LA PRIMERA VEZ

No es una historia común, sino un recuerdo personal, muy íntimo, que algunos miembros de esta comunidad me pidieron compartir. Tenía catorce años, iba a la secundaria, y era novia de Marlon. Él era todo lo que una adolescente podía desear: guapo, delgado, de piel blanca, ojos amarillos casi dorados, y cabello negro como la noche. Nuestra relación había comenzado tímidamente, con miradas furtivas en los pasillos de la escuela y besos robados en las escaleras. Éramos dos adolescentes tímidos, pero la atracción entre nosotros era innegable. Las tardes las pasábamos juntos, jugando The King of Fighters, un juego en el que ambos éramos expertos. Nuestras manos rozándose accidentalmente mientras competíamos, la electricidad del contacto recorriéndonos la piel, que recuerdos...

En esos momentos, la conexión era palpable, una promesa silenciosa de algo más. Pero nuestra relación era un secreto, un juego peligroso y emocionante que vivíamos al límite.

Un día, Marlon me invitó a su casa. La propuesta, directa y sin rodeos, me sorprendió. El temor se mezclaba con una punzante curiosidad, una anticipación que me dejaba sin aliento. Esa tarde, me vestí con cuidado, eligiendo una falda larga y holgada color café, una blusa verde oliva, intentando crear una imagen que se acercara a lo que yo imaginaba como "sexy". Pero mi ropa interior era sencilla, un conjunto blanco de algodón, simple y limpio, nada especial. La verdad es que no tenía idea de cómo debía vestir para ese momento tan especial.

En casa de Marlon, la atmósfera era diferente, más tensa. Marlon pidió a su hermano que saliera un rato, y entonces, el silencio se hizo pesado, cargado de una expectativa que me dejaba nerviosa. Marlon, bruscamente, me recostó en un sillón cubierto con plástico. La frialdad del plástico contra mi piel contrastaba con el calor que sentía en mi interior, una mezcla de nerviosismo y anticipación. Me pidió que me quitara la ropa interior. Lo hice, con manos temblorosas, esperando una caricia suave, un preludio, algo que me preparara para lo que estaba por venir. Pero no hubo nada de eso.

Sacó su miembro, se puso un condón, abrió mis piernas y me penetró. Fue brusco, doloroso, inesperado. Un leve gemido de dolor escapó de mis labios, un sonido que me avergonzó al instante e hizo que llevara mis manos al rostro.

Menos de un minuto... Fue tan rápido, tan impersonal, que apenas lo sentí como algo real. Cuando terminó, se levantó, frío y distante. Su rostro no reflejaba nada de la pasión que yo había sentido, o al menos, que yo había esperado sentir. Me dijo que me fuera. Salí de su casa, confundida, herida, y sobre todo, profundamente decepcionada... No entendía qué había pasado, por qué había sido tan frío, tan brusco. La promesa silenciosa que habíamos compartido en nuestras tardes de juegos se había roto, dejando tras de sí un vacío doloroso. Al día siguiente, en la escuela, me ignoró. Durante días, se escondió.

Finalmente, lo encontré en un pasillo. Le pregunté qué pasaba. No respondió. Solo dijo que ya no éramos novios y se alejó. No lo busqué más. Esa fue mi primera vez. Una experiencia cruda, dolorosa, decepcionante, y sobre todo, profundamente solitaria.

Mucho después, entendí la canción de "Yo soy tu maestro" de Pesadilla, pero esa es otra historia.

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