ella, cada movimiento nos llevaba más cerca del borde.
 
"Más fuerte", gimió, su voz se quebró mientras se movía hacia adelante, queriendo ser uno solo con mi cuerpo.
 
Obedecí, agarrando sus caderas con más fuerza mientras embestía en ella, el sonido de piel golpeando contra piel llenando la habitación. Sus gritos se hicieron más fuertes, más frenéticos, hasta que finalmente, se deshizo, su cuerpo temblando con la fuerza de su orgasmo.
 
No tardé mucho en seguirla, mi liberación me golpeó como un maremoto. Me enterré profundamente dentro de ella, derramando todo lo que tenía mientras el placer me consumía.
 
Cuando terminó, buscó acurrucarse en mi pecho, su respiración era entrecortada y desigual. Nos quedamos así por un rato, ninguno de los dos hablaba, solo disfrutando del resplandor.
 
Finalmente, se incorporó, mirándome con una suave sonrisa. "Probablemente debería irme", dijo, aunque había un dejo de renuencia en su voz. Fruncí el ceño, no estaba listo para que la noche terminara. "Quédate", le pedí, levantando la mano para acaiciar su mejilla.
 
Ella dudó, sus ojos buscando los míos. "¿Estás seguro?" "Totalmente", respondí.
 
Una pequeña sonrisa tiró de sus labios y asintió. La rodeé con mi brazo y la acerqué a mí mientras nos quedábamos dormidos…
 
La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas y arrojaba un cálido resplandor por toda la habitación. Me desperté y sentí el peso de su cuerpo presionado contra el mío. Seguía dormida, su pecho subía y bajaba a un ritmo constante.
 
No pude evitar sonreír mientras la observaba, maravillándome de lo tranquila que se veía. La noche anterior había sido increíble, pero ahora, a la luz del día, no podía quitarme de la cabeza el pensamiento persistente. “Esto lo cambia todo”.
 
Nuestra amistad siempre había sido la base de nuestra relación, pero ahora había algo más, algo más profundo. Y aunque una parte de mí estaba emocionada, otra parte estaba aterrorizada por lo que esto significaba para nosotros.
 
Como si percibiera mis pensamientos, se movió y abrió los ojos. Parpadeó hacia mí y una sonrisa somnolienta se extendió por su rostro.
 
"Buenos días", murmuró con la voz ronca por el sueño. —Buenos días —respondí, apartándole un mechón de pelo de la cara.
 
Había algo muy íntimo en ese momento, tumbados juntos, nuestros cuerpos todavía entrelazados y desnudos. Se sentía... bien.
 
Se estiró perezosamente antes de acurrucarse más cerca de mí, apoyando la cabeza en mi pecho. —¿En qué estás pensando? —preguntó, sus dedos trazando patrones en mi piel.
 
Dudé, sin saber cómo poner mis pensamientos en palabras. Finalmente, decidí ser honesto. —En nosotros —admití—. En lo que sucede ahora.
 
Ella inclinó la cabeza hacia arriba para mirarme, su expresión se suavizó. “¿Tenemos que resolverlo todo ahora mismo? ¿No podemos simplemente… disfrutar esto?”
 
Consideré sus palabras, dándome cuenta de que tal vez tenía razón. Tal vez no necesitábamos tener todas las respuestas todavía. Tal vez, por ahora, era suficiente simplemente estar juntos.
 
Me incliné para besarla, volcando todas mis emociones en ese simple gesto. Cuando me aparté, ella me sonrió, sus ojos brillaban con algo que no podía identificar. “Quedémonos en la cama todo el día”, sugirió, con un brillo juguetón en sus ojos. Sonreí, incapaz de resistir la tentación. “Suena perfecto”.
 
Pasamos las siguientes horas perdidos el uno en el otro, explorando cada centímetro de nuestros cuerpos y saboreando cada momento de intimidad. Cada toque, cada beso, cada palabra dicha entre nosotros se sentía como una promesa, una afirmación silenciosa de lo que estábamos construyendo juntos.
 
Cuando llegó la tarde, ambos estábamos hambrientos. De mala gana, nos levantamos de la cama sin necesidad de vestirnos y nos dirigimos a la cocina, buscando algo para comer en el refrigerador. Mientras estábamos uno al lado del otro, era inevitable contemplar su desnudez, como contoneaba su trasero al caminar. Mientras nos movíamos por la cocina, nuestros cuerpos se rozaban de vez en cuando, enviando chispas de electricidad a través de mí. Era increíble cómo un toque tan simple podía encender un deseo tan intenso.
 
Ya sentados a la mesa, con los platos ya vacíos, se volvió hacia mí con una expresión pensativa. "¿Qué pasa?", pregunté, notando la forma en que fruncía el ceño. Dudó y luego respiró profundamente. "Sé que dijimos que no pensaríamos demasiado en esto, pero... no puedo evitar preguntarme. ¿Qué crees que significa esto? Para nosotros, quiero decir".
 
La miré a los ojos. Estiré mi mano invitándola a tomarla y la levanté trayéndole hacia mí. Se sentó con sus piernas a cada lado de las mías. Podía sentir el calor de su sexo sobre mi palpitante erección. No fue necesario decir nada, solo se dejó caer sobre mí, sintiendo como nuestros sexos se sincronizaban a la perfección. Dio un gemino profundo al sentir su cuerpo juntándose por completo con el mío. Sus brazos rodearon mi cuello, sentía el latir de su corazón mientras movía sus caderas como si lo hubiéramos ensayado para esta obra estelar. 
 
Así, sin perder la unión entre nosotros, la tomé en mis brazos y la coloqué sobre la encimera de la cocina. Sin dejar ni un segundo la penetración. Ella me rodeaba con sus brazos por el cuello y con sus piernas por mi cintura. Como si no quisiera que nada nos separe. Mis embestidas eran profundas, sus jadeos intensos. En momentos podía sentir sus uñas en mi piel. Hasta que una corriente eléctrica nos recorrió, tensando nuestros cuerpos, apretándome con su intimidad alrededor de mi hombría y una explosión llegó. Un gemido al unísono evidenciaba la intensidad del orgasmo que estábamos experimentando, sentí mis numerosas descargas en su interior sin que ella recobrara aun el control de su cuerpo. 
 
Nos quedamos abrazados recuperando el aliento…

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