Prólogo: Para los que no me conocen
Hola, soy Micaela, pero todos me dicen Mica. Tengo 26 años ahora, pero esto pasó hace dos, cuando tenía 24. Soy rubia natural, de esas que en verano quedan casi blancas, como si el sol me lamiera el pelo. Mis ojos son celestes, grandes y brillantes; dicen que parecen de muñeca, pero mi abuela jura que los heredé de algún marinero escandinavo que se perdió por ahí hace siglos. Me da igual. Lo que sí sé es que desde los 15, cuando Gabriel —mi novio del secundario— me desvirgó en el asiento trasero de su Fiat Palio, mi vida se llenó de secretos ricos. Vivo en General Pico, La Pampa, una ciudad chica, con mis padres, y esta es la historia de una noche con Claudio, un viajante de comercio de 55 años que conocía de vista y me usó como nunca.
Gabriel es un amor: me trae flores el 15 de febrero porque “el 14 es muy comercial”, cocina risotto de champiñones para hacerme feliz, y los viernes se junta con sus amigos a jugar FIFA mientras yo… bueno, mientras yo me dejo romper por cosas que él nunca imaginaría.
Capítulo 1: El Juego Comienza
Era un viernes de abril, gris y lluvioso, con el agua pegando en las ventanas como si quisiera espiar. Estaba tirada en el sillón de casa, jugando con el celular, cuando a las 18:47 llegó el mensaje de Gabriel:
“Amor, ¿vas a estar bien sola? Leo armó torneo de FIFA y me tenté. Si querés, paso después.”
Sonreí y le escribí con mi vocecita dulce: “Ay, mi vida, andá y pasala lindo. Yo me quedo con una seriecita. Te quiero mucho.”
Mentí como siempre.
Dejé el celular y me estiré, la remera vieja cayéndome por el hombro. Subí una foto a Instagram para calentar el ambiente: una del verano pasado en la pileta de una amiga, bikini negro, el agua chorreándome por las tetas y el culo bien parado. Puse: “Extrañando el sol, ¿y vos?”. En minutos llovieron likes: amigos, vecinos, algún pajero del pueblo. Y ahí, entre todos, apareció
@Claudio_Viajante55. (no es su user real)
Lo conocía de vista, un tipo grandote y curtido que siempre andaba por ahí. Entré a su perfil: fotos de camionetas embarradas, rutas desiertas, botellas de whisky a medio tomar, y siempre con malas juntas —tipos con pinta de guachos, tatuados, bebiendo en bares de mierda—. Le di like a su primera foto —él contra un camión, con una cerveza y una mirada sucia— porque quería que me hablara, que me oliera desde lejos.
No tardó un carajo. Su mensaje cayó como piña:
“Esa boquita de nena pide que le metan pija hasta el fondo. ¿O me equivoco, putita?”
Me temblaron las manitos. Era él, el viejo de 55 que veía por la ciudad, y ahora me hablaba así. Respondí bajito, como si me escuchara: “Ay, no sé… las nenas como yo no dicen esas cositas feas.”
“Las nenas como vos terminan con el culo roto y la concha chorreando. 21:30. Te mando a buscar. Si no subís, sos una pendeja que juega a hacerse la zorra.”
Miré el reloj: 19:00. Sus palabras me dieron miedito, pero también me calentaron tanto que sentí la concha palpitándome. Dulcemente, escribí: “¿Y si voy, por favor, qué pasa?”
“Te voy a reventar ese culito de muñeca y vas a suplicar más, puta.”
Capítulo 2: Preparación y el Viaje
Me levanté con las piernitas flojas y fui al baño. Llené la bañera con agua calentita y unas gotitas de aceite de vainilla, el que a Gabriel le encanta. Me metí despacito, dejando que el calor me abrazara, y cerré los ojitos, imaginando a Claudio, ese viejo sucio que conocía de vista, diciéndome esas cosas que me hacían mojarme.
Salí y me depilé todo: las piernas, el culo, la concha. Quería estar suavecita como muñeca para él. Usé una cremita de coco y una navaja nueva, dejando mi piel brillosa y lista para que me toquen.
Abrí mi cajón secreto y saqué un conjunto negro de encaje: tanguita chiquita que se me metía entre las nalgas, corpiño que me apretaba las tetas, y medias negras con costura atrás que subían hasta los muslos. Me vestí frente al espejo, girando para verme. Estaba tan linda, tan entregadita.
Claudio me había escrito: “Mi amigo te pasa a buscar a tres cuadras de tu casa, en la esquina de la plaza. 21:00. Que no te vean tus viejos.” Vivía con mis padres, así que salí disimulando, diciendo que iba a lo de una amiga. Caminé rápido bajo la lluvia, y a las 21:00, un taxi paró en la esquina. Subí atrás con mi jean ajustado, una remerita gris y mi campera de cuero. El taxista, un tipo de 45 años con pinta de guacho, me miró por el retrovisor.
“Así que sos la putita que Claudio mandó a buscar,” dijo, con voz ronca, riéndose. “Te llevo al telo a que te cojan como perra, ¿no?”
Me puse rojita y murmuré: “Ay, no sé, solo… voy a verlo.”
“Claro, muñeca, todas las putitas dicen eso,” se burló, mirándome las tetas. “Te va a romper ese culito, y vos vas a volver chorreando. Si querés, te hago un favorcito antes.”
Me reí nerviosa, apretando las piernitas. Sus palabras sucias me calentaron más, y cuando llegamos, estaba temblando de miedo y ganas. Los mensajes de Claudio me daban vueltas en la cabeza —ese viejo que conocía de vista ahora me iba a usar—, pero igual bajé del taxi, con la concha ya mojada y el corazón a mil.
Capítulo 3: El Encuentro
Primera Sumisión y Primer Orgasmo
El pasillo olía a humedad y tabaco viejo. La puerta de la habitación 12 estaba entreabierta, y entré despacito, con las manitos sudadas. Claudio estaba ahí, un tipo de 55 años, grandote, con una camisa a cuadros medio abierta y una birra en la mano. Su pecho peludo asomaba, y sus ojos oscuros me comieron viva.
“¿Qué carajo hacés parada como pelotuda?” gruñó, tirando la botella al piso. Se me vino encima y me estampó contra la pared, sus manos agarrándome los brazos fuerte. Me mordió el cuello, los dientes raspándome, y yo solté un gemidito dulce.
“Regla uno, zorra: no me mirás a los ojos hasta que yo diga, ¿entendiste?”
“Ay, sí, señor, por favor,” susurré, temblando de lo rico que sonaba su voz fea.
Me apretó la cara con una mano. “Decilo bien, puta.”
“Sí, señor, por favor,” repetí, y él se rió sucio, bajando sus dedos por mi jean. Me lo arrancó de un tirón y metió la mano en mi tanguita, tocándome la concha empapada.
“Mierda, estás chorreando como yegua en celo,” dijo, metiendo dos dedos adentro, abriéndome despacio al principio, luego bombeándome fuerte. “Te gusta que te trate como basura, ¿no? Apuesto a que tu noviecito Gabriel no te moja así.”
“Ay, sí, señor, me gusta mucho,” gemí, pensando en Gabriel jugando FIFA mientras este viejo me tocaba. Sus dedos entraban y salían, frotándome las paredes de la concha, y su pulgar me apretaba el clítoris con fuerza. “Ay, señor, me viene, por favor,” grité, y el primer orgasmo me explotó: la concha se me cerró alrededor de sus dedos, chorreando como fuente, las piernitas temblándome mientras gritaba como nena buena, “Ay, ay, qué rico,” toda entregada a él.
“Eso, córrete, puta barata,” se burló, sacando los dedos mojados y restregándomelos por la boca.
Primera Acabada (Oral)
Me empujó al suelo con un “Arrodillate, zorra,” y yo obedecí rápido, mirándolo con ojitos dulces. “Sacámela, dale,” ordenó, y con mis manitos torpes le desabroché el pantalón. Su pija saltó dura, gorda, oliendo a macho viejo, y yo la agarré suavecito.
“Ay, señor, qué grandota,” dije bajito, y él me agarró el pelo fuerte.
“Chupala entera, putita, o te la meto hasta que te ahogues.” La puse en mi boquita, chupándola despacito, lamiéndole la punta con la lengua, pero él me empujó la cabeza, metiéndomela hasta la garganta. “Así, tragá pija como perra mientras Gabriel juega a la Play,” gruñó, moviéndome el pelo mientras me la clavaba. Me la metió hondo, haciéndome toser, y cuando se corrió, me llenó la boca con un chorro caliente, espeso, con gusto a tabaco y sudor. “Tragá todo, carajo, o te hago lamer el piso,” dijo, y yo lo hice, tragándome todo con un gemidito, “Ay, sí, señor,” sintiendo cómo me bajaba por la garganta.
Segundo Orgasmo
Me levantó como muñeca y me tiró en la cama, el colchón viejo chirriando bajo mi peso. Me arrancó el jean y la tanguita, dejándome con las medias puestas. “Mirá esta concha, toda hinchada y pidiendo pija,” dijo, abriéndome las piernas con las manos. Metió tres dedos de una, estirándome tanto que grité: “Ay, señor, por favor, despacito.”
“Callate, zorra, te lo meto como se me canta,” respondió, bombeándome los dedos rápido, abriéndome la concha con fuerza mientras su pulgar me frotaba el clítoris en círculos duros. “Gabriel no te toca así, ¿no, putita?” Me retorcí, gemiendo fuerte, “Ay, señor, qué rico,” pensando en mi novio mientras este viejo me rompía.
“Gritá más, puta, que se entere todo cómo te uso,” ordenó. Y grité, “Ay, ay, señor, me mata,” mientras el segundo orgasmo me partía: la concha se me apretó como puño, chorreando tanto que mojó la sábana, mis tetas saltando bajo la remera mientras me sacudía entera, gritando, “Ay, me corro otra vez, por favor,” toda rota para él.
Penetración y Tercer Orgasmo
Me dio vuelta, poniéndome en cuatro como perrita. “Abrí el culo, muñeca, te voy a reventar la concha,” dijo, y yo obedecí, abriéndome con las manitos. “Ay, señor, por favor, usá un forrito,” le pedí, con vocecita asustada.
“Las putas como vos se las cojo sin nada,” gruñó, y me la metió entera de un empujón en la concha, sin aviso. Grité fuerte, “Ay, señor, qué grande,” sintiendo cómo me llenaba hasta el fondo, estirándome toda. Empezó a darme duro, sus manos agarrándome las caderas, las nalgas rebotándome con cada embestida, el sonido de su pija chapoteando en mi concha mojada llenando la pieza.
“¿Te gusta, no, zorra? Que te cojan como basura mientras Gabriel pierde en FIFA,” me decía, dándome palmadas que me dejaban el culo rojo. “Decime que querés más, puta.” Y yo, toda sumisa, gemía: “Ay, sí, señor, más, por favor.” El tercer orgasmo me pegó mientras me embestía: grité como loca, “Ay, me corro, señor, me rompe,” la concha apretándole la pija mientras me chorreaba por las piernas, temblando tanto que casi me caigo. Él se corrió después, llenándome la concha con chorros calientes, gruñendo: “Tomá, zorra, todo adentro.”
Anal y Acabada en las Tetas
No me dejó descansar. “Ahora te rompo el culo, muñeca,” dijo, escupiendo en su mano y untándome el ojete con saliva. “Ay, señor, no, por favor, ahí no,” supliqué, pero él me agarró las nalgas y las abrió más.
“Callate, puta, te lo meto donde quiero,” gruñó, y me clavó la pija en el culo despacio al principio, estirándome tanto que grité: “Ay, señor, me duele, por favor.” Pero él no paró, metiéndomela entera hasta que sentí sus huevos pegados a mí. “Así, abrí ese culo como buena zorra mientras Gabriel no tiene idea,” dijo, empezando a bombearme fuerte, sus manos apretándome las nalgas mientras me daba sin parar.
Grité más, “Ay, ay, señor, me parte,” pero el dolor se mezcló con algo rico, y él se reía: “Te gusta que te rompan el orto, ¿no, putita?” Me dio duro, el sonido de su pija entrando y saliendo llenando todo, hasta que dijo: “Me voy a correr en esas tetitas de muñeca.” La sacó del culo, me dio vuelta rápido, me arrancó la remera y el corpiño, y se corrió encima de mis tetas: chorros calientes y espesos me salpicaron, chorreándome por el pecho mientras él gruñía, “Tomá, zorra, para que te acuerdes de mí.”
Epílogo: La Vuelta a Casa
Claudio se vistió en silencio, abrochándose el pantalón con cara de nada. Dejó unos billetes arrugados en la mesa, oliendo a birra y semen. “Para el taxi y la pastilla, puta, no quiero pendejos tuyos,” dijo, y se fue.
A las 2:17, Gabriel me escribió: “Ganamos el torneo! Soñá conmigo, mi amor.” Le mandé un corazoncito mientras me limpiaba la concha y las tetas con una toalla, sacándome los restos de Claudio. Me miré en el espejo: el pelo deshecho, el cuello mordido, las tetas pegajosas, los ojitos brillando de vicio. Sonreí. El mismo taxista me recogió después, pero esa es otra historia.

Los espero en mi IG @MasMicaQueNunca
FIN
Hola, soy Micaela, pero todos me dicen Mica. Tengo 26 años ahora, pero esto pasó hace dos, cuando tenía 24. Soy rubia natural, de esas que en verano quedan casi blancas, como si el sol me lamiera el pelo. Mis ojos son celestes, grandes y brillantes; dicen que parecen de muñeca, pero mi abuela jura que los heredé de algún marinero escandinavo que se perdió por ahí hace siglos. Me da igual. Lo que sí sé es que desde los 15, cuando Gabriel —mi novio del secundario— me desvirgó en el asiento trasero de su Fiat Palio, mi vida se llenó de secretos ricos. Vivo en General Pico, La Pampa, una ciudad chica, con mis padres, y esta es la historia de una noche con Claudio, un viajante de comercio de 55 años que conocía de vista y me usó como nunca.
Gabriel es un amor: me trae flores el 15 de febrero porque “el 14 es muy comercial”, cocina risotto de champiñones para hacerme feliz, y los viernes se junta con sus amigos a jugar FIFA mientras yo… bueno, mientras yo me dejo romper por cosas que él nunca imaginaría.
Capítulo 1: El Juego Comienza
Era un viernes de abril, gris y lluvioso, con el agua pegando en las ventanas como si quisiera espiar. Estaba tirada en el sillón de casa, jugando con el celular, cuando a las 18:47 llegó el mensaje de Gabriel:
“Amor, ¿vas a estar bien sola? Leo armó torneo de FIFA y me tenté. Si querés, paso después.”
Sonreí y le escribí con mi vocecita dulce: “Ay, mi vida, andá y pasala lindo. Yo me quedo con una seriecita. Te quiero mucho.”
Mentí como siempre.
Dejé el celular y me estiré, la remera vieja cayéndome por el hombro. Subí una foto a Instagram para calentar el ambiente: una del verano pasado en la pileta de una amiga, bikini negro, el agua chorreándome por las tetas y el culo bien parado. Puse: “Extrañando el sol, ¿y vos?”. En minutos llovieron likes: amigos, vecinos, algún pajero del pueblo. Y ahí, entre todos, apareció
@Claudio_Viajante55. (no es su user real)
Lo conocía de vista, un tipo grandote y curtido que siempre andaba por ahí. Entré a su perfil: fotos de camionetas embarradas, rutas desiertas, botellas de whisky a medio tomar, y siempre con malas juntas —tipos con pinta de guachos, tatuados, bebiendo en bares de mierda—. Le di like a su primera foto —él contra un camión, con una cerveza y una mirada sucia— porque quería que me hablara, que me oliera desde lejos.
No tardó un carajo. Su mensaje cayó como piña:
“Esa boquita de nena pide que le metan pija hasta el fondo. ¿O me equivoco, putita?”
Me temblaron las manitos. Era él, el viejo de 55 que veía por la ciudad, y ahora me hablaba así. Respondí bajito, como si me escuchara: “Ay, no sé… las nenas como yo no dicen esas cositas feas.”
“Las nenas como vos terminan con el culo roto y la concha chorreando. 21:30. Te mando a buscar. Si no subís, sos una pendeja que juega a hacerse la zorra.”
Miré el reloj: 19:00. Sus palabras me dieron miedito, pero también me calentaron tanto que sentí la concha palpitándome. Dulcemente, escribí: “¿Y si voy, por favor, qué pasa?”
“Te voy a reventar ese culito de muñeca y vas a suplicar más, puta.”
Capítulo 2: Preparación y el Viaje
Me levanté con las piernitas flojas y fui al baño. Llené la bañera con agua calentita y unas gotitas de aceite de vainilla, el que a Gabriel le encanta. Me metí despacito, dejando que el calor me abrazara, y cerré los ojitos, imaginando a Claudio, ese viejo sucio que conocía de vista, diciéndome esas cosas que me hacían mojarme.
Salí y me depilé todo: las piernas, el culo, la concha. Quería estar suavecita como muñeca para él. Usé una cremita de coco y una navaja nueva, dejando mi piel brillosa y lista para que me toquen.
Abrí mi cajón secreto y saqué un conjunto negro de encaje: tanguita chiquita que se me metía entre las nalgas, corpiño que me apretaba las tetas, y medias negras con costura atrás que subían hasta los muslos. Me vestí frente al espejo, girando para verme. Estaba tan linda, tan entregadita.
Claudio me había escrito: “Mi amigo te pasa a buscar a tres cuadras de tu casa, en la esquina de la plaza. 21:00. Que no te vean tus viejos.” Vivía con mis padres, así que salí disimulando, diciendo que iba a lo de una amiga. Caminé rápido bajo la lluvia, y a las 21:00, un taxi paró en la esquina. Subí atrás con mi jean ajustado, una remerita gris y mi campera de cuero. El taxista, un tipo de 45 años con pinta de guacho, me miró por el retrovisor.
“Así que sos la putita que Claudio mandó a buscar,” dijo, con voz ronca, riéndose. “Te llevo al telo a que te cojan como perra, ¿no?”
Me puse rojita y murmuré: “Ay, no sé, solo… voy a verlo.”
“Claro, muñeca, todas las putitas dicen eso,” se burló, mirándome las tetas. “Te va a romper ese culito, y vos vas a volver chorreando. Si querés, te hago un favorcito antes.”
Me reí nerviosa, apretando las piernitas. Sus palabras sucias me calentaron más, y cuando llegamos, estaba temblando de miedo y ganas. Los mensajes de Claudio me daban vueltas en la cabeza —ese viejo que conocía de vista ahora me iba a usar—, pero igual bajé del taxi, con la concha ya mojada y el corazón a mil.
Capítulo 3: El Encuentro
Primera Sumisión y Primer Orgasmo
El pasillo olía a humedad y tabaco viejo. La puerta de la habitación 12 estaba entreabierta, y entré despacito, con las manitos sudadas. Claudio estaba ahí, un tipo de 55 años, grandote, con una camisa a cuadros medio abierta y una birra en la mano. Su pecho peludo asomaba, y sus ojos oscuros me comieron viva.
“¿Qué carajo hacés parada como pelotuda?” gruñó, tirando la botella al piso. Se me vino encima y me estampó contra la pared, sus manos agarrándome los brazos fuerte. Me mordió el cuello, los dientes raspándome, y yo solté un gemidito dulce.
“Regla uno, zorra: no me mirás a los ojos hasta que yo diga, ¿entendiste?”
“Ay, sí, señor, por favor,” susurré, temblando de lo rico que sonaba su voz fea.
Me apretó la cara con una mano. “Decilo bien, puta.”
“Sí, señor, por favor,” repetí, y él se rió sucio, bajando sus dedos por mi jean. Me lo arrancó de un tirón y metió la mano en mi tanguita, tocándome la concha empapada.
“Mierda, estás chorreando como yegua en celo,” dijo, metiendo dos dedos adentro, abriéndome despacio al principio, luego bombeándome fuerte. “Te gusta que te trate como basura, ¿no? Apuesto a que tu noviecito Gabriel no te moja así.”
“Ay, sí, señor, me gusta mucho,” gemí, pensando en Gabriel jugando FIFA mientras este viejo me tocaba. Sus dedos entraban y salían, frotándome las paredes de la concha, y su pulgar me apretaba el clítoris con fuerza. “Ay, señor, me viene, por favor,” grité, y el primer orgasmo me explotó: la concha se me cerró alrededor de sus dedos, chorreando como fuente, las piernitas temblándome mientras gritaba como nena buena, “Ay, ay, qué rico,” toda entregada a él.
“Eso, córrete, puta barata,” se burló, sacando los dedos mojados y restregándomelos por la boca.
Primera Acabada (Oral)
Me empujó al suelo con un “Arrodillate, zorra,” y yo obedecí rápido, mirándolo con ojitos dulces. “Sacámela, dale,” ordenó, y con mis manitos torpes le desabroché el pantalón. Su pija saltó dura, gorda, oliendo a macho viejo, y yo la agarré suavecito.
“Ay, señor, qué grandota,” dije bajito, y él me agarró el pelo fuerte.
“Chupala entera, putita, o te la meto hasta que te ahogues.” La puse en mi boquita, chupándola despacito, lamiéndole la punta con la lengua, pero él me empujó la cabeza, metiéndomela hasta la garganta. “Así, tragá pija como perra mientras Gabriel juega a la Play,” gruñó, moviéndome el pelo mientras me la clavaba. Me la metió hondo, haciéndome toser, y cuando se corrió, me llenó la boca con un chorro caliente, espeso, con gusto a tabaco y sudor. “Tragá todo, carajo, o te hago lamer el piso,” dijo, y yo lo hice, tragándome todo con un gemidito, “Ay, sí, señor,” sintiendo cómo me bajaba por la garganta.
Segundo Orgasmo
Me levantó como muñeca y me tiró en la cama, el colchón viejo chirriando bajo mi peso. Me arrancó el jean y la tanguita, dejándome con las medias puestas. “Mirá esta concha, toda hinchada y pidiendo pija,” dijo, abriéndome las piernas con las manos. Metió tres dedos de una, estirándome tanto que grité: “Ay, señor, por favor, despacito.”
“Callate, zorra, te lo meto como se me canta,” respondió, bombeándome los dedos rápido, abriéndome la concha con fuerza mientras su pulgar me frotaba el clítoris en círculos duros. “Gabriel no te toca así, ¿no, putita?” Me retorcí, gemiendo fuerte, “Ay, señor, qué rico,” pensando en mi novio mientras este viejo me rompía.
“Gritá más, puta, que se entere todo cómo te uso,” ordenó. Y grité, “Ay, ay, señor, me mata,” mientras el segundo orgasmo me partía: la concha se me apretó como puño, chorreando tanto que mojó la sábana, mis tetas saltando bajo la remera mientras me sacudía entera, gritando, “Ay, me corro otra vez, por favor,” toda rota para él.
Penetración y Tercer Orgasmo
Me dio vuelta, poniéndome en cuatro como perrita. “Abrí el culo, muñeca, te voy a reventar la concha,” dijo, y yo obedecí, abriéndome con las manitos. “Ay, señor, por favor, usá un forrito,” le pedí, con vocecita asustada.
“Las putas como vos se las cojo sin nada,” gruñó, y me la metió entera de un empujón en la concha, sin aviso. Grité fuerte, “Ay, señor, qué grande,” sintiendo cómo me llenaba hasta el fondo, estirándome toda. Empezó a darme duro, sus manos agarrándome las caderas, las nalgas rebotándome con cada embestida, el sonido de su pija chapoteando en mi concha mojada llenando la pieza.
“¿Te gusta, no, zorra? Que te cojan como basura mientras Gabriel pierde en FIFA,” me decía, dándome palmadas que me dejaban el culo rojo. “Decime que querés más, puta.” Y yo, toda sumisa, gemía: “Ay, sí, señor, más, por favor.” El tercer orgasmo me pegó mientras me embestía: grité como loca, “Ay, me corro, señor, me rompe,” la concha apretándole la pija mientras me chorreaba por las piernas, temblando tanto que casi me caigo. Él se corrió después, llenándome la concha con chorros calientes, gruñendo: “Tomá, zorra, todo adentro.”
Anal y Acabada en las Tetas
No me dejó descansar. “Ahora te rompo el culo, muñeca,” dijo, escupiendo en su mano y untándome el ojete con saliva. “Ay, señor, no, por favor, ahí no,” supliqué, pero él me agarró las nalgas y las abrió más.
“Callate, puta, te lo meto donde quiero,” gruñó, y me clavó la pija en el culo despacio al principio, estirándome tanto que grité: “Ay, señor, me duele, por favor.” Pero él no paró, metiéndomela entera hasta que sentí sus huevos pegados a mí. “Así, abrí ese culo como buena zorra mientras Gabriel no tiene idea,” dijo, empezando a bombearme fuerte, sus manos apretándome las nalgas mientras me daba sin parar.
Grité más, “Ay, ay, señor, me parte,” pero el dolor se mezcló con algo rico, y él se reía: “Te gusta que te rompan el orto, ¿no, putita?” Me dio duro, el sonido de su pija entrando y saliendo llenando todo, hasta que dijo: “Me voy a correr en esas tetitas de muñeca.” La sacó del culo, me dio vuelta rápido, me arrancó la remera y el corpiño, y se corrió encima de mis tetas: chorros calientes y espesos me salpicaron, chorreándome por el pecho mientras él gruñía, “Tomá, zorra, para que te acuerdes de mí.”
Epílogo: La Vuelta a Casa
Claudio se vistió en silencio, abrochándose el pantalón con cara de nada. Dejó unos billetes arrugados en la mesa, oliendo a birra y semen. “Para el taxi y la pastilla, puta, no quiero pendejos tuyos,” dijo, y se fue.
A las 2:17, Gabriel me escribió: “Ganamos el torneo! Soñá conmigo, mi amor.” Le mandé un corazoncito mientras me limpiaba la concha y las tetas con una toalla, sacándome los restos de Claudio. Me miré en el espejo: el pelo deshecho, el cuello mordido, las tetas pegajosas, los ojitos brillando de vicio. Sonreí. El mismo taxista me recogió después, pero esa es otra historia.

Los espero en mi IG @MasMicaQueNunca
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