El olor de la bombacha de mí vecinita

La situación me estaba volviendo loco. No podía sacarme a mi vecinita de la cabeza. Irían unos cuarenta días desde que había empezado la cuarentena y los últimos 15 los había pasado obsesionado cada vez más con ella. Desde el día en que ví sus bombachas colgadas al sol y la descubrí… el impacto que me generó… el deseo de poder acariciar su piel, sentir su aroma, apretar y lamer sus jóvenes pechos. La imaginaba constantemente. La imaginaba desfilando para mí, mostrándome sus bombachitas. La imaginaba cada vez que me cogía a Andrea, mi mujer. Y si bien la situación me daba un poco de culpa también tengo que admitir que al estar constantemente excitado la embestía a Andrea con una pasión que hacía tiempo no se daba. Y ella disfrutaba cada encuentro agradecida. De todas maneras, por momentos la situación rozaba lo enfermizo: Si se la metía a mi mujer me auto preguntaba ¿cómo se sentiría penetrar a mí vecina? Cuando le lamía los pechos imaginaba cómo se sentirían esos pechos turgentes ¿Cómo serían esos pezones? Si le chupaba la concha me preguntaba ¿Cómo la tendrá? ¿Se afeitará toda o se dejará algo de pelo? ¿Qué sabor tendrá? ¿Será tan dulce y suave como la de mi mujer? Y cuando le hacia el orto era cuando más loco me ponía porque me imaginaba esa hermosa cola virgen o casi virgen ¿cómo gemiría? ¿qué caras pondría al acabar? Más de una vez en estas últimas semanas acabé al hacerme alguna de éstas preguntas. No sabía todavía que poco faltaba para que algunas de ellas tuvieran respuesta.
 Les conté antes que desde la parte más alta de mi casa yo tenía la visión de su terraza: el lavadero, parte de la cocina y una ventana que daba a un ambiente interior. Al principio no pude saber si era un living o una habitación. Con el tiempo lo descubrí: era su habitación. Me pasaba cada momento libre que se me presentaba espiándola. Primero no ví gran cosa pero al pasar los días tuve mi recompensa. Una noche tuve un fugaz vistazo de su cuerpo desnudo. La encontré justo cuando salía de darse un baño. Cubierto el cuerpo con una toalla, de pronto se acerca a la ventana, se lo saca y cierra las cortinas. Fueron dos segundos, pero la foto mental que le saqué, les juro que fue en HD. La ví de frente y pude ver que usaba el pubis afeitado excepto por una línea vertical de pelo que continuaba con su raja. Y los pechos… hermosos. Me costaba creer que por el tamaño que tenían se pudieran mantener tan erguidos. Pude ver el brillo, que, en el pecho izquierdo, a cada lado del pezón, le daba un piercing que tenía. Como me había parecido la primera vez que la ví. Después no pude ver casi nada más, La cortina había quedado cerrada, ocultando todo lo que ocurría adentro. Quedaba solo un pequeño espacio de luz por el cual, por momentos, podía notar que ella pasaba aún desnuda, pero ya no podía verla. La exasperación que sentí en ese momento pocas veces la sentí en mi vida. Quería verla entera, tocarla, comerla. 
 Esa noche me desquité con mi mujer. La cogí fuerte, con la pija desesperada. La guacha disfrutó como nunca igual. “¡Como estás últimamente!”, me dijo. “Debe ser la cuarentena” le respondí. 
 La frutilla del postre fue un jueves por la noche. Habíamos cenado ya y mi mujer tenía que corregir como setenta trabajos de sus alumnos, así que se había encerrado en el baño de la habitación porque decía que así se concentraba mejor. Se ponía algo de música y pedía que no la interrumpieran. Yo había pensado en ver tranqui una peli. Los chicos encerrados en su habitación con la Play. Pero me decidí por darme una vueltita por la terraza a ver que se podía pispear.
 Y valió la pena.
 Hacía un frio de cagarse. Había viento, se acercaba una tormenta. Y yo estaba ahí afuera, sin abrigo porque la idea era pasarme un momento, mirarla un rato y bajar. Pero una vez ahí, aunque al principio no pasaba nada, me decía “dos minutos más y si no pasa nada me voy”. A los dos minutos me decía: “bueno, dos más…” y así. Habré estado casi media hora. Lo que pasa es que ella tenía la ventana despejada y se podía ver la habitación a pleno. Yo la había visto entrar al baño y supuse que se estaba bañando o algo y esperaba verla aunque sea un poco más antes de que se acostara. 
 Sería ya medianoche cuando ella salió del baño. Estaba hermosa: llevaba puesta solamente una remerita corta y sin mangas de color blanca y una bombacha rosa con un dibujito rojo al frente (no llegaba a distinguir que era) y que por detrás se le metía en la cola de una manera que me generaba una envidia (quien pudiera ser ese pedacito de tela). Se me hacía agua la boca. 
 Supuse en ese momento que la cosa no iba a durar mucho más, en cualquier momento ella correría las cortinas o apagaría la luz y entonces yo me iría a dormir.
 ¡Qué equivocado que estaba!
 En ese momento ya ni me acordaba del frío que hacía. Podría decir que mi ser era solo un par de ojos que la observaban a ella y nada más.
 Ella se miró un rato a un espejo largo, parada de frente a él. Se miraba un costado, después el otro (¡qué manjar, por dios!). Se acomodó un poco la ropa (yo estaba hipnotizado). Se calzó bien calada la bombacha (mi pija presionaba fuerte abajo del pantalón). Después se miró un rato a la cara, se sonreía, se hacía muecas (yo me moría de ternura y de calentura…). Al final agarro una notebook que tenía enchufada en la mesita de luz y se recostó en la cama. Me imaginé que iba a mirar una peli o algo así que pensé “listo, me voy a dormir”, en definitiva, esa imagen de ella mirándose a sí misma en el espejo con esa tanguita rosada valía para varias fantasías.
 Pero la cosa no terminaba ahí, al contrario, recién empezaba. Estaba a punto de bajar, pero algo me retenía. A pesar del frio y el viento, que por momentos casi me empujaba, yo estaba ahí, duro. Duro de la calentura. Enseguida me di cuenta que mi vecinita no estaba mirando ninguna película. Se la veía frente a la pantalla gesticulando y moviéndose, estaba hablando con alguien. Y por la sonrisa que hacía y las caritas que ponía era alguien a quien quería seducir. Se acariciaba el pelo, la cara. Sacaba un poquito la lengua al sonreír. Se mordía los labios con los ojos entrecerrados. Y entonces empezó lo mejor: de pronto se puso seria, las mejillas se le enrojecieron y ahí empezó el show. 
 Arrancó contorneando su cuerpo con las palmas de la mano, acariciando sus pechos por encima de la remera. Después se levantó un poco la tela, dejando uno de los pechos al aire, el izquierdo, el que tenía el percing. Y se lo acarició, suave primero, fuerte después. Se lo apretó en un movimiento hacia el pezón al que terminó estirando y retorciendo un poco. ¡Por favor, piedad! La calentura que tenía en ese momento no tiene nombre. ¡Que suertudo ese novio que se comería este caramelo! Aunque en días de cuarentena se tuviera que conformar con mirarla por camarita. En este caso el afortunado era yo que tenía el espectáculo en vivo, para mí, ahí a pocos metros de distancia.
 Después de levantarse la remera y liberar ambos pechos, se acomodó bien en la cama, recostándose en el respaldar de la cama y abriendo sus piernas, dejando a la vista lo que ahora distinguía como un corazón rojo dibujado en su bombachita y que apuntaba directamente a su sexo. Con suavidad llevó su mano hacia ese corazón y empezó a mimarlo, despacito. Así estuvo un momento hasta que por debajo de ese corazón se empezó a formar una aureola de humedad. En ese momento tuve que darme una palmada en la cara. ¡Que ganas de beber ese néctar! Sin darme cuenta ya había liberado mi pija, que completamente engrosada latía fuerte, como dando descargas eléctricas. Y entonces ella se corrió la tanga hacia un costado, mostrándola bien a la camarita (y a mí) y de abajo de una almohada saco un juguete que tenía ahí esperándola. ¡Que pícara! Una poronga gorda y bastante larga, que se notó que encendió enseguida porque se distinguía la vibración. Se escupió la mano y embadurnó esa pija de goma, como pajeándola. Le hablaba a la cámara, algo decía y después se apoyó la punta de esa verga en la concha y de a poco se la fue metiendo. El juego que hizo fue hermoso, muy de a poco. Metiendo un poquito, sacando un poquito, metiendo un poquito más. Con la otra mano alternaba entre acariciarse la comisura de la vulva, el clítoris y por momentos se apretaba los pezones. Pero lo más bello era su cara. ¡Como gozaba! Cómo manejaba su excitación. La ví llevarse al extremo hasta acabar. La ví convulsionarse de placer. No pude contener mi eyaculación. La situación me estimuló como nunca. 
 A los pocos segundos ella saludó a su notebook, se dió media vuelta en la cama y apagó la luz. Yo me quedé parado. Ahí. Al viento. Sudando de calentura. Me sentí también un pendejo. Un adolescente. Como en las épocas en las que me hacia una paja viendo una porno en video. El pensamiento me hizo reír. También me sentía un poco culpable. Como si lo que pasó hubiera estado mal. O como si hubiera engañado a Andrea. La verdad es que no era un engaño. Pero cuantas ganas tenía de disfrutar de mi vecinita.
 Cuando bajé, mi mujer ya se había acostado y dormía. Yo también me acosté, pero una idea que se me pasó por la cabeza no me dejó pegar un ojo en casi toda la noche. Por mi mente pasaban imágenes: una mano acariciando, los pezones erectos, la bombachita mojada, la cara de ella llegando al orgasmo, el corazón rojo latiendo… Y ahí fue cuando la idea se me vino a la mente: tenía que oler esa bombacha. La idea no era imposible. El lavadero de ella quedaba al otro lado de una pared que era apenas más alta que yo. Solo tenía que esperar a que ella no estuviera y saltarla. El canasto de la ropa lo tenía ya ubicado. Uy cómo me cebé con esa idea. Al día de hoy no me arrepiento de lo que pasó después.
 Ese mismo viernes desde que me levanté me puse en guardia esperando el momento oportuno. Y todo se dio a eso del mediodía. Escuché ruidos desde el balcón interno escuché ruidos al otro lado del patio y cuando llegué a la terraza pude ver a mi vecina con un changuito en mano saliendo del patio. Eso significaba que estaba yendo a abastecerse. Pensaba comprar bastante si salía con el changuito, pensé. Fuera a donde fuera desde mi casa los almacenes más cercanos estaban a 5 o más cuadras, así que tenía una media hora por lo menos de tranquilidad para accionar. El corazón me latía fuerte. Mi mujer abajo en medio de una clase, los chicos en su habitación teniendo sus clases o jugando a la play. La oportunidad no podía ser mejor. Bajé al balcón, arrimé una silla a la pared y trepé para el otro lado. Salté fácil. Después despacito, mirando para todos lados, me fui acercando al canasto de la ropa. Levanto la tapa y ahí, arriba de todo, esperándome, estaba la tanguita rosa. Con el corazón hacia arriba y un manchón, que todavía se notaba húmedo. Estaba agitado, nervioso. Me sentía como haciendo algo indebido, corriendo un gran peligro. Pero también alegre. Excitado. 
 Agarre la bombachita con mis manos. Les juro que todavía se sentía tibia y húmeda. La acerqué a mi nariz y la olí. Aspiré fuerte una, dos veces. El olor empezó a sentirse a partir de la tercera aspiración. Era un deleite. Era una fragancia increíble. La imagen de ella la noche anterior mojándola mientras yo la miraba sin que ella me viera. Ahora sintiendo el sabor de su excitación. La fragancia de su interior. Me sentía un espía. No pude evitar apoyar mi lengua en la tela, buscando las partes más manchadas y saborearlas. Estaba extasiado al punto de haber perdido la noción del tiempo. Cuando me percaté ya se escuchaban ruidos desde adentro del departamento. El corazón se me paró. ¿Qué estaba haciendo? Podía ir en cana si me encontraban. Sin pensarlo metí la bombacha en mi bolsillo y a la carrera (o como pude ya que estaba muy al palo) trepé la pared, no sé cómo, y llegué al otro lado sin ser visto. 
 Me senté en el piso a reponerme. Respiraba agitado. Al otro lado escuché a mi vecina acomodando sus cosas y cantando alegremente. ¡Que peligro! La concha de la lora. Safé.
 Me salvé. Eso pensaba. Estaba nervioso. Necesitaba salir un rato. Era pasado el mediodía. Me organicé y le dije a mi mujer que me encargaba de hacer las compras de la semana, que iba a comer algo al paso por ahí y salí. ¿Qué estaba haciendo? ¿Estaba actuando como un imbécil, un enfermo? ¿Qué opinan ustedes? Nunca me hubiera imaginado que pudiera hacer lo que hice. Todavía me latía fuerte el corazón. Pasé la tarde afuera. Me fui con el auto a un supermercado de esos grandes para perder más tiempo. En ese momento todavía te paraban en la calle si andabas sin permiso. 
 Pasaron las horas y cuando me sentí más tranquilo decidí volver. Y fue ahí cuando me acordé que me había metido la tanga en el bolsillo antes de escapar de la casa de mi vecina. Menos mal pensé, tenía que descartarla antes de llegar a casa porque si mi mujer me la encontraba ¿cómo carajo le explicaba? Igual quería darle una última olida de despedida. Y entonces vino lo peor. Revisé todos los bolsillos y nada. ¡No la tenía! Di vuelta todo en el auto y nada. No apareció. Ahí empecé a ponerme nervioso en serio. ¿Qué carajo había pasado? ¿Dónde la había perdido? Traté de tranquilizarme, después de todo se me pudo haber caído en la calle. O por ahí se me había caído en la terraza de mi vecina, antes de saltar. Pero eso sería sospechoso. La ropa no se sale sola del canasto y anda por ahí, al menos no una sola prenda. ¿Qué hago? Me preguntaba. ¿Estaba seguro de haberla agarrado? Ahora dudaba de todo. ¿Y si se me había caído en el balcón del lado de casa? ¡Ay, por favor! Mi mujer la podría haber encontrado… Sea como sea tenía que ir a casa y enfrentar la situación. Con un poco de suerte nadie la había visto y la podría encontrar primero. 
 Estacioné el coche en la puerta y al entrar a casa con las bolsas en la mano, escuché la voz de mí mujer, que, desde arriba, en la habitación, hablaba con alguien. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién pudo venir a casa en plena cuarentena? 
 Me pongo a acomodar y desinfectar la compra y la escucho a Andrea que me dice: “¿Amor, estas abajo? Tenemos visitas. Mirá quién vino. Y empezaron a bajar la escalera. Me quería matar. Era mi mujer y ¡mi vecina! Me imaginé lo peor. 
-¿La conoces?- Me dice Andrea-. Ella es Zoe, la vecina del otro lado de la casa. 
Yo no sabía que cara poner. Tragué saliva.
-Parece que el fuerte viento de anoche le voló algo de ropa que vino a parar a nuestro balcón y tuvo que violar la cuarentena para poder recuperarla, pobre. Ja, ja, ja.
- Hola señor, mucho gusto-. Me dice Zoe, regalándome una bella sonrisa. – Espero que no se enoje por haber tenido que entrar en su casa en plena cuarentena-. Dijo eso y ¿me guiñó un ojo? – En fin, no los molesto más. Está noche todavía tengo que bañarme y después tengo muchas cosas que hacer-. Y ahí sí me guiño un ojo a la vez que me mostraba, sin que mi mujer pudiera verla, la bombachita rosa, con el corazón rojo, que tenía escondida en sus hermosas manos…

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11 comentários - El olor de la bombacha de mí vecinita

Huffffff tremenda historia mi dios
Gracias loco. Fíjate que esta historia sigue. Igual ya escribí algunas cosas antes por si te interesa curiosear.
Te volaste con la historia a esperar la continuación campeón
Debe ser la cuarentena...
genial !+10 x las 2
Gracias! Te invito a leer mis otros relatos
Excelente....uff...como quedo eso!!!!. Espero la continuacion...van 10pts
No te das una idea. Ya vamos más de cien días de la cuarentena y eso paso a los cuarenta...
👌👌👌 muy bueno esta 2 parte...saludos
Gracias. Esta semana sigo contando.
excelente relato... merecidos puntos...me encanta las tangas
Gracias. Sigue acá la historia.

https://m.poringa.net/posts/relatos/3717894/El-sabor-de-la-bombacha-de-mi-vecina.html

Y esta semana continúa.
Tenes que sacar un libro con relatos, fijo vas a vender bien
Se agradece el elogio. Por ahora sigo generando material gratis por acá.
5contar +1
Buenísimo, me encantó. Muchas sensaciones. Es como un triller porno este relato, me divirtió muchisimo!!
Jajaja, tal cual. Quería ponerle algo de emoción a la cuarentena en ese momento.