Mi cuñada me tiene inquieto

Este es un relato completamente real.

Hace poco más de un año que estoy de novio. Mi pareja, Valeria, es una mujer impresionante: alta, atlética, con una cintura marcada y unas piernas largas que siempre llaman la atención. Pero lo que más resalta de ella es su sensualidad. A los 41 años, tiene un cuerpo firme y una energía que desborda, algo que me mantuvo completamente enganchado desde el principio. Sin embargo, desde hace algún tiempo, hay algo que me tiene inquieto... o más bien, alguien.

Hace 4 meses conocí a su hermana, Naty, en una reunión en casa. Las fotos que había visto de ella durante una cena con mis suegros no le hacían justicia. Incluso la busqué en instagram, porque me llamaba la atención el parecido con mi novia, y por lo atractiva que me resultaba. Por eso, entre otras cosas, es que organicé un asado en casa, para retribuirles la cena a mis suegros y para conocer a mis cuñada.

Mi cuñada me tiene inquieto
A ver si adivinan cual es mi novia y cuál mi cuñada

En persona, Naty es una versión aún más irresistible de Valeria. Más alta, más delgada, con el cabello castaño recogido en una cola que le da un aire despreocupado, pero lo más hipnótico de ella son esos labios gruesos y esa piel dorada que parece brillar con el sol. Esa tarde llevaba un buzo largo que apenas le cubría el short diminuto, dejando a la vista sus piernas perfectamente torneadas. Pero fue al saludarla cuando todo empezó a cambiar.

El abrazo. Fue un gesto común, no lo planeé. Pero cuando la abracé, no solo noté lo firme de sus brazos, su perfume avasallante, sino que también y principalmente sus tetas firmes, y perfectas, contra mi pecho, me prendió como si algo en mí se encendiera de golpe. Sentí cómo la temperatura de mi cuerpo subía de inmediato. Me invadió una erección que intenté disimular a toda costa, pero que ya estaba más allá de mi control. El calor en mis mejillas delataba lo incómodo que estaba, pero al mismo tiempo, algo más oscuro y profundo comenzaba a despertarse en mí.

Durante toda la cena, no pude dejar de mirarla. Ella se movía por la sala con una naturalidad arrolladora, y cada vez que pasaba cerca de mí, mis ojos bajaban hacia sus piernas y ese culo perfecto que el short apenas cubría. Me forcé a concentrarme en las conversaciones, pero cada palabra que salía de su boca, cada risa, me hacía imaginar cosas que no debería.

Finalmente, cuando todos nos relajamos un poco más, Sofía se quitó el buzo. Debajo, llevaba una musculosa blanca que dejaba ver la perfección de sus tetas. Redondos, firmes, altos. No era intencional, lo sabía, pero el simple hecho de ver cómo su cuerpo se movía dentro de esa prenda ajustada me desquiciaba. Sus pezones, apenas marcados contra la tela, eran un detalle que no podía ignorar. Sentía la sangre corriendo con fuerza por mis venas, y mi respiración, aunque disimulada, se hacía más pesada.

Charlábamos y reíamos, pero yo no podía dejar de pensar en cómo se sentiría tocarla. Cómo se sentiría tener su piel dorada contra la mía, cómo se vería su cuerpo debajo de mí, su boca entreabierta mientras le arrancaba suspiros... Mis pensamientos estaban fuera de control, y ella lo notaba. No era estúpida. Cada vez que me miraba, lo hacía con esa chispa traviesa en los ojos. Sabía lo que estaba pasando y jugaba con ello.

Luego de la cena, se despidieron sus padres, y quedamos solamente nosotros, más relajados. A medida que la noche avanzaba, la música sonaba más fuerte y todos nos soltamos un poco más. Fumamos algo y nos reímos, pero yo seguía sin poder quitarme de la cabeza lo cerca que estábamos sentados Naty y yo en ese sillón. Podía sentir el calor de su cuerpo irradiar hacia mí. En un momento, cruzamos miradas, y fue como si algo dentro de nosotros se conectara sin decir una palabra.

De repente, ella se levantó para ir al baño, y mientras caminaba hacia la puerta, no pude evitar seguirla con la mirada. Su short de jean marcaba perfectamente cada curva, cada movimiento de sus caderas. No podía más. Sabía que tenía que controlarme, pero cuando regresó y se sentó a mi lado, más cerca de lo que lo había hecho antes, sentí que todo el aire de la habitación se espesaba. La tensión era palpable, casi como si el resto de las personas en la sala se desvanecieran y solo quedáramos nosotros dos.

A medida que la conversación seguía, me di cuenta de que mis manos estaban inquietas. Sin pensarlo, las acerqué un poco más a ella, hasta que finalmente, en un movimiento apenas disimulado, nuestras manos se rozaron. El contacto fue breve, casi imperceptible, pero suficiente para que ambos supiéramos que ese momento había cruzado una línea. Ella me miró, esta vez sin disimulo, sus labios apenas curvados en una sonrisa. Sabía que me estaba matando por dentro, y le gustaba.

Cuando se despidieron al final de la noche, me acerqué a darle un abrazo de despedida. Esta vez, la apreté más fuerte de lo que debería. Sentí su cuerpo apretarse contra el mío, sus tetas firmes aplastándose contra mi pecho, y cuando nuestras mejillas se rozaron, un pequeño jadeo escapó de mi boca. Ella lo notó. Su cuerpo se quedó unos segundos más del necesario en el abrazo, lo suficiente para que sintiera su aliento en mi cuello.

“Nos vemos pronto,” me susurró al oído, mientras me daba un beso en la mejilla, demasiado cerca de mis labios. Su boca, tan cerca de la mía, me hizo perder la cabeza por completo. Sentí su olor, su perfume mezclado con el calor de la noche, y cuando me separé de ella, no pude evitar ver cómo su cuerpo se alejaba contoneándose. Caminaba sabiendo perfectamente lo que hacía, y yo, con una erección que no se iba, no pude evitar seguirla con la mirada hasta que desapareció por la puerta.

Cuando cerré la puerta y volví adentro, Vale me estaba esperando. No pude aguantar más. La agarré y, sin decir una palabra, le comí la boca de un beso, la empujé contra la mesa (ella adora cuando cojemos fuerte, acaba casi al instante). Mi mente estaba en otra parte, en otra persona. La puse de espaldas, justo donde Sofía había estado sentada antes, elegí a propósito su asiento y apoyé sus tetas en la mesa y con su cola erguida y haciendo puntitas de pie para recibirme, y sin tregua, la tomé con una fuerza que me sorprendió. En cada movimiento, en cada embestida, no podía dejar de imaginar que era Naty quien estaba allí, que esos gemidos no eran de mi novia, sino de su hermana, la que realmente estaba quemando mi cabeza y mi cuerpo. Y esas llamas, no solo no han disminuído, sino que han ido aumentando semana a semana. Si quieren que les cuente un poco más, por favor, comentenme y haganme saber. Esta será una serie de relatos 100% real


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