Alejandra y el senegales (parte 1)

Alejandra siempre viajaba sola.
Era su forma de liberarse.
De escapar de los “¿Con quién estás?”, de los mensajes tibios de pibes que no sabían si querían una mujer o un mimo, y de la rutina de su ciudad, donde ya nadie la sorprendía.
Tenía 29, morocha, con curvas esculpidas en cada giro de su cuerpo sobre el caño de pole.
Entrenaba como una bestia, bailaba como una diosa, y tenía esa mirada entre salvaje y dulce que desarmaba a cualquiera.
Pero lo que nadie sabía era que Ale tenía una fantasía.
Un deseo guardado. Antiguo. Prohibido.
Quería estar con un hombre negro. De verdad.
No un flaco pintado en una publicidad. No uno que se hacía el picante en redes.
Uno real. Grande. De esos que la tomaran con las manos firmes y no le dejaran opción.
Siempre lo pensaba. En silencio. Tocándose después de entrenar, cuando el cuerpo le pedía descarga.
Y en ese viaje… pasó.
Había elegido una isla del Caribe, lejos de todo. Sol, playa, y ese calor que te deja la piel húmeda sin moverte.
Estaba en el hotel, tomando algo en la barra de la pileta, con una malla enteriza cavada que no disimulaba nada.
Sus pechos se le escapaban un poco, el escote profundo le marcaba la piel bronceada, y ella lo sabía.
Y ahí fue cuando lo vio.
Él.
Senegalés.
Alto. Atlético.
Camisa abierta, torso oscuro y marcado, sonrisa apenas visible.
Pero lo que la mató fue la mirada:
Oscura. Profunda. Directa.
La miró como si ya supiera quién era. Como si ya la hubiera soñado.
Como si tuviera el poder de hacerla suya... sin decir una palabra.
Ale se mordió el labio.
Sintió esa corriente caliente bajándole desde el cuello hasta entre las piernas.
No lo conocía.
Pero su cuerpo ya lo estaba esperando.


El calor no venía solo del sol.
Era él.
Desde que lo había cruzado en la barra, Alejandra no podía dejar de buscarlo con la mirada.
Y él... estaba en todos lados.
A la mañana, lo vio en la pileta, nadando como si el agua le obedeciera.
Al mediodía, bajó al restaurante del hotel y él estaba en la mesa de atrás, comiendo solo, tranquilo, con esa postura relajada y viril que le hervía la sangre.
A la tarde, pasó por el gimnasio del complejo y lo encontró ahí, haciendo remo con los auriculares puestos, el torso brilloso por el sudor, los brazos marcados con venas gruesas que parecían tensarse con cada movimiento.
Y la mirada. Siempre esa mirada.
Oscura. Penetrante.
No la acosaba.
La elegía.
Como si supiera que no había que apurarla. Que ella misma iba a caer.
Y tenía razón.
Esa noche, Ale se encerró en la habitación.
El cuerpo no le respondía más.
Tenía la piel caliente, los pezones duros bajo el pijama de algodón liviano.
Cada vez que lo recordaba, una oleada de placer le recorría la espalda.
Se desnudó despacio.
Se miró en el espejo.
Se tocó los pechos con ambas manos.

Los tenía firmes, redondos, llenos.
Imaginó que eran sus manos oscuras las que los apretaban.
Grandes. Fuertes.
Agarrándola como si fuera una cosa suya.

Se metió en la cama.
Piernas abiertas.
La sábana bajada.
Y empezó a tocarse.
Los dedos le temblaban.
Le costaba respirar.
Se mordía los labios mientras lo imaginaba parado frente a ella, con esa sonrisa mínima, con la verga dura marcándole el pantalón, con los ojos puestos solo en ella.
—Decime algo... —susurró al aire—. Mirame como hoy...
Se acariciaba lento, mojada, con movimientos circulares, mientras el cuerpo le pedía más, más, más.
Y cuando pensó que no podía aguantar un segundo más, el orgasmo le explotó adentro.
Le sacudió las piernas, le arqueó la espalda, le aflojó el alma.
Se quedó quieta. Desnuda.
Con los dedos húmedos.
El corazón acelerado.
Y una certeza quemándole el pecho:

No podía volver sin probarlo.
Ese hombre tenía que ser suyo.
Al menos una vez.

1 comentários - Alejandra y el senegales (parte 1)

🍓Aquí puedes desnudar a cualquier chica y verla desnuda) Por favor, puntúala ➤ https://da.gd/erotys