el jefe de su esposo

María nunca lo había planeado así. Su vida, antes de aquella cena de gala, era una rutina cómoda y predecible. Pero una sola mirada, un detalle fugaz, había desatado una tormenta en su interior. La prominencia bajo el pantalón del jefe de José, un detalle tan insignificante y a la vez tan impactante, había encendido una llama en su interior que consumía sus pensamientos día y noche.
Desde aquel momento, su vida se convirtió en una obsesión. Cada encuentro con el jefe era una tortura y un deleite al mismo tiempo. La tensión sexual entre ellos era palpable, como una corriente eléctrica que los conectaba.
María comenzó a elaborar un plan. Una cena en casa, una excusa perfecta para estar a solas con él. Se vistió de forma provocativa, escogiendo un vestido semitransparente que dejaba poco a la imaginación y una tanga blanca que resaltaba sus curvas. Con cada movimiento, sentía la mirada del jefe sobre ella, un peso que la excitaba y la aterraba a partes iguales.
Durante la cena, la tensión aumentó. Las miradas se cruzaban, las conversaciones se volvían cada vez más insinuantes. María se acercó peligrosamente, rozando su pierna con la suya, sintiendo la respuesta inmediata en su cuerpo.
En un momento de descuido, se levantó para servir más vino. Al pasar frente a él, rozó su cuerpo accidentalmente, sintiendo la tensión en su cuerpo. Él la miró fijamente, sus ojos recorriendo su figura de arriba abajo. María se mordió el labio inferior, disfrutando de su reacción.
Luego, se excusó para ir al baño. Frente al espejo, se admiró una vez más. Ajustó la tanga, asegurándose de que estuviera en su lugar. Respiró profundamente y salió.
Al regresar, se sentó junto al jefe, rozando su pierna con la suya. La conversación se volvió más íntima, y María se inclinó hacia él, susurrando cosas provocativas al oído. Notó cómo su respiración se aceleraba y cómo sus ojos se clavaban en su escote.
El juego estaba a punto de llegar a su clímax. María sabía que estaba cruzando una línea, pero la emoción era demasiado fuerte para resistirse.
Se deslizó suavemente por el sofá, acercándose al jefe. Este último, con la mirada fija en ella, apenas podía contener su excitación. En un movimiento audaz, María deslizó su mano bajo la tela de su pantalón, encontrando la erección que había anticipado.
Con una sonrisa provocativa, comenzó a acariciarla suavemente. La tela del pantalón era un obstáculo insignificante. Sus dedos recorrieron la longitud de su miembro, sintiendo la firmeza y la calidez de su piel. El jefe cerró los ojos, jadeando levemente.
María intensificó sus caricias, masajeando la base de su miembro con movimientos circulares. Con cada toque, sentía cómo el cuerpo del hombre se tensaba, cómo su respiración se volvía más agitada.
Sin apartar la mirada de su rostro, María comenzó a deslizar su mano hacia arriba y hacia abajo, provocando una sensación de intenso placer en el hombre. La habitación se llenó de un silencio cargado de electricidad, interrumpido solo por sus jadeos y el suave roce de la tela contra la piel.

María y el jefe intercambiaron una mirada cómplice. Él, con los ojos cerrados, disfrutaba de sus caricias, mientras ella se sumergía cada vez más en su juego peligroso.
Después de unos minutos de intenso placer, ambos sintieron un ligero movimiento en la mesa. José, aparentemente sumido en un profundo sueño por el efecto del vino, roncaba suavemente. María y el jefe se miraron, esbozando una sonrisa de complicidad.
Con cuidado, María deslizó su mano por debajo del pantalón del jefe y extrajo lentamente su miembro. Lo contempló con asombro, admirando su tamaño y firmeza. Era aún más grande de lo que había imaginado.
Sin dejar de acariciarlo, llevó el miembro a sus labios y depositó un suave beso en la punta. Un escalofrío recorrió el cuerpo del jefe, quien abrió los ojos de golpe y la miró con una mezcla de sorpresa y deseo.
María sonrió, invitándolo a continuar con su juego. El jefe, sin dudarlo, se acercó a ella y tomó su mano, guiándola hacia su boca. Ambos se entregaron a un beso apasionado, mientras sus cuerpos se entrelazaban en un abrazo íntimo.

Con un movimiento rápido y audaz, María tomó la entrepierna del jefe de su esposo y lo acercó a ella. Sin dudarlo, se inclinó para meter la gran verga en su boca y comenzar a darle un placer oral de manera increíble. Sus labios expertos recorrían cada centímetro de su miembro, mientras su lengua jugueteaba con él, provocando gemidos de placer por parte del jefe.

La gran verga del jefe de su esposo llegaba a lo profundo de la garganta de María, quien no podía evitar sentir una excitación desenfrenada. El sabor salado de su piel y el olor a masculinidad la embriagaban, haciéndola desear más y más. El jefe, por su parte, se dejaba llevar por las sensaciones intensas que María le provocaba, entregándose a ella por completo.

La habitación se llenaba de susurros y gemidos ahogados, mientras José seguía dormido en la mesa, ajeno a todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor. María y el jefe de su esposo se perdieron en un torbellino de pasión y deseo, explorando cada rincón de sus cuerpos con una intensidad arrolladora.

María se detuvo un momento para asegurarse de que su esposo seguía dormido, y al comprobar que así era, continuó con su acto de pasión desenfrenada. Mientras tanto, su jefe se incorporaba con la verga apuntando al cielo, listo para llevarla al éxtasis.

Sin mediar palabras, él se acercó por detrás a María, levantando su vestido y bajando su tanga de encaje. Con fuerza y pasión, la penetró profundamente, haciéndola gemir de placer. La intensidad del momento era abrumadora, con su esposo dormido a su lado.

Aunque su esposo dormía a su lado, María no pudo resistirse a la urgencia del momento. Disfrutaba de la enorme verga del jefe de su esposo, entregándose al deseo de manera desenfrenada. La excitación era palpable en el aire, y María se dejaba llevar por la intensidad del momento, sin importar las consecuencias.

Luego, en un acto de complicidad, María retiró la verga de su vagina y la colocó en la entrada de su culo. Su jefe entendió sus deseos y la clavó profundamente, llevándola al clímax en un arrebato de sensaciones indescriptibles. La combinación de placer y peligro, sumado al escenario inusual con su esposo a su lado, añadió un elemento de emoción prohibida a la experiencia.

Las horas pasaron volando en un torbellino de sensaciones intensas y emociones encontradas. María se vio confrontada con sus propios deseos y la complejidad de sus emociones, mientras su cuerpo respondía a los estímulos con una intensidad abrumadora.

Al final de la noche, cuando su esposo despertó con la resaca en los ojos, María se encontraba sentada en la mesa, con una mirada inexpresiva que ocultaba el torbellino de emociones que había experimentado todavía tenía el sabor del semen del jefe de su esposo en la boca y el ardor en su culo por las dimensiones de esa hermosa verga.
Sabía que aquella noche había desafiado sus límites y se había adentrado en terrenos desconocidos, pero las huellas de aquella experiencia quedaron grabadas en su memoria de manera imborrable.

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