Una noche con el veneco

No es la primera vez que le pongo los cuernos a mi marido, pero sí la primera que me engancho tanto con alguien. Parezco una quinceañera enamorada.
No es algo que haya buscado, solo iba a ser una vez, para sacarme las ganas, pero cuándo estuvimos en la cama... ¡Ufffffffff! Cómo iba prescindir de ello, pudiendo tenerlo y disfrutarlo
Nunca doy mi número cuándo se trata de sexo casual, pero a él se lo dí. No quería perder el contacto. Así que todos los días le mando una fotito mía desnuda. Mis pechos llenos anhelando el tacto de sus dedos, mi sexo húmedo reclamando por su virilidad.
Habíamos estado una vez más en su cuarto del Jirón Amazonas, pero no me era suficiente. Quería más. Quería sentirme suya sin ningún apuro. Compartir más que un momento.
Lo que de verdad necesitaba era pasar toda una noche con él. Acostarnos, cachar bien rico, dormir de cucharita, despertar a su lado, y volver a hacerlo por la mañana. Disfrutar aunque solo fuera por una vez de un momento conyugal.
¿Pero cómo hacerlo?
Cumplir tal fantasía implicaba faltar toda una noche de mi casa. Mi marido no es del tipo celoso, no es de esos tipos tóxicos que te llaman a cada rato para saber dónde estás o que estás haciendo. En ese aspecto nos damos bastante libertad. No digo que tengamos una relación abierta, pero no estamos todo el tiempo el uno encima del otro. Más de una vez me quedé a dormir en casa de una amiga en ocasión de algún festejo o reunión de promo. Y ahí, justamente, estaba la solución.
Es lo bueno de tener tantas amigas, siempre hay una que cumple años. En este caso, Yahaira.
No habíamos hablado nada, pero desde ese momento me puse a organizar el evento. Empecé a llamar a todas, para decirles que teníamos que organizar algo, que hace rato que no nos juntábamos, y que el Santo de Yahaira era la excusa perfecta para ponernos al día. Me habré pasado toda esa tarde con el celular pegado a la oreja.
¡Lo que hacemos por una buena verga!
Ya con todo organizado, lo siguiente fue reservar habitación en un hotel. Cuándo se lo dije a Jean, se entusiasmó con la idea. Me dijo que él también deseaba dormir conmigo.
-Aunque lo último que haremos sea dormir...- agregó insinuante.
La noche en cuestión salí con mis amigas a festejar los 34 de Yahaira, que aunque no es Charapa como la mayoría de nosotras, se integró perfectamente al grupo. Primero fuimos a un Resto-bar y luego a un recital en Barranco. La pasamos chévere, pero todo el tiempo me pasaba contando los minutos para que se hiciera la hora de ir al hotel a encontrarme con el venezolano.
Cerca de la medianoche, la llamo aparte a Joselyn, mi amiga de más confianza, y le digo que me tengo que ir.
-No me digas que (mi marido) te está controlando- se molesta.
-No voy a mi casa- le aclaro.
Me mira con ese gesto de desconfianza que siempre pone cuándo algo no le cierra y me pregunta:
-¿Se puede saber entonces adónde vas, amiga?-
Se lo cuento. Le cuento todo. Joselyn es de las mías, está casada pero también tiene sus aventuras. Me comprende, así que juntas tramamos una excusa para poder ausentarme esa noche de mi casa.
Le digo que cuente conmigo para lo que sea, y salgo del local. Afuera ya me está esperando un Uber.
Llego al hotel y me preparo. Recién entonces le envío un mensaje a Jean para avisarle que lo estoy esperando. Al llegar golpea tres veces la puerta, tal como habíamos convenido.
Abro y lo recibo con un conjunto de lencería que compré muy especialmente para esa noche. Se queda boquiabierto al verme. Cuándo reacciona, me toma entre sus brazos y me besa con el mayor de los anhelos.
Siento la dureza de su sexo cuándo apoya su cuerpo contra el mío. Lo tomo de la mano y lo llevo conmigo hacia la mesita junto a la ventana, en dónde nos espera una botella de champagne dentro de un balde con hielo.
Brindamos y volvemos a besarnos, jugosa, efusivamente. Con sus manos se apropia de mis pechos a través de la red de la lencería. Sentir su tacto, la aspereza de sus dedos, provoca que enseguida se me pongan en punta los pezones. Se inclina y me los chupa, me los muerde, poniéndome en un estado desesperante.
Me recuesto en la cama, y abriendo las piernas, me entrego gustosa a las caricias que ahora le prodiga a mi sexo.
Introduce los dedos y me explora por dentro, mientras que con el pulgar me frota deliciosamente el clítoris.
-¡Estás empapada...!- me dice en un susurro libidinoso.
-¡Estoy así por tí... Tú me pones así!- le digo, retorciéndome lascivamente.
Nos volvemos a besar mientras sus dedos se siguen hundiendo en mí, inquietos, invasivos. Con una mano le acaricio el bulto que tiene debajo del pantalón.
Quiero chuparlo, sentir su verga en mi boca, pero antes de intentar siquiera bajarle el cierre de la bragueta, se acomoda entre mis piernas y me chupa él a mí.
Me recorre toda la brecha con la lengua, saboreando mis jugos íntimos, lamiéndome, chupándome, mordiéndome también, mientras yo me abro toda para él, suspirando enloquecida, entregándole por completo mi rinconcito de amor… ese amor que es todo para él.
Dejándome con la concha dilatada y pulsante, se levanta, y pelando el vergón, me lo florea por delante de la cara.
¡Mi Dios Bendito! Parece mucho más grande que la vez anterior.
Me aferro a él con las dos manos, le doy unos cuántos besitos en la punta, le paso la lengua a lo largo y a lo ancho, subiendo y bajando, chupándole los huevos, restregándome el pingazo por toda la cara, oliéndolo, saboreándolo.
Trato de meterme todo el mazo en la boca, pero aunque no lo consigo, me resulta divertido intentarlo. Atragantarme de verga.
Cuándo está por abrir un condón, le digo que no, que ésta vez quiero sentirlo "sin ponchito". Entusiasmado con la idea, me la pone, y ni siquiera tiene que empujar ni nada, porque mis labios vaginales se adhieren a la cabeza y absorben todo el resto.
-¡Ahhhhhhh… ahhhhhhh… ahhhhhhhh…!- alcanzo a gemir mientras me llena cómo si tuviera la vagina de una quinceañera.
Me penetra y se queda allí adentro, haciéndomela sentir en todo su maravilloso esplendor, puedo sentir como palpita, como late en mi interior, llenándome de excitantes y deliciosas sensaciones. Me sujeta entonces de los muslos y empieza a moverse, dentro y fuera, en una forma exquisita.
Mis fluidos vaginales lo bañan por completo, por lo que el ruido de la penetración, ese ruido acuoso tan incitante, se intensifica cada vez más.
De a poco se va recostando sobre mí, sin dejar de ensartarme una y otra vez, mandándomela a guardar hasta lo más profundo, lo abrazo con brazos y piernas, deseando retenerlo dentro de mí, disfrutar todo lo que me sea posible esa reverenciada vergaza que tanto placer me proporciona.
-¡Así mi amor… dámela toda… si… házmela sentir… ahhhhhhhh… que gusto… ahhhhhhh… si…!- gemía yo, temblando de placer, comenzando a mover de a poco las caderas, acoplándome a sus movimientos.
¡¡¡Que rico!!!
El pingazo fluye a través de mi concha con la facilidad que solo la lubricación más intensa puede provocar. Sin sacármela, se levanta un poco, se pone de rodillas y calzándose mis piernas sobre los hombros aumenta el ímpetu de sus embestidas, dándome y dándome con todo, haciéndome saltar de la cama con cada ensarte. Yo me estremezco, me retuerzo del placer, arqueando la espalda para sentirlo más adentro todavía, para guardarlo todo dentro de mí, para sentirme bien llena con ese pincho que no me da respiro.
Luego de un rato me la saca toda empapada en mis espesos fluidos vaginales y me da la vuelta, haciendo que me ponga en cuatro. Me palmea el poto y me vuelve a penetrar, tan profundamente que me parece sentirlo en las entrañas.
Me aferra de la cintura y me empieza a cachar con un ritmo implacable, embistiéndome con todo, haciéndome delirar de placer. Mis gemidos deben de escucharse en todo el hotel, pero eso no me importa, mi único anhelo en ese momento es disfrutar lo máximo que me sea posible de ese hombre que me tiene completamente trastornada.
Tras unas cuántas penetraciones por la concha, de tan mojada que estoy, la pinga se me resbala por toda la raya.
-¡Házme la colita papi… porfas…!- le pido casi en tono de súplica.
Él no lo duda, apoya la punta justo en el centro del orificio y empieza a empujar… tengo los esfínteres recontra elásticos, por lo que la mitad entra sin problemas, ya para el resto tiene que hacer algo de fuerza y yo aguantarme algún que otro dolorcito, aunque con tal de tenerla bien enterrada dentro del culo estoy dispuesta a soportar lo que venga… y más también.
Ahora sí, me siento completamente llena, rebosante de satisfacción. El Veneco vuelve a aferrarse de mi cintura y empieza a culearme con un ritmo lento y suave primero, para después darme con todo.
Me la mete hasta los huevos, reventándome la cola con los furiosos golpes de su pelvis. Yo estoy totalmente abierta, completamente entregada, pidiéndole más y más, dejándome arrasar por ese agresivo bombeo que me hace sentir que en cualquier momento el pincho me va a salir por la garganta.
Eso hubiera sido el pináculo de la felicidad… jajaja… traspasada por la verga de mi amante.
La cosa es que el Chamo se entusiasma con mi culito. De a ratos me saca el pedazo y me mete los dedos, para ver hasta donde me llegan. Y me llegan bien profundo, les diré. Me los hunde casi hasta los nudillos y me da vueltas adentro, como si buscara algo. Entonces saca los dedos y me vuelve a meter esa pinga de ensueño, dándome unos golpecitos al final que me hacen temblar de emoción.
Mis gemidos y los suyos se intensifican, coordinándose a la perfección, hasta que en uno de esos últimos y enérgicos ensartes, me la deja clavada bien adentro del culo y acaba con potentísimos lechazos.
-¿Te gustó?- me pregunta en un susurro.
Apenas puedo hablar, todavía estoy medio shockeada por la violencia de los orgasmos, así que tomo aire, respiro profundo y respondo:
-¡Me destruiste… papi!-
Así me siento, destruida, por delante y por detrás. Bien cachada, y mejor culeada. Lo que se dice, la felicidad completa.
Y eso que la noche recién está empezando...

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