Algunos vieron el post anterior y me preguntaban si es cierto la LP de los hospitales, déjenme les cuento algunas historias que me pasaron y si le gustan les estaré subiendo continuamente.
Siempre fui de los que marcaban su distancia. No era mamón, pero tampoco me gustaba el jueguito de las sonrisas de más, las risas falsas o el típico coqueteo barato que flotaba en el hospital. Yo llegaba, hacía mi chamba y me apartaba. Nunca me enredaba con nadie. Y eso, por alguna razón, las traía más.
Las enfermeras me miraban con esa mezcla de curiosidad y reto, como si estuvieran esperando a ver quién lograba sacarme de mi burbuja. Pero yo nunca les daba entrada. Hasta que llegó Renata. (Ojo tenía otro nombre pero por fines de privacidad la llamaré Renata)
Ella era distinta. No intentó agradarme, no buscó conversación innecesaria. Era segura de sí misma y con una mirada que decía fuera de aquí . Y eso, aunque no quería admitirlo, me hizo sentir comodo
Las primeras semanas fueron puro juego silencioso. Miradas de lejos, algún roce accidental silencios que decían más que cualquier palabra. Yo seguía en mi papel de inalcanzable, pero ella no era como las demás; no se desesperó, no insistió. Solo me dejó acercarme poco a poco, sin que me diera cuenta.
La guardia que lo cambió todo fue un domingo a las tres de la mañana, con el hospital en calma y una taza de café frío en la mano. Estaba revisando unas notas cuando la sentí cerca.
Se apoyó junto a mí en el mostrador, su brazo apenas rozando el mío.
—Tienes fama de ser el doctor más difícil
dijo sin verme,
Solté una risa corta, sin despegar la vista del expediente.
—No sabía que eso decían de mi,
Respondí
—No hace falta hablar se te nota que tan serio no eres
Ahora sí la miré.
—¿Ah, sí? , pregunté, levantando una ceja.
Se inclinó un poco, apenas lo suficiente para lograr escucharla susurrar
—Sí. Tarde o temprano vas a dejar de hacerte el difícil.
No me moví. No porque no quisiera, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, sentí que no tenía el control de la situación.
Su mano bajó con calma hasta el bolsillo de mi bata, como si buscara algo, pero los dos sabíamos que solo estaba tanteando terreno.
—¿Sabes qué es lo peor de todo?
—Sorpréndeme.
—Que ya me dejaste ganar.
Continuo tocando mi entrepierna a través del bolsillo, a tal punto que me la puso durísima
Y con esa maldita sonrisa, se apartó y siguió con su turno como si nada.
Esa noche me fui a casa más caliente que nada.
Estoy preparando la continuación de esta anécdota si les gusta incluso la llegó a subir hoy.
Siempre fui de los que marcaban su distancia. No era mamón, pero tampoco me gustaba el jueguito de las sonrisas de más, las risas falsas o el típico coqueteo barato que flotaba en el hospital. Yo llegaba, hacía mi chamba y me apartaba. Nunca me enredaba con nadie. Y eso, por alguna razón, las traía más.
Las enfermeras me miraban con esa mezcla de curiosidad y reto, como si estuvieran esperando a ver quién lograba sacarme de mi burbuja. Pero yo nunca les daba entrada. Hasta que llegó Renata. (Ojo tenía otro nombre pero por fines de privacidad la llamaré Renata)
Ella era distinta. No intentó agradarme, no buscó conversación innecesaria. Era segura de sí misma y con una mirada que decía fuera de aquí . Y eso, aunque no quería admitirlo, me hizo sentir comodo
Las primeras semanas fueron puro juego silencioso. Miradas de lejos, algún roce accidental silencios que decían más que cualquier palabra. Yo seguía en mi papel de inalcanzable, pero ella no era como las demás; no se desesperó, no insistió. Solo me dejó acercarme poco a poco, sin que me diera cuenta.
La guardia que lo cambió todo fue un domingo a las tres de la mañana, con el hospital en calma y una taza de café frío en la mano. Estaba revisando unas notas cuando la sentí cerca.
Se apoyó junto a mí en el mostrador, su brazo apenas rozando el mío.
—Tienes fama de ser el doctor más difícil
dijo sin verme,
Solté una risa corta, sin despegar la vista del expediente.
—No sabía que eso decían de mi,
Respondí
—No hace falta hablar se te nota que tan serio no eres
Ahora sí la miré.
—¿Ah, sí? , pregunté, levantando una ceja.
Se inclinó un poco, apenas lo suficiente para lograr escucharla susurrar
—Sí. Tarde o temprano vas a dejar de hacerte el difícil.
No me moví. No porque no quisiera, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, sentí que no tenía el control de la situación.
Su mano bajó con calma hasta el bolsillo de mi bata, como si buscara algo, pero los dos sabíamos que solo estaba tanteando terreno.
—¿Sabes qué es lo peor de todo?
—Sorpréndeme.
—Que ya me dejaste ganar.
Continuo tocando mi entrepierna a través del bolsillo, a tal punto que me la puso durísima
Y con esa maldita sonrisa, se apartó y siguió con su turno como si nada.
Esa noche me fui a casa más caliente que nada.
Estoy preparando la continuación de esta anécdota si les gusta incluso la llegó a subir hoy.
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