La conversación entre ambos iba subiendo de tono, empezando con una simple provocación que pronto se convirtió en una confesión llena de deseo.
Él le preguntó, sin vueltas: “¿Te imaginás en el colectivo y yo apoyando mi pija en tu cola?”. La respuesta de su amiga también fue directa: "Me empiezo a frotar disimuladamente, culo contra pija y espero mano también".
No hacía falta mucho más para que la imaginación comenzara a volar, y ella sin reservas le contó cómo disfrutaba de esos roces en el transporte público jugando con el límite entre lo permitido y lo prohibido sin que nadie sospechara lo que realmente estaba ocurriendo.
Entonces, él le pidió que le contara una experiencia vividal. Ella dudó por un momento, pero finalmente le narró su última aventura en el tren Sarmiento, un episodio que la había dejado encendida durante días. Era una mañana temprano; vestía unos jeans ajustados y un saquito discreto que, como ella misma dijo "no pedía ser tocada"... pero el destino tenía otros planes.
El vagón estaba lleno desde la primera estación y, al subirse apenas pudo acomodarse en medio de la multitud que la empujó hacia el asiento donde estaban dos personas. A su izquierda estaba un chico que se había quedado dormido al lado de la ventana, y del lado del pasillo, un hombre mayor, corpulento, que llenaba su espacio con una calma intimidante.
Desde que subió, ella intentó evitar el contacto, manteniendo la distancia. Pero mientras el tren avanzaba y la gente subía, el espacio se reducía. Al llegar a la tercera estación, ya estaba casi pegada al hombre. Con cada sacudón del tren, sentía su cuerpo apretarse contra él, y su respiración se aceleraba de forma imperceptible. No era su intención, pero había algo en ese roce involuntario que le despertaba una emoción intensa, un placer sutil que no podía ignorar. Sabía que él también lo notaba, pero ninguno de los dos dijo nada.
El chico a su lado seguía profundamente dormido, mientras el hombre mayor, con la vista al frente, comenzó a acomodarse en el asiento. El hombre dejó caer el brazo en el apoyabrazos, justo a la altura de sus caderas, y ella, cada vez más consciente de su propia excitación, aprovechó esa cercanía para frotarse apenas, sintiendo cómo la tela de su pantalón apretaba su cuerpo. Un leve movimiento de su parte hizo que su costado se apretara aún más contra él, y el hombre, aparentemente inmutable solo ajustó su posición. Parecía un juego silencioso, donde cada uno pretendía no notar al otro, pero en realidad, ambos sabían exactamente lo que estaba pasando.
Entonces el hombre comenzó a mover la muñeca, como si se rascara despacio, y en cada movimiento lograba rozarla justo en el borde de su concha, presionando cada vez con más intención. Al principio los roces eran suaves, apenas perceptibles, pero a medida que el tren avanzaba y más gente entraba los movimientos de él se hicieron más evidentes. Ella disimulaba, mirando al frente y manteniendo una expresión seria, como si estuviera molesta por el apretón de la gente, mientras tanto sentía un placer latente por dentro. El brazo estaba ahora justo a la altura de su entrepierna, y cada sacudida del tren lo acercaba más. Intentó moverse, pero estaba completamente apretada, sin escapatoria. Sintiendo la presión de su mano contra su concha, entonces dejó de intentar evitarlo. La incomodidad se transformaba en un placer intenso y prohibido. Podía sentir los dedos de él justo donde su cuerpo necesitaba más contacto; uno presionaba ligeramente sobre la costura de sus jeans, mientras otro se colaba contra uno de sus labios que sobresalía hinchado de deseo. El hombre movía su brazo despacio, fingiendo que no pasaba nada, pero cada movimiento del tren hacía que sus dedos siguieran "jugando" con su entrepierna casi sin que pareciera intencional. Los roces eran mínimos, pero se sentían como descargas eléctricas. Ella cerró los ojos un segundo y disfrutó la sensación sin que nadie más lo notara.
La presencia del chico dormido a su lado hacía todo aún más excitante. Estaba completamente absorto en su sueño, mientras ella y el hombre mayor compartían un momento secreto e intenso en silencio. El calor de su cuerpo aumentaba, y la presión en sus jeans hacía que sintiera cada movimiento del tren como una provocación adicional.
Al llegar a su estación, se abrió paso entre la gente y bajó con el corazón latiendo fuerte. Pero antes de que pudiera alejarse, sintió una presencia detrás de ella. Al voltear, el hombre mayor estaba allí, con una sonrisa ladeada. “¿Te gustó?”, le dijo en voz baja, con una mirada que le transmitió que él había estado tan consciente de cada segundo como ella. Sintió un escalofrío; aunque le atraía el juego, la intensidad del momento la sobrepasó, y prefirió alejarse.
Al mirar hacia atrás, el hombre ya se había perdido entre la multitud. Dejándola con el recuerdo de un encuentro que nadie más había visto, y que le dejó una mezcla de alivio, deseo y adrenalina que todavía sentía en la piel.
Él le preguntó, sin vueltas: “¿Te imaginás en el colectivo y yo apoyando mi pija en tu cola?”. La respuesta de su amiga también fue directa: "Me empiezo a frotar disimuladamente, culo contra pija y espero mano también".
No hacía falta mucho más para que la imaginación comenzara a volar, y ella sin reservas le contó cómo disfrutaba de esos roces en el transporte público jugando con el límite entre lo permitido y lo prohibido sin que nadie sospechara lo que realmente estaba ocurriendo.
Entonces, él le pidió que le contara una experiencia vividal. Ella dudó por un momento, pero finalmente le narró su última aventura en el tren Sarmiento, un episodio que la había dejado encendida durante días. Era una mañana temprano; vestía unos jeans ajustados y un saquito discreto que, como ella misma dijo "no pedía ser tocada"... pero el destino tenía otros planes.
El vagón estaba lleno desde la primera estación y, al subirse apenas pudo acomodarse en medio de la multitud que la empujó hacia el asiento donde estaban dos personas. A su izquierda estaba un chico que se había quedado dormido al lado de la ventana, y del lado del pasillo, un hombre mayor, corpulento, que llenaba su espacio con una calma intimidante.
Desde que subió, ella intentó evitar el contacto, manteniendo la distancia. Pero mientras el tren avanzaba y la gente subía, el espacio se reducía. Al llegar a la tercera estación, ya estaba casi pegada al hombre. Con cada sacudón del tren, sentía su cuerpo apretarse contra él, y su respiración se aceleraba de forma imperceptible. No era su intención, pero había algo en ese roce involuntario que le despertaba una emoción intensa, un placer sutil que no podía ignorar. Sabía que él también lo notaba, pero ninguno de los dos dijo nada.
El chico a su lado seguía profundamente dormido, mientras el hombre mayor, con la vista al frente, comenzó a acomodarse en el asiento. El hombre dejó caer el brazo en el apoyabrazos, justo a la altura de sus caderas, y ella, cada vez más consciente de su propia excitación, aprovechó esa cercanía para frotarse apenas, sintiendo cómo la tela de su pantalón apretaba su cuerpo. Un leve movimiento de su parte hizo que su costado se apretara aún más contra él, y el hombre, aparentemente inmutable solo ajustó su posición. Parecía un juego silencioso, donde cada uno pretendía no notar al otro, pero en realidad, ambos sabían exactamente lo que estaba pasando.
Entonces el hombre comenzó a mover la muñeca, como si se rascara despacio, y en cada movimiento lograba rozarla justo en el borde de su concha, presionando cada vez con más intención. Al principio los roces eran suaves, apenas perceptibles, pero a medida que el tren avanzaba y más gente entraba los movimientos de él se hicieron más evidentes. Ella disimulaba, mirando al frente y manteniendo una expresión seria, como si estuviera molesta por el apretón de la gente, mientras tanto sentía un placer latente por dentro. El brazo estaba ahora justo a la altura de su entrepierna, y cada sacudida del tren lo acercaba más. Intentó moverse, pero estaba completamente apretada, sin escapatoria. Sintiendo la presión de su mano contra su concha, entonces dejó de intentar evitarlo. La incomodidad se transformaba en un placer intenso y prohibido. Podía sentir los dedos de él justo donde su cuerpo necesitaba más contacto; uno presionaba ligeramente sobre la costura de sus jeans, mientras otro se colaba contra uno de sus labios que sobresalía hinchado de deseo. El hombre movía su brazo despacio, fingiendo que no pasaba nada, pero cada movimiento del tren hacía que sus dedos siguieran "jugando" con su entrepierna casi sin que pareciera intencional. Los roces eran mínimos, pero se sentían como descargas eléctricas. Ella cerró los ojos un segundo y disfrutó la sensación sin que nadie más lo notara.
La presencia del chico dormido a su lado hacía todo aún más excitante. Estaba completamente absorto en su sueño, mientras ella y el hombre mayor compartían un momento secreto e intenso en silencio. El calor de su cuerpo aumentaba, y la presión en sus jeans hacía que sintiera cada movimiento del tren como una provocación adicional.
Al llegar a su estación, se abrió paso entre la gente y bajó con el corazón latiendo fuerte. Pero antes de que pudiera alejarse, sintió una presencia detrás de ella. Al voltear, el hombre mayor estaba allí, con una sonrisa ladeada. “¿Te gustó?”, le dijo en voz baja, con una mirada que le transmitió que él había estado tan consciente de cada segundo como ella. Sintió un escalofrío; aunque le atraía el juego, la intensidad del momento la sobrepasó, y prefirió alejarse.
Al mirar hacia atrás, el hombre ya se había perdido entre la multitud. Dejándola con el recuerdo de un encuentro que nadie más había visto, y que le dejó una mezcla de alivio, deseo y adrenalina que todavía sentía en la piel.
2 comentários - Confesiones íntimas
La complicidad mutua disimulada... es terriblemente excitante.
En mi opinión, son una de las cosas lindas de la vida...
+10