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Compendio III
EL REGALO II
Los tres seguimos bailando juntos. La música retomó el ritmo movido y más sensual. La luz cálida del haz estroboscópico iluminaba nuestros rostros y nuestras expresiones. Era evidente para el resto que ambas bellísimas mujeres querían bailar más cerca de mí. Una danza íntima y desinhibida que explicaba sus futuras intenciones.
Eventualmente, tuvimos que parar. Los 3 estábamos transpirando y sonrientes, cansados de tanto meneo y roce. Nos sentamos a la mesa, con Marisol y yo tomando jugos, mientras Violeta tomaba unos tragos. De a poco, la timidez de Violeta se convirtió en un descarado coqueteo frente a su hermana, sus ojos brillando desafiantes y sus manos acariciando la mía.
Notando la satisfacción en la sonrisa de mi esposa, le seguí el juego, mirando el escote de Violeta mientras conversábamos. Mi cuñada sonreía halagada. Pero eran los ojos de Marisol, sutilmente azuzando a su hermana lo que me ponía más caliente, al punto que me apretaban los pantalones.
Entonces, la música cambió una vez más: el ritmo cadencioso de la salsa encendió la sangre de las hermanas. Marisol tomó a Violeta, llevándola sorprendida hasta la pista.

Quien minutos antes se mostraba tímida ante la mirada de otros, ahora se movía sensual y fluida junto a su hermana. Apegaban sus cuerpos de una manera hipnotizante, al punto que algunas parejas se empezaron a poner celosas viendo la desconcentración de sus machos. Sus cuerpos se meneaban coordinados, caderas rozándose de una manera incitante, sus bustos rozándose los brazos.
Cada paso fue adquiriendo sentido, cada giro calculado buscando captar la atención. Y aunque estaban haciendo un espectáculo, las miradas de sus ojos iban dirigidas en una sola dirección, haciéndome sentir tanto dichoso como conmovido.

De repente, Marisol me fue a buscar. El calor en su mirada me quemaba con urgencia. Y para sorpresa y alegría de Violeta, tomó a su hermana, apegándola a mí a centímetros de distancia. Su busto aprisionaba mi pecho, por lo que tuve que cerrar los ojos para controlar la reacción de mi cuerpo.

Y el aire se puso eléctrico, candente, al sentir a mi esposa abrazándome por detrás, sus pechos prensándome por la espalda. Sentía mi entrepierna alcanzar el punto de ebullición y Violeta lo sabía y sonreía al afirmarse más fuerte de mi cintura.
Para ese punto, no podía evitar sobar su cintura y acariciar su nalga. Violeta soltó un suspiro y su mirada se encendió de alegría, pero a los segundos, sentí la mano de mi esposa apretando mi paquete. Algunas de las parejas en torno nuestro no bailaban, contemplando impactadas el espectáculo. Los tipos me miraban con envidia. Las mujeres me sonreían seductoras, imaginando qué tipo de persona era yo para encender así a dos mujeres.

Al rato, los tres giramos y quedé rozando la sensual colita de mi esposa. Los pechos de Violeta se sentían casi tan grandes como los de Marisol, sus delicadas manos sobando mis nalgas con codicia. Marisol, en cambio, buscaba enterrar su colita sobre mi entrepierna y tomando mi mano, la guió a la base de sus monumentales flanes, haciéndome latir descontrolado. Mi esposa echó su cabeza para atrás, dejándome ver el nacimiento de sus pechos, entregándose completa y haciendo que a algunos se les cortara la respiración.

Y cuando Marisol sintió mi erección rozando su estómago, me sonrió, me besó y me dijo:
+Mi amor, creo que ya hemos bailado mucho.
La multitud nos dejó pasar, las parejas susurrándose en torno a nosotros, pero ni a Marisol ni a mí ni creo que a Violeta nos importaba.
Pagué nuestras bebidas con la gente aun mirándonos. Violeta no me soltaba de la mano y Marisol iba muy pegada a mi lado.
Fue entonces que Marisol reveló su “golpe de gracia” …
Su “carta del triunfo”.
+Es muy tarde para volver a la casa. Deberíamos pasar a quedarnos en un hotel.
Violeta y yo quedamos helados, las implicancias en el ambiente frenándonos en seco. Y una vez más, para no perder el ritmo, Marisol me besó apasionadamente apretándome los testículos, revelándome finalmente su regalo de aniversario para mí: un trío con ella y con su hermana.
En el auto, Violeta se sentó atrás, eufórica, ansiosa e impaciente. Marisol, más mesurada, tomó el asiento del copiloto con la elegancia de siempre. Pero al buscar por el GPS el motel más cercano, me llamó mucho la atención que mi esposa ignoró las recomendaciones aledañas y enfocó el mapa en uno de los barrios que mi madre consideraba como peligrosos.
Para mi mayor asombro, se enfocó en un área central que no recorríamos incluso desde antes de casarnos y al apreciar el detalle de los nombres de las calles, finalmente comprendí lo que Marisol buscaba.
-Lo cerraron hace años. – le expliqué a mi cónyuge, tomando su manita enternecida. – Lo clausuraron por insalubre o algo así…
Mis palabras le causaron lástima. Habiéndonos hospedado en hoteles de lujo como el Hyatt o el Marriott, Marisol quería que nuestro primer trío con su hermana fuese en el humilde cuchitril al que la llevé por primera vez, cuando Marisol y yo teníamos nuestro romance prohibido.
Ese es uno de los aspectos que me encantan de mi esposa, que al igual que yo, valora más los recuerdos que las comodidades.
De cualquier manera, la convencí para que fuéramos a uno de los hoteles más lujosos que, en esos tiempos más sencillos, nos parecía inalcanzable: el Sheraton.
En el lobby del hotel, Violeta se vio sobrepasada por el entorno, sus ojos curiosos inspeccionando la loza de los pisos, la iluminación suave y la elegancia de los alrededores. Para ella, el lugar seguía siendo mágico e increíble. Pero para Marisol y para mí, su reacción nos pareció tierna y un poco nostálgica. No nos burlábamos de su asombro. Al contrario, nos recordaba dulcemente cómo han cambiado nuestras vidas.
No es que me esté jactando de nuestros recursos, olvidando de dónde Marisol y yo salimos. Pero hoy en día, nuestros ingresos nos permiten disfrutar de lugares como este de vez en cuando sin afligirnos monetariamente.
Y son estas cosas las que me encantan de Marisol. Mi ruiseñor se pone más alegre por comer una torta de chocolate que por comprarle el teléfono más moderno. O que se ponga igual de alegre si le propongo salir de vacaciones a Italia o a Grecia, como si le dijera que saldremos de paseo a los alrededores.
De hecho, el año pasado, cuando tuvimos que veranear cerca por la compra de nuestro nuevo hogar, Marisol pasó un buen tiempo después explorando mapas locales, curiosa de los parajes desconocidos de las llanuras australianas, preguntándome si podríamos visitarlos más adelante.
El recepcionista de turno era un hombre mayor de unos 70 años, de postura rígida, facciones duras y una cara alargada y arisca que parecía mostrar un desapruebo constante. Sus ojos nos revisaban constantemente con un discreto, pero indiscutible rechazo. No era manifiesto ni excesivo, pero estaba ahí: ese prejuicio silencioso de alguien convencido que no perteneces a ese lugar.
En cierta forma le entendía, puesto que yo vestía casual pero elegante y las chicas usando trajes de noche, junto con Violeta pasada de copas, pero no le daba el derecho a juzgarnos. Su tono era técnicamente educado, pero frío y conciso, como si le irritase nuestra presencia. En el fondo, una voz obsesionada en decirte que “Este lugar no te corresponde. No estarás aquí por mucho tiempo.”
Incluso podía imaginar lo que él pensaba. Probablemente, el pobre tipo se había enfrentado con su buen grupo de facinerosos que buscaban impresionar a las mujeres llevándolas a la recepción de un hotel elegante, solo para echarse atrás al momento que tenían que pagar, aunque no fuera ese nuestro caso.
No era la primera vez que me pasaba. Esa mueca sutil, la nariz arrugada, como si llevásemos una pestilencia a pobreza por el simple hecho de no vestirnos como la clientela habitual me molestaba. A menudo, la gente olvida que hay personas como Marisol, que es una excelente profesora de una prestigiosa academia, y como yo, que soy un ingeniero en minas con un salario estable, que mantenemos un perfil bajo, pero no significa que no podamos darnos lujos como aquellos cada cierto tiempo. Los lujos no son nuestra vida, pero no por ello significa que nos sean desconocidos.
-Me gustaría reservar una habitación. – le dije calmado.
El sujeto me cantó el costo por noche, como si esperase que la cantidad me sacara el aire de los pulmones. No contento con eso, me advirtió que tenía que pagar por adelantado, con un tono desafiante que buscaba amedrentarme.
No lo consiguió, porque he tenido que pagar cosas mucho más caras como los repuestos para el auto de Marisol y el mío, más los seguros y permisos de circulación en Australia y todo eso durante una misma mañana.
Le pasé la tarjeta en silencio, con el tipo casi advirtiéndome que él no bromeaba, esperando que me declinara la tarjeta…
Pero la transacción siguió como si nada y su cambio de actitud fue patético. Tartamudeó, repentinamente ofreciéndome las comodidades del local con un entusiasmo rígido de alguien que se arrepiente de meter la pata. Su dulzura repentina era casi enfermiza.
Me pidió si llevaban mi equipaje, pero le dije que no portábamos. Ahí, su cara se cayó de sopetón: yo no estaba ahí para impresionar a nadie. Queríamos solo pasar la noche, en una habitación cuyo costo le quitaría el salario de un mes a un tipo cualquiera.
Lo miré impaciente e inflexible. No molesto ni arrogante, pero enojado. Porque más que me discriminen, odio las pérdidas de tiempo.
Y mientras abría la puerta de nuestra habitación, Violeta aprovechó de robarme un beso.

•¡Lo siento, Mari, pero tenía muchas ganas! – se excusó Violeta.
Marisol solo sonrió.
+¡No seas tonta! ¿Por qué crees que te trajimos con nosotros?
En el dormitorio, la pasión entre nosotros creció envolviéndonos. Mi esposa y yo ayudamos a desvestir a Violeta, revelando una lencería negra seductora. Me empujaron a la cama, ambas hermanas riéndose.

Los pechos de mi ruiseñor se apreciaban pesados, sus pezones excitados reflejando la picazón entre sus piernas. Podía darme cuenta por la incandescente mirada de sus ojos que, si no actuaba pronto, perdería la razón.

La visión de ambas hermanas era celestial. Violeta estaba prendada con mis labios, mientras que mi ruiseñor buscaba su apretado regalo de aniversario y cumpleaños en mis pantalones. Cuando mis boxers finalmente cedieron, las 2 se paralizaron. La tenía hinchada como un chorizo.
Me arrebató un suspiro cuando Marisol me la tomó con las dos manos y la empezó a estrujar. Lamentablemente, no podía seguir la atención de Violeta, dado que el calor de las manos de mi esposa secuestraba todo mi entendimiento.
No lo quedó más opción que sacarme la camisa y a las 2 se les hizo agua la boca al ver mi humilde pecho lampiño.
Mi autocontrol pendía de un hilo, en especial cuando mi mano se metió bajo la tanga de Violeta.
A Marisol le gustaba lo que veía y no pasó mucho para que me saborease con su lengua. Violeta contemplaba gimiendo, viendo cómo su hermana me comía el pene mientras yo le metía los dedos en su mojada entrepierna. Se me cerraban los ojos del gozo al sentir la ardiente boca de mi ruiseñor chupándome apasionada.

La escena llamaba la atención de Violeta, en especial al apreciar esa lujuriosa línea de saliva que conectaba la boca de su hermana con mi glande. Miró a su hermana, sus esmeraldas diáfanas y le ordenó:
+¡Te toca!
Violeta se tensó y hasta podría decirse que se puso tanto tensa como sobria en cosa de segundos.
•¡Mari, no! – le respondió en una voz bajita. – Es muy grande… y me da asquito… yo nunca hago eso.
Marisol se ofendió, cruzándose de brazos.
+¿Cómo que “te da asquito”? ¿Nunca te han comido la conchita?
Violeta bajó la mirada con vergüenza. En realidad, yo fui el primero en comer su sexo.
+¡Mira! – prosiguió Marisol, dándome una lamida ocasional. – Cuando nosotros salíamos, él se ponía caliente… y el pobrecito se aguantaba… ¡Imagínate lo doloroso que era para él esconder todo esto!... y se la empecé a chupar… porque es lindísima… y su sabor es súper, súper rico… y te prometo, Viole, Marco es recontra limpio…
Sin darse cuenta, Violeta se encontró al lado de su hermana, contemplando hipnotizada el objeto de atención de su hermana. Notaba sus labios rosados, vibrando, salivando ansiosa por probar lo que su hermana le ofrecía.
Y fue entonces que, al igual que años atrás, pasó con Amelia, que Marisol se encontró guiando a su hermana menor sobre mi miembro. Violeta empezó despacio, probando mi cabeza. Mi pervertida esposa empezaba a tocarse lentamente, siguiendo el ritmo de su hermana.
Violeta me miraba temerosa, sus ojitos mirándome con preocupación, mientras que su boquita ardiente y jugosa saboreaba mi órgano. Sus ojos lagrimeaban, su garganta apretándose mientras que Marisol acariciaba la mejilla de Violeta con su pulgar mientras veía sus labios estirarse alrededor de mi erección. El erótico ruido de sus chupadas y los suspiros rompían el silencio de la habitación.

Deslicé mi mano sobre los cabellos oscuros de Violeta, guiando lentamente sus movimientos a medida que empecé a bombear despacio, la sensación de su sedosa y pegajosa boca volviéndome loco. Podía ver que no podría aguantar mucho, en especial al ver a Marisol contemplándonos con tanta hambre.
De repente, Violeta se echó para atrás, su propio puente de babas conectándonos.
•¡Es muy grande! – comentó tras soltar un suspiro desesperado.
Para esos momentos, la izquierda de mi ruiseñor se movía desesperada, su mano hurgando su templo de placer a un ritmo impetuoso.
Sin siquiera darle tiempo para reponerse, empujó la cabeza de Violeta, que incapaz de oponerse, abrió la boca.
+¡Relaja la garganta! – ordenó mi viciosa mujer.
Y con un sorprendido “gluck”, la cabeza de mi cuñada resumió su ritmo endemoniado. Sentía su boca tensarse, sus ojos entrecerrándose, disfrutando mi sabor.
+¡Muéstrale las ganas que le tienes! – le incitó Marisol como una porrista en un evento deportivo.
Los movimientos de Violeta se tornaron más enérgicos, tomando bocanadas y meneando su cabeza a un ritmo infernal. Ver a su hermana tragar la verga de su marido hizo que las piernas de mi ruiseñor flaquearan, sus movimientos frenéticos trayéndole ese inesperado placer.
La respiración de los 3 era acelerada. Podía sentir la presión en mis testículos volviéndose intolerable, pero me mantenía con obstinación, disfrutando el momento, queriendo grabarlo en la memoria para siempre.
Marisol se masturbaba desvergonzada, dejando a su hermana mantener el ritmo. La visión de los labios carnosos de Violeta tragando más y más verga era demasiado para ella y sin siquiera avergonzarse, se vino con un intenso orgasmo que le arrebató un grito, su cuerpo sacudiéndose luego que las olas de placer la embargaran.
Violeta la miraba de reojo con curiosidad, pero no dejando de lado su labor. Me estaba volviendo loco, mi mano apretando los cabellos de Violeta.
+¡Cambio! – escuché la voz autoritaria de mi ruiseñor, su timbre sonando urgente de necesidad.
Y sin dar espacio a cuestionamientos, las hermanas cambiaron de lugar. Violeta contemplaba asombrada cómo su hermana metía mi pene hasta la base de su garganta. A lo que ella le costaba un mundo, Marisol lo hacía con una facilidad y experticia que la dejaba sin palabras.
Violeta siguió masturbándose insidiosamente, viendo cómo la cabeza de su hermana subía y bajaba con tanta pericia que me hacía casi desvanecer. A mi ruiseñor no necesitaba guiarla con mi mano. La verdad, si ella lo quisiera, podría hacerme acabar en 3 tiempos. Pero lo cierto es que le gusta mamar y le encanta que pueda aguantarme tanto.
Yo me meneaba desesperado, el placer intenso volviéndome loco. El incesante sonido a chupadas húmedas y sus arcadas, la visión de ambas hermanas deseándome me tenían en las últimas.
Violeta contemplaba hipnotizada en admiración la maestría de su hermana, su propio orgasmo creciendo de a poco. Y como si una estrella del pop se percatase de su fan acérrimo, los ojos de las hermanas se encontraron, reflejando su lujuria mutua.
Y fue en esos momentos, en que yo mismo empecé a convulsionar, que Marisol tomó la cabeza de su hermana y ubicó sus labios sobre mi falo una vez más.
+¡Traga, princesa, traga! – le ordenó Marisol a su hermana, que sentía cómo sus mejillas se hinchaban, sus ojos mirándome desesperados.
Marisol, inflexible, sujetó firme la cabeza de su hermana, hasta que se sintió el inconfundible ruido de su garganta, tragando desesperada para volver a respirar.
Y entonces, noté un cambio en los ojos de Violeta. Ya no lo hacía con pavor, sino que con complacencia. Como si el paso de mi semen ardiente por su garganta le agradara.
+¡Eso! ¡Eso, hermanita! – exclamó Marisol victoriosa. - ¿Viste que le sabe rico?
Violeta mamaba como si estuviera enamorada. Como si cada gota supiera leche condensada. Y me estrujó codiciosa, como si tocara una flauta, buscando cada resto de mi ser. Una vez satisfecha, soltó mi verga con un sonoro chasquido.
•¡Estaba rico! – nos soltó, sus ojitos verdes resplandeciendo al querer más.

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