El sol apenas asomaba entre las cortinas. El cuarto aún olía a sexo de la noche anterior, y el cuerpo de Sofía estaba tibio, enredado entre las sábanas y el de su novio, Leo.
Abrió los ojos despacio, con una sonrisa pícara. Su mano, casi por instinto, se deslizó por debajo de la sábana… y lo sintió: su pija dura, gruesa, palpitando, lista.
Sofía se mordió el labio.
Se acomodó, bajó despacio la sábana, y ahí estaba: esa pija grande y gruesa que tanto le gustaba, erecta, llamándola.

Se inclinó sobre él, despacio. Le dio un beso suave en la punta, lo tomó con una mano y lo metió en su boca. Empezó a mamarlo despacito, con la lengua caliente y la boca húmeda.
Leo abrió los ojos a medias, gimiendo bajo.
—Mmm… así sí quiero despertar todos los días —murmuró.
Ella siguió mamando, profunda, tragando cada centímetro, hasta hacerlo temblar. Lo pajeó a 2 manos. Luego se subió encima, guiando su pene hasta su concha mojada.
Se lo metió despacio, con un gemido largo.
Cabalgó lento, sensual, las tetas rebotando mientras el sol iluminaba su cuerpo desnudo. Luego más rápido, con las manos en sus tetas, gimiendo con fuerza.

Leo la tomó de la cintura, se incorporó, y empezó a cogérsela desde abajo con fuerza, haciéndola venirse de nuevo.
—¡Dame tu leche, ! —le gritó ella, rozando el clímax.
Él no aguantó más. Acelero las embestidas.Le acabó adentro, caliente, profundo. Quedaron abrazados, con la respiración entrecortada.
Sofía apoyó la cabeza en su pecho y sonrió.
—Ni el café me despierta así.
Después de cogerse como salvajes, Sofía se estiró perezosa sobre el pecho de Leo. El cuerpo aún le temblaba, pero una idea la encendió de nuevo.
—¿Vamos a la ducha? —susurró, mirándolo con picardía.
Leo asintió, ya sabiendo que no iba a ser sólo para lavarse.
Entraron al baño, y el vapor empezó a llenar el ambiente. El agua tibia corría sobre sus cuerpos desnudos. Sofía se giró, apoyó las manos contra la pared, y sacó el culo mojado hacia atrás, provocadora.
—¿Vas a ensuciarme otra vez… o sólo mirás?
Leo no necesitó invitación. Se arrodilló detrás y le abrió las nalgas con las manos. Pasó la lengua por toda su concha, chorreando entre sus piernas, y luego subió hasta su culo, lamiendo sin pudor.
Sofía gemía con la frente contra el azulejo, temblando.
—¡Metémela ya!
Él se puso de pie, y le metio el pene en el culo. El agua resbalaba por sus cuerpos mientras la cogía en cuatro, golpeando su culo mojado con cada embestida.
Ella se tocaba el clítoris, pidiéndole más. Leo la alzó, y con ella abrazada de frente, le siguió dando, por la concha, metiéndole la pija hasta el fondo.
Los gemidos se perdían en el vapor. Sofía acabó de nuevo, apretando las piernas alrededor de él, y Leo no aguantó más: le acabó adentro por segunda vez, jadeando, mientras el agua seguía cayendo.
Quedaron abrazados bajo la ducha, con los cuerpos exhaustos y las sonrisas sucias.
—Ahora sí… estamos limpios —dijo ella, riendo.
—Por ahora —respondió él, besándole el cuello—. Porque esta noche… quiero repetir todo.
Abrió los ojos despacio, con una sonrisa pícara. Su mano, casi por instinto, se deslizó por debajo de la sábana… y lo sintió: su pija dura, gruesa, palpitando, lista.
Sofía se mordió el labio.
Se acomodó, bajó despacio la sábana, y ahí estaba: esa pija grande y gruesa que tanto le gustaba, erecta, llamándola.

Se inclinó sobre él, despacio. Le dio un beso suave en la punta, lo tomó con una mano y lo metió en su boca. Empezó a mamarlo despacito, con la lengua caliente y la boca húmeda.
Leo abrió los ojos a medias, gimiendo bajo.
—Mmm… así sí quiero despertar todos los días —murmuró.
Ella siguió mamando, profunda, tragando cada centímetro, hasta hacerlo temblar. Lo pajeó a 2 manos. Luego se subió encima, guiando su pene hasta su concha mojada.
Se lo metió despacio, con un gemido largo.
Cabalgó lento, sensual, las tetas rebotando mientras el sol iluminaba su cuerpo desnudo. Luego más rápido, con las manos en sus tetas, gimiendo con fuerza.

Leo la tomó de la cintura, se incorporó, y empezó a cogérsela desde abajo con fuerza, haciéndola venirse de nuevo.
—¡Dame tu leche, ! —le gritó ella, rozando el clímax.
Él no aguantó más. Acelero las embestidas.Le acabó adentro, caliente, profundo. Quedaron abrazados, con la respiración entrecortada.
Sofía apoyó la cabeza en su pecho y sonrió.
—Ni el café me despierta así.
Después de cogerse como salvajes, Sofía se estiró perezosa sobre el pecho de Leo. El cuerpo aún le temblaba, pero una idea la encendió de nuevo.
—¿Vamos a la ducha? —susurró, mirándolo con picardía.
Leo asintió, ya sabiendo que no iba a ser sólo para lavarse.
Entraron al baño, y el vapor empezó a llenar el ambiente. El agua tibia corría sobre sus cuerpos desnudos. Sofía se giró, apoyó las manos contra la pared, y sacó el culo mojado hacia atrás, provocadora.
—¿Vas a ensuciarme otra vez… o sólo mirás?
Leo no necesitó invitación. Se arrodilló detrás y le abrió las nalgas con las manos. Pasó la lengua por toda su concha, chorreando entre sus piernas, y luego subió hasta su culo, lamiendo sin pudor.
Sofía gemía con la frente contra el azulejo, temblando.
—¡Metémela ya!
Él se puso de pie, y le metio el pene en el culo. El agua resbalaba por sus cuerpos mientras la cogía en cuatro, golpeando su culo mojado con cada embestida.
Ella se tocaba el clítoris, pidiéndole más. Leo la alzó, y con ella abrazada de frente, le siguió dando, por la concha, metiéndole la pija hasta el fondo.
Los gemidos se perdían en el vapor. Sofía acabó de nuevo, apretando las piernas alrededor de él, y Leo no aguantó más: le acabó adentro por segunda vez, jadeando, mientras el agua seguía cayendo.
Quedaron abrazados bajo la ducha, con los cuerpos exhaustos y las sonrisas sucias.
—Ahora sí… estamos limpios —dijo ella, riendo.
—Por ahora —respondió él, besándole el cuello—. Porque esta noche… quiero repetir todo.
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