putita la prima 12

Habían pasado unos meses desde aquel encuentro en la habitación de Caro en Belgrano, y la tensión entre nosotros no había hecho más que crecer. Cada mensaje subido de tono, cada foto que ella “accidentalmente” me mandaba antes de que se autodestruyera, me mantenía al borde. Un dia me mando una foto metiendose los dedos en la concha y al rato me pidio perdon, diciendo que no era para mi. Pero no nos habíamos vuelto a cruzar en persona hasta el cumpleaños de nuestro primo Juan, en una casa enorme en Núñez. La familia entera estaba ahí, llenando el patio con risas, asado y Fernet. Yo intentaba mezclarme en las charlas, pero mis ojos buscaban a Caro en cada rincón. La imaginaba en algun momento haciendo el cruce de piernas de Sharon Stone, dejando ver su concha sin bombacha.


La vi al rato, entrando por el portón con una sonrisa que desarmaba. Llevaba un vestido negro ajustado, corto, que marcaba cada curva de su cuerpo y el relieve de la costura de su tanga imperceptible, y el pelo suelto cayéndole por los hombros con olorcito a shampoo. Me miró de reojo mientras saludaba a todos, y tuve la esperanza de que estuviera tramando algo. Después de un par de horas de comer, tomar y esquivar las preguntas de mis tíos sobre mi vida, Caro se acercó disimuladamente. “Subí al segundo piso, segunda puerta a la derecha. Ahora”, susurró, y se alejó como si nada, perdiéndose entre la gente.
Mi corazón empezó a latir con fuerza. Esperé unos minutos para no levantar sospechas, dije que iba al baño y subí las escaleras. La casa era un laberinto de pasillos, pero encontré la puerta que me había indicado. Era una piecita chica, con una cama doble, un espejo grande en la pared y una ventana que daba al patio trasero. Caro ya estaba adentro, sentada en el borde de la cama, con las piernas cruzadas y esa mirada de siempre: mitad burla, mitad fuego.
“Cerrá con llave pajerito preferido”, dijo, sin moverse. Hice lo que me pidió y me acerqué, pero antes de que pudiera decir nada, ella se puso de pie y me empujó contra la pared. “Hoy no te toca mandar, pajero”, murmuró, pegando su cuerpo al mío. Sentía el calor de su piel a través del vestido, y el perfume que me volvía loco llenaba el aire. Me besó con fuerza, mordiéndome el labio, mientras sus manos bajaban a mi cinturón. En segundos, mi pantalón estaba en el suelo, y ella ya estaba arrodillada, pero no fue directo a lo que esperaba.
“Acostate en la cama, boca arriba”, ordenó, y su tono no dejaba lugar a discusión. Me tiré en la cama, con la pija dura, y Caro se subió encima mío, pero no como otras veces. Se levantó el vestido, corriendo su tanga negra, y se acercó a mi cara, apoyando las rodillas a los costados de mi cabeza. “Quiero que me la chupes hasta que me tiemblen las piernas”, dijo, y sin esperar respuesta, bajó su conchita rica directo a mi boca.
El calor y la humedad me golpearon de inmediato. Su olor, ese aroma dulce e intenso que era puro Caro, me nubló la cabeza. Empecé a lamerla despacio, recorriendo sus labios con la lengua, saboreando cada centímetro. Ella gemía bajito, moviendo las caderas para guiarme, apretándose más contra mi cara. “Así, enfermo, no pares. Putito de mierda”, susurraba, mientras sus manos se aferraban al respaldo de la cama. Mi lengua encontró su clítoris, y lo chupé con suavidad al principio, luego con más fuerza, alternando círculos rápidos y lamidas largas. Caro se estremecía, y sus gemidos se volvían más fuertes, aunque intentaba contenerlos para que no nos escucharan abajo.
De pronto, agarró mi pelo con una mano y empezó a frotarse contra mi cara, usando mi boca como quería. Su vagina se deslizaba por mi lengua, mis labios, mi nariz, hasta mis mejillas, cubriéndome de su humedad. “Más rápido, dale”, jadeó, y obedecí, lamiendo con todo lo que tenía. Sentí cómo su cuerpo se tensaba, y de repente, un grito ahogado salió de su garganta. Su primer orgasmo llegó como una ola, haciéndola temblar mientras se apretaba contra mí, inundándome con su calor. No paré, seguí chupando y lamiendo, y ella no se apartó. Al contrario, siguió moviéndose, más lento ahora, pero sin darme respiro.
“Otra vez, quiero acabar como un puta enferma. Me encanta acabar y sentiendome una trola”, dijo, con la voz entrecortada. Volví a enfocarme en su clítoris, alternando succiones suaves con pequeños mordiscos que la hacían arquearse. Sus muslos temblaban alrededor de mi cabeza, y sus gemidos eran cada vez menos discretos. El segundo orgasmo no tardó en llegar, más intenso que el primero. Caro se inclinó hacia adelante, apoyándose en la pared, y sentí cómo su cuerpo se convulsionaba, su concha palpitando contra mi lengua y su culo fruncido y dilatado en secuencias de milisegundos. “La concha de tu puta madre, qué bien me chupas la cajeta, hijo de puta”, murmuró, casi sin aliento, pero no se detuvo. Siguió frotándose, más suave, hasta que un tercer orgasmo, más corto pero igual de intenso, la dejó jadeando.
Agitada se apartó, con la cara sonrojada y una sonrisa satisfecha. “Buen chico, se porta muy bien a pesar de ser tan putito”, dijo, bajándose de la cama. Pensé que ahí terminaba, y yo seguia con mi pija re dura. “Ahora te toca a vos, pero a mi manera”. Me hizo girar para quedar boca abajo, con las piernas abiertas. Antes de que pudiera preguntar qué hacía, sentí sus manos separándome las nalgas. “Relajate, pajero, vas a ver cómo te gusta esto”, susurró, y de repente, su lengua estaba ahí, lamiendo mi culo con una precisión que me hizo gemir sin querer.
Era una sensación hermosa, intensa, casi insoportable. Su lengua recorría mi orto en círculos lentos, entrando apenas, mientras una de sus manos se deslizaba hasta mi pija y empezaba a masturbarme. El contraste entre la humedad de su boca y la presión de su mano me estaba volviendo loco. “Te gusta, ¿no, enfermo?”, dijo, entre lamidas, y no pude más que gemir en respuesta. Su lengua se movía más rápido ahora, explorando cada centímetro, mientras su mano subía y bajaba por mi pija, apretando justo como sabía que me gustaba. Ahora con una mano me pajeaba y con los dedos de la otra con saliva, me hacia circulos en el culo. A traves del espejo la miraba, y ella me miraba. Despues se miraba a ella misma con sus dedos en mi orto. "Me calienta verme tan puta" dijo de muy degenerada hija de puta.
No duré mucho. Entre las imagnes espejadas, la lengua de Caro en mi culo y su mano trabajando sin parar, sentí que todo explotaba. “Voy a acabar, me sale toda la leche”, murmuré, y ella no se detuvo. Al contrario, lamió con más ganas, y su mano se movió más rápido. Acabé con un gemido que apenas pude contener, chorros de leche manchando la sábana mientras mi cuerpo temblaba. Caro siguió un segundo más, asegurándose de sacarme hasta la última gota de lechita, antes de apartarse con una risita.
Se limpió la boca con el dorso de la mano y se puso de pie, arreglándose el vestido como si nada. “Bajá antes de que sospechen, pajero de mierda. Y limpiá esa sábana, que sos un asco”. Se paro rapido, abrio la puerta y desaparecio. Abajo todo seguia igual, busque un vaso, dos hielos, una Coca y me hice un Fernet.

2 comentários - putita la prima 12

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👌 Espectacular un groso q buenas historia lpm 🔥🔥🔥