La tarde comenzó como tantas otras en estos diez años de amistad, sentados en el sofá con el mate en la mano, compartiendo risas y anécdotas. El sol se colaba por la ventana, iluminando su sonrisa mientras me contaba cómo había sido su semana. Hablamos de todo y de nada, como siempre. Fue entonces cuando mencioné mi nueva afición al acroyoga. Sus ojos se iluminaron, curiosos.
"Siempre quise probar algo así," dijo, y su entusiasmo me arrancó una sonrisa. Le propuse practicar un rato, sin mucho protocolo. Movimos un poco los muebles, dejando un espacio libre en el centro del living, y comenzamos con algunas posturas básicas. Sus movimientos eran gráciles, pero algo tímidos al principio. La confianza entre nosotros hizo que se soltara rápido, y pronto estábamos riendo entre caídas y ajustes.
En uno de los ejercicios, la noté incómoda. "¿Estás bien?" pregunté, deteniéndome. Ella se llevó una mano a la espalda y me confesó que había estado con molestias durante días. Sin pensarlo demasiado, le ofrecí un masaje. "Mis manos son milagrosas," bromeé, y se rió mientras se recostaba en el suelo.
Comencé con movimientos lentos y precisos, presionando suavemente para liberar la tensión acumulada. Poco a poco, su respiración se fue haciendo más profunda. "Sos bueno en esto," murmuró, casi en un susurro. Noté cómo se relajaba bajo mis manos, sus músculos soltándose, su cuerpo entregándose al momento. Entonces, de la nada, lo dijo.
"Estoy caliente," confesó, como si fuera un comentario más sobre el clima. Mi mente quedó en blanco por un instante, pero ella simplemente se giró, su mirada directa y llena de algo nuevo, algo que nunca había visto en todos estos años. Una chispa que no podía ignorar.
Sin decir palabra, nos levantamos y subimos a su habitación. El silencio entre nosotros estaba cargado de electricidad, como si supiéramos exactamente lo que iba a pasar pero no necesitáramos verbalizarlo. Apenas cruzamos la puerta, empezamos a despojarnos de la ropa. Cada prenda caía al suelo como una barrera menos entre nosotros.
Nuestros cuerpos se encontraron con un beso, al principio suave, exploratorio, pero que pronto se volvió más intenso. Sus manos recorrían mi espalda mientras las mías se deslizaban por su cintura, sintiendo el calor de su piel. "Me gusta ser sumisa," susurró contra mis labios, y esas palabras encendieron algo en mí.
La tomé de la cintura y la guié hacia la cama. La luz tenue de la tarde creaba sombras en su rostro mientras se entregaba por completo, confiando en mí como nunca antes. Mis manos y mis labios exploraron cada rincón de su cuerpo, descubriendo juntos una nueva forma de conectar, una que nunca habíamos imaginado en todos estos años de amistad.
Espero les guste este primer relato. 100% Real ... pronto mas sobre esta experiencia
"Siempre quise probar algo así," dijo, y su entusiasmo me arrancó una sonrisa. Le propuse practicar un rato, sin mucho protocolo. Movimos un poco los muebles, dejando un espacio libre en el centro del living, y comenzamos con algunas posturas básicas. Sus movimientos eran gráciles, pero algo tímidos al principio. La confianza entre nosotros hizo que se soltara rápido, y pronto estábamos riendo entre caídas y ajustes.
En uno de los ejercicios, la noté incómoda. "¿Estás bien?" pregunté, deteniéndome. Ella se llevó una mano a la espalda y me confesó que había estado con molestias durante días. Sin pensarlo demasiado, le ofrecí un masaje. "Mis manos son milagrosas," bromeé, y se rió mientras se recostaba en el suelo.
Comencé con movimientos lentos y precisos, presionando suavemente para liberar la tensión acumulada. Poco a poco, su respiración se fue haciendo más profunda. "Sos bueno en esto," murmuró, casi en un susurro. Noté cómo se relajaba bajo mis manos, sus músculos soltándose, su cuerpo entregándose al momento. Entonces, de la nada, lo dijo.
"Estoy caliente," confesó, como si fuera un comentario más sobre el clima. Mi mente quedó en blanco por un instante, pero ella simplemente se giró, su mirada directa y llena de algo nuevo, algo que nunca había visto en todos estos años. Una chispa que no podía ignorar.
Sin decir palabra, nos levantamos y subimos a su habitación. El silencio entre nosotros estaba cargado de electricidad, como si supiéramos exactamente lo que iba a pasar pero no necesitáramos verbalizarlo. Apenas cruzamos la puerta, empezamos a despojarnos de la ropa. Cada prenda caía al suelo como una barrera menos entre nosotros.
Nuestros cuerpos se encontraron con un beso, al principio suave, exploratorio, pero que pronto se volvió más intenso. Sus manos recorrían mi espalda mientras las mías se deslizaban por su cintura, sintiendo el calor de su piel. "Me gusta ser sumisa," susurró contra mis labios, y esas palabras encendieron algo en mí.
La tomé de la cintura y la guié hacia la cama. La luz tenue de la tarde creaba sombras en su rostro mientras se entregaba por completo, confiando en mí como nunca antes. Mis manos y mis labios exploraron cada rincón de su cuerpo, descubriendo juntos una nueva forma de conectar, una que nunca habíamos imaginado en todos estos años de amistad.
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