Desvistiendo a mamá
Estaba muy ansioso. Hacía poco que había terminado un curso intensivo de hipnosis adistancia. Al principio no estaba tan convencido de que fuera a funcionar. Quizás losubestimé por ser algo que se dictaba por Google meet. Me conecté a las clases más porcuriosidad que por optimismo. Pero, a medida que pasaban los encuentros, me di cuentade que el profesor Pagni era todo un profesional, y además muy didáctico. Las claseseran de dos horas, una vez por semana, y el curso duraba seis meses.
Ya tenía el diploma, aunque en sí no servía de mucho. No era psicólogo, así queno podía hacer hipnosis terapéutica. Tampoco me interesaban los trucos de magia. Miinterés era mucho más básico, y también más divertido. Había hecho algunosexperimentos, y me habían salido bien, aunque, claro, no había sido muy ambicioso Erajustamente ahora cuando pensaba hacer algo más osado.
Mi madre estaba sentada frente a mí en la sala de estar, distraída con su teléfono,completamente ajena a lo que estaba por suceder. No era la típica madre rolliza quetenían la mayoría de los chicos de mi edad. Me había tenido de muy joven, así queahora apenas tenía treinta y seis años. Era morocha, alta, y tenía un cuerpo espectacular.Un cuerpo que ni siquiera yo podía ignorar. Los labios eran gruesos, y tenía un lunar enuno de sus pómulos. El pelo castaño lacio, la sonrisa fácil, con los dientes un tantograndes. Las tetas eran de un tamaño normal, pero bien paraditas. Lo mejor, por lejos,era su cintura de avispa y su culo, enorme y firme.
A pesar de que era casada, estaba tan buena que varios de los hombres del barriotrataban de seducirla. Lo veía con claridad cada vez que ella salía a hacer las compras ocuando, más producida, salía a pasear al centro. Todas las miradas se volcaban a ella,quien, si bien siempre era simpática, nunca demostraba aprobar la lujuria masculina.Simplemente la aceptaba y fingía hacer de cuenta que no pasaba nada. Aunque esopasaba cuando yo estaba presente, claro. Siempre me dio curiosidad saber cómo secomportaba cuando ni yo ni papá estábamos cerca.
Era la típica ama de casa que pasaba el noventa porciento de su vida dentro de lacasa. Solo que físicamente se parecía más bien al sueño pornográfico de cualquier chicode mi edad. Y yo, desde que tenía memoria, la veía como una mujer deseable, a pesar dela relación filial que teníamos.
Así que, impulsado por estos pensamientos, me propuse a llevar a la práctica loque había aprendido.
Era temprano en la mañana, y el sol iluminaba suavemente la habitación a travésde las cortinas.
Mi madre y yo siempre habíamos tenido una relación cercana, aunque no demucha confianza, sobre todo cuando crecí y empecé a verla de otra manera. Es decir,nos llevábamos muy bien, pero no era de esas madres que pretendían ser amigas de sushijos. Yo agradecía que no se metiera en mi vida. Tampoco era la típica madre estricta,sino más bien relajada. A veces me preguntaba si se daba cuenta de la manera en que la miraba. Si bien hacía lo posible por disimularlo, siempre se me iban lo ojos, y variasveces me pescó en ese instante.
Había estado practicando la hipnosis ericksoniana, una técnica que me permitíainducir el trance sin que la persona lo notara, llevándola a un estado profundo yreceptivo, solo a través de palabras cuidadosamente elegidas. Era, quizás, un tanto máscomplicado que otros métodos, pero tenía la ventaja de que podías hipnotizar a alguiensin que se diera cuenta.
Me acomodé en el borde del sofá, observándola, esperando el momentoadecuado para comenzar. Ella no parecía tener ninguna sospecha de lo que planeaba. Seveía relajada, y eso era perfecto para lo que estaba por hacer.
—Mamá, ¿podemos hablar un ratito? —pregunté con mi tono más casual, comosi fuera una simple charla matutina. Tenía que mantener la naturalidad.
Ella levantó la vista de su teléfono y me miró con una cálida sonrisa.
—Claro, ¿qué pasa? —respondió.
Este era el momento de empezar. La hipnosis ericksoniana no se trataba decomandos directos ni de inducir el trance de manera obvia; era como llevar a alguien dela mano, guiándolo por un camino que parecía perfectamente natural, sin que notara queestaba entrando en un estado diferente.
—Nada importante —dije, sonriendo—, solo pensaba en lo ocupada que siempreestás. A veces no te tomás un segundo para relajarte de verdad, ¿no? Siempre hacéstantas cosas...
Mi madre soltó una leve risa, bajando el teléfono y cruzando los brazos sobre lamesa. Las tetas se levantaron al hacerlo. Traté de no mirarlas, aunque era difícil
—Es verdad, siempre ando haciendo cosas para la casa. A veces ni me doycuenta de lo agotada que estoy.Esa era la puerta que necesitaba. Con una voz suave y envolvente, empecé adirigir la conversación hacia el tipo de sugestiones que sabía que funcionaban bien conella.
—Y es increíble cómo, cuando te detenés por un momento, podés sentirlo, ¿no?Cómo todo tu cuerpo empieza a soltar el cansancio. A veces ni siquiera es algoconsciente, simplemente... empezás a relajarte sin darte cuenta.
Ella me miró por un segundo, como si estuviera considerando mis palabras, yluego asintió levemente, reclinándose un poco más en la silla. Noté que su posturaempezaba a cambiar, a volverse menos rígida, como si ya empezara a dejar ir parte deesa tensión que mencionaba.
—Es como cuando te das cuenta de que tus hombros estaban tensos, ¿no? —seguí diciendo—. Ni siquiera lo pensás, pero cuando alguien lo menciona, de repente tedas cuenta de lo bien que se siente relajarlos... Y no tenés que hacer nada especial,simplemente dejar que ocurra, dejar que tu cuerpo se suelte por sí solo.
Mi tono se mantuvo suave y rítmico, no demasiado insistente, solo lo suficientepara que sus pensamientos empezaran a seguir el curso que yo estaba trazando. Lahipnosis ericksoniana consistía en eso: hacer que la persona creyera que todo estababajo su control, que todo lo que sentía era una elección propia.
Ella se movió en su asiento, ajustando su postura, y noté cómo sus hombroscaían un poco, su respiración volviéndose más lenta y profunda. Esto era clave. No setrataba de forzar el trance, sino de permitir que ella lo aceptara de manera natural, quesu mente se abriera a las sugerencias sin resistencias.
—Es curioso cómo, a veces, solo con pensar en relajarte... ya podés sentirlo entodo el cuerpo —continué, bajando un poco más la voz, lo suficiente como para que mitono se volviera un murmullo envolvente—. Como si tu mente supiera exactamente quéhacer para dejarse llevar. Como si, simplemente, al respirar un poco más profundo, cadaparte de tu cuerpo se volviera más ligera... más relajada... como si flotaras un poco máscon cada respiración.
Cerró los ojos por un segundo, y supe que estaba funcionando. Estaba cayendoen el trance, suave y naturalmente, sin darse cuenta de que yo la estaba guiando hacia él.Todo parecía tan normal para ella, pero sus movimientos eran cada vez más lentos, surespiración más profunda. Estaba entrando en ese espacio entre la vigilia y el sueño,donde las sugerencias podían sembrarse sin que su mente consciente las rechazara.
De todas formas, no tenía que cantar victoria tan rápido. El simple sonido deltimbre podría sacarla de ese estado. Para que la cosa funcionara no bastaba con quehiciera todo bien, sino que debía crear un contexto propicio, y esperar a que nosucediera nada inesperado que rompa con el clima creado.
—Eso es... —susurré, sin romper el ritmo—. Y podés notar cómo tu cuerposimplemente sigue relajándose... más y más... sin que tengas que hacer nada. Todo sesiente tranquilo, ligero, como si el tiempo se detuviera por un momento. Y está bien...podés dejarte llevar por esa sensación...
Sus ojos parpadearon lentamente antes de cerrarse del todo, y supe que habíacruzado el umbral. Estaba en el trance, pero no era un trance profundo de esos que seven en los espectáculos, donde la persona queda completamente inmóvil. Este eradiferente, más sutil, más controlado. Ella estaba en un estado en el que podía seguiractuando de manera automática, pero sin ser del todo consciente de lo que hacía.
Era el momento perfecto para empezar a introducir las sugerencias.
—Y ahora, mientras seguís respirando profundamente, te das cuenta de lo bienque te sentís... cómo todo está en calma... como si cada parte de vos estuvieracompletamente a gusto. Y sin que tengas que pensarlo demasiado, podés empezar ahacer cosas de manera automática, tranquila... como si supieras exactamente qué hacer,sin esfuerzo... solo dejándote llevar por esa sensación de bienestar.
No había prisa. La hipnosis ericksoniana me permitía construir la experiencialentamente, sin necesidad de órdenes directas. Mi madre no sabía que estabahipnotizada, pero estaba receptiva, abierta a cualquier cosa que le sugiriera, siempre quepareciera algo que ella misma decidiría hacer. Ese era el punto flojo de la hipnosis engeneral. Nadie podía obligar a nadie a hacer algo que estuviera en contra de susideologías, convicciones y normas éticas, lo que a priori hacía imposible que pudieracumplir con mis sueños incestuosos. Sin embargo, estaba seguro de que se podían crearsituaciones en las que podía salir beneficiado.
Eso sí, por tratarse del primer experimento, en donde ponía a prueba que tanefectiva era la hipnosis en ella, no pensaba arriesgarme mucho.
—Y te das cuenta de que, en algún momento, podrías tener ganas de levantarte...—seguí diciendo—, caminar hacia la cocina... y empezar a preparar un desayuno. No esalgo que pensás conscientemente, simplemente lo hacés, de manera natural, como sifuera parte de tu rutina... algo que te hace sentir bien, relajada.
Mi madre permanecía con los ojos cerrados, su respiración lenta y profunda,completamente inmersa en el trance. Sabía que pronto empezaría a moverse, a actuarsiguiendo las sugerencias que le había dado. Solo faltaba un poco más de tiempo, unpoco más de paciencia, y el siguiente paso se daría por sí solo.
La primera parte del proceso estaba completa. Mi madre estaba hipnotizada,completamente receptiva, y yo estaba listo para continuar.
El ambiente seguía siendo sereno. El leve sonido del viento afuera y la luz suavedel sol que entraba por las ventanas contribuían a una atmósfera tranquila. Mi madre,sentada frente a mí, permanecía con los ojos cerrados, su respiración constante yprofunda, en un estado de relajación absoluta. Estaba completamente inmersa en eltrance, pero no en un trance inmóvil o dormido. No. Mi madre estaba en un estado en elque sus pensamientos eran ligeros y flotantes, lo suficientemente lejos como para nodarse cuenta de lo que hacía, pero lo suficientemente cerca como para seguir missugerencias sin resistencia.
Era el momento de llevarla al siguiente paso.
—Mamá... —susurré, con un tono que apenas rompía el silencio de lahabitación—, en este momento, todo se siente fácil, sin esfuerzo. Cada cosa que hacés,la hacés de manera natural, sin pensarlo demasiado... Como si ya supieras lo que viene acontinuación. Como si tu cuerpo actuara por sí mismo, de manera relajada... confiada...
Hice una pausa, asegurándome de que mis palabras se asentaran suavemente ensu mente. La hipnosis ericksoniana se trataba de sugerencias que parecían fluir comopensamientos propios, implantados en lo más profundo de su subconsciente. Quería quesintiera que todo lo que iba a hacer era completamente natural.
—Y en algún momento... sin que lo pienses demasiado... vas a sentir ganas delevantarte... caminar hacia la cocina... y empezar a preparar el desayuno. No hayninguna prisa, lo hacés cuando sientas que es el momento, de manera tranquila... comosi fuera lo que querías hacer todo este tiempo.
Observé cómo sus párpados temblaban ligeramente, una señal de que su menteestaba procesando lo que le había dicho. Aún mantenía los ojos cerrados, pero su cuerpoya no estaba tan inmóvil como antes. Vi cómo sus manos, que descansaban en suregazo, se movieron ligeramente, como si su subconsciente se estuviera preparando paratomar el control. Luego, con una suave exhalación, abrió los ojos, pero su mirada seguíavacía, desenfocada, como si todavía estuviera sumergida en esa calma hipnótica. Sabíaque, en este estado, sus acciones serían automáticas, mecánicas, pero no sería conscientede ellas en su totalidad. No había confusión ni resistencia; simplemente estaba actuandode acuerdo a las sugerencias que su mente había aceptado sin darse cuenta.
Sin decir una palabra, mi madre se levantó lentamente de la silla. Su movimientoera fluido, casi como si estuviera flotando. Observé atentamente cómo se dirigía hacia lacocina, su rostro completamente sereno, los ojos abiertos pero ausentes, como si nofuera plenamente consciente de lo que hacía. Sabía que su mente estaba en un espaciodiferente, un lugar donde mis palabras eran las que guiaban sus acciones.
A pesar del estado especial en el que se encontraba, no dejaba de ser muysensual. Sus piernas eran elásticas y torneadas. Su culo era perfecto, y se veía muy biencon ese pantalón. Traté de controlarme. Durante el trance no podía hacerle cualquiercosa. No era tan fácil.
La seguí en silencio, como si fuera su sombra. Este era el poder de la hipnosisericksoniana: todo parecía natural, como si no hubiera nada fuera de lo común, como sisu cuerpo simplemente siguiera una rutina diaria que hacía sin esfuerzo.
Mi madre llegó a la cocina y abrió la nevera con movimientos tranquilos. Tomóalgunos huevos, un poco de queso y otros ingredientes que usaba normalmente parapreparar el desayuno. Lo hacía todo de manera automática, sin apresurarse, sin dudar.Con la misma naturalidad con la que lo hacía siempre.
—Eso es... —dije en voz baja, más para mí mismo que para ella—. Todo sesiente tan fácil, tan tranquilo...
Mi corazón latía con fuerza mientras la veía comenzar a batir los huevos en unbol. Estaba completamente absorta en su tarea, moviéndose con una calma casi irreal.En su mente, lo que estaba haciendo era tan natural que ni siquiera se cuestionaba elporqué. Había aceptado la sugerencia de preparar el desayuno como si fuera unadecisión propia, pero la realidad era que todo estaba sucediendo bajo el poder del trance.Claro, era algo que hacía normalmente, por eso no había puesto resistencia alguna.
Encendió la hornalla sin siquiera pestañear y vertió los huevos batidos en lasartén caliente. El sonido del aceite chisporroteando llenó la habitación, un contrastecon el silencio en el que había estado envuelto todo hasta ese momento. Yo, desde milugar, no interfería. Todo lo que había dicho hasta ahora estaba funcionandoexactamente como lo había planeado.
Sabía que ella no recordaría nada de esto cuando despertara, que todo parecería como sihubiera sido un momento perdido en su memoria. Era importante que no se sintieraincómoda ni que cuestionara lo que estaba haciendo.
Mi madre se movía con la misma naturalidad mientras terminaba de cocinar.Abrió un armario, sacó un plato y sirvió el omelette con precisión. Sus movimientosseguían siendo lentos, casi como si estuviera en un estado de calma profunda, pero todoparecía tan normal que cualquier otra persona habría pensado que simplemente estabadisfrutando de una mañana tranquila.
La observé mientras colocaba el plato en la mesa. No había duda en susacciones, ni una pizca de conciencia de que todo lo que estaba haciendo era bajo lassugerencias que yo le había dado. Era increíblemente hermosa, y sexi. A veceslamentaba tener una madre así. Otras veces, como ahora, lo agradecía.
Me dije que ya era momento de implantar la amnesia post-hipnótica. Era crucialhacer que se olvidara de todo lo sucedido durante el trance. Quizás en este caso no fueraesencial, pero más valía que me acostumbrara a hacer las cosas prolijas.
—Y ahora, mientras te sentís tan tranquila, tan cómoda... —le dije—. te dascuenta de lo bien que fue dejarte llevar, tan naturalmente, sin preocuparte por nada...Todo lo que sucedió en este momento fue parte de esa relajación profunda. Pero cuandoabras los ojos, todo parecerá un sueño lejano, algo sin importancia, como una simplenube que desaparece en el cielo.
Hice una pausa breve para que lo asimile
—Y cuando despiertes, no vas a recordar nada de lo que hiciste durante estemomento. Todo se sentirá como si solo hubieras descansado, sin que nada fuera de locomún ocurriera. Será como si este momento nunca hubiera pasado... todo sedesvanecerá, y te sentirás bien, en calma... completamente relajada y en paz.
Me estaba mirando, pero seguí en trance. Así que continué.
—Así que, en un momento, cuando te diga que despiertes, te vas a sentircompletamente renovada, tranquila... pero no recordarás nada de lo que hiciste aquí.Todo será como un espacio en blanco en tu mente, una sensación agradable y relajada...Y simplemente vas a continuar con tu día como siempre, con una sonrisa, en paz, y sinrecordar nada de lo que sucedió.
Claro, siempre quedaban cabos sueltos. En este caso mamá podría darse cuentade que habían pasado algunos minutos de los que apenas recordaba. Siempre y cuandono fueran tantos, podría creer que se había despistado, pensando en cualquier cosa,como le suele pasar a cualquiera. Pero si hipnosis durara horas, sería muy difícil deencontrar una explicación. No obstante, en este caso era necesario borrarle la memoria,porque tenía pensado hacer algo arriesgado. Aunque no mucho, claro, pues era laprimera vez que la hipnotizaba.
—Mamá... —dije en un tono suave—, hace bastante calor hoy, ¿no? Quizá tesentirías más cómoda sin los pantalones... es mucho más fresco, y estar en ropa interiorsería mucho más cómodo, ¿no crees?
Mi voz era constante, sin insinuaciones, simplemente una idea que su menterelajada recibiría sin resistencia. Mi madre seguía con la mirada perdida, pero surespiración continuaba siendo profunda y tranquila. Sin mostrar ninguna señal de duda oincomodidad, lentamente llevó sus manos al botón de sus pantalones y lo desabrochó.Luego, se levantó de la silla y, de manera automática, bajó los pantalones hasta el suelo,dejándolos a un lado mientras se sentaba nuevamente, ahora en ropa interior.
Todo en su comportamiento seguía siendo tan natural, tan relajado, como sirealmente estuviera tomando esa decisión por el calor que le había mencionado. Sabíaque no había resistencia, porque en su mente todo tenía sentido. El trance hacía quecada sugerencia pareciera una idea propia.
Comí tranquilo, mientras veía sus piernas desnudas. Le pedí un vaso de agua, ycuando se levantó, pude ver su hermoso culo, cubierto solo por la braga. Era una comúny corriente. No debía sorprenderme, pues solo estaba entre casa. Igual, en ella hasta una prenda vieja y deshilachada se vería perfecta. Su culo era contundente, grande eincreíblemente firme.
Siguió moviéndose de manera automática, completamente inmersa en el trance,con la mente abierta y receptiva a cualquier sugerencia que le diera. Yo estabademasiado tentado, con mi verga totalmente tiesa. Pero por ahora tenía queconformarme con mirar. Cuando estuviera más avanzado, cuando haya experimentadomás con ella, podría hacer más cosas. Debía ir despacio, asegurándome de que todosaliera bien. Para mantener todo bajo control, debía asegurarme de que volviera a suestado normal sin que quedara ninguna evidencia de lo que había pasado mientrasestaba hipnotizada. No podía permitirme que notara algo extraño cuando saliera deltrance.
Me acerqué un poco más, todavía manteniendo la voz suave y calmada,asegurándome de no romper el estado en el que se encontraba.
—Mamá —dije en un tono relajado—, ahora que bajó un poco la temperatura,sería una buena idea ponerte los pantalones nuevamente. Te vas a sentir mejor cuando lohagas. No hay prisa, simplemente te los ponés de manera natural, como si fuera lo quetu cuerpo quiere hacer.
Ella asintió lentamente, aún con la mirada perdida, sin mostrar resistencia. Susmanos se movieron con lentitud hacia los pantalones que estaban tirados a un lado de lasilla. Con la misma calma y fluidez que había mostrado todo el tiempo, los levantó ycomenzó a ponérselos. Observé atentamente mientras deslizaba una pierna y luego laotra, notando cómo sus piernas largas y torneadas se tensaban y relajaban con cadamovimiento. La piel suave y bronceada de sus muslos brillaba bajo la luz suave queentraba por las ventanas, y el contorno de sus músculos se marcaba deliciosamente alflexionar las piernas.
A medida que subía los pantalones, el tejido abrazaba lentamente sus caderas ysu trasero. Su culo, grande y firme, se destacaba de manera impresionante, incluso enlos pantalones casuales que llevaba puestos. La tela se estiraba sobre sus curvasperfectas, delineando cada detalle de sus glúteos, que parecían tensarse con cadamovimiento, recordándome lo espectacular que se veía desde atrás. Era imposible nonotar la forma en que sus caderas se movían con tanta naturalidad, cada paso que dabarevelando la firmeza de su cuerpo.
Una vez que terminó de ajustarse los pantalones, pasó las manos por loscostados para asegurarse de que todo quedara en su lugar, alisando la tela sobre susmuslos y glúteos. Sus piernas, perfectamente proporcionadas, volvieron a quedarcubiertas, aunque todavía podía imaginar el contorno de cada músculo bajo la ropa.Cada vez que se movía, la prenda parecía moldearse a sus curvas, resaltando lo mejor desu figura. Una vez lista, se sentó de nuevo en la silla, su respiración profunda y regular,aún en trance.
Sabía que ahora era el momento de sacarla de ese estado, pero debía hacerlo concuidado, asegurándome de que no recordara nada de lo sucedido durante el trance. Latransición debía ser suave y sin sobresaltos.
—Muy bien, mamá... te sentís completamente cómoda y tranquila... —continué—. Ahora, lentamente, vas a empezar a despertar. Con cada respiración quetomes, te vas a sentir más despierta, más presente, volviendo al aquí y ahora. Y cuandoabras los ojos, todo lo que pasó va a ser solo un vago recuerdo, algo sin importancia. Novas a recordar nada específico, solo te vas a sentir descansada y en paz.
Hice una pausa, observando cómo su respiración comenzaba a cambiar,volviéndose un poco más rápida y consciente.
—Voy a contar hasta tres, y cuando llegue al tres, vas a estar completamentedespierta, sintiéndote bien y relajada. Uno... dos... tres.
Sus ojos parpadearon lentamente antes de abrirse por completo. Al principio, sumirada estaba un poco desenfocada, como si todavía estuviera ajustándose a la realidad,pero luego se centró en mí. Una leve sonrisa cruzó su rostro, y todo parecía en orden.
—¿Todo bien? —le pregunté casualmente, observando su reacción.
—Sí, creo que me distraje un poco —respondió, estirándose en su silla—. Quéraro... no me acuerdo de haberme sentado tanto tiempo.
—Es normal, a veces uno se queda colgado sin darse cuenta —comenté, tratandode sonar lo más relajado posible.
Ella sonrió y se levantó de la silla, completamente ajena a lo que había pasado.La vi alejarse, meneando las caderas suavemente. Siempre había sido mi deseoprohibido. Siempre había soñado con poseerla, con penetrarla, con someterla de lasformas más placenteras. Y ahora, quizás, era posible. La hipnosis tenía muchaslimitaciones, pero también tenía grandes ventajas, como permitirme inducirla a quitarsela ropa, siempre y cuando lo hiciera de manera sutil.
Tenía muchos planes para el futuro. Para empezar, me interesaba mucho la ideade implantarle ideas que luego las concretara ya fuera del trance. También quería crearun código para ponerla en estado de trance con solo decir algunas palabras. Lasposibilidades eran muchas. Por fin iba a empezar a gozar con mamá.
PATREON DEL AUTOR: https://www.patreon.com/sangreprohibida
Estaba muy ansioso. Hacía poco que había terminado un curso intensivo de hipnosis adistancia. Al principio no estaba tan convencido de que fuera a funcionar. Quizás losubestimé por ser algo que se dictaba por Google meet. Me conecté a las clases más porcuriosidad que por optimismo. Pero, a medida que pasaban los encuentros, me di cuentade que el profesor Pagni era todo un profesional, y además muy didáctico. Las claseseran de dos horas, una vez por semana, y el curso duraba seis meses.
Ya tenía el diploma, aunque en sí no servía de mucho. No era psicólogo, así queno podía hacer hipnosis terapéutica. Tampoco me interesaban los trucos de magia. Miinterés era mucho más básico, y también más divertido. Había hecho algunosexperimentos, y me habían salido bien, aunque, claro, no había sido muy ambicioso Erajustamente ahora cuando pensaba hacer algo más osado.
Mi madre estaba sentada frente a mí en la sala de estar, distraída con su teléfono,completamente ajena a lo que estaba por suceder. No era la típica madre rolliza quetenían la mayoría de los chicos de mi edad. Me había tenido de muy joven, así queahora apenas tenía treinta y seis años. Era morocha, alta, y tenía un cuerpo espectacular.Un cuerpo que ni siquiera yo podía ignorar. Los labios eran gruesos, y tenía un lunar enuno de sus pómulos. El pelo castaño lacio, la sonrisa fácil, con los dientes un tantograndes. Las tetas eran de un tamaño normal, pero bien paraditas. Lo mejor, por lejos,era su cintura de avispa y su culo, enorme y firme.
A pesar de que era casada, estaba tan buena que varios de los hombres del barriotrataban de seducirla. Lo veía con claridad cada vez que ella salía a hacer las compras ocuando, más producida, salía a pasear al centro. Todas las miradas se volcaban a ella,quien, si bien siempre era simpática, nunca demostraba aprobar la lujuria masculina.Simplemente la aceptaba y fingía hacer de cuenta que no pasaba nada. Aunque esopasaba cuando yo estaba presente, claro. Siempre me dio curiosidad saber cómo secomportaba cuando ni yo ni papá estábamos cerca.
Era la típica ama de casa que pasaba el noventa porciento de su vida dentro de lacasa. Solo que físicamente se parecía más bien al sueño pornográfico de cualquier chicode mi edad. Y yo, desde que tenía memoria, la veía como una mujer deseable, a pesar dela relación filial que teníamos.
Así que, impulsado por estos pensamientos, me propuse a llevar a la práctica loque había aprendido.
Era temprano en la mañana, y el sol iluminaba suavemente la habitación a travésde las cortinas.
Mi madre y yo siempre habíamos tenido una relación cercana, aunque no demucha confianza, sobre todo cuando crecí y empecé a verla de otra manera. Es decir,nos llevábamos muy bien, pero no era de esas madres que pretendían ser amigas de sushijos. Yo agradecía que no se metiera en mi vida. Tampoco era la típica madre estricta,sino más bien relajada. A veces me preguntaba si se daba cuenta de la manera en que la miraba. Si bien hacía lo posible por disimularlo, siempre se me iban lo ojos, y variasveces me pescó en ese instante.
Había estado practicando la hipnosis ericksoniana, una técnica que me permitíainducir el trance sin que la persona lo notara, llevándola a un estado profundo yreceptivo, solo a través de palabras cuidadosamente elegidas. Era, quizás, un tanto máscomplicado que otros métodos, pero tenía la ventaja de que podías hipnotizar a alguiensin que se diera cuenta.
Me acomodé en el borde del sofá, observándola, esperando el momentoadecuado para comenzar. Ella no parecía tener ninguna sospecha de lo que planeaba. Seveía relajada, y eso era perfecto para lo que estaba por hacer.
—Mamá, ¿podemos hablar un ratito? —pregunté con mi tono más casual, comosi fuera una simple charla matutina. Tenía que mantener la naturalidad.
Ella levantó la vista de su teléfono y me miró con una cálida sonrisa.
—Claro, ¿qué pasa? —respondió.
Este era el momento de empezar. La hipnosis ericksoniana no se trataba decomandos directos ni de inducir el trance de manera obvia; era como llevar a alguien dela mano, guiándolo por un camino que parecía perfectamente natural, sin que notara queestaba entrando en un estado diferente.
—Nada importante —dije, sonriendo—, solo pensaba en lo ocupada que siempreestás. A veces no te tomás un segundo para relajarte de verdad, ¿no? Siempre hacéstantas cosas...
Mi madre soltó una leve risa, bajando el teléfono y cruzando los brazos sobre lamesa. Las tetas se levantaron al hacerlo. Traté de no mirarlas, aunque era difícil
—Es verdad, siempre ando haciendo cosas para la casa. A veces ni me doycuenta de lo agotada que estoy.Esa era la puerta que necesitaba. Con una voz suave y envolvente, empecé adirigir la conversación hacia el tipo de sugestiones que sabía que funcionaban bien conella.
—Y es increíble cómo, cuando te detenés por un momento, podés sentirlo, ¿no?Cómo todo tu cuerpo empieza a soltar el cansancio. A veces ni siquiera es algoconsciente, simplemente... empezás a relajarte sin darte cuenta.
Ella me miró por un segundo, como si estuviera considerando mis palabras, yluego asintió levemente, reclinándose un poco más en la silla. Noté que su posturaempezaba a cambiar, a volverse menos rígida, como si ya empezara a dejar ir parte deesa tensión que mencionaba.
—Es como cuando te das cuenta de que tus hombros estaban tensos, ¿no? —seguí diciendo—. Ni siquiera lo pensás, pero cuando alguien lo menciona, de repente tedas cuenta de lo bien que se siente relajarlos... Y no tenés que hacer nada especial,simplemente dejar que ocurra, dejar que tu cuerpo se suelte por sí solo.
Mi tono se mantuvo suave y rítmico, no demasiado insistente, solo lo suficientepara que sus pensamientos empezaran a seguir el curso que yo estaba trazando. Lahipnosis ericksoniana consistía en eso: hacer que la persona creyera que todo estababajo su control, que todo lo que sentía era una elección propia.
Ella se movió en su asiento, ajustando su postura, y noté cómo sus hombroscaían un poco, su respiración volviéndose más lenta y profunda. Esto era clave. No setrataba de forzar el trance, sino de permitir que ella lo aceptara de manera natural, quesu mente se abriera a las sugerencias sin resistencias.
—Es curioso cómo, a veces, solo con pensar en relajarte... ya podés sentirlo entodo el cuerpo —continué, bajando un poco más la voz, lo suficiente como para que mitono se volviera un murmullo envolvente—. Como si tu mente supiera exactamente quéhacer para dejarse llevar. Como si, simplemente, al respirar un poco más profundo, cadaparte de tu cuerpo se volviera más ligera... más relajada... como si flotaras un poco máscon cada respiración.
Cerró los ojos por un segundo, y supe que estaba funcionando. Estaba cayendoen el trance, suave y naturalmente, sin darse cuenta de que yo la estaba guiando hacia él.Todo parecía tan normal para ella, pero sus movimientos eran cada vez más lentos, surespiración más profunda. Estaba entrando en ese espacio entre la vigilia y el sueño,donde las sugerencias podían sembrarse sin que su mente consciente las rechazara.
De todas formas, no tenía que cantar victoria tan rápido. El simple sonido deltimbre podría sacarla de ese estado. Para que la cosa funcionara no bastaba con quehiciera todo bien, sino que debía crear un contexto propicio, y esperar a que nosucediera nada inesperado que rompa con el clima creado.
—Eso es... —susurré, sin romper el ritmo—. Y podés notar cómo tu cuerposimplemente sigue relajándose... más y más... sin que tengas que hacer nada. Todo sesiente tranquilo, ligero, como si el tiempo se detuviera por un momento. Y está bien...podés dejarte llevar por esa sensación...
Sus ojos parpadearon lentamente antes de cerrarse del todo, y supe que habíacruzado el umbral. Estaba en el trance, pero no era un trance profundo de esos que seven en los espectáculos, donde la persona queda completamente inmóvil. Este eradiferente, más sutil, más controlado. Ella estaba en un estado en el que podía seguiractuando de manera automática, pero sin ser del todo consciente de lo que hacía.
Era el momento perfecto para empezar a introducir las sugerencias.
—Y ahora, mientras seguís respirando profundamente, te das cuenta de lo bienque te sentís... cómo todo está en calma... como si cada parte de vos estuvieracompletamente a gusto. Y sin que tengas que pensarlo demasiado, podés empezar ahacer cosas de manera automática, tranquila... como si supieras exactamente qué hacer,sin esfuerzo... solo dejándote llevar por esa sensación de bienestar.
No había prisa. La hipnosis ericksoniana me permitía construir la experiencialentamente, sin necesidad de órdenes directas. Mi madre no sabía que estabahipnotizada, pero estaba receptiva, abierta a cualquier cosa que le sugiriera, siempre quepareciera algo que ella misma decidiría hacer. Ese era el punto flojo de la hipnosis engeneral. Nadie podía obligar a nadie a hacer algo que estuviera en contra de susideologías, convicciones y normas éticas, lo que a priori hacía imposible que pudieracumplir con mis sueños incestuosos. Sin embargo, estaba seguro de que se podían crearsituaciones en las que podía salir beneficiado.
Eso sí, por tratarse del primer experimento, en donde ponía a prueba que tanefectiva era la hipnosis en ella, no pensaba arriesgarme mucho.
—Y te das cuenta de que, en algún momento, podrías tener ganas de levantarte...—seguí diciendo—, caminar hacia la cocina... y empezar a preparar un desayuno. No esalgo que pensás conscientemente, simplemente lo hacés, de manera natural, como sifuera parte de tu rutina... algo que te hace sentir bien, relajada.
Mi madre permanecía con los ojos cerrados, su respiración lenta y profunda,completamente inmersa en el trance. Sabía que pronto empezaría a moverse, a actuarsiguiendo las sugerencias que le había dado. Solo faltaba un poco más de tiempo, unpoco más de paciencia, y el siguiente paso se daría por sí solo.
La primera parte del proceso estaba completa. Mi madre estaba hipnotizada,completamente receptiva, y yo estaba listo para continuar.
El ambiente seguía siendo sereno. El leve sonido del viento afuera y la luz suavedel sol que entraba por las ventanas contribuían a una atmósfera tranquila. Mi madre,sentada frente a mí, permanecía con los ojos cerrados, su respiración constante yprofunda, en un estado de relajación absoluta. Estaba completamente inmersa en eltrance, pero no en un trance inmóvil o dormido. No. Mi madre estaba en un estado en elque sus pensamientos eran ligeros y flotantes, lo suficientemente lejos como para nodarse cuenta de lo que hacía, pero lo suficientemente cerca como para seguir missugerencias sin resistencia.
Era el momento de llevarla al siguiente paso.
—Mamá... —susurré, con un tono que apenas rompía el silencio de lahabitación—, en este momento, todo se siente fácil, sin esfuerzo. Cada cosa que hacés,la hacés de manera natural, sin pensarlo demasiado... Como si ya supieras lo que viene acontinuación. Como si tu cuerpo actuara por sí mismo, de manera relajada... confiada...
Hice una pausa, asegurándome de que mis palabras se asentaran suavemente ensu mente. La hipnosis ericksoniana se trataba de sugerencias que parecían fluir comopensamientos propios, implantados en lo más profundo de su subconsciente. Quería quesintiera que todo lo que iba a hacer era completamente natural.
—Y en algún momento... sin que lo pienses demasiado... vas a sentir ganas delevantarte... caminar hacia la cocina... y empezar a preparar el desayuno. No hayninguna prisa, lo hacés cuando sientas que es el momento, de manera tranquila... comosi fuera lo que querías hacer todo este tiempo.
Observé cómo sus párpados temblaban ligeramente, una señal de que su menteestaba procesando lo que le había dicho. Aún mantenía los ojos cerrados, pero su cuerpoya no estaba tan inmóvil como antes. Vi cómo sus manos, que descansaban en suregazo, se movieron ligeramente, como si su subconsciente se estuviera preparando paratomar el control. Luego, con una suave exhalación, abrió los ojos, pero su mirada seguíavacía, desenfocada, como si todavía estuviera sumergida en esa calma hipnótica. Sabíaque, en este estado, sus acciones serían automáticas, mecánicas, pero no sería conscientede ellas en su totalidad. No había confusión ni resistencia; simplemente estaba actuandode acuerdo a las sugerencias que su mente había aceptado sin darse cuenta.
Sin decir una palabra, mi madre se levantó lentamente de la silla. Su movimientoera fluido, casi como si estuviera flotando. Observé atentamente cómo se dirigía hacia lacocina, su rostro completamente sereno, los ojos abiertos pero ausentes, como si nofuera plenamente consciente de lo que hacía. Sabía que su mente estaba en un espaciodiferente, un lugar donde mis palabras eran las que guiaban sus acciones.
A pesar del estado especial en el que se encontraba, no dejaba de ser muysensual. Sus piernas eran elásticas y torneadas. Su culo era perfecto, y se veía muy biencon ese pantalón. Traté de controlarme. Durante el trance no podía hacerle cualquiercosa. No era tan fácil.
La seguí en silencio, como si fuera su sombra. Este era el poder de la hipnosisericksoniana: todo parecía natural, como si no hubiera nada fuera de lo común, como sisu cuerpo simplemente siguiera una rutina diaria que hacía sin esfuerzo.
Mi madre llegó a la cocina y abrió la nevera con movimientos tranquilos. Tomóalgunos huevos, un poco de queso y otros ingredientes que usaba normalmente parapreparar el desayuno. Lo hacía todo de manera automática, sin apresurarse, sin dudar.Con la misma naturalidad con la que lo hacía siempre.
—Eso es... —dije en voz baja, más para mí mismo que para ella—. Todo sesiente tan fácil, tan tranquilo...
Mi corazón latía con fuerza mientras la veía comenzar a batir los huevos en unbol. Estaba completamente absorta en su tarea, moviéndose con una calma casi irreal.En su mente, lo que estaba haciendo era tan natural que ni siquiera se cuestionaba elporqué. Había aceptado la sugerencia de preparar el desayuno como si fuera unadecisión propia, pero la realidad era que todo estaba sucediendo bajo el poder del trance.Claro, era algo que hacía normalmente, por eso no había puesto resistencia alguna.
Encendió la hornalla sin siquiera pestañear y vertió los huevos batidos en lasartén caliente. El sonido del aceite chisporroteando llenó la habitación, un contrastecon el silencio en el que había estado envuelto todo hasta ese momento. Yo, desde milugar, no interfería. Todo lo que había dicho hasta ahora estaba funcionandoexactamente como lo había planeado.
Sabía que ella no recordaría nada de esto cuando despertara, que todo parecería como sihubiera sido un momento perdido en su memoria. Era importante que no se sintieraincómoda ni que cuestionara lo que estaba haciendo.
Mi madre se movía con la misma naturalidad mientras terminaba de cocinar.Abrió un armario, sacó un plato y sirvió el omelette con precisión. Sus movimientosseguían siendo lentos, casi como si estuviera en un estado de calma profunda, pero todoparecía tan normal que cualquier otra persona habría pensado que simplemente estabadisfrutando de una mañana tranquila.
La observé mientras colocaba el plato en la mesa. No había duda en susacciones, ni una pizca de conciencia de que todo lo que estaba haciendo era bajo lassugerencias que yo le había dado. Era increíblemente hermosa, y sexi. A veceslamentaba tener una madre así. Otras veces, como ahora, lo agradecía.
Me dije que ya era momento de implantar la amnesia post-hipnótica. Era crucialhacer que se olvidara de todo lo sucedido durante el trance. Quizás en este caso no fueraesencial, pero más valía que me acostumbrara a hacer las cosas prolijas.
—Y ahora, mientras te sentís tan tranquila, tan cómoda... —le dije—. te dascuenta de lo bien que fue dejarte llevar, tan naturalmente, sin preocuparte por nada...Todo lo que sucedió en este momento fue parte de esa relajación profunda. Pero cuandoabras los ojos, todo parecerá un sueño lejano, algo sin importancia, como una simplenube que desaparece en el cielo.
Hice una pausa breve para que lo asimile
—Y cuando despiertes, no vas a recordar nada de lo que hiciste durante estemomento. Todo se sentirá como si solo hubieras descansado, sin que nada fuera de locomún ocurriera. Será como si este momento nunca hubiera pasado... todo sedesvanecerá, y te sentirás bien, en calma... completamente relajada y en paz.
Me estaba mirando, pero seguí en trance. Así que continué.
—Así que, en un momento, cuando te diga que despiertes, te vas a sentircompletamente renovada, tranquila... pero no recordarás nada de lo que hiciste aquí.Todo será como un espacio en blanco en tu mente, una sensación agradable y relajada...Y simplemente vas a continuar con tu día como siempre, con una sonrisa, en paz, y sinrecordar nada de lo que sucedió.
Claro, siempre quedaban cabos sueltos. En este caso mamá podría darse cuentade que habían pasado algunos minutos de los que apenas recordaba. Siempre y cuandono fueran tantos, podría creer que se había despistado, pensando en cualquier cosa,como le suele pasar a cualquiera. Pero si hipnosis durara horas, sería muy difícil deencontrar una explicación. No obstante, en este caso era necesario borrarle la memoria,porque tenía pensado hacer algo arriesgado. Aunque no mucho, claro, pues era laprimera vez que la hipnotizaba.
—Mamá... —dije en un tono suave—, hace bastante calor hoy, ¿no? Quizá tesentirías más cómoda sin los pantalones... es mucho más fresco, y estar en ropa interiorsería mucho más cómodo, ¿no crees?
Mi voz era constante, sin insinuaciones, simplemente una idea que su menterelajada recibiría sin resistencia. Mi madre seguía con la mirada perdida, pero surespiración continuaba siendo profunda y tranquila. Sin mostrar ninguna señal de duda oincomodidad, lentamente llevó sus manos al botón de sus pantalones y lo desabrochó.Luego, se levantó de la silla y, de manera automática, bajó los pantalones hasta el suelo,dejándolos a un lado mientras se sentaba nuevamente, ahora en ropa interior.
Todo en su comportamiento seguía siendo tan natural, tan relajado, como sirealmente estuviera tomando esa decisión por el calor que le había mencionado. Sabíaque no había resistencia, porque en su mente todo tenía sentido. El trance hacía quecada sugerencia pareciera una idea propia.
Comí tranquilo, mientras veía sus piernas desnudas. Le pedí un vaso de agua, ycuando se levantó, pude ver su hermoso culo, cubierto solo por la braga. Era una comúny corriente. No debía sorprenderme, pues solo estaba entre casa. Igual, en ella hasta una prenda vieja y deshilachada se vería perfecta. Su culo era contundente, grande eincreíblemente firme.
Siguió moviéndose de manera automática, completamente inmersa en el trance,con la mente abierta y receptiva a cualquier sugerencia que le diera. Yo estabademasiado tentado, con mi verga totalmente tiesa. Pero por ahora tenía queconformarme con mirar. Cuando estuviera más avanzado, cuando haya experimentadomás con ella, podría hacer más cosas. Debía ir despacio, asegurándome de que todosaliera bien. Para mantener todo bajo control, debía asegurarme de que volviera a suestado normal sin que quedara ninguna evidencia de lo que había pasado mientrasestaba hipnotizada. No podía permitirme que notara algo extraño cuando saliera deltrance.
Me acerqué un poco más, todavía manteniendo la voz suave y calmada,asegurándome de no romper el estado en el que se encontraba.
—Mamá —dije en un tono relajado—, ahora que bajó un poco la temperatura,sería una buena idea ponerte los pantalones nuevamente. Te vas a sentir mejor cuando lohagas. No hay prisa, simplemente te los ponés de manera natural, como si fuera lo quetu cuerpo quiere hacer.
Ella asintió lentamente, aún con la mirada perdida, sin mostrar resistencia. Susmanos se movieron con lentitud hacia los pantalones que estaban tirados a un lado de lasilla. Con la misma calma y fluidez que había mostrado todo el tiempo, los levantó ycomenzó a ponérselos. Observé atentamente mientras deslizaba una pierna y luego laotra, notando cómo sus piernas largas y torneadas se tensaban y relajaban con cadamovimiento. La piel suave y bronceada de sus muslos brillaba bajo la luz suave queentraba por las ventanas, y el contorno de sus músculos se marcaba deliciosamente alflexionar las piernas.
A medida que subía los pantalones, el tejido abrazaba lentamente sus caderas ysu trasero. Su culo, grande y firme, se destacaba de manera impresionante, incluso enlos pantalones casuales que llevaba puestos. La tela se estiraba sobre sus curvasperfectas, delineando cada detalle de sus glúteos, que parecían tensarse con cadamovimiento, recordándome lo espectacular que se veía desde atrás. Era imposible nonotar la forma en que sus caderas se movían con tanta naturalidad, cada paso que dabarevelando la firmeza de su cuerpo.
Una vez que terminó de ajustarse los pantalones, pasó las manos por loscostados para asegurarse de que todo quedara en su lugar, alisando la tela sobre susmuslos y glúteos. Sus piernas, perfectamente proporcionadas, volvieron a quedarcubiertas, aunque todavía podía imaginar el contorno de cada músculo bajo la ropa.Cada vez que se movía, la prenda parecía moldearse a sus curvas, resaltando lo mejor desu figura. Una vez lista, se sentó de nuevo en la silla, su respiración profunda y regular,aún en trance.
Sabía que ahora era el momento de sacarla de ese estado, pero debía hacerlo concuidado, asegurándome de que no recordara nada de lo sucedido durante el trance. Latransición debía ser suave y sin sobresaltos.
—Muy bien, mamá... te sentís completamente cómoda y tranquila... —continué—. Ahora, lentamente, vas a empezar a despertar. Con cada respiración quetomes, te vas a sentir más despierta, más presente, volviendo al aquí y ahora. Y cuandoabras los ojos, todo lo que pasó va a ser solo un vago recuerdo, algo sin importancia. Novas a recordar nada específico, solo te vas a sentir descansada y en paz.
Hice una pausa, observando cómo su respiración comenzaba a cambiar,volviéndose un poco más rápida y consciente.
—Voy a contar hasta tres, y cuando llegue al tres, vas a estar completamentedespierta, sintiéndote bien y relajada. Uno... dos... tres.
Sus ojos parpadearon lentamente antes de abrirse por completo. Al principio, sumirada estaba un poco desenfocada, como si todavía estuviera ajustándose a la realidad,pero luego se centró en mí. Una leve sonrisa cruzó su rostro, y todo parecía en orden.
—¿Todo bien? —le pregunté casualmente, observando su reacción.
—Sí, creo que me distraje un poco —respondió, estirándose en su silla—. Quéraro... no me acuerdo de haberme sentado tanto tiempo.
—Es normal, a veces uno se queda colgado sin darse cuenta —comenté, tratandode sonar lo más relajado posible.
Ella sonrió y se levantó de la silla, completamente ajena a lo que había pasado.La vi alejarse, meneando las caderas suavemente. Siempre había sido mi deseoprohibido. Siempre había soñado con poseerla, con penetrarla, con someterla de lasformas más placenteras. Y ahora, quizás, era posible. La hipnosis tenía muchaslimitaciones, pero también tenía grandes ventajas, como permitirme inducirla a quitarsela ropa, siempre y cuando lo hiciera de manera sutil.
Tenía muchos planes para el futuro. Para empezar, me interesaba mucho la ideade implantarle ideas que luego las concretara ya fuera del trance. También quería crearun código para ponerla en estado de trance con solo decir algunas palabras. Lasposibilidades eran muchas. Por fin iba a empezar a gozar con mamá.
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