Madrid bajo luces de neón
La vida nocturna de Madrid estaba viva como un corazón palpitante. Entre callejuelas escondidas y bares iluminados, Carla, una mujer de 30 años con una melena rizada que caía desordenada sobre sus hombros, caminaba con paso firme. Llevaba gafas de pasta negras que acentuaban el misterio en su mirada y un vestido negro que moldeaba su figura sin esfuerzo. Con 1,63 de altura, cada movimiento suyo parecía diseñado para capturar la atención de quien pasara por su lado.
De día, Carla era profesora en una universidad privada, alguien que discutía con sus alumnos sobre los matices de la literatura clásica y los desafíos de la escritura contemporánea. Pero al caer la noche, se transformaba. Era Luna, una mujer que exploraba la sensualidad de Madrid, el lado oculto de una ciudad que nunca dormía.
Había empezado hace un año, más por curiosidad que por necesidad. Lo que comenzó como un experimento se convirtió en un juego de poder y control. Su círculo de clientes era selecto, formado por hombres y mujeres influyentes, quienes, lejos de juzgarla, la veneraban. Sabían que no solo pagaban por su compañía, sino por entrar en su mundo donde las reglas las ponía ella.
Esa noche, Carla tenía una cita especial. Había recibido un mensaje críptico de alguien que firmaba como “D.”. Según las referencias, era un político joven en ascenso, alguien acostumbrado a ocultar secretos. Carla sonrió al leer el mensaje en su móvil. Se ajustó las gafas frente al espejo del apartamento que había alquilado exclusivamente para sus encuentros y dejó que su cabello se desordenara aún más.
En el salón del apartamento, la luz era tenue, casi cálida. Una botella de vino esperaba en la mesa, junto a dos copas de cristal. Al escuchar los pasos que se acercaban al piso, su corazón dio un pequeño salto, no de nerviosismo, sino de expectación.
Cuando abrió la puerta, allí estaba D., vestido impecablemente con un traje gris oscuro. Sus ojos recorrieron el cuerpo de Carla con rapidez, pero sin disimular su admiración. Ella, acostumbrada a esas miradas, dejó que la suya se cruzara con la de él, intensa y prolongada.
—¿Es así como imaginabas conocerme? —preguntó ella con voz baja y juguetona.
—No sabía cómo imaginártelo, pero esto supera mis expectativas —respondió él, entrando en el apartamento.
El encuentro empezó con una charla casual, como dos desconocidos probándose el terreno. Pero conforme el vino llenaba las copas, las palabras dieron paso a silencios cargados de tensión. Carla se levantó del sofá, acercándose a él.
—¿Qué es lo que buscas realmente, D.? —preguntó, inclinándose lo suficiente para que su cabello rozara el rostro de él.
D. se limitó a posar una mano sobre su cintura, atrayéndola hacia sí. Los labios de ambos se encontraron con una urgencia contenida, un beso que comenzó lento y terminó convirtiéndose en un fuego descontrolado.
Carla lo guió hacia el dormitorio, donde las luces tenues y la música suave creaban un ambiente de intimidad. Allí, Luna tomó el control. Cada caricia, cada susurro y cada mirada eran calculados para desarmarlo, para recordarle que en ese espacio no había jerarquías ni títulos, solo placer.
Lentamente se fue dejando desnudar por las manos torpes del hombre.
Aunque no era la primera vez que lo hacía sus piernas seguían temblando como la primera vez. D. acarició sus pequeños senos mientras se relamía observando su hermosa desnudez.
-Carla, ¿te han dicho alguna vez que tienes una mezcla entre arabe y asiatica? Me excita sobremanera.
Ella sonrió mientras se arrodillaba y le bajaba los pantalones. Levantó la cabeza para observarle con su característica inocencia. Pasó la lengua por sus labios y luego lamió el miembro del hombre que no pudo evita emitir un gemido profundo.
-Joder Carla, eres la puta perfección. -le indicó mientras agarraba fuertemente su pelo rizado.
Apretó la cabeza de ella hasta introducir su erecto miembro hasta el fondo, aguantó los envites de ella cuyas arcadas excitaban mas aún a D.
Cuando empezó a lanzar gopes contras sus muslos el la soltó. Carla empezó a toser baneando mientras él la abofeteaba un par de veces orgullosobde ella.
-¡Eres la mejor!
Mientras ella intentaba recuperar el aliento el la tiró bica abajo poniéndola a 4 patas y la penetró con un ansia animal. Parecía un perro en celo con un presa fragil que se movía a sus deseos.
El de casi dos metros, ella de 1,63. Un contraste perverso, un cuadro erotico digno de sus mas perversa imaginación.
Ella lanzaba agudos y sensuales gemidos, él gruñía, gemia mientras se abalanzaba poseido hacia el placer.
Horas después, Carla lo observó mientras dormía, su rostro relajado y ajeno a los dilemas de su vida pública. Era en momentos como esos cuando sentía el peso de su doble vida, pero también la libertad que le daba esa faceta oculta. Luna no solo era su alter ego; era su forma de escapar, de experimentar un mundo donde las reglas se escribían con tinta invisible.
A medida que el sol comenzaba a teñir el cielo de tonos rosados, Carla se levantó, se puso las gafas y se miró al espejo. Mañana volvería a ser la profesora de literatura, pero esta noche, Luna había dejado su huella una vez más.
1 comentários - La doble vida de mi vecina