Cinco meses.
Cinco meses en los que Samuel se reconstruyó desde las cenizas.
Después de aquella última noche, después de verla desaparecer en la playa con otro hombre, después de despertar en una cama vacía y un corazón destrozado, se fue.
Dejó la ciudad, dejó los recuerdos, dejó a Valeria.
No fue fácil. Las cicatrices invisibles dolían más que las visibles. No había noche en la que no reviviera aquel momento, atrapado en un limbo entre el odio, el deseo y la resignación.
Pero el destino, en su impredecible juego, le tenía preparado algo más.
Sofía llegó como un huracán en su vida.
No la buscó. No la esperaba. Pero ella apareció justo cuando más la necesitaba.
Diferente. Auténtica. Sincera.
Donde Valeria era fuego que consumía sin dejar nada, Sofía era luz que reconstruía.
Por primera vez en mucho tiempo, Samuel volvió a sonreír.
Volvió a sentirse hombre. Volvió a sentirse deseado.
Pero no de la forma vacía y superficial que lo hacía Valeria. No como un simple objeto de uso.
Sofía lo miraba como si él fuera lo más importante en su mundo.
Y eso lo cambió todo.
Cinco meses después, Samuel regresó a la ciudad con Sofía de la mano.
Había dejado atrás el pasado. O al menos, eso creyó.
Pero el destino, siempre caprichoso, tenía otros planes.
Caminando por el aeropuerto, su cuerpo se tensó al verlos.
Valeria.
Su vientre redondeado por un embarazo evidente.
Su mano entrelazada con la del hombre que una vez le arrebató todo.
Y entonces se besaron.
Como si nada. Como si el mundo fuera suyo. Como si la historia que compartieron alguna vez jamás hubiera existido.
Samuel sintió un extraño vacío en el pecho.
Pero no dolor.
No furia.
No tristeza.
Solo indiferencia.
La había superado.
Valeria se giró en ese momento, riendo por algo que su amante le susurró al oído.
Y sus ojos se encontraron con los de Samuel.
Fue un instante. Solo un segundo. Pero el tiempo pareció congelarse.
Ella parpadeó. Su sonrisa se desvaneció apenas un poco.
Y entonces vio a Sofía.
Vio cómo Samuel sostenía su mano con firmeza.
Vio la tranquilidad en su rostro.
Vio la ausencia total de dolor.
Y eso la golpeó más fuerte que cualquier insulto o venganza.
Samuel no dijo nada.
No necesitaba hacerlo.
Simplemente sonrió.
Giró el rostro hacia Sofía, la tomó por la cintura y la besó frente a Valeria.
Un beso profundo, sincero. Un beso que significaba mucho más que deseo.
Cuando se separó, tomó la maleta con una calma absoluta y siguió caminando.
Dejando atrás para siempre a la mujer que alguna vez creyó amar.
Valeria observó cómo Samuel se alejaba, con el pecho oprimido y la garganta seca.
Algo dentro de ella se revolvió.
No supo explicarlo.
¿Rabia?
¿Arrepentimiento?
¿Celos?
No lo sabía. Pero sí entendió una cosa:
Samuel ya no era suyo.
Y lo peor de todo…
Ella jamás volvería a ser suya.
Cinco meses en los que Samuel se reconstruyó desde las cenizas.
Después de aquella última noche, después de verla desaparecer en la playa con otro hombre, después de despertar en una cama vacía y un corazón destrozado, se fue.
Dejó la ciudad, dejó los recuerdos, dejó a Valeria.
No fue fácil. Las cicatrices invisibles dolían más que las visibles. No había noche en la que no reviviera aquel momento, atrapado en un limbo entre el odio, el deseo y la resignación.
Pero el destino, en su impredecible juego, le tenía preparado algo más.
Sofía llegó como un huracán en su vida.
No la buscó. No la esperaba. Pero ella apareció justo cuando más la necesitaba.
Diferente. Auténtica. Sincera.
Donde Valeria era fuego que consumía sin dejar nada, Sofía era luz que reconstruía.
Por primera vez en mucho tiempo, Samuel volvió a sonreír.
Volvió a sentirse hombre. Volvió a sentirse deseado.
Pero no de la forma vacía y superficial que lo hacía Valeria. No como un simple objeto de uso.
Sofía lo miraba como si él fuera lo más importante en su mundo.
Y eso lo cambió todo.
Cinco meses después, Samuel regresó a la ciudad con Sofía de la mano.
Había dejado atrás el pasado. O al menos, eso creyó.
Pero el destino, siempre caprichoso, tenía otros planes.
Caminando por el aeropuerto, su cuerpo se tensó al verlos.
Valeria.
Su vientre redondeado por un embarazo evidente.
Su mano entrelazada con la del hombre que una vez le arrebató todo.
Y entonces se besaron.
Como si nada. Como si el mundo fuera suyo. Como si la historia que compartieron alguna vez jamás hubiera existido.
Samuel sintió un extraño vacío en el pecho.
Pero no dolor.
No furia.
No tristeza.
Solo indiferencia.
La había superado.
Valeria se giró en ese momento, riendo por algo que su amante le susurró al oído.
Y sus ojos se encontraron con los de Samuel.
Fue un instante. Solo un segundo. Pero el tiempo pareció congelarse.
Ella parpadeó. Su sonrisa se desvaneció apenas un poco.
Y entonces vio a Sofía.
Vio cómo Samuel sostenía su mano con firmeza.
Vio la tranquilidad en su rostro.
Vio la ausencia total de dolor.
Y eso la golpeó más fuerte que cualquier insulto o venganza.
Samuel no dijo nada.
No necesitaba hacerlo.
Simplemente sonrió.
Giró el rostro hacia Sofía, la tomó por la cintura y la besó frente a Valeria.
Un beso profundo, sincero. Un beso que significaba mucho más que deseo.
Cuando se separó, tomó la maleta con una calma absoluta y siguió caminando.
Dejando atrás para siempre a la mujer que alguna vez creyó amar.
Valeria observó cómo Samuel se alejaba, con el pecho oprimido y la garganta seca.
Algo dentro de ella se revolvió.
No supo explicarlo.
¿Rabia?
¿Arrepentimiento?
¿Celos?
No lo sabía. Pero sí entendió una cosa:
Samuel ya no era suyo.
Y lo peor de todo…
Ella jamás volvería a ser suya.
1 comentários - Cicatrices Invisibles: El Último Encuentro