Mi suegra me vuelve loco ( Parte 2 )

La fiesta de cumpleaños

Hoy tocaba la fiesta de cumpleaños de un familiar, y por razones de trabajo, mi esposa no pudo acompañarnos. Así que fui con mi suegra, Sofia, quien siempre sabe cómo hacer que una noche sea interesante. La fiesta estaba en pleno apogeo, con música alta, mucha gente y, por supuesto, alcohol en abundancia.

Decidí aprovechar la situación y me puse a tomar más de la cuenta, asegurándome de que Sofia me viera hacerlo. Sabía que si me ponía lo suficientemente borracho, tendría una excusa perfecta para manosearla a mi antojo en el taxi de vuelta a casa. La noche avanzaba y ambos estábamos cada vez más alegres y relajados.

En un momento dado, mientras bailábamos, me acerqué a ella y le susurré al oído: “Estoy muy borracho, suegra. Espero que me ayudes a llegar a casa”. Ella sonrió, sabiendo exactamente a qué me refería, y me guiñó un ojo. “No te preocupes, yerno. Yo me encargo de todo”.

Cuando llegó la hora de irnos, llamamos a un taxi y nos subimos. En cuanto el taxi arrancó, no perdí tiempo. Puse mi mano en su muslo y comencé a subir lentamente, sintiendo cómo su piel se erizaba con mi toque. Ella no se movió, solo me miró con una sonrisa pícara y me dejó hacer.

“¿Estás seguro de que quieres hacer esto?”, me preguntó en voz baja, su aliento caliente en mi oído.

“Más que nunca”, respondí, mi voz firme a pesar de la borrachera.

Mi mano llegó a su entrepierna y comencé a masajearla suavemente a través de la tela de su vestido. Podía sentir su calor y su humedad, y eso me encendió aún más. Ella se movió ligeramente, dándome mejor acceso, y pude sentir cómo se excitaba con mi toque.

El viaje en taxi se hizo eterno, pero finalmente llegamos a casa. Pagamos al taxista y entramos, tratando de no hacer ruido para no despertar a mi esposa, que ya estaba dormida en nuestra habitación. Una vez dentro, la empujé suavemente contra la pared del pasillo, mis labios encontrando los suyos en un beso apasionado. Nuestras lenguas se enredaron y nuestras manos comenzaron a explorar el cuerpo del otro con urgencia.

“Te deseo tanto”, le susurré entre besos.

“Y yo a ti”, respondió ella, su voz llena de deseo.

La levanté ligeramente y la llevé a su habitación, cerrando la puerta detrás de nosotros. La tiré sobre la cama y comencé a quitarle la ropa, besando cada centímetro de su piel que quedaba al descubierto. Ella hizo lo mismo, desvistiéndome con la misma urgencia.

Cuando ambos estuvimos desnudos, me puse sobre ella, mi erección dura y lista. La penetré de una sola embestida, y ambos gemimos de placer. Empecé a moverme dentro de ella, nuestras caderas sincronizadas en un ritmo primitivo y desesperado. El sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba la habitación, junto con nuestros gemidos y jadeos.

“Más fuerte”, susurró ella en mi oído. “Cógeme más fuerte”.

Obedecí, aumentando la intensidad de mis embestidas, sintiendo cómo cada movimiento la llevaba más cerca del éxtasis. Sus uñas se clavaron en mi espalda, marcándome, reclamándome. El placer era intenso, casi insoportable, y supe que no aguantaría mucho más.

De repente, escuchamos un ruido en el pasillo. Ambos nos quedamos quietos, nuestras respiraciones entrecortadas, esperando. El ruido se repitió, y esta vez reconocí los pasos. Era mi esposa, despierta y caminando hacia nuestra habitación.

“Mierda”, susurré, sin saber qué hacer.

Sofia me miró con una mezcla de miedo y excitación, su pecho subiendo y bajando rápidamente. “¿Qué hacemos?”, preguntó en un susurro.

No tuve tiempo de responder. La puerta de nuestra habitación se abrió lentamente, y allí estaba mi esposa, mirándonos con una expresión indescifrable.

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