Capítulo 20: El juego que no paraba
Después de esa tarde con Matías, las cosas no se calmaron. Empezamos a hablar todos los días por mensaje, un “¿Qué hacés, bebota?” por acá, un “¿Te acordás de lo de la otra vez?” por allá, y yo le seguía el juego, porque la calentura no se me iba. Las dudas seguían ahí, pero cada charla con Mati me prendía un poco más, y no sabía cómo frenarlo. Quería a Nico, o eso me decía, pero lo que pasaba con Mati no era solo venganza ya, era un juego que no podía —o no quería— parar.
Ese día, mientras estaba tirada en la cama mirando el celular y mandándole pavadas a Mati, Nico me escribió: “¿Venís a casa hoy, amor? Te extraño”. Le dije que sí al toque, porque seguía siendo mi novio, y aunque Mati me tenía la cabeza dando vueltas, no estaba lista para cortar con él. Fui esa noche, con un jean gastado y una remera suelta, algo tranqui, y un culotte negro simple que me puse después de bañarme. Llegué, nos abrazamos, y terminamos en su pieza como siempre. Nos besamos, y esta vez no fue solo rutina, había algo más. Nico me agarró fuerte de la cintura, tirándome a la cama, y me sacó la remera con ganas, dejándome en corpiño. “Te extrañé demasiado”, me dijo, y yo le sonreí, “Yo también, amor”, mientras le sacaba la remera y le desabrochaba el pantalón.
Se puso encima mío, besándome el cuello, y me bajó el jean, sacándomelo con los zapatos en un solo movimiento. Me desabrochó el corpiño, dejándome las tetas al aire, y se metió un pezón en la boca, chupándolo fuerte mientras yo gemía bajito. Le saqué el pantalón y el bóxer, y su pija ya estaba dura, rozándome la panza mientras me besaba con ganas. Me bajó el culotte, tirándolo al piso, y entró despacio, llenándome con un ritmo que me hizo arquear la espalda. “Así, amor, dame más”, le pedí, y él aceleró, cogiéndome intenso, con las manos apretándome las caderas mientras yo le clavaba las uñas en la espalda.
Pero mientras Nico me cogía, los recuerdos de Mati se me cruzaron como flashes. La fiesta, su lengua entre mis piernas en ese galpón oscuro, cómo me había chupado hasta hacerme temblar contra la pared. Y el departamento, él encima mío en ese colchón desordenado, dándome en cuatro mientras me agarraba el culo. El morbo me consumía, y aunque estaba con Nico, mi novio, sentía a Mati en cada embestida, como si los dos estuvieran ahí. Nico me dio vuelta, poniéndome boca abajo, y me levantó el culo un poco, entrando desde atrás con fuerza. “Te siento tremenda”, me dijo, y yo gemí más fuerte, “Seguí, no pares”, mientras mi cabeza se iba a Mati pajeándose sobre mis tetas, esa leche caliente salpicándome.
La mezcla me volvió loca, y sentí que me venía. “Nico, ya está”, jadeé, y me acabé intenso, temblando contra el colchón, con un calor que me subió desde la concha hasta la cabeza, gimiendo fuerte mientras me apretaba contra él. Él no paró, siguió dándome, y el morbo de pensar en Mati mientras Nico me cogía me pegó otra vez. Me imaginé en el sillón de Mati, montándolo, subiendo y bajando mientras me chupaba las tetas, y eso me llevó al borde de nuevo. “Más, amor, dame más”, le pedí, y Nico me levantó, sentándome encima suyo contra el respaldo. Me moví rápido, rebotando contra él, sintiendo cómo me llenaba mientras él me agarraba el culo y me besaba el cuello. Me vine otra vez, intenso, con un grito que se me escapó, temblando encima suyo mientras mis dedos se clavaban en sus hombros y mi concha se apretaba alrededor de su pija, un segundo sacudón que me dejó jadeando y con las piernas flojas.
Él acabó poco después, jadeando contra mi oído, “Te quiero, Emma”, mientras se vaciaba dentro del forro. Nos quedamos tirados en la cama, sudados y hechos mierda, y yo le sonreí, “Yo también”, aunque por dentro seguía en otro lado. Mientras él se dormía, el morbo seguía consumiéndome, esos recuerdos de Mati cruzándose con el calor de Nico todavía en mi piel. ¿Era por él que me había acabado así, o por lo que mi cabeza no podía soltar? No lo sabía, pero el juego no paraba.
Después de esa tarde con Matías, las cosas no se calmaron. Empezamos a hablar todos los días por mensaje, un “¿Qué hacés, bebota?” por acá, un “¿Te acordás de lo de la otra vez?” por allá, y yo le seguía el juego, porque la calentura no se me iba. Las dudas seguían ahí, pero cada charla con Mati me prendía un poco más, y no sabía cómo frenarlo. Quería a Nico, o eso me decía, pero lo que pasaba con Mati no era solo venganza ya, era un juego que no podía —o no quería— parar.
Ese día, mientras estaba tirada en la cama mirando el celular y mandándole pavadas a Mati, Nico me escribió: “¿Venís a casa hoy, amor? Te extraño”. Le dije que sí al toque, porque seguía siendo mi novio, y aunque Mati me tenía la cabeza dando vueltas, no estaba lista para cortar con él. Fui esa noche, con un jean gastado y una remera suelta, algo tranqui, y un culotte negro simple que me puse después de bañarme. Llegué, nos abrazamos, y terminamos en su pieza como siempre. Nos besamos, y esta vez no fue solo rutina, había algo más. Nico me agarró fuerte de la cintura, tirándome a la cama, y me sacó la remera con ganas, dejándome en corpiño. “Te extrañé demasiado”, me dijo, y yo le sonreí, “Yo también, amor”, mientras le sacaba la remera y le desabrochaba el pantalón.
Se puso encima mío, besándome el cuello, y me bajó el jean, sacándomelo con los zapatos en un solo movimiento. Me desabrochó el corpiño, dejándome las tetas al aire, y se metió un pezón en la boca, chupándolo fuerte mientras yo gemía bajito. Le saqué el pantalón y el bóxer, y su pija ya estaba dura, rozándome la panza mientras me besaba con ganas. Me bajó el culotte, tirándolo al piso, y entró despacio, llenándome con un ritmo que me hizo arquear la espalda. “Así, amor, dame más”, le pedí, y él aceleró, cogiéndome intenso, con las manos apretándome las caderas mientras yo le clavaba las uñas en la espalda.
Pero mientras Nico me cogía, los recuerdos de Mati se me cruzaron como flashes. La fiesta, su lengua entre mis piernas en ese galpón oscuro, cómo me había chupado hasta hacerme temblar contra la pared. Y el departamento, él encima mío en ese colchón desordenado, dándome en cuatro mientras me agarraba el culo. El morbo me consumía, y aunque estaba con Nico, mi novio, sentía a Mati en cada embestida, como si los dos estuvieran ahí. Nico me dio vuelta, poniéndome boca abajo, y me levantó el culo un poco, entrando desde atrás con fuerza. “Te siento tremenda”, me dijo, y yo gemí más fuerte, “Seguí, no pares”, mientras mi cabeza se iba a Mati pajeándose sobre mis tetas, esa leche caliente salpicándome.
La mezcla me volvió loca, y sentí que me venía. “Nico, ya está”, jadeé, y me acabé intenso, temblando contra el colchón, con un calor que me subió desde la concha hasta la cabeza, gimiendo fuerte mientras me apretaba contra él. Él no paró, siguió dándome, y el morbo de pensar en Mati mientras Nico me cogía me pegó otra vez. Me imaginé en el sillón de Mati, montándolo, subiendo y bajando mientras me chupaba las tetas, y eso me llevó al borde de nuevo. “Más, amor, dame más”, le pedí, y Nico me levantó, sentándome encima suyo contra el respaldo. Me moví rápido, rebotando contra él, sintiendo cómo me llenaba mientras él me agarraba el culo y me besaba el cuello. Me vine otra vez, intenso, con un grito que se me escapó, temblando encima suyo mientras mis dedos se clavaban en sus hombros y mi concha se apretaba alrededor de su pija, un segundo sacudón que me dejó jadeando y con las piernas flojas.
Él acabó poco después, jadeando contra mi oído, “Te quiero, Emma”, mientras se vaciaba dentro del forro. Nos quedamos tirados en la cama, sudados y hechos mierda, y yo le sonreí, “Yo también”, aunque por dentro seguía en otro lado. Mientras él se dormía, el morbo seguía consumiéndome, esos recuerdos de Mati cruzándose con el calor de Nico todavía en mi piel. ¿Era por él que me había acabado así, o por lo que mi cabeza no podía soltar? No lo sabía, pero el juego no paraba.
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