Como mi mejor amiga se convirtió en mi amante

Historia de como mi mejor amiga se convirtió en mi amante:
 
Era viernes por la noche y estaba exhausto. La semana había sido implacable: fechas límite, reuniones y el tipo de estrés que hace que tus hombros se sientan como si llevaran el peso del mundo. ¿Mi plan para la noche? Una noche tranquila en el sofá, tal vez una película o dos, y absolutamente nada que requiriera esfuerzo. Pero entonces, como siempre, apareció ella, mi mejor amiga. 
 
Nos conocimos durante nuestro primer año de universidad, nos unimos por las clases compartidas y las sesiones de estudio hasta altas horas de la noche. Ella era un año más joven que yo, con curvas en los lugares correctos: caderas anchas, senos que tenían el tamaño justo para sostenerlos en mis manos y una risa que podía alegrar hasta el día más oscuro. Con el tiempo, nos volvimos inseparables. Confidentes. Cómplices. Mejores amigos.
 
“¡Hola, amiii!” escribió en el chat, acompañado de un emoji de sonrisa traviesa. “¿Qué plan tienes para esta noche? Vas a quedarte en casa como un abuelito otra vez, ¿verdad?”
 
Me reí, aunque sabía que tenía razón. “Exacto. Película, pizza y cama. La trilogía perfecta.”
 
“Ay, no seas aburrido. Mis compañeros de oficina y yo vamos a ese karaoke nuevo. Ven, te prometo que será divertido.”
 
Al principio me resistí, pero ella era imposible de ignorar. “Insisto,” añadió, enviándome una foto de ellos en el lugar. El ambiente parecía animado, y, aunque no quería admitirlo, sentí un poco de curiosidad. Además, era difícil decirle que no a alguien que siempre estaba ahí para mí.
 
Así que me vestí rápido, sin pensar mucho en ello. Unos jeans, una camiseta y zapatillas cómodas. No iba a impresionar a nadie, pero tampoco me importaba. Era solo una noche casual con amigos, ¿verdad?
 
Cuando llegué, el lugar estaba animado. Abajo estaba el bar de karaoke, lleno de gente que se reía y cantaba desafinadamente. Arriba había una pista de baile, el bajo de la música reverberaba a través de las paredes. La vi de inmediato, sentada con un grupo de compañeros de trabajo, con una copa de vino en la mano. Su rostro se iluminó cuando me vio y me hizo un gesto para que me acercara.
 
Pasamos la siguiente hora bebiendo, riéndonos y destrozando nuestras canciones favoritas. Cuando terminamos, los dos estábamos sin aliento y sonriendo. —Veamos el segundo piso —sugirió, con los ojos brillantes de picardía—. La música suena increíble ahí arriba.
 
No discutí. La energía del piso de arriba era eléctrica, un ritmo palpitante que hacía imposible permanecer inmóvil. Me agarró la mano y me llevó a la pista de baile. Al principio, solo estábamos haciendo tonterías, moviéndonos al ritmo sin ninguna preocupación en el mundo. Pero luego la canción cambió. La música se volvió más íntima, el ambiente más cargado, y, de repente, estábamos bailando tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo contra el mío.
 
Nuestros cuerpos se acercaron instintivamente. Mi mano se posó en su cintura y la suya encontró mi hombro. El espacio entre nosotros se redujo hasta que casi no quedó nada. Nuestras miradas se encontraron y, por un momento, todo lo demás se desvaneció. La música, la multitud, el mundo... todo desapareció.
 
Nuestras miradas se encontraron, y algo en ella me hizo detenerme. No era la misma mirada de complicidad que compartíamos desde hace años. Era algo más profundo, más peligroso. Y entonces, sin pensarlo, incliné mi cabeza y la besé. Antes de poder pensar, me incliné hacia ella y ella también. Nuestros labios se encontraron en un beso que comenzó suave pero rápidamente se hizo más profundo. Sus manos se enredaron en mi cabello, acercándome más, mientras las mías se deslizaban hacia sus caderas, luego más abajo, posándose en su trasero, sujetándola con firmeza. Sentí cómo se estremecía bajo mi toque, cómo su respiración se hacía más rápida, más agitada. El sabor de su brillo de labios se mezcló con un leve toque de vino, embriagador en todos los sentidos.
 
Nos separamos por un segundo, ambos respirando agitadamente. Sus ojos buscaron los míos, haciendo preguntas para las que ninguno de los dos tenía respuesta. Y luego nos besamos de nuevo, más fuerte esta vez. Mi mano se deslizó más abajo, explorando su trasero, y ella dejó escapar un pequeño jadeo contra mis labios.
 
“¿Estás segura de que quieres hacer esto?” murmuré, mis labios rozando su oreja mientras el ritmo lento de la salsa nos mantenía unidos en la pista de baile. Su aroma dulce y embriagador se mezclaba con el leve sudor de la noche, y sus ojos, oscuros y llenos de una luz que no había visto antes, me miraron fijamente. “Más que segura,” susurró ella, su voz temblorosa pero firme. Sus manos se deslizaron por mi espalda, asegurándose de que no hubiera espacio entre nosotros. “¿Y tú? ¿Te arrepientes ya?”
 
Yo no respondí con palabras. En lugar de eso, cerré la distancia entre nuestros labios, besándola con una intensidad que sorprendió incluso a mí mismo. Fue como si algo dentro de nosotros explotara, liberando una pasión que habíamos mantenido reprimida durante años. Nuestros cuerpos se movían al compás de la música, pero nuestras mentes estaban en otro lugar, en un universo donde solo existíamos nosotros dos.
 
El resto de la noche se confundió. Bailamos, nos besamos y nos tocamos de maneras que cruzaron todas las líneas de amistad que alguna vez habíamos trazado. Sus compañeros de trabajo se fueron alejando lentamente, dejándonos solo a los dos perdidos el uno en el otro. La forma en que me miró, como si me estuviera viendo por primera vez, me provocó un escalofrío en la columna vertebral.
 
En un momento, me incliné cerca de su oído, mi voz baja y ronca. "Vámonos de aquí". Ella dudó por solo un segundo antes de asentir, sus mejillas sonrojadas y sus ojos oscurecidos por el deseo. Tomé su mano y la llevé fuera del bar, hacia un hotel cercano. Ninguno de los dos habló, pero la tensión entre nosotros era palpable.
 
En el ascensor del hotel, se apretó contra mí, sus manos jugueteando por mi pecho. La sujeté contra la pared, besándola profundamente mientras mis dedos exploraban cada curva de su cuerpo. Su respiración se entrecortó cuando apreté su trasero, y dejó escapar un suave gemido que hizo que la deseara aún más. La puerta de la habitación cerrándose tras nosotros. El aire estaba cargado de anticipación, de deseo, de necesidad. Me tomó de la mano, guiándola hacia la cama mientras nos despojábamos de la ropa, ansiosos por sentir piel contra piel.
 
Su vestido cayó al suelo primero, revelando lencería negra que se adhería a sus curvas. Mi camisa siguió poco después, tirada a un lado sin pensarlo dos veces.
 
Ella se quedó allí, ligeramente nerviosa pero innegablemente excitada. Di un paso más cerca, levantando su barbilla para que nuestras miradas se encontraran. "Eres hermosa", susurré antes de capturar sus labios en otro beso.
 
Mis manos vagaron por su cuerpo, trazando líneas que solo yo conocería. Ella jadeó cuando desabroché su sujetador, dejándolo caer al suelo. Sus pechos eran perfectos, llenos y suaves, encajaban perfectamente en mis palmas. Besé su cuello hasta la clavícula, luego más abajo, hasta que mi boca encontró su pezón. Arqueó la espalda, sus dedos se enredaron en mi cabello mientras la acariciaba con mi lengua. "Más", susurró, su voz temblaba de necesidad.
 
Obedecí, deslizándole las bragas por las piernas y retrocediendo un paso para admirarla. Ahora estaba completamente desnuda, su piel brillaba en la tenue luz de la habitación. Me arrodillé frente a ella, dejando besos a lo largo de la parte interna de sus muslos, saboreando la forma en que se retorcía bajo mi toque. Cuando llegué a su centro, dejó escapar un jadeo agudo, sus manos agarrando el borde de la cama para sostenerse. Ya estaba empapada, lista para mí. La lamí con delicadeza al principio, luego con más intensidad, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba, cómo sus muslos cerraban alrededor de mi cabeza.
 
“No pares,” jadeó, sus uñas clavándose en mis hombros. “Por favor, no pares.” Su sabor era embriagador, dulce y salado a la vez. Lamí y chupé, sacando cada gemido, cada quejido, hasta que tembló debajo de mí. "Por favor", suplicó, con la voz quebrada. "Te necesito dentro de mí".
 
Continué, aumentando el ritmo hasta que su cuerpo se sacudió, gimiendo mi nombre en un largo, interminable orgasmo. Me puse de pie, agarrándola por la cintura y levantándola sobre la cama. Ella se recostó, con el pecho agitado, sus ojos fijos en los míos. Me posicioné entre sus piernas, guiando mi pene hacia su entrada. Lentamente, centímetro a centímetro, empujé dentro de ella, sintiendo su calor envolviéndome.
 
Jadeó, sus uñas clavándose en mi espalda. —Oh, Dios —gimió, envolviendo sus piernas alrededor de mi cintura. Empecé a moverme, marcando un ritmo constante que pronto nos hizo a los dos jadear. Sus gemidos se hicieron más fuertes, sus caderas se encontraron con las mías, embestida tras embestida.
 
“Eres increíble,” susurré, aumentando el ritmo mientras ella se movía debajo de mí, buscando más, siempre más. Sus gemidos se convirtieron en gritos, sus manos agarrando las sábanas, sus pies moviéndose desde mi espalda, mis nalgas hasta mis piernas.
 
Finalmente, nos dio la vuelta, se sentó a horcajadas sobre mí y tomó el control. Me montó con desenfreno, su cuerpo se movía de maneras que me volvían loco. Agarré sus caderas, ayudándola a frotarse contra mí. “Voy a acabar,” anunció, su voz llena de urgencia. Yo también estaba cerca, pero esperé, sosteniendo su mirada hasta que su cuerpo se arqueó, convulsionando con el segundo orgasmo de la noche. Solo entonces me permití eyacular, llenándola con todo lo que tenía.
 
Nos quedamos allí, juntos, respirando pesadamente, nuestros cuerpos entrelazados. Ella descansó su cabeza en mi pecho, sus dedos trazando círculos en mi piel. “Estuvo… delicioso,” murmuró, su voz soñolienta.
 
La habitación estaba en silencio, solo el sonido de nuestra respiración agitada llenaba el aire. Ella seguía acostada sobre mí, su cabeza apoyada en mi pecho, mientras yo jugueteaba con su cabello, enredándolo suavemente entre mis dedos. ¿Qué acababa de pasar? Era una pregunta que flotaba en mi mente, pero no la verbalicé. No quería arruinar el momento.
 
Ella se movió un poco, levantando la cabeza para mirarme. Sus ojos todavía tenían ese brillo de pasión, pero ahora había algo más… curiosidad, quizás. “Nunca imaginé que esto pasaría,” susurró, su voz apenas audible.
 
Yo asentí lentamente, sintiendo cómo su cuerpo se ajustaba contra el mío. “Tampoco. Pero no me arrepiento.”
 
Ella sonrió, una sonrisa traviesa que iluminó su rostro. “Yo tampoco.” Bajó la cabeza nuevamente, pero esta vez sus labios encontraron mi piel, besándome suavemente en el pecho. Cada toque de sus labios era electricidad, despertando algo dentro de mí que pensé que ya había quedado satisfecho.
 
Mis manos comenzaron a explorar su espalda, trazando líneas invisibles desde sus hombros hasta su cintura. Su piel era suave, cálida, y respondía a cada caricia con un ligero temblor. “Sigues temblando,” murmuré, llevando mis manos hasta su trasero, apretándolo suavemente.
 
Ella rio, un sonido bajo y sensual. “Es tu culpa. Por hacerme sentir tantas cosas.” Se separó un poco, sentándose sobre mis muslos, dejando que mis manos siguieran disfrutando de sus curvas. Me miró directamente a los ojos, y hubo un momento de conexión intensa antes de que ella bajara la mano hacia mi abdomen, sus dedos trazando círculos pequeños que hicieron que mi cuerpo reaccionara instantáneamente.
 
“Todavía te tengo…” dijo con picardía, su mano deslizándose hacia abajo, agarrando mi erección con firmeza. Un gemido escapó de mis labios, y ella sonrió, sabiendo exactamente el efecto que tenía sobre mí.
 
Su movimiento fue lento al principio, casi tortuoso, mientras me masturbaba con habilidad. Sus ojos no se apartaban de los míos, y podía ver la lujuria reflejada en ellos. “Me encanta ver cómo reaccionas a mi tacto,”susurró, inclinándose hacia adelante para besarme de nuevo. Este beso fue más profundo, más urgente, nuestras lenguas entrelazándose en un baile familiar pero siempre excitante.
 
Mis manos encontraron sus senos, amasándolos suavemente mientras ella continuaba su ritmo lento pero implacable. “No puedo creer lo bien que se siente tenerte así,” murmuré entre besos, sintiendo cómo su cuerpo respondía a mis palabras.
 
Ella se detuvo por un momento, soltándome para colocarse sobre mí, sus piernas a ambos lados de mi cuerpo. “Entonces déjame demostrarte cuánto puedo hacerte sentir,” dijo, su voz baja pero llena de promesa. Lentamente, se deslizó hacia abajo, sus labios rozando mi piel a medida que avanzaba.
 
Cuando llegó a mi miembro, lo miró por un momento, como si estuviera admirando su presa. Luego, sin previo aviso, envolvió su boca alrededor de mí, succionando con una intensidad que me hizo arquear la espalda. “Dios…” gruñí, mis manos agarrando las sábanas con fuerza.
 
Ella no se detuvo. Usó su lengua con habilidad, lamiendo y chupando, alternando entre movimientos rápidos y lentos. Mis gemidos llenaron la habitación, y ella parecía disfrutar cada uno de ellos. Cuando finalmente se detuvo, levantó la cabeza para mirarme. “Te gusta, ¿verdad?”
 
“Más de lo que puedes imaginar,” respondí, jadeando.
 
Con una sonrisa traviesa, ella volvió a su posición sobre mí, guiando mi miembro hacia su entrada. Nos miramos fijamente mientras ella descendía lentamente, permitiendo que yo la llenara completamente. Un gemido profundo escapó de sus labios, y cerró los ojos por un momento, disfrutando de la sensación.
 
“Está tan… duro,” murmuró, empezando a mover sus caderas en un ritmo lento pero constante. Sentía cada centímetro de su interior, cada contracción de sus músculos mientras se ajustaba a mi tamaño.
 
Mis manos encontraron sus caderas, guiándola suavemente mientras aumentaba el ritmo. “Eres increíble,”dije, mirando cómo su cuerpo se movía sobre el mío, cómo sus pechos rebotaban con cada embestida. Ella se inclinó hacia adelante, apoyándose en mis hombros para impulsarse con más fuerza. Nuestros cuerpos chocaban con un sonido húmedo, y el calor entre nosotros era insoportable. “Más fuerte,” susurró, su voz llena de necesidad.
 
Obedeciendo sus deseos, aceleré el ritmo, empujándola más profundamente con cada movimiento. Sus gemidos se hicieron más fuertes, más urgentes, y su cuerpo comenzó a tensarse. “Voy a acabar de nuevo,”anunció, su respiración entrecortada.
 
“hazlo conmigo,” le pedí, sintiendo cómo mi propio orgasmo se acercaba rápidamente. Ella convulsionó, su cuerpo sacudido por el placer, y eso fue suficiente para enviarme por encima de las nubes también. Con un último empujón, nos entregamos al éxtasis juntos.
 
La abracé más fuerte, sintiendo cómo nuestro sudor se mezclaba. La noche había sido inesperada, pero no podía negar lo increíble que había sido. Y aunque no sabía qué significaba todo esto para nuestra amistad, en ese momento, solo quería disfrutar de la sensación de tenerla en mis brazos.
 
Me quedé inmóvil un momento mientras recuperaba el aliento. Pero no habíamos terminado. Todavía no.
 
La acosté boca abajo, me monté sobre ella y la penetré nuevamente. Sus gemidos se ahogaron con una almohada que ella mordía mientras la sometía con mi peso y la penetraba con fuerza y profundidad. Escuchaba sus gritos de placer y el sonido de su humedad que en cada embestida mostraba cuan excitada estaba. Me apoyé en sus hombros para impulsarme y lograr mayor profundidad con mi miembro hasta sentir como se tensaba nuevamente, sus manos aruñando las sábanas y un gemido opacado en la almohada para convulsionarse en un intenso orgasmo que apretó tanto mi pene que no pude contenerme más, dándome apenas tiempo de salir y correrme de manera abundante sobre sus nalgas. 
 
Ella quedó desplomada sobre la cama, agotada y temblorosa. Me acosté a su lado, atrayéndola hacia mis brazos.
 
—Eso fue… increíble —murmuró, su voz apenas audible.
 
Le di un beso, disfrutando del resplandor que me dejó. Pero en el fondo, sabía que no era algo que había pasado solo una vez. Algo había cambiado entre nosotros y no había vuelta atrás.
Ella se movió un poco, levantando la cabeza para mirarme. “¿Y ahora qué?” preguntó, su voz llena de incertidumbre pero también de curiosidad.
 
Yo la miré, sintiendo cómo mi corazón latía más rápido. “No lo sé,” admití, acariciando su mejilla suavemente. “Pero sea lo que sea, quiero descubrirlo contigo.”
 
Ella sonrió, una sonrisa tierna que iluminó su rostro. “Yo también.” Se inclinó hacia adelante, sellando con un beso nuestro pacto…

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