El relojmarcaba las doce y pico del mediodía.
Lucía seguía desnuda, transpirada, con las piernas abiertas y el cuerpomarcado.
La habían cogido toda la noche.
Y ahora, la mañana también.
Sergio notenía paz.
La miraba como si fuera su premio.
Su droga.
Su secreto sucio.
Su vicio con nombre y apellido.
Ella estababoca abajo, con la cabeza hundida en la almohada.
La espalda brillaba de sudor.
Y la cola, perfecta, redonda, pedía más.
Sergio leacarició las nalgas.
Le abrió suavemente.
Le escupió entre medio.
Y le dijo al oído:
—Ahora mevas a dar el culo, nena.
No me lo podés negar.
Lucía solomovió la cabeza.
Temblaba.
Pero no dijo que no.
—¿Te va adoler? Sí.
¿Lo querés igual?
—Sí…—susurró ella, con la voz rota.
Sergio leapoyó la punta.
Jugó unos segundos, hasta que la sintió ceder.
Y entró.
Despacito.
Firme.
Imparable.
Lucía gritó.
Hundió los dedos en la sábana.
El ardor se mezclaba con la calentura.
El dolor con el placer.
—¡Aaahh…!¡Sergio!
—Así tequería, pendeja.
Calladita, entregada, y con mi pija en el culo.
Ella nopodía ni hablar.
El cuerpo se le arqueaba solo.
Las piernas le temblaban.
Sergiobombeaba con fuerza.
La tenía sujeta del pelo, abierta, roja.
Y en medio de esa escena sucia, ardiente, dijo:
—Llamalo.
Ahora.
A tu viejo.
Lucía lomiró de reojo.
—¿Qué?
—Sí.
Quiero que le digas que no vas a almorzar con él.
Porque ya te dieron de comer…
acá.
Con el culo roto.
Lucía,agitada, buscó el celular.
Las manos le temblaban.
Marcó.
—Hola… pa.
La voz deCarlos sonó amable.
—¿Estásviniendo?
Ellarespiraba entrecortado.
—No, papá…perdoname, pero no voy a ir a almorzar.
Estoy… con dolor de panza. Me quedo acostada.
Sergio lemetió otra estocada profunda.
Lucía cerró los ojos.
Y terminó la frase como él le había pedido, susurrando:
—Acá… ya medieron de comer.
Colgó.
Y largo ungran gemido
Sergio lasiguió cogiendo hasta que le acabó adentro, profundo, con gemidos sucios yla respiración descontrolada.
Lucía quedótirada en la cama.
Con el cuerpo temblando.
Con el culo rojo.
Con el alma entregada.
—Sos un hdp—dijo, sonriendo con la voz rota.
Sergio seacostó a su lado.
Le besó la espalda.
Y murmuró:
—Y vos…
sos la hija perfecta.
Para un amigo como yo.
Lucía seguía desnuda, transpirada, con las piernas abiertas y el cuerpomarcado.
La habían cogido toda la noche.
Y ahora, la mañana también.
Sergio notenía paz.
La miraba como si fuera su premio.
Su droga.
Su secreto sucio.
Su vicio con nombre y apellido.
Ella estababoca abajo, con la cabeza hundida en la almohada.
La espalda brillaba de sudor.
Y la cola, perfecta, redonda, pedía más.
Sergio leacarició las nalgas.
Le abrió suavemente.
Le escupió entre medio.
Y le dijo al oído:
—Ahora mevas a dar el culo, nena.
No me lo podés negar.
Lucía solomovió la cabeza.
Temblaba.
Pero no dijo que no.
—¿Te va adoler? Sí.
¿Lo querés igual?
—Sí…—susurró ella, con la voz rota.
Sergio leapoyó la punta.
Jugó unos segundos, hasta que la sintió ceder.
Y entró.
Despacito.
Firme.
Imparable.
Lucía gritó.
Hundió los dedos en la sábana.
El ardor se mezclaba con la calentura.
El dolor con el placer.
—¡Aaahh…!¡Sergio!
—Así tequería, pendeja.
Calladita, entregada, y con mi pija en el culo.
Ella nopodía ni hablar.
El cuerpo se le arqueaba solo.
Las piernas le temblaban.
Sergiobombeaba con fuerza.
La tenía sujeta del pelo, abierta, roja.
Y en medio de esa escena sucia, ardiente, dijo:
—Llamalo.
Ahora.
A tu viejo.
Lucía lomiró de reojo.
—¿Qué?
—Sí.
Quiero que le digas que no vas a almorzar con él.
Porque ya te dieron de comer…
acá.
Con el culo roto.
Lucía,agitada, buscó el celular.
Las manos le temblaban.
Marcó.
—Hola… pa.
La voz deCarlos sonó amable.
—¿Estásviniendo?
Ellarespiraba entrecortado.
—No, papá…perdoname, pero no voy a ir a almorzar.
Estoy… con dolor de panza. Me quedo acostada.
Sergio lemetió otra estocada profunda.
Lucía cerró los ojos.
Y terminó la frase como él le había pedido, susurrando:
—Acá… ya medieron de comer.
Colgó.
Y largo ungran gemido
Sergio lasiguió cogiendo hasta que le acabó adentro, profundo, con gemidos sucios yla respiración descontrolada.
Lucía quedótirada en la cama.
Con el cuerpo temblando.
Con el culo rojo.
Con el alma entregada.
—Sos un hdp—dijo, sonriendo con la voz rota.
Sergio seacostó a su lado.
Le besó la espalda.
Y murmuró:
—Y vos…
sos la hija perfecta.
Para un amigo como yo.
0 comentários - Sergio y la hija de su amigo (+18) (parte 5)