Lu estaba de espaldas, las piernas abiertas, la cara contra la almohada.
La acababan de coger como nunca.
Y todavía temblaba.
Fede se sentó al borde de la cama, transpirado.
Se limpió la frente, te miró y dijo:
—Está mejor de lo que imaginaba, Nico.
No sé cómo aguantaste tantos años sin cogértela así.
Lu se rió.
Con la voz ronca.
Mojada.
Liberada.
—Porque él nunca lo intentó —dijo ella, girándose hacia vos—.
Porque a vos nunca te dejé.
Pero a él sí.
Y lo quiero ahora.
Ya.
Por el culo.
Nico se quedó quieto.
No podía creer lo que escuchaba.
—¿Qué…? ¿De verdad?
Lu se arrastró por la cama.
Se puso en cuatro.
Se abrió las nalgas con las manos.
El ojete rosado, limpio, apretadito.
Esperando.
—¿Querías morbo, amor?
Mirá bien.
Esto nunca fue tuyo.
Y ahora se lo voy a dar a él.
Entero.
Fede le escupió la mano.
La tocó apenas.
Se la apuntó.
Y se la empezó a meter.
Despacio.
Pero firme.
Abriéndola.
Rompéndola.
Lu gritó.
Primero de incomodidad.
Después… de placer.
—¡Sí! ¡Más! ¡Rompeme!
¡Eso! ¡Así!
¡Que él mire cómo sí lo doy!
¡Con vos sí!
Nico se masturbaba lento.
Los ojos clavados.
Esa imagen lo destruía…
y lo hacía acabar.
Por dentro.
Fede la cogía con fuerza.
Le nalgueaba el culo.
Le decía cosas sucias.
—Sos una putita de manual.
Tenías este orto guardado para mí, ¿no?
—¡Sí!
¡Sí, Fede!
¡Era tuyo!
¡Siempre fue tuyo!
Y él lo sabía.
Por eso te lo dio.
Porque es cornudo de verdad.
Nico no podía parar.
La paja era inevitable.
Pero la leche… no era para él.
Todavía no.
La acababan de coger como nunca.
Y todavía temblaba.
Fede se sentó al borde de la cama, transpirado.
Se limpió la frente, te miró y dijo:
—Está mejor de lo que imaginaba, Nico.
No sé cómo aguantaste tantos años sin cogértela así.
Lu se rió.
Con la voz ronca.
Mojada.
Liberada.
—Porque él nunca lo intentó —dijo ella, girándose hacia vos—.
Porque a vos nunca te dejé.
Pero a él sí.
Y lo quiero ahora.
Ya.
Por el culo.
Nico se quedó quieto.
No podía creer lo que escuchaba.
—¿Qué…? ¿De verdad?
Lu se arrastró por la cama.
Se puso en cuatro.
Se abrió las nalgas con las manos.
El ojete rosado, limpio, apretadito.
Esperando.
—¿Querías morbo, amor?
Mirá bien.
Esto nunca fue tuyo.
Y ahora se lo voy a dar a él.
Entero.
Fede le escupió la mano.
La tocó apenas.
Se la apuntó.
Y se la empezó a meter.
Despacio.
Pero firme.
Abriéndola.
Rompéndola.
Lu gritó.
Primero de incomodidad.
Después… de placer.
—¡Sí! ¡Más! ¡Rompeme!
¡Eso! ¡Así!
¡Que él mire cómo sí lo doy!
¡Con vos sí!
Nico se masturbaba lento.
Los ojos clavados.
Esa imagen lo destruía…
y lo hacía acabar.
Por dentro.
Fede la cogía con fuerza.
Le nalgueaba el culo.
Le decía cosas sucias.
—Sos una putita de manual.
Tenías este orto guardado para mí, ¿no?
—¡Sí!
¡Sí, Fede!
¡Era tuyo!
¡Siempre fue tuyo!
Y él lo sabía.
Por eso te lo dio.
Porque es cornudo de verdad.
Nico no podía parar.
La paja era inevitable.
Pero la leche… no era para él.
Todavía no.
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