Mi suegra me sorprendió...

Vivía un momento álgido profesionalmente que me había obligado a sacrificar parte de mi vida privada hasta el punto de romper la relación con Marta, mi novia de 4 años, por no ser capaz de reducir mi ritmo laboral.

Más tarde me confesó que su reacción se debió un poco al rechazo que le produjo su padre, socio de un despacho de abogados que abandonó siguiendo los efluvios de una jovencita de treinta años que vivía en Sevilla, poniendo fin a 30 años de matrimonio. Perdí totalmente el contacto con él, haciéndole responsable parcialmente de mi ruptura.

Mi suegra en cambio, estuvo a mi lado en todo momento, tanto cuando era un yerno ejemplar, como al dejar de ser yerno. Siempre la había admirado por su clase y elegancia y me dolió verla jodida cuando se produjo la separación.

Después de habernos separado, Marta me llamó un día para que tratara de ayudarla. Siempre había trabajado como decoradora pero mientras estuvo casada, proyectaba para amistades, desde su casa sin gastos fijos. En su nueva situación matrimonial, sin el colchón económico de su pareja, debía ingresar más por lo que abrió un estudio con una auxiliar-secretaria y se veía obligada a hacer labor comercial para conseguir trabajos.

Cuando supe que un cliente, que era miembro de un grupo de restauración, necesitaba un proyecto de decoración para uno de los nuevos restaurantes que iba a abrir en los bajos de un edificio que yo diseñé, no dudé en hablarles de Elena. Recibí las especificaciones de lo que querían hacer y la llamé con cierto entusiasmo para ofrecérselo.

Tras ponerla al corriente de lo que querían los clientes le recomendé que se informara de los últimos trabajos en temas de restauración. Su experiencia se basaba más en residencia particular, algunas oficinas y un par de clínicas.

En unos días me hizo llegar un boceto que me sorprendió por lo atrevido y elegante.

—Es precioso —le dije por teléfono, nada más saludarnos.

—Me alegro que te guste, le he dedicado mucho tiempo.

Quedamos en que se pasara al día siguiente por mi estudio y concretaríamos algunos detalles.

Después de varios meses sin vernos, ambos nos quedamos sorprendidos al encontrarnos. Ella siempre había destacado por su enorme estilo, muy superior al de su hija que solo la ganaba en juventud y descaro.

—¡Te veo estupendo Javier! Has adelgazado ¿no? —me saludó a la vez que me daba dos besos mucho más naturales que los que siempre nos habíamos dado.

—Gracias ex suegra —no había ninguna consideración negativa en el término—. Y hablando de estupendo, tú pareces la hermana de Marta.

Mostraba un nuevo peinado, con el pelo a media espalda. Su nariz algo marcada, le confería personalidad como le sucedía a Barbara Streissand. Sabía por su hija de sus visitas a la consulta de un médico estético, de los que mejoran el aspecto sin dejar huella del paso de sus manos.

—A mi edad los cambios son leves, solo destacan para empeorar

Su estilismo era profesional pero un punto atrevido. Traje príncipe de gales camisa blanca clásica sin cuello, con tres botones abiertos, mostrando un insinuante escote. La chaqueta, abierta, le caía por debajo de los bolsillos del pantalón, ajustado en su cintura, con un fino cinturón de cuero marrón a juego con su bolso. Unos zapatos de diseño, tacón alto, como ella solía llevar para elevar su 1,60.

—Quería darte las gracias por tu confianza. Te interesas más por mí que mi ex incluso que mi propia hija.

—Siempre te portaste muy bien conmigo. Vamos a ver cómo puedes ganar este proyecto. El cliente me aprecian pero desgraciadamente la decisión no es mía, ni siquiera solo suya.

Sacó del bolso una tablet para apoyarse en la explicación de su proyecto. Había preparado un dossier de materiales y proveedores que le permitía interactuar con el proyecto y efectuar cambios según se lo requiriera el cliente. Yo me sentí impresionado con las imágenes recreadas con rendering que permitían visualizar el resultado final.

—Está genial Elena. Me impresiona como te has actualizado en tecnología.

—Aproveché un curso que impartía el Colegio de Decoradores.

Matizamos algunos detalles y quedamos con los clientes en uno de los restaurantes del grupo, una cadena de sitios de moda en Madrid. La cité media hora antes que a los clientes.

Cuando entré al local, percibí las miradas de todos los hombres fijas en una única dirección. Sentada en uno de los taburetes altos de la barra, sola, Elena se me había adelantado. Sin poder decir que estuviera coqueteando con el público, su cruce de piernas, la forma de desplazar el pelo de su cara con un leve gesto, esa mirada al horizonte sin detenerse en nadie le daban un estilo muy sofisticado Aunque estaba acostumbrado a la elegancia habitual de mi suegra, en ese momento me parecía sencillamente majestuosa. Se había vestido con una falda azul marino de cuero por encima de sus rodillas, con una chaquetita vaquera, bajo la cual mostraba una camiseta blanca de Dior. Unas botas altas, del mismo cuero de la mini falda, y tacón de su nivel, de diez. Totalmente diferente a su forma de vestir cuando fue a mi estudio. Si acaso, un estilo algo joven para su edad, que aunque ocultaba, yo sabía que eran cincuenta y cinco.

—No sé que me gusta más si el proyecto o la decoradora —la halagué.

—En mi sector, el decorador es parte del proyecto. Si no les gusto yo, no les gustará lo que haga.

Cuando nos levantamos para ir a la mesa reservada, apareció un conocido que llevó la conversación a Andrés, mi suegro, tratando de convencerla de que volviera con él. Le comentó que había dejado a aquella chica y había regresado a Madrid.

—Ya se ha cansado de Sevilla —respondió ella.

—Mujer, fue un error, ya está arrepentido.

—Claro cuando ella le pidió que cumpliera y no se le levantó —dijo con tanta energía que provocó la risa de los dos—. Dile que me va muy bien y que estoy rodeada de gente que me quiere —me miró orgullosa.

Teníamos reservada mesa en la planta superior, desde la que se divisaba la planta baja. Cuando nos sentamos, continuó.

—El gilipoyas no percibió que conmigo cuando tenía un gatillazo se lo resolvía con paciencia y cariño. Lo que esa chica no sabrá hacer.

Me reí a carcajadas porque nunca había caído en ese detalle. El cariño de tu pareja es el mejor remedio contra la disfunción eréctil. Debía aprovechar mi energía hasta que mi herramienta empezara a fallar y tener preparada pareja para entonces.

—Le has dado un buen corte a ese señor.

—Me da rabia que la gente quiera decidir lo que es mejor para mí. ¡Ya tengo 50 años!

—Será porque aparentas 22 y creen que necesitas su consejo —comenté para relajarla. Al oído le dije—. Puedes quitarte los años que quieras pero recuerda con quién los dices.

—Vale cabrito. Pero nunca me desmientas en público.

Inmediatamente apareció mi cliente, Andrés, un rico empresario con intereses en varios sectores, acompañado de dos de sus socios en el negocio de hostelería, que estaban formando un grupo cada vez más conocido.

Tras un breve intercambio de saludos protocolarios y comentarios sobre el restaurante, pasamos a evaluar el proyecto. Querían abrir un local que supusiera un hito dentro del parque temático de la restauración en el que se había convertido Madrid. Los locales típicos de siempre, tabernas y restaurantes, bares con azulejos de cerámica en la fachada y vermut de grifo, se habían lanzado a una guerra por la re decoración, donde las pequeñas calles aparecían ahora invadidas de terrazas coquetas y acogedoras.

—Mi idea es proyectar una decoración que suponga una experiencia. En el cada vez más glamuroso mundo de la restauración madrileña, con cada vez más grupos representados, es necesario aportar una idea empresarial innovadora respecto a la de los restaurantes de toda la vida, que acabarán siendo traspasados o cerrados.

Percibí el interés en escucharla. La mezcla de claridad, enfoque y sensualidad la convertían en una comunicadora exitosa.

Uno de los dos socios, un político en decadencia, con conexiones ministeriales, pensaba que los asuntos funcionaban como si todavía estuviera gobernando algo y se mostraba con una actitud prepotente, tirando a maleducada, que provocaba las ganas de responderle. Intercedí un momento para rebajar la tensión aclarando que era una primera toma de contacto y que podrían ver alternativas con su programa de la tablet. Elena también supo manejarlo con mano izquierda, con la aprobación silenciosa del otro socio, mi amigo, bastante más educado, hijo de una familia muy conocida de Madrid. Con las buenas artes de ambos, acabamos de una manera cordial, subiendo un punto más la admiración por mi suegra.

Se despidieron visiblemente satisfechos comprometiéndose a darle una respuesta en breve. Aún quedaban flecos como la evaluación financiera que no estaba cuantificada pero eso significaría haber obtenido el contrato y entrar en una fase de negociación meramente financiera. Tanto la idea sugerida como la vehemencia de ella al exponerlo me confirmaron que había acertado al recomendarla, no la recordaba tan vital, tan comunicativa, ni tan… ¿sensual?

Recordé aquella película «Armas de mujer», en la de Melanie Griffith se presentaba ante Harrison Ford como una mente privilegiada para las finanzas y un cuerpo irrechazable para el pecado. Mi suegra desplegó esa noche una mente brillante para la decoración y un cuerpo excitante para pecar con él.

—Has estado genial. Por un momento, parecía que ese gorila iba a salir de su jaula —le dije admirado de verdad.

—Tú también supiste comportarte. Y no es fácil ante estas personas. ¿Crees que nos hemos ganado una copa? —dijo cogiéndome del brazo y empezando a andar.

Conocía algunos sitios que nos pillaban demasiado retirados para sus preciosos y caros zapatos de tacón, además del riesgo innecesario de pasear a esas horas, con una mujer como ella. Subimos a una terraza de la Gran Vía, situada en la octava planta de un hotel, desde cuyo skyline podía verse la animación de la gran vía nocturna y a lo lejos, las cuatro torres de Madrid.

—Me gusta el sitio, tendré que actualizarme en restaurantes como he hecho con la tecnología.

—Si seguimos colaborando, podré guiarte en alguno. Eres buena alumna, aprendes rápido.

Los gin tonic nos invitaron a seguir abriéndonos como amigos, sin poder evitar nuestro pasado común. Como una amiga me preguntó por Marta. Se sentía culpable por el mal comportamiento de su hija, algo en lo que ella no participó.

—Nuestra separación le afectó —contó mi suegra—. Para ella su padre era Dios y se le cayó al suelo. Pasó de religiosa creyente a agnóstica. Pero sé que te guarda un cariño sincero.

—Ya lo superé, hemos recuperado la amistad. Ahora me encuentro en un momento idóneo, motivado con alicientes nuevos, en lo personal y en lo profesional.

—Espero que me tengas en cuenta para cualquier trabajo de decoración.

—¡Por supuesto! Me has sorprendido profesionalmente. Y personalmente, te veo mucho más decidida y... atractiva.

—Tú estás demostrando que la madurez no es patrimonio de la edad. Valoro la educación y el saber estar. Espero que no me veas una carca si tenemos que compartir alguna salida como esta, puedo ir a una disco si es necesario.

—Pues estamos igual. Aunque no suelo relacionarme con personas de cincuenta —no añadí las unidades—, te veo como una amiga de mi edad, no siento la diferencia —confesé con sinceridad.

—No tengo ningún amigo masculino. Y no me importaría que lo fuéramos.

—Procuraré estar a la altura... —Su silencio me extrañó.

. —¿Me has oído? —repetí.

—Ah Mmm no, estaba distraída —respondió mientras leía un mensaje en su móvil.

—¿Ocurre algo Elena?

—Tu suegro, dice que su amigo me ha encontrado fascinante.

—No le ha mentido.

—Que se joda. Si consigo este proyecto, mi situación económica se habrá resuelto. Y mi parte emocional, se resolverá detrás.

Caminamos hasta el parking. Me gustaba la sensación del aire fresco, acariciándome en la cara, que proporcionaba la noche. La euforia me llevó a echar mi brazo por su hombro, gesto al que respondió sonriéndome y rodeando mi cintura con el suyo. Disfruté de la sensación de ver las miradas de los transeúntes que encontrábamos a nuestro paso, sorprendidos ante la escena de una madura mujer majestuosa abrazada a una joven pareja.

El trayecto en coche se pasó volando, riéndonos como dos colegas que se conocieran de toda la vida. Al despedirnos, nos dimos los dos besos protocolarios en cada mejilla.

—Una reunión productiva —añadió con una mirada cuyo significado no entendí—. Gracias por la copa, ha sido muy agradable.

—El paseo también.

Al verla caminar durante el corto camino hasta la puerta, me dejó pensando que donde cojones había estado yo para no darme cuenta antes de lo increíblemente sensual que era la madre de Marta.

Nos llamamos al día siguiente para confirmar todo lo que nos habíamos dicho. Me ofrecí a salir cuando quisiera, al cine o a tomar algo.

Al día siguiente recibí la llamada de los clientes, confirmando que le concedían el proyecto a Elena. Deberían reunirse para concretar plazos, importes, etc.

Cuando la llamé, ya sabía el resultado. El socio maleducado, Alvaro, la había llamado.

—Me ha invitado a una fiesta que organiza uno de los socios del grupo y que me quiere presentar. Lo voy a pasar mal.

—¿No te apetece ir?

—La fiesta no me importa, pero Alvaro es un pesado y no me apetece aguantarlo.

—Pues ve con pareja.

—Claro. Pondré un anuncio, se busca pareja....—de repente cambió el tono—. ¿Por qué no me acompañas tú?

—Quieres que responda a tu anuncio? Joven arquitecto con buena presencia y educación refinada se ofrece de acompañante de dama elegante.

—Déjate de bromas. Anda por favor, acompáñame.... Me dijiste que había sido una suegra ejemplar...

—El caso es que no veo rastro de mi ex suegra en ti. Te veo más joven, más vital...¡Vale! Quedamos en que íbamos a ser amigos...

Comenzó a reír sola. Al preguntarle de qué se reía, se explicó.

—Estoy imaginando la cara de Alvaro cuando me vea aparecer contigo de pareja. ¡Podemos dar la nota!

—¿Qué se jodan! Y si la fiesta es aburrida nos marchamos pronto a tomar una copa como el otro día.

Me arreglé especialmente para esa cena dado que iba a ser de invitados de altura, algunos de los cuales eran clientes del estudio.

Poco antes de recogerla, la avisé de que llegaría en quince minutos. Encontré la puerta del chalet medio abierta. Entré llamándola en voz alta y desde su dormitorio me gritó que me sirviera algo que saldría enseguida.

En unos minutos apareció en el salón, con su melena rubia a mechas, con algunos rizos, bellísima.

—Verás, estoy dudando entre dos vestidos. Este y otro que me gusta más, pero me parece demasiado llamativo, no quiero dar la nota.

—La nota la vas a dar de todos modos, porque vayas como vayas, serás la mujer más hermosa de la fiesta. Muéstrame el otro.

Me cogió de la mano y me llevé a su dormitorio. Sobre la cama se extendía un elegante vestido negro. Entró al baño, y en dos minutos salió con él puesto. Me quedé fascinado, un precioso vestido largo negro, con escote muy bajo, que arrancaba casi desde la ajustada cintura. Dos aberturas laterales mostraban sus piernas al andar. Su elegancia era superlativa, sin poder evitar alguna arruguita que se le formaba en la parte lateral de los ojos. A cambio de esas arruguitas mostraba una sensualidad brutal.

—El vestido es precioso. ¡Déjatelo puesto!

Se engarzó unos pendientes y una cadena oro acabada en una pequeña pero preciosa piedra, y unos zapatos elegantísimos que la elevaban sobre su altura normal Al mirarse al espejo, me preguntó en silencio mi opinión.

—Ahora que estás divorciada, puedo casarme contigo en lugar de con tu hija. Vas a ser la sensación de la fiesta —Tuve que contenerme para no tumbarla sobre la cama y follármela—. No sé donde habías ocultado tanta belleza.

—Ni yo sé donde habías guardado tus halagos. Por cierto, tú también estás muy guapo esta noche.

Se cogió a mi brazo, salimos del dormitorio y nos dirigimos a la fiesta que para mí resultaba un acto social que no frecuentaba. Al llegar, congregó todas las miradas, si bien es verdad que la edad media era mucho más alta y los estilos mucho más clásicos. El evento elegante y distinguido, podría haberle resultado incómodo ella si hubiera aparecido sola. La habría asaltado, en el buen sentido, ese maleducado político que estaba prendado de ella.

Andrés y su señora, nos recibieron cariñosos, presentándonos a otros invitados, compartiendo el grupo con unos amigos franceses que vivían en la zona. Elena me presentaba a quienes no me conocían como su socio en un proyecto conjunto, un joven arquitecto muy brillante, añadía

—Apenas has mentido —reí al oído de Elena—. Dentro de dos o tres reuniones, serás la directora del estudio y mis socios arquitectos y yo, tus empleados.

Tras un rato bebiendo y conversando con todos, Alvaro, el político que la perseguía, casado, con su señora viviendo en Valencia, no se cortaba de asediar a Elena.

—No te alejes, no quiero quedarme sola con él —me pidió cogiéndome del brazo.

—Si quieres nos besamos, para marcar territorio.

—¡Recuerda que solo somos amigos!—rió ante mi ocurrencia—. Con estar cerca vale.

—No conocía que tuvieras tanto éxito.

—Debe haber sido el efecto del divorcio —suspiró de liberación.

—Quizás el capullo de tu ex ha destapado el frasco, pero la esencia estaba ahí.

—Gracias, pinochín.

Alvaro, tan petulante, halagó a la señora de Andrés pero con la poca gracia de hacerlo en presencia de otras señoras.

—Te proclamo reina de la fiesta —le dijo.

Al ver la cara de mi suegra, coqueta como la que más, salí en su auxilio.

—Y tu serías premio a la princesa, Elena —le dije.

—A ver si aprendes a medir las palabras al milímetro en presencia de damas de esta categoría —le sentenció Andrés.

Procuramos socializar con estos grupos. Ella se encontraba atrapada en un grupo en el que ese Alvaro no paraba de insinuarse. Ante un cruce de su mirada, entendí un mensaje de «ven a rescatarme»; me acerqué a ellos riendo y con toda naturalidad, cogí a Alvaro de los hombros en un gesto de camaradería y con dejadez simulando haber bebido de más, comencé a hablarle de los EEUU, de Trump y Biden, republicanos y demócratas, una conversación que seguramente y le aburría pero permitió a Elena desplazarse y poder hablar tranquilamente con otros invitados.

Aprovechando que Andrés se retiró con Alvaro y otros socios a hablar de algún tema, Elena me tomó del brazo y nos dirigimos al jardín, iluminado con apenas la luz emitida por las estrellas.

—Te estás portando de diez. Me encantaría poder darle un escarmiento con su mujer —dijo refiriéndose a Alvaro.

—El escarmiento es que sepa que no puede tener a la mujer más espectacular de la fiesta.

—Eres ideal Javier. ¿Puedo hacerte una pregunta personal?

—Me das miedo, adelante.

—¿Por qué no has vuelto a salir con nadie? —me miró a los ojos.

—No tiene nada que ver con Marta. Digamos que me he dado un tiempo, y solamente hay alguna amiga de paso.

—Vales mucho, pronto aparecerá una mujer más madura que Marta que sabrá apreciarlo.

—¿Como tú de madura? Esta noche, simplemente me pareces una diosa.

—Estoy harta de hombres —dijo resignada. Y mirándome directamente a los ojos, añadió—Mi ex es un don Juan de pacotilla, le encanta seducir. Querría seguir jugando, sin perderme. Ese Alvaro, tonteando conmigo y su mujer en Valencia.

—Es normal en los hombres.

—No en todos. Tú no eres así, me gusta cómo te comportas —dijo mientras me abrazaba.

Le abrí mis brazos, sentí la suave caricia de su piel apretarse contra mí, en un deseo de encontrar refugio, bajo el brillo de la noche incidiendo sobre su rostro. La fina brisa de la noche invitaba a acariciarla más que a abrazarla. Noté al estrecharla, tensarse mis músculos, latir mi sangre y crecer la carne.

Lo ajustado de su vestido impidió a mis manos aventurarse en otras zonas inaccesibles. Decidimos evitar llamar la atención regresando al salón, donde considerando que ya habíamos cumplido y que se habían retirado varios invitados, ante una nueva carga de Alvaro, me propuso discretamente retirarnos.

—Te recuerdo que mañana madrugas para acudir a la ONG en la que colaboras —le dije para justificar su despedida.

Al dirigirnos al coche, seguía radiante, habiendo salido indemne en líneas generales de la reunión.

—Me alegro de que me acompañaras. La mujer de Andrés me ha preguntado con cierta malicia ¡si eras mi amante!

—¿Y qué has contestado? —quise saber su reacción.

—Le he guiñado un ojo —Estaba exultante—. ¡Que piense lo que quiera! —sonrió—. Por cierto, me moría de la risa cuando has contado lo de la ONG.

—Ha sido lo primero que se me ha ocurrido. La noche es preciosa y solo son las 12. ¿Qué te parece si aprovechamos lo arreglada que vas y nos tomamos una copa en algún sitio animado?

—Estoy agotada, si quieres te invito en casa. Necesito quitarme estos tacones y este traje que me tiene encorsetada.

—Encorsetada pero has triunfado.

Imaginaba que me pediría ayuda para quitarse el ajustado vestido, desnudándose delante de mí. Excitado con lo que podía ocurrir, de repente mi ilusión se desinfló. Al llegar a su casa encontramos iluminado el salón y el coche de Marta en la puerta.

—Parece que tengo compañía. ¿Te sigue apeteciendo esa copa? —sonrió sabiendo la respuesta.

—Lo dejamos para otro día. Saludos a tu hija.

—Le diré que he salido con un apuesto joven, sin darle el nombre.

—Me parece bien.

Llegué a casa alterado, por el alcohol bebido durante la fiesta, por el escaso interés que me generaba ahora Marta y que cojones, por las ganas de tirarme a mi suegra. ¿Cómo se puede cambiar tanto?

Me desperté tarde y aproveché para tomar el aperitivo con mi grupo de amigos que había descuidado durante mi relación con Marta. Nos animamos tanto que alargamos el aperitivo sin necesidad de sentarnos a comer. Llegué con cervezas y vinos hasta arriba y caí en los brazos de Morfeo en un sueño reparador. Me desperté de la siesta con el zumbido del móvil.

—Hola Elena —contesté con voz ronca.

—Siento haberte despertado. Te llamo más tarde.

—No, no pasa nada. ¿Cómo te ha ido con tu hija?

—De eso quería hablarte. Pero preferiría hacerlo personalmente.

No tenía plan. Y la noche anterior había sido preciosa. A lo mejor el cartero llamaba dos veces y me concedía otra oportunidad. Aunque mi cabeza no estaba totalmente despejada, no podía dejar pasar la ocasión.

—Te invito a cenar. —Se quedó callada, procesando la invitación—. A no ser que hayas quedado con tu admirado Alvaro —añadí.

Mi comentario destensó la situación. Se rió.

—Después de mi despedida se le habrán quitado las ganas. Vale, cenamos.

—Te recojo a las 9. No hace falta que te arregles como ayer, no podría superar dos días seguidos con una diosa.

Pasé poco antes de las 9. Había cambiado su vestuario, de princesa en traje de noche a vaqueros y polo ceñido que destacaba el precioso pecho.

—¿Eres tú o Marta?

—Soy yo pero si la prefieres a ella puedes llamarla, está un poco chafada.

En el trayecto al restaurante me contó que mi ex novia fue anoche a su casa porque se había enfadado con el chico con el que vivía y buscó refugio. Después de hablar largo rato, la convenció para que hoy fuera a enfrentarse a él y decidir si quería darle una oportunidad o huir como hizo conmigo.

—En realidad nunca supe por qué me dejó.

—Sigue siendo una inmadura, mimada por sus padres de lo que me arrepiento.

—Tendrás que mimarme a mí ahora para compensar.

—Tú no lo necesitas, eres mucho más maduro de lo que nunca creí. Vales más que Marta.

—No es necesario tomar partido. Y aunque ella nunca dejará de ser tu hija yo si dejé de ser tu yerno.

—He perdido un yerno y he ganado un amigo.

—¡Y un socio!

La cena transcurrió agradablemente sintiendo las miradas de algunos comensales a los que sorprendía la diferencia de edad entre nosotros.

—Me alegro de tu invitación, necesitaba salir.

—Pues mientras sigamos solteros, aprovéchate.

—Tomaré nota. ¿Viajar está incluido?

—Pues...depende de adonde.

Me propuso que la acompañara en quince días, a la casa de Marbella que pensaba poner en alquiler.

—Me gustaría que vieras algún arreglo que necesita... y disfrutar unos días en ella antes de perderla.

Pensé que sería una oportunidad de intimar con ella, sin necesidad de forzar. Un fin de semana solos, bajo el mismo techo, podía ser una ocasión única.

La miré a los ojos, no podría negarle nada.

—¿Dos semanas? No sé si podré esperar tanto —reí, desbordado por la situación.

—No seas tonto —se sonrojó—. Eres la única persona que me apoya. Por cierto, ¿sigue en pie la invitación a tomar una copa?

La llevé a un disco pub al que solía ir con amigos, donde había un ambiente muy desenfadado. No se podía decir que éramos la pareja estándar pero tampoco desentonábamos, aportábamos nuestra propia nota de color. El local se encontraba repleto y yo albergaba esa pequeña idea masculina de exhibicionismo de presumir de pareja. Los dos sabíamos a lo que nos exponíamos, al dejarnos ser vistos.

—Me gusta este sitio. La de cosas que me he perdido estos años.

—Podemos hacer una foto y mandársela a Alvaro —le dije.

—O a Marta —me provocó ella.

—¿Le contaste que fui yo quién te llevó a casa?

—Solo comenté que te estás portando muy bien...

Pedimos dos gin tonic, que sumados al vino de la cena y a su falta de costumbre, comenzó a generar en ella un estado divertido y desenfadado. Dándole un trago a su copa, cogió la mía y la suya y los dejó en la mesa.

—Sigue portándote bien y sácame a bailar.

No me dejó opción, me cogió de la mano y en la pista, comenzó a moverse frente a mí, con un estilazo que llamaba la atención. La hice girarse sobre sí, desplazando el pelo de su cabeza, concentrando la atención de los que bailaban en ese momento sin temer ser descubiertos. Estaba radiante.

—Eres la mujer más sensual de la disco.

Al sentarnos, cruzó las piernas, con una postura tremendamente sexy. Me encontré unos amigos, a los que acompañaban tres niñas, una de las cuales había sido un rollete mío. Presenté a Elena como una colaboradora del estudio. Tras saludarnos, me excusé.

—Me alegro de no ser tu suegra —se río—. Antes de que den las doce me habrás negado tres veces.

—No dejas de ser colaboradora. Y si lo prefieres, te presentaré como una amiga.

—¿Te atreverías a presentarme como un ligue? … —me preguntó con un mohín pícaro. Había bebido más de lo normal, pero estaba razonablemente serena y supuse que era una forma de provocarme.

—En absoluto, estaría orgulloso de tener una amiguita como tú.

—Me lo pensaré, ya sabes que Alvaro está muy interesado...

—Ese tío es un capullo.

—¿Celoso? —rió estruendosamente.

—¡Por supuesto! —le seguí el juego.

—Me encuentro genial... Me arrepiento de haber dedicado mis mejores años al capullo de tu suegro —su mención la llevó a entrar en un estado de bajón, típica evolución de quién no está acostumbrado a beber.

—Tus mejores años están por venir —la animé.

—Soy ya mayor. Mi piel no es la de una treinta... —se lamentaba.

—Mira alrededor, no hay ninguna mujer de ninguna edad que te haga sombra.

No podía negar su enorme sensualidad.

—¿Sigues pensando en Marta? No soportaría estar así contigo si aún abrigaras la idea de volver...

—¿Así como?—le pregunté nervioso.

—Pues... tomando una copa, saliendo —se excusó.

—Tonteando...

—¿Qué haces aquí conmigo? Podrías estar con alguna de esas amigas que te han saludado. Seguro que te has tirado a alguna de ellas —quiso provocarme—. La rubia no te quitaba ojo.

Arrastraba un poco las palabras. No debía tener en cuenta lo que dijera. Deseaba traspasar con ella todas las barreras, pero porque ambos lo deseáramos, no porque estuviera bebida.

—Andrea. Salí con ella un par de semanas mucho después de terminar con tu hija. Folla muy bien pero no la cambiaría por...follarte a ti…—me salió sin pensar, al verla tan frágil—. A ninguna de ellas.

—Para, para Javier —respondió riendo sin sentirse molesta. Se iluminó su cara como si hubiera pensado en algo—. Si fuera una de ellas y nos hubiéramos encontrado esta noche sin conocernos… ¿Te habrías fijado en mí? ¿Cómo me entrarías?

—Te miraría buscando cruzarme con tu mirada.

—¿Así? —siguió el juego mirándome provocadora.

—Te sonreiría —le dije a la vez que ella me guiñaba un ojo—. Con tu confirmación, te sacaría a bailar…—le susurré queriendo seguir su juego y llevándola de nuevo a la pista.

Mientras bailábamos, sin soltarla por su inestabilidad, nos acercábamos para decirnos algo, le restregaba mi cara en la suya, la cogía por detrás y la empujaba contra mí. Se la veía cómoda con la situación. Andrea, se nos quedó mirando, extrañada por el cuadro que hacíamos y Elena al verla, echó sus brazos por mi cuello en una posición provocadora.

—¡Que se joda! —dijo riendo—. Esta noche eres mío.

Después de una hora bailando, recuperando ella todos los años sin hacerlo, nos sentamos un rato. Pedí agua para ella, debía conseguir que se le pasara un poco ese estado.

—Lo estoy pasando genial. Necesito pasar página en mi vida.

—Yo también estoy feliz. No pareces tú.

—¿Eso es una crítica o un piropo?

—La intención es que sea un piropo. Quería decir que te veo una mujer tan diferente, tan divertida, tan...

—¿Irresistible? —sonrió provocadora.

—Irresistible, esa era la palabra —confirmé besándola con un piquito.

Reaccionó como si hasta entonces todo hubiera sido parte de un juego. Me miró directamente a los ojos.

—¿Solo eso de irresistible?

—Creo que esto es algo más que tontear...

Me lancé a comerle la boca con toda mi pasión. Jamás me había sentido tan excitado, mi vida estaba entrando en una explosión de sucesos. ¿Hasta dónde se atrevería a llegar?

Ella resolvió mis dudas en la puerta de su casa.

—¿Te apetece entrar?

Puse música mientras ella servía dos copas. Parecía completamente repuesta de los efectos de la bebida. Vino hacia mí, con las dos copas, una en cada mano, siguiendo los movimientos del baile con su cuerpo.

—Qué noche más divertida —susurró—. ¡Hacía tanto que no bailaba!

Sujeté las dos copas, las dejé en la mesa, mientras ella se quitaba sus tacones, y continuaba moviéndose delante de mí al compás de una música que tenía ritmo, sin llegar a ser música disco. Volvió a echarme los brazos al cuello.

—A tu amiga no le gustó que te abrazara así en la disco.

—Ahora ya no tienes que provocar a nadie. Estamos solos.

—El proyecto y tú, me habéis devuelto la confianza —y con enorme dulzura depositó un beso en mis labios...

Cuando intenté que ese beso fuera más apasionado, se separó.

—¡Joder Javier!, no puedo olvidar que eres el marido de Marta. Es como cometer incesto.

Estaba deseando ser follada, solo necesitaba convencerla. Le pedí a Dios que me inspirara.

—¿Sabes que en algunas religiones existen excepciones? Si un hermano deja viuda, el hermano mayor está obligado a desposarla.

—No es nuestro caso —sonrió.

—Depende de la interpretación. Te has quedado viuda civil y eres la madre de mi esposa. Como hijo político me veo obligado a desposarte.

—¡Yo no necesito casarme de nuevo!

—Entonces, solo a follarte —respondí provocando su carcajada.

Destensé la situación acogiéndola entre mis brazos y deslizándome por el salón con ella apretada a mí. El baile se fue haciendo más lento, íbamos estrechándonos más, contorneándose de una manera muy sensual. Miré su cara, la de una señora maravillosa postergada por un abogado cabrón.

Acercó sus labios para que yo la besara, mientras se apretaba a mí, sin prisa por retirar sus labios.

—Si fueras una de esas amigas que hubiera conocido esta noche y me hubieras invitado a tomar una copa en tu casa.... acabaríamos follando —susurré.

—Cuando se enfadó esa amiga tuya en la disco, me sentí vencedora.

Me miró asalvajada. Se quitó el polo que llevaba.

—Imagina que soy una de esas amigas que te ha llevado a casa.

Se despojó de su pantalón, mostrando su precioso pecho y unas braguitas minúsculas por todo textil. La penumbra de la luz que formaba las luces del exterior en el salón la hacían aparecer bellísima.

Se acercó despacio, extendió sus brazos y seguimos bailando con su cuerpo casi desnudo deslizándose por el salón. Mi erección era imponente, deseaba follármela, pero no quería precipitar nada.

Despacio me fue desnudando, tirando cada prenda al sofá. Me ayudó a bajar los pantalones, se agachó a la vez, para saludar a mi polla por fuera del boxer, con todo el mástil desplegado.

Ya estábamos en igualdad de condiciones, nuestros cuerpos ligeros de ropa. Seguimos bailando juntando nuestras caras y bajando nuestras manos para merodear los lugares prohibidos. Al acabar la canción, me dijo.

—¿Te gusto?

—Me vuelves loco. Estoy deseando follarte.

—¿Y a que estás esperando? Amémonos hasta condenarnos —Se quitó su braguita y quedo desnuda del todo, invitándome a avanzar —, pero no dejes de decirme lo que te gusto.

Me gustaba todo de ella. Sus curvas, provocadoras, apetecibles, insinuantes. sus volúmenes, tentadores, atrayentes e incitantes, la desaparición de todo sentimiento de vergüenza o de la fragilidad que su ex le suponía.

Se había rendido al placer. Aposté por ella. Retiré todos los cedas el paso, las direcciones prohibidas y las limitaciones de velocidad. Me decidí a darle libertad a sus demandas de vivir.

La tomé por la cintura, la subí sobre la mesa de comedor y supo que tenía que abrir las piernas y esperar mi empotrada. Comenzamos a acariciarnos y a abrazarnos, yo trataba de mantener el control. Subí mis manos, gemía de placer al acariciarle sus pechos. Me besó por el pecho, por el cuello, le caía el pelo por su cara, estaba liberada, ya había dejado atrás todos los prejuicios.

—Me gustas, me gustas, me gustas...

Sabía que esas palabras eran el lubricante para su mente. La mía revoloteaba excitada y mi sangre hervía al desearla. No podía esperar, ni detenerme en juegos, deseaba echarle el polvo que le tenía reservado.

—Que no se acabe la noche…—Me miró con lascivia y me llevó al dormitorio.

—No podía imaginar que te acabaría follando.

La primavera había polinizado mis fantasías y liberado los sueños con mi suegra que desnuda en la cama, me inundaba con su fragancia haciendo que mi alma exploradora luchara por descubrirla.

Necesité unos minutos de caricias para estar preparado. Cuando mi cuerpo se unió al suyo a través de mi polla como hilo conductor, aumentó la intensidad del placer. Los gemidos no paraban, tanto los míos como los suyos. Alzó sus caderas buscando una penetración más directa. La agarré de la cintura en esa posición para intensificar la penetración. Quería más. Mucho más.

Seguí penetrándola a cámara lenta, sin apenas movernos, tratando de alargar el último momento de compartir nuestros abrazos mientras fuéramos capaces. Los mapas que había trazado en mi mente para explorar su cuerpo firme seguían llenos de lugares inexplorados aventureros y apasionados que mis manos y mis labios aun deseaban descubrir.

Estaba muy cerca del orgasmo, los gemidos ya no eran murmullos se habían tornado en gritos hasta que se corrió y se abandonó a mi suerte.

—Ha sido increíble, durmamos un rato y recupérate. No tenemos que madrugar mañana...

Fue fácil quedarse dormidos. No sé cuánto tiempo lo estuve. Desperté solo en la cama. ¿Había sido real que me había follado a mi suegra? El olor del café me llevó a la cocina, donde la encontré feliz y medio desnuda entre cacharros de cocina y con el desayuno preparado.

—Te has propuesto que me quede contigo.

—Hospedaje y follar todo lo que te apetezca hasta que canses. ¿Tienes un plan mejor?

—Tal como lo planteas, imbatible.

Tenía razón, debíamos aprovechar la fase de una relación en la que todo es ilusión, complicidad, sexo... antes de llegar al punto de cansancio que inevitablemente aparece en las parejas pasado un tiempo.

Nos reíamos conscientes de haber traspasado una barrera que no tendría vuelta atrás.

—Podemos salir a tomar algo y volver a echar una siesta. No tengo derecho a pedirte nada, pero no me gustaría que hubiera sido solo un polvo.

—No lo será. Tenemos un proyecto por delante que nos va a llevar a compartir muchas horas.

—¿Solo trabajo?

—Será el placer que hará más llevadero el trabajo.

—Hablando de placer —tocó mi paquete—. Aún tenemos tiempo hasta el aperitivo.

Las caricias de sus manos, su preciosa cara, y su boca merodeando mi pene, como tiburón acechando su presa despertaron mi fuerza masculina antes de lo que ella misma creía.

—Qué maravilla ver despertar el Sol —dijo refiriéndose a mi polla.

Se dirigió al dormitorio, y desde allí me llamó.

—¡Ven!

La encontré ya desnuda. Esperó que me acostara. Se levantó sobre cintura horizontal, me dio la espalda y sentada sobre mi polla, cogiéndolo con sus manos, se la insertó entera. Apoyando las manos en la cama, comenzó a subir y a bajar, con una enorme suavidad que indicaba que su vagina estaba bien lubricada

A intervalos, en un intento de retrasar lo inevitable, paraba sus movimientos. Me miró con una lascivia que nunca le había visto.

—Eres el mejor amante que he tenido en mi vida —gemía.

—Y tú follas mejor que tu hija...

—¿De verdad lo crees? Tengo mi autoestima sexual un poco baja, Andrés se encargaba de hacerme creer que no era buena en la cama.

—Eres terriblemente buena. La juventud está sobrevalorada.

Decidimos salir juntos a tomar un aperitivo por el centro de Madrid, donde nos podríamos sentir anónimos. En una tasca tradicional, encontramos una mesa y fuimos pidiendo cervezas y vino. A la hora de comer estábamos los dos casi trompas y agradecí su consejo de no conducir y tomar un taxi. No habría sido capaz de regresar. No sé si ella esperaba que cumpliera al llegar pero lo único que cumplí fue con las ganas que tenía de quedarme dormido.

A través del cristal de las ventanas mientras caía en un profundo sueño, sentí la calidez de sus manos abrazadas a mi pecho, reposando como el guerrero hasta que se desate la nueva batalla y la vida vuelve a florecer en el exterior.

Me desperté atontado, con la boca pastosa y tuve que ir a echarme agua y lavarme los dientes. Regresé a la cama espabilado y la encontré a ella en el séptimo sueño, con una respiración profunda que en los hombres se llama ronquido.

Retiré la sábana que la tapaba y encontré su cuerpo desnudo salvo una pequeña braguita resplandeciente con ese halo mágico que le daba la penumbra filtrándose por las cortinas de la ventana, en ausencia de nubes dejando atrás la luz del azul del cielo, mientras el sol se marchaba y se preparaba la luna.

Abrí con cuidado sus piernas para no despertarla. Me enfrenté a la gruta de la que había salido Marta, la mujer con la que creí que iba a compartir mi vida. No entendí porqué me dejó cuando todo nos marchaba tan bien. Pensé que quizás la respuesta estuviera dentro, en el origen de donde ella salió.

Acerqué mi lengua ese maravilloso coñito y extendiéndome horizontal sobre ella, me dispuse a hacer un viaje lingual entre los límites de sus labios menores hasta los confines de su vagina. Fui avanzando despacio, sintiendo la calidez de su interior, conquistando territorios a mi paso, donde más tarde clavaría mi bandera de posesión.

Notaba como crecía su clítoris en mi boca y como si fuera un autómata, sus muslos se abrían cada vez más, elevando sus rodillas para dejar su coño al alcance de mis labios y que mi lengua entrara y saliera de su coñito.

Sin haber averiguado todavía el pasado de Marta, el sabor salado de ese coñito me embriagó y olvidé mi primer objetivo. Simplemente disfruté de esa comidita de coño a la que Elena ya había reaccionado, apretando con sus manos sobre mi cabeza para que profundizara en su coñito. La música que salía de su boca amenizaba nuestro encuentro. Cuando descargó, subió el volumen a tope emitiendo un grito que hizo vibrar el cristal de la ventana. Sin recuperarse, se giró 180º y se apoderó de mi polla, acariciándola con suavidad murmurando unas palabras que me hacen sonreír.

—Lo que se está perdiendo Marta...

Yo seguía borracho de su coñito y no estaba dispuesto a dejarla escapar. Me estremecí cuando comenzó a recorrer con su lengua la base de mi polla.

—Que rico —La oí decir.

Con mi polla ya capturada por su boca, sujeta por sus manos para que no se pudiera escapar, lamía mi glande acelerando mi orgasmo. No podía parar de moverme, mientras mi lengua se recreaba en su clítoris, besándolo cada vez con más fuerza y rapidez.

Sin poder evitarlo ya, sentí venir mi corrida y explotar a borbotones dentro de su boca, inundándola.

Debió cogerla por sorpresa, porque se la sacó de su boca, dejando que continuara la descarga por sus maravillosos pechos. Aceleré para provocar su orgasmo en mi boca y sin renunciar a su líquido, me lo bebí mientras sentía clavarse sus manos en mi culo, apretando y clavándome la uñas.

—¡Estoy descubriendo el sexo! —exclamó eufórica Elena.

—Nos quedan muchas cosas por vivir juntos —le respondí.

—Es como si se me hubiera caído una venda de mis ojos.

—A mí me ha ocurrido eso contigo. Siempre te he visto como una mamá convencional, esposa, pendiente de todos. Y ahora te veo sensual, divertida, liberada...

—Tuve que reinventarme. Y estos días, me has generado mucha confianza. ¿Por qué no adelantamos el viaje a Marbella?

—Genial. Pero no hagas planes fuera de casa... vamos a disfrutarla de verdad antes de que la alquiles.

2 comentários - Mi suegra me sorprendió...

Vine buscando una historia para tirarme una paja y encontré una carta de amor al arte 🤧