Capítulo 7: La noche que nos dejamos ir

Capítulo 7: La noche que nos dejamos ir


A las 22 en punto, Nico pasó por mi casa. Me despedí de mis viejos con un “chau, nos vemos” rápido, y salí. Ahí estaba él, divino como siempre, con esa remera gris que le marcaba los brazos y el jean gastado que le quedaba perfecto. Verlo y saber lo que venía me dio un calor que me subió desde la panza, aunque entremezclado con el cagazo que traía encima. Me dio un beso tierno, de esos que te calman un poco, y me dijo: “Vamos, Emma”. Salimos caminando hacia su casa, que no era muy lejos, a unas pocas cuadras. En el camino, paramos en un súper a comprar unas gaseosas y algo para picar, un paquete de papas fritas que agarramos al azar. Mientras pagábamos, me miró y me tiró: “Después vemos una peli”, con esa sonrisa que me mataba. Yo me reí, medio pícara, medio divertida, y le dije: “Sí, claro, Nico, una peli”. Los dos sabíamos que no íbamos a ver nada.
Cuando llegamos a su casa, no fue como otras veces. No nos apuramos, como si quisiéramos estirar un poco el momento antes de soltarnos del todo. Entramos, dejó las cosas en la mesita del living, y nos sentamos en el sillón con las gaseosas y las papas. Pusimos algo de música bajita, no sé ni qué era, porque ninguno de los dos le prestaba atención. Charlamos pavadas un rato, tomando tragos y comiendo, pero la tensión se sentía en el aire, pesada, rica, como si los dos estuviéramos esperando que el otro diera el primer paso. Él me miraba fijo, y yo le devolvía las miradas, mordiéndome el labio sin darme cuenta. Hasta que no pudimos aguantar más.
Nico se acercó despacio, dejando el vaso en la mesa, y me agarró la cara con las dos manos, besándome suave al principio, como probándome. Yo le devolví el beso, apoyándole las manos en el pecho, y de a poco se nos fue soltando todo. “Emma, te quiero tanto”, me susurró contra la boca, y yo, con la voz temblando un poco, le dije: “Yo también, Nico, no sabés cuánto”. Sus manos bajaron a mi cintura, levantándome un poco el vestido, y yo le saqué la remera por la cabeza, tirándola al piso. Tenía el pecho firme, un poco bronceado por el verano, y le pasé las uñas despacio por la piel, sintiendo cómo se le erizaba bajo mis dedos.
Él me miró, como pidiéndome permiso con los ojos, y empezó a subirme el vestido, despacito, rozándome las piernas con las manos mientras lo hacía. “Estás hermosa”, me dijo, y yo me reí nerviosa, ayudándolo a sacármelo por la cabeza. Quedé en el conjunto de encaje negro, y vi cómo se le oscurecían los ojos al mirarme. “Emma, me vas a volver loco”, me tiró, y me besó otra vez, más fuerte, mientras sus manos me recorrían la espalda y me desabrochaban el corpiño con cuidado. Me lo quitó, dejándolo caer al piso, y se acercó a chuparme las tetas, primero una, después la otra, suave pero con ganas, mordiéndome los pezones lo justo para hacerme gemir.
Le desabroché el jean, temblándome un poco las manos, y él se paró un segundo para sacárselo junto con el bóxer, quedándose en bolas frente a mí. La pija ya estaba dura, gruesa como la recordaba de la paja, y me miró mientras se sentaba de nuevo, tirándome contra él. “Vamos tranqui, Emma, no hay apuro”, me dijo, y yo asentí, confiando en él. Me bajó la bombacha despacio, rozándome las caderas con los dedos, y la dejó caer al piso. Me acomodé encima suyo en el sillón, a horcajadas, sintiendo su pija dura contra mi concha, pero él no se apuró. Me besó el cuello, las tetas, las manos en mi culo apretándome suave, y yo me movía despacito contra él, calentándome más con cada roce.
“Esperá un segundo”, me dijo, y se estiró a la mesita donde había dejado su billetera. Sacó un forro, lo abrió con los dientes y se lo puso con calma, mirándome todo el tiempo. Me levantó un poco con las manos en las caderas, y yo misma me acomodé, sintiendo la punta de su pija rozándome la entrada. “¿Estás bien?”, me preguntó, y yo asentí, respirando hondo. “Sí, Nico, dale”, le dije, y él empezó a bajarme despacio, entrando en mí poquito a poco. Sentí un estirón raro al principio, no sé si dolor o presión, pero él paró un segundo, besándome la boca para calmarme. “Tranquila, Emma, despacio”, me dijo, y siguió, entrando más, llenándome con una calentura que me quemaba.
Cuando estuvo todo adentro, me quedé quieta un momento, sintiéndolo entero, duro y caliente dentro de mí. Él me miraba, respirando pesado, y empezó a moverse suave, subiendo y bajando mis caderas con las manos. “¿Así está bien?”, me preguntó, y yo gemí un “sí” entrecortado, agarrándome de sus hombros. La calentura me comía viva, y empecé a moverme con él, sintiendo cómo me rozaba por dentro, cada vez más rico. Sus manos me apretaban el culo, guiándome, y yo le clavaba las uñas en la espalda, perdiéndome en esa mezcla de placer y nervios. “Emma, sos increíble”, me decía, y yo le mordía el cuello, gimiendo contra su piel mientras él subía el ritmo, pero siempre cuidándome, sin apurarse demasiado.
Estuvimos así un rato, él entrando y saliendo con ganas pero controlado, y yo sintiendo cómo me iba subiendo algo desde la concha hasta la cabeza. “Nico, no pares”, le pedí, y él me apretó más fuerte, dándome justo donde necesitaba. Me vine primero, temblando encima suyo, un orgasmo que me hizo arquearme y soltar un gemido que no pude contener. Él siguió un poco más, jadeando contra mi oído, y de repente se tensó todo, gruñendo bajito mientras se corría dentro del forro. Nos quedamos pegados un segundo, respirando pesado, con él todavía adentro de mí, y después me besó despacio, como si no quisiera que terminara.
Nos dejamos caer en el sillón, sudados y agotados. Él se sacó el forro con cuidado, lo anudó y lo tiró a un costadito, riéndose entre jadeos. “Emma, no sabés lo que fue esto”, me dijo, y yo, todavía temblando un poco, le sonreí: “Para mí también, Nico”. Nos quedamos ahí, abrazados, con la música de fondo y el calor de la noche pegándonos a la piel, sabiendo que esa vez había cambiado todo.

1 comentários - Capítulo 7: La noche que nos dejamos ir

Que bien contaado ,que lindo y desde ese dia sos la gran Puta que sos hoy !! que buen comienzo.