Martha, mi clienta favorita (parte 1)

Chat gpt me esta ayudando a llevar ciertas fantasía a estos textos y quiero compartirlos

Primero algo de contexto, tengo una tienda de abarrotes, tengo 23 años, en este relato hablaremos de una chica que tiene como unos 20 años, ella ya está casa y tiene un hijo, es cliente frecuente de la tienda y hay cierto coqueteo ligero, un día ella vino yo estaba afuera así que entre tras de ella, ella se quedó frente al mostrador yo seguí caminando, y le rose el culo con la mano, tipo como si fuera un accidente pero por el espacio disponible era obvio que no fue un accidente, ella lo noto, no dijo nada pero si la note medio nerviosa, le conté todo este contexto a chat gpt y luego se me ocurrió pedirle que hiciera una historia cachonda en base a esto y esto surgió, a la chica en cuestión la llamaremos Martha y yo seré Omar

La tienda estaba tranquila esa tarde. Omar acomodaba los estantes como de costumbre, cuando escuchó el cling característico de la puerta. No necesitó voltear. Ya sabía quién era.

Martha.

Ropa de casa, cabello amarrado sin tanto arreglo, pero ese cuerpo… ese cuerpo hablaba por sí solo. Caderas marcadas, ese trasero que parecía desafiar la gravedad y unas curvas que ni el pants flojo podía disimular.
Ella no tenía que intentarlo. Caminaba como si no supiera el efecto que causaba. O peor: como si sí lo supiera… y le gustara.

—¿Tienes salchicha? —preguntó, mientras se acercaba al mostrador.

Omar sonrió por dentro.
—Sí… ¿cuántas quieres?

—Una… no, mejor tres —corrigió, titubeando con una risita nerviosa.

Ahí estaba. Esa duda, ese gesto. Una mezcla entre distracción y coqueteo disfrazado.

—Con una bastaba… pero si quieres tres, ya sabes que yo no me niego —dijo Omar con voz tranquila, como quien no está tirando la línea, pero sabe que la dejó ahí flotando.

Martha bajó la mirada con una sonrisa que decía más que cualquier respuesta.
Mientras ella agarraba pan de la charola, Oscar se movió por detrás para pesar el huevo.
Sabía lo que iba a hacer.
Y lo hizo.

Pasó apenas rozando su trasero, con la excusa del espacio. No fue accidente.
Su mano tocó firme, un segundo nada más.
Pero suficiente.

Ella se quedó quieta.
Solo un parpadeo de más. Una respiración.
Y no dijo nada.

—¿Cuánto me dijiste? —preguntó él, viendo la báscula.

—Tres… digo, diez —corrigió de nuevo, confundida.

—¿Estás segura? Porque me da la impresión de que estás pensando en otra cosa —dijo él, mirándola con calma, dejando que el silencio hablara.

Martha lo miró de reojo, mordiéndose apenas el labio. No contestó. Solo sonrió, y esa sonrisa le dijo a Omar todo lo que necesitaba saber.

Ya no era solo un juego en su cabeza.

Ella también estaba jugando.

Y tarde o temprano… alguno iba a dejar de fingir.

Después de esa sonrisa, el ambiente en la tienda cambió.
No había más clientes. Solo Omar y Martha… y esa tensión flotando entre estantes de papel higiénico y botellas de aceite.

Ella agarró la bolsa con los huevos, pero no se fue.

—¿Algo más? —preguntó Omar, bajando la voz, con una sonrisa ladeada.

Maetha se quedó un segundo en silencio.
Luego levantó la mirada, directa.
—Sí… ¿puedo pasar al fondo? Hace calor, ¿no?

Omar solo asintió, con el corazón acelerado.
Ella ya había cruzado esa línea.
Y él iba detrás.

Entraron a la pequeña bodega detrás de la tienda. No era nada elegante: cajas, refrescos apilados, estantes a medio llenar… pero en ese momento, parecía otro mundo.

Martha se recargó contra una pared, bolsa en mano, como si no supiera qué hacer con ella.

—¿Estás segura de que quieres estar aquí? —preguntó Omar, dándole una última salida.

Ella dejó la bolsa en una caja y dio un paso al frente.
—Estoy aquí, ¿no?

Omar no esperó más.

La tomó por la cintura con firmeza y la acercó de golpe, su mano derecha fue directo a ese culote que tantas veces había deseado, y esta vez no fue un roson.
Fue un apretón firme, descarado, con toda la mano.
Martha soltó un suspiro, pero no se apartó. Al contrario. Se pegó más.

Con la otra mano, Omar la tomó del cuello suavemente, guiando su rostro hacia el suyo.
Y la besó.
Nada de besos tiernos ni de exploración lenta. Fue un beso hambriento, lleno de todas las veces que se la imaginó.
Ella respondió con la misma intensidad, mordiendo un poco su labio, acariciándole la nuca, mientras su cuerpo entero se apretaba contra él.

Oscar la giró suavemente, pegándola contra los estantes.
Sus manos bajaron por su espalda hasta volver a agarrarle las nalgas con las dos manos, esta vez con más fuerza.
Martha se arqueó, se dejó llevar, y entre suspiros le soltó al oído:

—Te traía ganas desde hace tiempo…
—Yo también —le respondió sin pensar.

Sus manos viajaban por su cintura, sus muslos. Su cuerpo reaccionaba a cada caricia.
Y en medio del calor, los productos de limpieza, y ese aire cargado de deseo, Omar supo que esa fantasía que había tenido tantas veces… ya era realidad.

Martha estaba contra el estante, con la respiración agitada, la ropa de casa ya revuelta por las manos de Omar.
Él le subió la blusa lentamente, dejando al descubierto un par de senos firmes, que rebotaron libres en cuanto desabrochó el sostén con una mano.

—Verga… —murmuró Omar, bajando la cabeza directo a uno de ellos.
Le besó el pezón, lo rodeó con la lengua, lo chupó con hambre.
Ella jadeaba bajito, con los ojos cerrados, apretando la nuca de Omar con fuerza, como si no quisiera que se separara de ahí nunca.

Su otra mano bajó rápido, deslizándose bajo la licra floja que traía. No usaba nada debajo.
Cuando sus dedos tocaron su entrepierna, la encontró mojada, caliente, lista.
—Ya venías preparada, ¿eh?

—Tú me pusiste así desde que me rozaste… —le respondió al oído.

Omar no aguantó más. Se agachó, le bajó por completo la licra y se quedó un segundo admirando ese culote que tantas veces imaginó agarrar con las dos manos mientras la cogía por detrás en esa misma bodega.
Y ahora lo tenía ahí, a centímetros, redondo, firme, como si lo hubieran moldeado para sus manos.

Se bajó el pantalón con una sola mano, sacó su verga ya endurecida, y se acercó por detrás.
Le dio una nalgada, fuerte, que resonó en la bodega.
Martha soltó un gemido, se apoyó con ambas manos sobre las cajas y sacó el culo hacia atrás, ofreciéndose sin decir palabra.

Omar la tomó de la cadera, la acomodó, y la penetró de golpe, hasta el fondo.
Ella ahogó un grito, y él se quedó ahí, enterrado, sintiendo cómo su cuerpo la apretaba, cómo lo recibía como si lo hubiera estado esperando desde siempre.

—No mames… estás riquísima —le dijo, apretándole las nalgas mientras empezaba a moverse.

El ritmo fue subiendo, lento al principio, con fuerza medida, hasta que ya no pudo contenerse.
El sonido de sus cuerpos chocando, los gemidos contenidos, el olor del sexo llenando la bodega…
Todo era como un sueño sucio hecho realidad.

La jaló del cabello, le besó el cuello, la azotó contra su cadera con cada embestida.
Ella se venía encima, temblando, gimiendo su nombre bajito.
Y cuando Omar sintió que estaba por explotar, la apretó con fuerza, enterrándose hasta el fondo una última vez… y acabó dentro, profundo, caliente, dejándole saber que esa fantasía ya no tenía vuelta atrás.

El aire en la bodega estaba espeso, cargado.
Omar aún estaba dentro de Martha, los dos respirando fuerte, pegados, sudados, con el cuerpo latiendo al mismo ritmo.

Ella tenía las piernas temblorosas, apoyada sobre las cajas, el cabello un poco desordenado, y esa sonrisa de medio lado que decía “lo necesitaba igual que tú”.
Omar se inclinó y le besó la espalda baja, lento, mientras deslizaba su mano por ese culote que acababa de gozar como llevaba semanas soñando.

—No puedo creer que hicimos esto… —susurró ella sin voltearse, con la voz ronca.

—Yo sí —contestó él, firme, acariciándola—. Lo vi venir desde la primera vez que te equivocaste pidiéndome salchicha.

Ella soltó una risa, se giró, y sin decir nada, lo besó. Esta vez más lento, más profundo. No fue hambre, fue deseo satisfecho. Complicidad.

Pero Omar aún no había terminado.

—¿Te vas así nomás? —le dijo al oído, mientras la volvía a tomar de la cintura.
Ella abrió los ojos, sorprendida, pero se dejó hacer.

—Creí que ya habías terminado…

—Me guardé un poco —le dijo mientras la sentaba en una caja alta, abriéndole las piernas.
Se agachó frente a ella, y con una sonrisa maliciosa, se inclinó entre sus muslos.

Martha intentó cerrarlos, pero ya era tarde. Omar ya la estaba besando ahí, lamiéndola lento, con lengua suave y firme, disfrutando cada gemido, cada quejido.
Ella se retorcía, lo agarraba del cabello, le decía que parara… pero sin fuerza real.
Hasta que terminó por arquear la espalda, morderse los labios, y dejarse venir de nuevo, temblando, empapando su lengua con cada espasmo.

Cuando terminó, Omar se levantó, con una sonrisa confiada.
Ella lo miró, entre jadeos, y dijo:

—Si me sigues cogiendo así… voy a venir por salchicha todos los días.

Omar se acercó y le respondió al oído:

—Y yo te voy a dar las que quieras… calientes, gruesas, y bien servidas.

Bueno está el la primera parte, espero les allá gustado, más adelante seguiré subiendo los relatos que chat gpt me ha generado, hay más chicas, más sexo, está solo fue una probadita

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