Las tangas de mi cuñada (parte 3)

Parte 3: El juego del silencio
El sonido de la cerradura lo sacudió como una cachetada.
Nico dejó caer la tanga al suelo.
Cerró el cajón de un manotazo.
Se paró de golpe.
El corazón le bombeaba en las sienes.
La pija aún semidura.
El sudor bajándole por la espalda.

Los pasos avanzaban.
Tac… tac… tac…
Julieta entraba a su casa.
A su cuarto.
A su mundo.

Nico alcanzó a salir de la habitación, disimulando.
Como si hubiera ido a buscar algo.
Como si nada.
Y ahí estaba ella.
Julieta.
Con un vestido negro ajustado.
Tacos bajos.
El pelo suelto.
Y una expresión neutra…
demasiado neutra.

—¿Ya volviste? —preguntó Nico, la voz más aguda de lo normal.
Ella lo miró.
Solo lo miró.
No respondió.
Dejó la cartera sobre la mesa.
Se sacó los tacos.
Y caminó descalza hasta su cuarto.
Nico no se animó a mirarla de frente.
Pero la sintió.
Sentía su perfume.
Sentía que ella sabía.
Todo.

Pasaron segundos eternos.
Julieta volvió a salir.
Y sin decir una palabra,
entró al baño.
Pero esta vez… dejó la puerta entreabierta.
A propósito.
A cámara lenta.

Nico, desde el sillón, no pudo evitarlo.
Giró el cuello apenas.
Y vio.
Julieta parada frente al espejo.
Desnuda de espaldas.
Sosteniendo la tanga roja rota que él había tenido en la mano hacía minutos.
La misma.

Se la miró.
Sonrió apenas.
Y la dejó caer en el canasto de ropa sucia.
Después, sin cerrar la puerta,
entró a la ducha.
Nico no dijo nada.
No se movió.
Solo apretó los puños.
La pija… le latía.
El cerebro… le ardía.
Y el mensaje… era claro.
Julieta no era tan inocente.
Ni tan seria.
Ni tan ajena.

Y lo peor, o lo mejor,
es que él ya no quería salir de ese juego.

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