Después de aquella noche, quedó flotando en el aire algo distinto. No era solo calentura. Era expectativa. Como si los dos supiéramos que habíamos abierto una puerta y que del otro lado había más. Mucho más.
Quedamos en vernos en persona. Pero tranqui, nada de locuras. Un café. Algo simple, como para mirarnos a los ojos sin pantalla de por medio.
Para mí fue una mezcla rara. Por un lado, venía con el envión de lo que habíamos compartido. Por el otro, era mi primera cita en años. Y sí, tenía mariposas en la panza. De esas que uno cree que ya no va a sentir a los cuarenta y pico.
Alquilé un auto, más por comodidad que por lujo, pero también para tener ese margen de movimiento que necesitás cuando vas a algo que no sabés cómo va a terminar. Ella trabajaba del otro lado de la ciudad, así que coordinamos para vernos cerca de su oficina.
El lugar era un café tranquilo, con ventanales grandes y aroma a tostado. Yo llegué un poco antes, como para calmar los nervios, ubicarme, tomar un vaso de agua y repasar mentalmente las mil versiones posibles del encuentro.
Y entonces la vi.
Caminando segura, con esa energía que ya conocía de los chats y los audios. Venía con lentes de sol y un vestido de verano que se movía con el viento como si supiera que la estaban mirando. Imponente y simple a la vez. Como si no hiciera falta más.
Se acercó sonriendo, me dio un beso en la mejilla —de esos que duran un segundo más de lo común— y dijo algo así como:
—¿Listo para tomar el café más incómodo de tu vida?
Llegué a la cita sin plan. Y eso, para mí, ya era un plan.
No porque no sepa organizarme —al contrario, soy de los que siempre tienen dos o tres opciones pensadas, por si algo sale mal—, pero esta vez elegí no anticipar nada. No quería expectativas. No quería imaginarme finales ni escenas. Quería estar, mirar, sentir. Y, si soy sincero, también quería descolocarla un poco. Mostrarle otra versión de mí. Una menos predecible.
El viaje en auto fue en silencio. Ni música puse. Iba concentrado, como afinando algo adentro. Un tono, un gesto, no sé. Algo que me dejara estar sin actuar.
Ella llegó como si el mundo fuera suyo. Lentes de sol, vestido de verano, paso firme. Me saludó con un beso en la mejilla que duró un segundo más de lo esperable y se sentó con la comodidad de quien ya decidió que va a tomar el control.
Y lo tomó.
Dominó la charla desde el primer sorbo. Me hizo mil preguntas. De dónde era, cómo había sido mi infancia, por qué me había casado, cómo terminé en Canadá. Tiraba temas como quien lanza anzuelos, y contaba historias suyas con gracia, con ironía, con una honestidad que, si no la conociera, hubiera pensado que era pose.
Pero lo que más me llamó la atención fue cómo me miraba. Había algo en su mirada, una mezcla de curiosidad y desconcierto. Para ella, yo era algo exótico. Y no solo por ser argentino —que, dicho sea de paso, no tenía muy claro dónde quedaba— sino porque no le cerraba la cuenta. Me dijo que había tenido un romance con un centroamericano, que era puro carisma, sonrisa fácil, energía en el aire.
—Vos sos distinto —me largó en un momento, mirándome fijo por encima de la taza—. Sos serio. Tranquilo. Como si tuvieras algo guardado... pero no sé si es peligroso o tierno.
Sonreí apenas. Porque en el fondo, eso era lo que había querido desde el principio: que no pudiera sacarme la ficha. Y yo tampoco quería dársela tan fácil.
En un momento, me lo tiró de una:
—Sos más rápido por WhatsApp que en persona, ¿sabías?
No lo dijo como crítica, más bien como quien observa algo curioso. Le sonreí y le dije que lo había notado. Que a veces me sale más fácil escribir que hablar. Pero no era por el idioma —aunque a veces me patinara alguna palabra en inglés—, era otra cosa. Actitud, tal vez. O el hecho de que frente a ella sentía que cada gesto mío estaba bajo la lupa.
Porque me estaba probando. Lo sabía. Cada pregunta, cada pausa, era como si buscara medir si yo me achicaba, si me intimidaba su personalidad, su historia, su seguridad.
Y sí, era imponente. Pero a mí no me asustan las mujeres fuertes. Al contrario. Me atraen.
Lo que creo que no esperaba, o al menos no tan pronto, era que cuando el tema sexual se colaba en la charla, yo no dudaba. Respondía firme, directo. A veces hasta con una pizca de arrogancia, esa que sale sola cuando sabés de qué estás hablando.
—Es que yo te voy a coger de formas que todavía no probaste —le dije en un momento, cuando insinuó que sus experiencias le habían enseñado de todo.
Me miró como si no supiera si reírse, levantarse o pedir otro café. Pero no dijo nada enseguida. Solo se le dibujó esa media sonrisa que ya conocía de los audios. La que aparece cuando algo le gusta pero no quiere admitirlo del todo.
Y ahí entendí que el partido seguía parejo. Que ella podía venir con todas sus historias, su experiencia, su seguridad... pero que yo también tenía lo mío. Y que, por ahora, no me bajaba del ring.
En un momento los dos fuimos al baño. No juntos, claro, pero casi coordinados. Cuando salí, me quedé esperándola cerca de la puerta. Y cuando apareció, sin decir nada, me acerqué y la besé.
No hubo dudas ni titubeos. Se colgó de mí como si lo hubiera estado esperando todo el encuentro. Y el beso... el beso fue con ganas. Largo, profundo, de esos que no necesitan permiso.
No pasó más que eso. Volvimos a la mesa, estuvimos unos minutos más hablando pavadas, y después cada uno partió para su casa. Nada dramático. Pero en el aire quedó algo. Algo latente.
Después vinieron los mensajes. Muchos. Preguntas, indirectas, frases sueltas que parecían buscar algo. Como si esperara que yo hubiera hecho algo más. Y al no hacerlo, la dejé un poco desorientada. Más enroscada.
Esa semana las charlas se pusieron intensas. Mucho. Me animaba a más. Le pedía cosas mientras estaba en el trabajo, o en su casa. Pequeñas órdenes, desafíos, que ella tomaba con una mezcla de nervios y entusiasmo.
Un día me confesó que siempre había querido comprarse uno de esos juguetes que se controlan a distancia. Lo tiró así, medio en broma, como quien tantea el terreno. La charla no siguió mucho más, pero a mí ya me había quedado rebotando la idea.
Esa misma noche empecé a investigar. Sex shops online, reseñas, compatibilidad con apps... todo. Al día siguiente, sin mucha vuelta, le pedí que me pasara su dirección. Le dije que le quería mandar un regalo. No preguntó qué era. Solo me la pasó.
A los dos días ya lo tenía en su casa. Un “egg” inalámbrico, de esos que se manejan desde el celular. Cuando lo recibió, pegó un salto de emoción. Me mandó audios, emojis, fotos del paquete. Y ahí nomás nos pusimos a hablar de cómo configurarlo.
Yo instalé la app. Tardamos varias horas en hacer que funcione bien, entre pruebas, risas, y algún que otro intento fallido. Pero cuando finalmente anduvo, supimos los dos que estábamos por empezar otro tipo de juego.
Quedamos en otra cita. Ella me dijo que tenía una sorpresa preparada para mí. Yo ya tenía la mía lista.
Me había dicho que íbamos a hacer algo tranquilo, de siete a ocho. Que me vistiera con camisa y nada más.—Ok, del post me encargo yo —le respondí.Solo le pedí dos cosas: que lleve vestido... y que ese día se ponga el egg.
No me importaba mucho a dónde íbamos. Mi plan era claro: durante esa hora que ella había planeado, la iba a controlar. Quería verla contenerse. Sentir que el juego pasaba por otro lado. No era solo calentarla. Yo quería enredarle la cabeza.
Porque lo sabía. Si quería, podía cogérmela ese mismo día. Pero no quería algo simple. Quería dejarla pensando en mí por días. Quería volverla loca.
Pasaron muchas opciones por mi cabeza. Lo más complicado era el lugar. Un hotel era demasiado. Las casas descartadas. Todo me llevaba a lo mismo: tenía que pasar en el auto.
Ella tenía el suyo, pero yo necesitaba que se subiera al mío. Así que le propuse encontrarnos en un estacionamiento, a mitad de camino entre su casa y el lugar donde íbamos a ir. De ahí, íbamos juntos.
Y ahí se empezó a armar mi parte del plan.
Fui a un sex shop. Compré un arnés de esos que se colocan debajo del colchón, con correas para muñecas y tobillos. Me llevé un antifaz, unas plumas y un rebenque de esos finitos, que no lastiman pero dicen mucho.Alquilé una Jeep Grand Cherokee. Pagué un poco más para asegurarme el modelo. Quería espacio. Comodidad. Estabilidad. Vi videos en YouTube sobre cómo se movían los asientos, cuánto se reclinaban, dónde podía enganchar bien las correas.Instalé todo con tiempo. Las esposas de las manos salían por detrás de los asientos. Las de los tobillos, a los costados.Compré agua, chicles, toallitas, perfume, forros... lo básico y lo no tan básico.
Por mensajes se la notaba ansiosa. No lo decía directamente, pero se le escapaba en las preguntas, en los silencios, en los emojis que dejaban más dudas que certezas. Quería saber qué iba a pasar después del “plan tranquilo”. Y no solo por curiosidad... creo que también quería asegurarse de que yo iba a seguir en ese rol dominante que tanto la excitaba por WhatsApp, pero que aún no había visto del todo en persona.
En un momento, para tantear el terreno, le pregunté:
—¿Qué te imaginás como próximos pasos, después de ese primer beso?
Tardó en contestar. Como si lo estuviera pensando en serio. Y cuando llegó el mensaje, me di cuenta de que lo suyo era otra película:
—Primera cita completa donde me agarrás la mano y parecemos una pareja de toda la vida.
—Primer sesión de besos de esas largas.
—Primera vez que tenemos sexo.
—Primera pijamada.
Leí el mensaje y me quedé un rato mirando el celular. No era que no me gustara lo que decía. Era tierno. Casi romántico. Pero claramente no estaba imaginando lo que yo tenía preparado. Ella estaba proyectando una historia con escalas. Una ruta emocional, paso a paso. Y yo... yo tenía el mapa doblado en el bolsillo y ya había desviado el camino.
Ahí entendí que una parte de ella todavía quería tener el control. No desde la fuerza, sino desde la anticipación. Quería saber qué venía, qué tocar, qué esperar.
Pero lo nuestro no iba a ser así.
Llegué al estacionamiento temprano. No porque sea puntual, sino porque la ansiedad me tenía al palo. Me había pasado el día imaginando cómo iba a salir todo, repasando cada detalle del auto, el juguete, los planes. Estaba listo. O eso creía.
Ella tardó. Mucho. Más de lo que cualquier reloj puede justificar. Pero no dije nada. Solo aproveché para seguir metido en ese estado de espera cargada. Aunque, por dentro, hervía. Así que le mandé un mensaje, con tono de juego pero también con doble filo:
—No me gusta que me hagan esperar. Vas a ser castigada.
Me contestó al toque, con ese tono entre inocente y provocador que le salía tan natural:
—Uy sí... me he portado mal.
Cuando finalmente llegó, la vi bajarse de su auto con un vestido blanco, corto pero suelto. No venía "para matar", como quien quiere dejar huella, pero había cumplido con lo que le pedí. Y para mí, eso era clave. Quería tener acceso. Libertad de movimiento. Nada que me complique si se daba lo que yo venía planeando.
Nos saludamos con un beso. Uno corto, pero con peso. Ya íbamos tarde para el evento, que quedaba a unos 15 o 20 minutos de ahí, así que subió rápido a la Jeep.
Apenas arrancamos, lo primero que hice fue probar el juguete. Le pregunté si lo tenía puesto, me dijo que sí. Abrí la app y empecé con un par de modos suaves. Ella me describía lo que sentía, entre risas y algún suspiro.
Pero la verdad… fue una decepción. Vibraba, sí, pero no como yo quería. No era suficiente para incomodarla en un lugar lleno de gente, ni para mantener ese nivel de control que venía construyendo. Me frustró. Sentí que esa parte del plan se me caía.
En el camino, yo manejaba… todo. Literalmente. La música también. Puse todo argentino para que se meta en la experiencia exótica. Arranqué con Fito, Charly… y después me tiré al cuarteto. Quería mostrarle otra parte mía. Algo alegre, popular. Cantaba en español y ella no entendía nada, pero me miraba fascinada. Me preguntaba qué decían las letras, se reía, bailaba sentada.
Estaba cautivada. No solo por la música. Por el paquete completo.
Llegamos al lugar. Era un teatro bar. Podías tomar lo que quisieras y en el escenario había velas por todos lados, como si estuviéramos por ver un ritual. Al rato apareció una banda: cinco músicos, todos con instrumentos de cuerda. Era un tributo instrumental a ABBA. Tocaban muy bien, de verdad, pero mi cabeza estaba en otra parte. En lo que tenía al lado.
Jugaba con ella y con la app, aunque ya sabía que el juguete no me iba a dar lo que buscaba. Igual seguí intentando. Ella se reía. Le gustaba el juego. Y yo, por dentro, ya empezaba a pensar cuál iba a ser el siguiente movimiento.
Salimos del lugar y ella venía con una energía hermosa. Feliz. Sonriente. Estaba disfrutando de la cita, de lo vivido, del viaje, de la música, y —sobre todo— de estar ahí, conmigo. Hablaba sin parar, lanzaba preguntas, contaba cosas. Esa mezcla entre confianza y entusiasmo que a mí me encantaba mirar mientras manejaba.
Pero cuando llegamos a la camioneta y nos subimos, algo en mí cambió. Y lo dejé claro.
—Ahora vas a hacer silencio —le dije, sin mirarla, mientras me acomodaba en el asiento.
Obedeció con una sonrisa. De esas que no son sumisión, sino entrega. Como si entendiera que ahora venía otra parte del plan.
—Te dije que estoy enojado porque me hiciste esperar. Y eso no me gusta.
—Perdón... —dijo bajito, sin perder el tono de juego.
Le hice un gesto con la mano para que se acercara. Le pedí que su cabeza quedara a la altura de mi falda. Se movió sin decir nada, con una expresión entre traviesa y curiosa. Sus ojos brillaban, como los de alguien que está por hacer algo indebido y le encanta.
Apoyé mi mano izquierda en su pelo. Primero suave, acariciándola. Cerró los ojos, como si se rindiera a ese gesto. Pero en dos segundos, tensé la mano y la sostuve con firmeza. Ella no se quejó. Al contrario. Se quedó quieta.
Con la otra mano, le subí el vestido hasta la espalda. Una tanga blanca le marcaba la piel con un descaro que parecía pensado para ese momento. Me incliné apenas y le hablé al oído:
—No me gusta que me desobedezcas. Si te digo una hora, tenés que estar ahí a esa hora. ¿Está claro?
Asintió con los ojos cerrados y mordiéndose los labios.
Entonces levanté la mano y descargué un golpe seco sobre su cola. No brutal. Pero claro.
No dijo una palabra.
Le dije que se fuera al asiento de atrás. Me miró extrañada, con una ceja levantada, como preguntando si hablaba en serio.
—¿Me vas a desobedecer? —le dije, sin levantar la voz.
Ella sonrió, con esa complicidad que ya conocía.
—No...
Salió por su puerta y yo por la mía. Nos encontramos detrás del auto, la abrí y le pedí que se sentara en el medio. Obedeció sin palabras. Tomé una de sus manos y le até la muñeca. No dijo nada. Solo me miraba. Como si se le hubieran apagado las palabras. Di la vuelta por detrás del vehículo, abrí la otra puerta y até su otra mano. Cerré con suavidad, sin apuro.
Volví al asiento del conductor, ajusté los espejos y miré por el retrovisor. Ahí estaba. Esa cara. Esa mezcla de excitación y desconcierto. Como si recién en ese momento cayera en la cuenta de que estaba atada en el asiento trasero de una camioneta, con un tipo al que conocía hacía apenas unas semanas.
Salimos del estacionamiento del bar con ella así, atada atrás. Puse música, volví al cuarteto, y arranqué el viaje como si fuera lo más normal del mundo. Iba cantando, exagerando algún estribillo, mirándola cada tanto por el espejo.
En los semáforos aprovechaba para estirar la mano hacia atrás y acariciarle las piernas, suave, como si nada. La luz del atardecer todavía no se iba del todo, eran las ocho y media y el día se negaba a apagarse. Yo manejaba con una mezcla de tranquilidad y adrenalina. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, y eso me encendía más que cualquier otra cosa.
Tomé una ruta hacia el campo. En Canadá, diez minutos para afuera de la ciudad y todo se vuelve granjas, árboles, casas aisladas. Era perfecto.
Mis manos iban hacia atrás de a ratos. Acariciándola. Sintiendo. Construyendo la tensión con paciencia.
Apenas encontré una banquina tranquila, me detuve y me bajé. Ella no me sacaba los ojos de encima. Me seguía con la mirada, atenta, expectante. Sabía que algo venía, pero no qué. Y esa incertidumbre era parte del juego.
Abrí la puerta trasera, tomé uno de sus tobillos con firmeza y lo atraje hacia mí. Agarré el amarre y lo até sin decir una palabra. Cerré la puerta y caminé del otro lado del auto. Cuando abrí la segunda puerta y me vio, su cara ya no era solo deseo. Había algo más. Una mezcla de intriga, nervios y una pizca de miedo. No del malo. De ese miedo que tiene algo de adrenalina y entrega.
Aseguré el otro tobillo, dejándola con las piernas abiertas. Pase por el baúl y saqué la pluma y el rebenque. Volví al asiento del conductor. Seguía con mi música, con mi voz cantando fragmentos de cuarteto en un idioma que ella apenas entendía. Pero la mirada que me devolvía desde el retrovisor decía todo. Estaba atrapada, curiosa, desbordada de preguntas.
Yo ya tenia la pluma en la mano y al estar ya en calles casi con menos autos me daba mas vuelta para jugar con ella. Se la acercaba hacia la cara, los brazos y sus piernas. Ella me miraba fijamente y se le notaban fuego en los ojos pero con cierta impotencia, estaba descubriendo que conmigo no tenia el control de nada.
Estire mi mano hacia y apoye por primera vez mi pulgar entre sus piernas. Tenia una tanga blanca, la corri un poco hacia el costado y suavemente acaricie su clitoris. Ella cerro sus ojos y gimio por primera vez. La temperatura y la humedad de esa concha empezaron a subir. Ella notó que cada vez me metia en lugares mas alejados y mas boscosos y hablo por primera vez.
— A donde estamos yendo? - su voz era de curiosidad y con una risa nerviosa
Ese era mi momento para subir el nivel. Yo estaba esperando que me preguntara esto y lance la ofensiva.
— Yo te permiti que hablaras? - Mi voz salio con tono de enojo
— No - dijo con ojos un poco asustada
— Te voy a tener que castigar Melissa - dije y tome el rebenque dejando la pluma
Estacione de nuevo. Ella estaba inmovil y yo con las pulsaciones a mil. El cuadro era increible, baje con mi rebenque y abri la puerta de atras. Puse la punta en una de sus mejilla y creo que ella esperaba que le pegara, pero no lo hice. Puse el antifaz en sus ojos para que no vea. Me subi al auto de nuevo y acelere para sorprenderla.
Ahora estiraba mis manos y no era nada delicado. Le meti dos dedos y encontré a nuestro juguete incrustado, lo saque con agresividad y lo tire en un costado. Ella movia su cuerpo y gemia no paraba de decir una frase en ingles
— Oh my God! - Que seria “Dios mio!”
Yo aceleraba para desorientarla, para darle adrenalina y de repente me tiraba en la banquina de nuevo. Abri una puerta, ya no podia verme y casi que temblaba. Le di con el rebenque despacio en una mejilla, no lo esperaba y dio un grito.
Luego le tape la boca con la mano izquiera y con la derecha la pajee con intensidad, mis tres dedos hacian un sube y baja con furia. Subi de nuevo al auto y continue manejando. Yo cantaba cuarteto y la tocaba. Un perfil que a cualquiera le daria miedo
— “Quedate otra veeez! quedate toda la noche..” - Cantaba en voz alta la Konga y luego estiraba mi brazo para clave con violencia 3 o 4 dedos bien adentro.
Su respiración era cada vez mas agitada, estaba totalmente desorientada y caliente. Me frene de nuevo, fui del lado de atras del conductor, abri la puerta y le desate el tobilla y la mano. Luego me fui del otro lado, la traje de la pierna para acercar toda su concha a mi y me hundi con mi lengua. El sabor era intenso, estaba super mojada y yo desesperado por comerla. Ella no paraba de gemir y gritar “Dios mio Dios mio”. Si pasaba un policia por el lugar me llevaban en cana, el cuadro era muy dficil de explicar.
Despues comerle la concha un par de minutos subi de nuevo y acelere con fuerza. Con el rebenque le recorria el cuerpo y por ahi le pegaba despacio pero con firmeza y le decia.
— Vas a obedecerme en todo lo que te diga de ahora en mas
— Si si señor - Me decia totalmente entregada y excitada
Frene agresivamente de nuevo y me fui del lado donde la podia manejar. Ella todavia no veia nada. La agarre de la mano para traerla hacia mi, baje mis pantalones para liberar la verga y sostenida del pelo la guia para que me la chupara. Sus movimientos eran torpes, no sabia de donde venia el pijazo hasta que la agarro y se prendio con ganas. La chupaba con experiencia y dedicacion pero le hice recordar que no iba a tener ni el minimo control de la situacion. Le empuje la cabeza y se la hundi hasta la garganta. Dio una arcada y salio para respirar y en ese movimiento de nuevo le abri las piernas y sumergi mi cabeza para comerla toda.
Ya necesitaba frenarme para estar mas tranquilo pero el lugar estaba un poco expuesto. Me subi buscando algun lugar donde pudiera estar 15 o 20 minutos sin sentirme en riesgo. Yo iba como loco mirando diferente calles, con la pija al aire y con la mano incrustada en Melissa atras.
Encontre una calle sin Salida que en el final del camino habia un caseron gigante. El camino seguia unos 10 metros mas. Me meti ahi, era el lugar. solo estaban los dueños de esa casa como posibles aguafiestas.
Me baje del auto de nuevo y desde el costado empece de nuevo a chuparle toda la concha y pajearla con intensidad. La libere de los otros dos amarres y la di vuelta, tuve su culo a dispocision por primera vez. Yo estaba en modo maniaco asi que le pegue un cachetazo bien fuerte. Me subi un poco al auto y sin nada de delicadeza le agarre la cabeza y le taladre la boca con la pija, ella estaba totalmente rendida y no ponia resistencia y al sacarle la poronga solo decia de nuevo.
— Dios mio Dios mio - ya gritando
Yo sinceramente no tenia pensado garchar porque en el auto es incomodo pero agarre un forro la di vuelta, la puse en cuatro y la ensarte. Sus gritos no paraban de crecer. Mis sacudidas eran intensas pero no la deje ni siquiera disfrutarla porque estaba incomodo ahi. Me sali y la tire sobre el asiento trasero. Estaba listo para que acabara. Yo sabia que ella era una squirter asi me habia preparado la toalla pertitente. La puse abajo de ella
— Ahora vas a acabar - Le dije mientras mis dedos pajeaban con velocidad
— No voy a ensuciar todo - me dijo temblando
— Vas a desobedecer de nuevo Melissa?
Hizo una seña diciendo que no y yo me dedique a que llegue. Luego de unos segundo la cantidad de liquido que salio fue increible. Todavia recuerdo el olor cuando cierro los ojos.
Sus gemidos se fueron apagando y su respiracion seguia a mil. Yo tenia la pija a mil asi que le di las siguientes instrucciones.
— Veni adelante que me la vas a chupar
Cuando ya estuve en el asiento del conductor ella se vino al lado y ya sin antifaz y viendo agarro deseosa el pedazo de carne que tanto anhelaba. Yo me distraje por el placer el pete y la encontre dominando la situación cosa que no iba a permitir. Tuve que sacar mi diablo de adentro y le hundi la cabeza con toda la pija adentro, queria salir pero yo la presionaba. Salia y respiraba y luego volvia a chupar.
Yo ya no iba a aguantar mucho, tenia toda la garcha hinchada de leche pero todavia quedaba una accion mas de humillacion y prueba para mi nueva puta. Me escupi el dedo mayor y empece a jugar con su culo, ella no hizo resistencia y a medida yo introducia ella chupaba mas.
Ya casi llegando yo tenia mi mano izquierda tirando de sus pelos con fuerza para hundirla en mi verga y el dedo mayor enterra al manos hasta la segunda falange en el otro. Era obvio que no me importaba si esta mujer no me queria hablar mas luego, yo fui a fondo. En ese escenario le escupi toda la leche en la gargante prácticamente y mi dedo le abrio mas el ano. Tire mi cabeza para atras y ella seguia chupando. De a poco fui sacando el dedo pero no la deje salir.
— Segui chupando hasta que yo te diga - ella obedeció
Con mi dedo afuera lleve mi mano derecha tambien a su pelo, saque mi verga de su boca y le di unas golpecitos con la pija
— Buena puta - ella hizo una sonrisa de calentona
El viaje de vuelta fue en silencio... pero no de esos incómodos. Era un silencio cargado. Espeso. Como si todavía estuviéramos digiriendo lo que acababa de pasar.
Ella estaba sentada a mi lado, ya sin ataduras ni antifaz, pero con la mirada perdida en la ventana, sonriendo de a ratos. Como si el cuerpo le estuviera cayendo de a poco. Me miró y lo dijo casi sin voz:
—No puedo creer lo que hiciste... Nunca imaginé algo así.
Se reía, pero no era risa de chiste. Era esa risa que te agarra cuando estás en shock, cuando algo te sacó completamente de tu mapa mental y no sabés bien si agradecer o temblar. Estaba sorprendida, excitada, confundida... y, sobre todo, entregada.
Yo la miré de reojo mientras seguía manejando y le dije, tranquilo:
—Si te portás bien… esto es solo el principio.
No fue amenaza ni promesa. Fue una semilla. Algo que le dejé plantado ahí, para que lo piense. Para que lo desee. Para que lo imagine de mil formas mientras espera.
Ella no dijo nada. Solo me miró. Esa mirada que mezcla susto con deseo. Que no sabe si quiere parar o ir más rápido.
Y ahí, con la ruta desierta delante nuestro y la ciudad esperándonos a lo lejos, cerramos el capítulo.
Quedamos en vernos en persona. Pero tranqui, nada de locuras. Un café. Algo simple, como para mirarnos a los ojos sin pantalla de por medio.
Para mí fue una mezcla rara. Por un lado, venía con el envión de lo que habíamos compartido. Por el otro, era mi primera cita en años. Y sí, tenía mariposas en la panza. De esas que uno cree que ya no va a sentir a los cuarenta y pico.
Alquilé un auto, más por comodidad que por lujo, pero también para tener ese margen de movimiento que necesitás cuando vas a algo que no sabés cómo va a terminar. Ella trabajaba del otro lado de la ciudad, así que coordinamos para vernos cerca de su oficina.
El lugar era un café tranquilo, con ventanales grandes y aroma a tostado. Yo llegué un poco antes, como para calmar los nervios, ubicarme, tomar un vaso de agua y repasar mentalmente las mil versiones posibles del encuentro.
Y entonces la vi.
Caminando segura, con esa energía que ya conocía de los chats y los audios. Venía con lentes de sol y un vestido de verano que se movía con el viento como si supiera que la estaban mirando. Imponente y simple a la vez. Como si no hiciera falta más.
Se acercó sonriendo, me dio un beso en la mejilla —de esos que duran un segundo más de lo común— y dijo algo así como:
—¿Listo para tomar el café más incómodo de tu vida?
Llegué a la cita sin plan. Y eso, para mí, ya era un plan.
No porque no sepa organizarme —al contrario, soy de los que siempre tienen dos o tres opciones pensadas, por si algo sale mal—, pero esta vez elegí no anticipar nada. No quería expectativas. No quería imaginarme finales ni escenas. Quería estar, mirar, sentir. Y, si soy sincero, también quería descolocarla un poco. Mostrarle otra versión de mí. Una menos predecible.
El viaje en auto fue en silencio. Ni música puse. Iba concentrado, como afinando algo adentro. Un tono, un gesto, no sé. Algo que me dejara estar sin actuar.
Ella llegó como si el mundo fuera suyo. Lentes de sol, vestido de verano, paso firme. Me saludó con un beso en la mejilla que duró un segundo más de lo esperable y se sentó con la comodidad de quien ya decidió que va a tomar el control.
Y lo tomó.
Dominó la charla desde el primer sorbo. Me hizo mil preguntas. De dónde era, cómo había sido mi infancia, por qué me había casado, cómo terminé en Canadá. Tiraba temas como quien lanza anzuelos, y contaba historias suyas con gracia, con ironía, con una honestidad que, si no la conociera, hubiera pensado que era pose.
Pero lo que más me llamó la atención fue cómo me miraba. Había algo en su mirada, una mezcla de curiosidad y desconcierto. Para ella, yo era algo exótico. Y no solo por ser argentino —que, dicho sea de paso, no tenía muy claro dónde quedaba— sino porque no le cerraba la cuenta. Me dijo que había tenido un romance con un centroamericano, que era puro carisma, sonrisa fácil, energía en el aire.
—Vos sos distinto —me largó en un momento, mirándome fijo por encima de la taza—. Sos serio. Tranquilo. Como si tuvieras algo guardado... pero no sé si es peligroso o tierno.
Sonreí apenas. Porque en el fondo, eso era lo que había querido desde el principio: que no pudiera sacarme la ficha. Y yo tampoco quería dársela tan fácil.
En un momento, me lo tiró de una:
—Sos más rápido por WhatsApp que en persona, ¿sabías?
No lo dijo como crítica, más bien como quien observa algo curioso. Le sonreí y le dije que lo había notado. Que a veces me sale más fácil escribir que hablar. Pero no era por el idioma —aunque a veces me patinara alguna palabra en inglés—, era otra cosa. Actitud, tal vez. O el hecho de que frente a ella sentía que cada gesto mío estaba bajo la lupa.
Porque me estaba probando. Lo sabía. Cada pregunta, cada pausa, era como si buscara medir si yo me achicaba, si me intimidaba su personalidad, su historia, su seguridad.
Y sí, era imponente. Pero a mí no me asustan las mujeres fuertes. Al contrario. Me atraen.
Lo que creo que no esperaba, o al menos no tan pronto, era que cuando el tema sexual se colaba en la charla, yo no dudaba. Respondía firme, directo. A veces hasta con una pizca de arrogancia, esa que sale sola cuando sabés de qué estás hablando.
—Es que yo te voy a coger de formas que todavía no probaste —le dije en un momento, cuando insinuó que sus experiencias le habían enseñado de todo.
Me miró como si no supiera si reírse, levantarse o pedir otro café. Pero no dijo nada enseguida. Solo se le dibujó esa media sonrisa que ya conocía de los audios. La que aparece cuando algo le gusta pero no quiere admitirlo del todo.
Y ahí entendí que el partido seguía parejo. Que ella podía venir con todas sus historias, su experiencia, su seguridad... pero que yo también tenía lo mío. Y que, por ahora, no me bajaba del ring.
En un momento los dos fuimos al baño. No juntos, claro, pero casi coordinados. Cuando salí, me quedé esperándola cerca de la puerta. Y cuando apareció, sin decir nada, me acerqué y la besé.
No hubo dudas ni titubeos. Se colgó de mí como si lo hubiera estado esperando todo el encuentro. Y el beso... el beso fue con ganas. Largo, profundo, de esos que no necesitan permiso.
No pasó más que eso. Volvimos a la mesa, estuvimos unos minutos más hablando pavadas, y después cada uno partió para su casa. Nada dramático. Pero en el aire quedó algo. Algo latente.
Después vinieron los mensajes. Muchos. Preguntas, indirectas, frases sueltas que parecían buscar algo. Como si esperara que yo hubiera hecho algo más. Y al no hacerlo, la dejé un poco desorientada. Más enroscada.
Esa semana las charlas se pusieron intensas. Mucho. Me animaba a más. Le pedía cosas mientras estaba en el trabajo, o en su casa. Pequeñas órdenes, desafíos, que ella tomaba con una mezcla de nervios y entusiasmo.
Un día me confesó que siempre había querido comprarse uno de esos juguetes que se controlan a distancia. Lo tiró así, medio en broma, como quien tantea el terreno. La charla no siguió mucho más, pero a mí ya me había quedado rebotando la idea.
Esa misma noche empecé a investigar. Sex shops online, reseñas, compatibilidad con apps... todo. Al día siguiente, sin mucha vuelta, le pedí que me pasara su dirección. Le dije que le quería mandar un regalo. No preguntó qué era. Solo me la pasó.
A los dos días ya lo tenía en su casa. Un “egg” inalámbrico, de esos que se manejan desde el celular. Cuando lo recibió, pegó un salto de emoción. Me mandó audios, emojis, fotos del paquete. Y ahí nomás nos pusimos a hablar de cómo configurarlo.
Yo instalé la app. Tardamos varias horas en hacer que funcione bien, entre pruebas, risas, y algún que otro intento fallido. Pero cuando finalmente anduvo, supimos los dos que estábamos por empezar otro tipo de juego.
Quedamos en otra cita. Ella me dijo que tenía una sorpresa preparada para mí. Yo ya tenía la mía lista.
Me había dicho que íbamos a hacer algo tranquilo, de siete a ocho. Que me vistiera con camisa y nada más.—Ok, del post me encargo yo —le respondí.Solo le pedí dos cosas: que lleve vestido... y que ese día se ponga el egg.
No me importaba mucho a dónde íbamos. Mi plan era claro: durante esa hora que ella había planeado, la iba a controlar. Quería verla contenerse. Sentir que el juego pasaba por otro lado. No era solo calentarla. Yo quería enredarle la cabeza.
Porque lo sabía. Si quería, podía cogérmela ese mismo día. Pero no quería algo simple. Quería dejarla pensando en mí por días. Quería volverla loca.
Pasaron muchas opciones por mi cabeza. Lo más complicado era el lugar. Un hotel era demasiado. Las casas descartadas. Todo me llevaba a lo mismo: tenía que pasar en el auto.
Ella tenía el suyo, pero yo necesitaba que se subiera al mío. Así que le propuse encontrarnos en un estacionamiento, a mitad de camino entre su casa y el lugar donde íbamos a ir. De ahí, íbamos juntos.
Y ahí se empezó a armar mi parte del plan.
Fui a un sex shop. Compré un arnés de esos que se colocan debajo del colchón, con correas para muñecas y tobillos. Me llevé un antifaz, unas plumas y un rebenque de esos finitos, que no lastiman pero dicen mucho.Alquilé una Jeep Grand Cherokee. Pagué un poco más para asegurarme el modelo. Quería espacio. Comodidad. Estabilidad. Vi videos en YouTube sobre cómo se movían los asientos, cuánto se reclinaban, dónde podía enganchar bien las correas.Instalé todo con tiempo. Las esposas de las manos salían por detrás de los asientos. Las de los tobillos, a los costados.Compré agua, chicles, toallitas, perfume, forros... lo básico y lo no tan básico.
Por mensajes se la notaba ansiosa. No lo decía directamente, pero se le escapaba en las preguntas, en los silencios, en los emojis que dejaban más dudas que certezas. Quería saber qué iba a pasar después del “plan tranquilo”. Y no solo por curiosidad... creo que también quería asegurarse de que yo iba a seguir en ese rol dominante que tanto la excitaba por WhatsApp, pero que aún no había visto del todo en persona.
En un momento, para tantear el terreno, le pregunté:
—¿Qué te imaginás como próximos pasos, después de ese primer beso?
Tardó en contestar. Como si lo estuviera pensando en serio. Y cuando llegó el mensaje, me di cuenta de que lo suyo era otra película:
—Primera cita completa donde me agarrás la mano y parecemos una pareja de toda la vida.
—Primer sesión de besos de esas largas.
—Primera vez que tenemos sexo.
—Primera pijamada.
Leí el mensaje y me quedé un rato mirando el celular. No era que no me gustara lo que decía. Era tierno. Casi romántico. Pero claramente no estaba imaginando lo que yo tenía preparado. Ella estaba proyectando una historia con escalas. Una ruta emocional, paso a paso. Y yo... yo tenía el mapa doblado en el bolsillo y ya había desviado el camino.
Ahí entendí que una parte de ella todavía quería tener el control. No desde la fuerza, sino desde la anticipación. Quería saber qué venía, qué tocar, qué esperar.
Pero lo nuestro no iba a ser así.
Llegué al estacionamiento temprano. No porque sea puntual, sino porque la ansiedad me tenía al palo. Me había pasado el día imaginando cómo iba a salir todo, repasando cada detalle del auto, el juguete, los planes. Estaba listo. O eso creía.
Ella tardó. Mucho. Más de lo que cualquier reloj puede justificar. Pero no dije nada. Solo aproveché para seguir metido en ese estado de espera cargada. Aunque, por dentro, hervía. Así que le mandé un mensaje, con tono de juego pero también con doble filo:
—No me gusta que me hagan esperar. Vas a ser castigada.
Me contestó al toque, con ese tono entre inocente y provocador que le salía tan natural:
—Uy sí... me he portado mal.
Cuando finalmente llegó, la vi bajarse de su auto con un vestido blanco, corto pero suelto. No venía "para matar", como quien quiere dejar huella, pero había cumplido con lo que le pedí. Y para mí, eso era clave. Quería tener acceso. Libertad de movimiento. Nada que me complique si se daba lo que yo venía planeando.
Nos saludamos con un beso. Uno corto, pero con peso. Ya íbamos tarde para el evento, que quedaba a unos 15 o 20 minutos de ahí, así que subió rápido a la Jeep.
Apenas arrancamos, lo primero que hice fue probar el juguete. Le pregunté si lo tenía puesto, me dijo que sí. Abrí la app y empecé con un par de modos suaves. Ella me describía lo que sentía, entre risas y algún suspiro.
Pero la verdad… fue una decepción. Vibraba, sí, pero no como yo quería. No era suficiente para incomodarla en un lugar lleno de gente, ni para mantener ese nivel de control que venía construyendo. Me frustró. Sentí que esa parte del plan se me caía.
En el camino, yo manejaba… todo. Literalmente. La música también. Puse todo argentino para que se meta en la experiencia exótica. Arranqué con Fito, Charly… y después me tiré al cuarteto. Quería mostrarle otra parte mía. Algo alegre, popular. Cantaba en español y ella no entendía nada, pero me miraba fascinada. Me preguntaba qué decían las letras, se reía, bailaba sentada.
Estaba cautivada. No solo por la música. Por el paquete completo.
Llegamos al lugar. Era un teatro bar. Podías tomar lo que quisieras y en el escenario había velas por todos lados, como si estuviéramos por ver un ritual. Al rato apareció una banda: cinco músicos, todos con instrumentos de cuerda. Era un tributo instrumental a ABBA. Tocaban muy bien, de verdad, pero mi cabeza estaba en otra parte. En lo que tenía al lado.
Jugaba con ella y con la app, aunque ya sabía que el juguete no me iba a dar lo que buscaba. Igual seguí intentando. Ella se reía. Le gustaba el juego. Y yo, por dentro, ya empezaba a pensar cuál iba a ser el siguiente movimiento.
Salimos del lugar y ella venía con una energía hermosa. Feliz. Sonriente. Estaba disfrutando de la cita, de lo vivido, del viaje, de la música, y —sobre todo— de estar ahí, conmigo. Hablaba sin parar, lanzaba preguntas, contaba cosas. Esa mezcla entre confianza y entusiasmo que a mí me encantaba mirar mientras manejaba.
Pero cuando llegamos a la camioneta y nos subimos, algo en mí cambió. Y lo dejé claro.
—Ahora vas a hacer silencio —le dije, sin mirarla, mientras me acomodaba en el asiento.
Obedeció con una sonrisa. De esas que no son sumisión, sino entrega. Como si entendiera que ahora venía otra parte del plan.
—Te dije que estoy enojado porque me hiciste esperar. Y eso no me gusta.
—Perdón... —dijo bajito, sin perder el tono de juego.
Le hice un gesto con la mano para que se acercara. Le pedí que su cabeza quedara a la altura de mi falda. Se movió sin decir nada, con una expresión entre traviesa y curiosa. Sus ojos brillaban, como los de alguien que está por hacer algo indebido y le encanta.
Apoyé mi mano izquierda en su pelo. Primero suave, acariciándola. Cerró los ojos, como si se rindiera a ese gesto. Pero en dos segundos, tensé la mano y la sostuve con firmeza. Ella no se quejó. Al contrario. Se quedó quieta.
Con la otra mano, le subí el vestido hasta la espalda. Una tanga blanca le marcaba la piel con un descaro que parecía pensado para ese momento. Me incliné apenas y le hablé al oído:
—No me gusta que me desobedezcas. Si te digo una hora, tenés que estar ahí a esa hora. ¿Está claro?
Asintió con los ojos cerrados y mordiéndose los labios.
Entonces levanté la mano y descargué un golpe seco sobre su cola. No brutal. Pero claro.
No dijo una palabra.
Le dije que se fuera al asiento de atrás. Me miró extrañada, con una ceja levantada, como preguntando si hablaba en serio.
—¿Me vas a desobedecer? —le dije, sin levantar la voz.
Ella sonrió, con esa complicidad que ya conocía.
—No...
Salió por su puerta y yo por la mía. Nos encontramos detrás del auto, la abrí y le pedí que se sentara en el medio. Obedeció sin palabras. Tomé una de sus manos y le até la muñeca. No dijo nada. Solo me miraba. Como si se le hubieran apagado las palabras. Di la vuelta por detrás del vehículo, abrí la otra puerta y até su otra mano. Cerré con suavidad, sin apuro.
Volví al asiento del conductor, ajusté los espejos y miré por el retrovisor. Ahí estaba. Esa cara. Esa mezcla de excitación y desconcierto. Como si recién en ese momento cayera en la cuenta de que estaba atada en el asiento trasero de una camioneta, con un tipo al que conocía hacía apenas unas semanas.
Salimos del estacionamiento del bar con ella así, atada atrás. Puse música, volví al cuarteto, y arranqué el viaje como si fuera lo más normal del mundo. Iba cantando, exagerando algún estribillo, mirándola cada tanto por el espejo.
En los semáforos aprovechaba para estirar la mano hacia atrás y acariciarle las piernas, suave, como si nada. La luz del atardecer todavía no se iba del todo, eran las ocho y media y el día se negaba a apagarse. Yo manejaba con una mezcla de tranquilidad y adrenalina. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, y eso me encendía más que cualquier otra cosa.
Tomé una ruta hacia el campo. En Canadá, diez minutos para afuera de la ciudad y todo se vuelve granjas, árboles, casas aisladas. Era perfecto.
Mis manos iban hacia atrás de a ratos. Acariciándola. Sintiendo. Construyendo la tensión con paciencia.
Apenas encontré una banquina tranquila, me detuve y me bajé. Ella no me sacaba los ojos de encima. Me seguía con la mirada, atenta, expectante. Sabía que algo venía, pero no qué. Y esa incertidumbre era parte del juego.
Abrí la puerta trasera, tomé uno de sus tobillos con firmeza y lo atraje hacia mí. Agarré el amarre y lo até sin decir una palabra. Cerré la puerta y caminé del otro lado del auto. Cuando abrí la segunda puerta y me vio, su cara ya no era solo deseo. Había algo más. Una mezcla de intriga, nervios y una pizca de miedo. No del malo. De ese miedo que tiene algo de adrenalina y entrega.
Aseguré el otro tobillo, dejándola con las piernas abiertas. Pase por el baúl y saqué la pluma y el rebenque. Volví al asiento del conductor. Seguía con mi música, con mi voz cantando fragmentos de cuarteto en un idioma que ella apenas entendía. Pero la mirada que me devolvía desde el retrovisor decía todo. Estaba atrapada, curiosa, desbordada de preguntas.
Yo ya tenia la pluma en la mano y al estar ya en calles casi con menos autos me daba mas vuelta para jugar con ella. Se la acercaba hacia la cara, los brazos y sus piernas. Ella me miraba fijamente y se le notaban fuego en los ojos pero con cierta impotencia, estaba descubriendo que conmigo no tenia el control de nada.
Estire mi mano hacia y apoye por primera vez mi pulgar entre sus piernas. Tenia una tanga blanca, la corri un poco hacia el costado y suavemente acaricie su clitoris. Ella cerro sus ojos y gimio por primera vez. La temperatura y la humedad de esa concha empezaron a subir. Ella notó que cada vez me metia en lugares mas alejados y mas boscosos y hablo por primera vez.
— A donde estamos yendo? - su voz era de curiosidad y con una risa nerviosa
Ese era mi momento para subir el nivel. Yo estaba esperando que me preguntara esto y lance la ofensiva.
— Yo te permiti que hablaras? - Mi voz salio con tono de enojo
— No - dijo con ojos un poco asustada
— Te voy a tener que castigar Melissa - dije y tome el rebenque dejando la pluma
Estacione de nuevo. Ella estaba inmovil y yo con las pulsaciones a mil. El cuadro era increible, baje con mi rebenque y abri la puerta de atras. Puse la punta en una de sus mejilla y creo que ella esperaba que le pegara, pero no lo hice. Puse el antifaz en sus ojos para que no vea. Me subi al auto de nuevo y acelere para sorprenderla.
Ahora estiraba mis manos y no era nada delicado. Le meti dos dedos y encontré a nuestro juguete incrustado, lo saque con agresividad y lo tire en un costado. Ella movia su cuerpo y gemia no paraba de decir una frase en ingles
— Oh my God! - Que seria “Dios mio!”
Yo aceleraba para desorientarla, para darle adrenalina y de repente me tiraba en la banquina de nuevo. Abri una puerta, ya no podia verme y casi que temblaba. Le di con el rebenque despacio en una mejilla, no lo esperaba y dio un grito.
Luego le tape la boca con la mano izquiera y con la derecha la pajee con intensidad, mis tres dedos hacian un sube y baja con furia. Subi de nuevo al auto y continue manejando. Yo cantaba cuarteto y la tocaba. Un perfil que a cualquiera le daria miedo
— “Quedate otra veeez! quedate toda la noche..” - Cantaba en voz alta la Konga y luego estiraba mi brazo para clave con violencia 3 o 4 dedos bien adentro.
Su respiración era cada vez mas agitada, estaba totalmente desorientada y caliente. Me frene de nuevo, fui del lado de atras del conductor, abri la puerta y le desate el tobilla y la mano. Luego me fui del otro lado, la traje de la pierna para acercar toda su concha a mi y me hundi con mi lengua. El sabor era intenso, estaba super mojada y yo desesperado por comerla. Ella no paraba de gemir y gritar “Dios mio Dios mio”. Si pasaba un policia por el lugar me llevaban en cana, el cuadro era muy dficil de explicar.
Despues comerle la concha un par de minutos subi de nuevo y acelere con fuerza. Con el rebenque le recorria el cuerpo y por ahi le pegaba despacio pero con firmeza y le decia.
— Vas a obedecerme en todo lo que te diga de ahora en mas
— Si si señor - Me decia totalmente entregada y excitada
Frene agresivamente de nuevo y me fui del lado donde la podia manejar. Ella todavia no veia nada. La agarre de la mano para traerla hacia mi, baje mis pantalones para liberar la verga y sostenida del pelo la guia para que me la chupara. Sus movimientos eran torpes, no sabia de donde venia el pijazo hasta que la agarro y se prendio con ganas. La chupaba con experiencia y dedicacion pero le hice recordar que no iba a tener ni el minimo control de la situacion. Le empuje la cabeza y se la hundi hasta la garganta. Dio una arcada y salio para respirar y en ese movimiento de nuevo le abri las piernas y sumergi mi cabeza para comerla toda.
Ya necesitaba frenarme para estar mas tranquilo pero el lugar estaba un poco expuesto. Me subi buscando algun lugar donde pudiera estar 15 o 20 minutos sin sentirme en riesgo. Yo iba como loco mirando diferente calles, con la pija al aire y con la mano incrustada en Melissa atras.
Encontre una calle sin Salida que en el final del camino habia un caseron gigante. El camino seguia unos 10 metros mas. Me meti ahi, era el lugar. solo estaban los dueños de esa casa como posibles aguafiestas.
Me baje del auto de nuevo y desde el costado empece de nuevo a chuparle toda la concha y pajearla con intensidad. La libere de los otros dos amarres y la di vuelta, tuve su culo a dispocision por primera vez. Yo estaba en modo maniaco asi que le pegue un cachetazo bien fuerte. Me subi un poco al auto y sin nada de delicadeza le agarre la cabeza y le taladre la boca con la pija, ella estaba totalmente rendida y no ponia resistencia y al sacarle la poronga solo decia de nuevo.
— Dios mio Dios mio - ya gritando
Yo sinceramente no tenia pensado garchar porque en el auto es incomodo pero agarre un forro la di vuelta, la puse en cuatro y la ensarte. Sus gritos no paraban de crecer. Mis sacudidas eran intensas pero no la deje ni siquiera disfrutarla porque estaba incomodo ahi. Me sali y la tire sobre el asiento trasero. Estaba listo para que acabara. Yo sabia que ella era una squirter asi me habia preparado la toalla pertitente. La puse abajo de ella
— Ahora vas a acabar - Le dije mientras mis dedos pajeaban con velocidad
— No voy a ensuciar todo - me dijo temblando
— Vas a desobedecer de nuevo Melissa?
Hizo una seña diciendo que no y yo me dedique a que llegue. Luego de unos segundo la cantidad de liquido que salio fue increible. Todavia recuerdo el olor cuando cierro los ojos.
Sus gemidos se fueron apagando y su respiracion seguia a mil. Yo tenia la pija a mil asi que le di las siguientes instrucciones.
— Veni adelante que me la vas a chupar
Cuando ya estuve en el asiento del conductor ella se vino al lado y ya sin antifaz y viendo agarro deseosa el pedazo de carne que tanto anhelaba. Yo me distraje por el placer el pete y la encontre dominando la situación cosa que no iba a permitir. Tuve que sacar mi diablo de adentro y le hundi la cabeza con toda la pija adentro, queria salir pero yo la presionaba. Salia y respiraba y luego volvia a chupar.
Yo ya no iba a aguantar mucho, tenia toda la garcha hinchada de leche pero todavia quedaba una accion mas de humillacion y prueba para mi nueva puta. Me escupi el dedo mayor y empece a jugar con su culo, ella no hizo resistencia y a medida yo introducia ella chupaba mas.
Ya casi llegando yo tenia mi mano izquierda tirando de sus pelos con fuerza para hundirla en mi verga y el dedo mayor enterra al manos hasta la segunda falange en el otro. Era obvio que no me importaba si esta mujer no me queria hablar mas luego, yo fui a fondo. En ese escenario le escupi toda la leche en la gargante prácticamente y mi dedo le abrio mas el ano. Tire mi cabeza para atras y ella seguia chupando. De a poco fui sacando el dedo pero no la deje salir.
— Segui chupando hasta que yo te diga - ella obedeció
Con mi dedo afuera lleve mi mano derecha tambien a su pelo, saque mi verga de su boca y le di unas golpecitos con la pija
— Buena puta - ella hizo una sonrisa de calentona
El viaje de vuelta fue en silencio... pero no de esos incómodos. Era un silencio cargado. Espeso. Como si todavía estuviéramos digiriendo lo que acababa de pasar.
Ella estaba sentada a mi lado, ya sin ataduras ni antifaz, pero con la mirada perdida en la ventana, sonriendo de a ratos. Como si el cuerpo le estuviera cayendo de a poco. Me miró y lo dijo casi sin voz:
—No puedo creer lo que hiciste... Nunca imaginé algo así.
Se reía, pero no era risa de chiste. Era esa risa que te agarra cuando estás en shock, cuando algo te sacó completamente de tu mapa mental y no sabés bien si agradecer o temblar. Estaba sorprendida, excitada, confundida... y, sobre todo, entregada.
Yo la miré de reojo mientras seguía manejando y le dije, tranquilo:
—Si te portás bien… esto es solo el principio.
No fue amenaza ni promesa. Fue una semilla. Algo que le dejé plantado ahí, para que lo piense. Para que lo desee. Para que lo imagine de mil formas mientras espera.
Ella no dijo nada. Solo me miró. Esa mirada que mezcla susto con deseo. Que no sabe si quiere parar o ir más rápido.
Y ahí, con la ruta desierta delante nuestro y la ciudad esperándonos a lo lejos, cerramos el capítulo.
2 comentários - Dominando a Melissa - Primer Encuentro