Parte 2: El cajón de las dudas
La puerta del cuarto de Julieta estaba apenas entornada.
Silencio total.
Luces apagadas.
Y Nico solo.
Con la cabeza revuelta y el cuerpo caliente.
Sabía que no debía entrar.
Pero el fetiche ya lo dominaba.
Y la intriga… lo empujaba.
Entró despacio.
El cuarto estaba impecable.
Cama hecha, libros apilados, una taza de té en la mesa de luz.
Y al fondo, el placard.
Blanco.
Cerrado.
Pero con un cajón entreabierto.
Como si el destino también estuviera caliente.
Nico se acercó.
Contuvo la respiración.
Y lo abrió.
Lo primero que vio fue lo que ya esperaba:
Tangas.
Pero no cualquiera.
Una colección.
De encaje, de hilo, con moños, con transparencias.
Algunas gastadas.
Otras nuevas.
Y una…
rota.
Como si alguien se la hubiese arrancado.
La agarró.
Era roja.
Y no tenía un lado.
El hilo estaba suelto.
Como si la hubieran desgarrado en medio de un polvo violento.
El corazón de Nico latía fuerte.
Se la llevó al rostro.
Olfateó.
Todavía tenía un perfume suave.
Algo entre jabón… y algo más.
Íntimo.
Siguió buscando.
Y encontró una bolsita negra.
La abrió.
Un disfraz de colegiala.
Mini escocesa.
Camisa blanca.
Corbata.
Y medias de red.
Doblemente inesperado.
Doble paja mental.
Esa mujer que siempre hablaba bajito, que corregía parciales y usaba blazer…
tenía eso guardado.
Y nadie lo sabía.
Solo él.
Se sentó en el borde de la cama.
La tanga roja en una mano.
El disfraz en la otra.
Y en su cabeza,
Julieta.
Con el pelo suelto.
Las tetas marcadas.
La mini apenas cubriéndole el culo.
Y esa voz seria diciéndole:
"¿Eso buscabas, Nico?
¿Mi secreto?"
Se la pajeó ahí mismo.
Sin culpa.
Con devoción.
Como un ladrón de ropa interior…
y de fantasías.
Pero en medio del silencio,
la cerradura de la puerta principal giró.
Y Nico supo…
que no estaba tan solo.
La puerta del cuarto de Julieta estaba apenas entornada.
Silencio total.
Luces apagadas.
Y Nico solo.
Con la cabeza revuelta y el cuerpo caliente.
Sabía que no debía entrar.
Pero el fetiche ya lo dominaba.
Y la intriga… lo empujaba.
Entró despacio.
El cuarto estaba impecable.
Cama hecha, libros apilados, una taza de té en la mesa de luz.
Y al fondo, el placard.
Blanco.
Cerrado.
Pero con un cajón entreabierto.
Como si el destino también estuviera caliente.
Nico se acercó.
Contuvo la respiración.
Y lo abrió.
Lo primero que vio fue lo que ya esperaba:
Tangas.
Pero no cualquiera.
Una colección.
De encaje, de hilo, con moños, con transparencias.
Algunas gastadas.
Otras nuevas.
Y una…
rota.
Como si alguien se la hubiese arrancado.
La agarró.
Era roja.
Y no tenía un lado.
El hilo estaba suelto.
Como si la hubieran desgarrado en medio de un polvo violento.
El corazón de Nico latía fuerte.
Se la llevó al rostro.
Olfateó.
Todavía tenía un perfume suave.
Algo entre jabón… y algo más.
Íntimo.
Siguió buscando.
Y encontró una bolsita negra.
La abrió.
Un disfraz de colegiala.
Mini escocesa.
Camisa blanca.
Corbata.
Y medias de red.
Doblemente inesperado.
Doble paja mental.
Esa mujer que siempre hablaba bajito, que corregía parciales y usaba blazer…
tenía eso guardado.
Y nadie lo sabía.
Solo él.
Se sentó en el borde de la cama.
La tanga roja en una mano.
El disfraz en la otra.
Y en su cabeza,
Julieta.
Con el pelo suelto.
Las tetas marcadas.
La mini apenas cubriéndole el culo.
Y esa voz seria diciéndole:
"¿Eso buscabas, Nico?
¿Mi secreto?"
Se la pajeó ahí mismo.
Sin culpa.
Con devoción.
Como un ladrón de ropa interior…
y de fantasías.
Pero en medio del silencio,
la cerradura de la puerta principal giró.
Y Nico supo…
que no estaba tan solo.
1 comentários - Las tangas de mi cuñada (parte 2)