Las tangas de mi cuñada (parte 1)

Parte 1: Lo que no encaja
Nico había empezado a salir con Mariana hacía unos meses.
Ella vivía en un dos ambientes en Capital con su hermana mayor, Julieta.
Profe de historia, 29 años, seria, elegante, de esas minas que parecen siempre estar por ir a una reunión importante.
La primera vez que la vio pensó:
“Muy linda… pero más fría que el aire acondicionado.”
Pelo castaño lacio, bien peinada. Piel suave. Sin una gota de escote.
Pero los ojos…
había algo ahí.

Con el tiempo, Nico empezó a quedarse a dormir más seguido en lo de Mariana.
Y como el baño era compartido, las rutinas se cruzaban.
Una noche, después de que Julieta se duchó, él fue al baño.
El vapor todavía colgaba del espejo.
Y ahí…
la vio.
Colgada del toallero.
Una tanga celeste, diminuta.
Con moñitos en los costados.
Casi infantil.
Casi pornográfica.

No encajaba.
No con ella.
No con esa Julieta que siempre parecía estar corrigiendo exámenes.

Nico no podía dejar de mirarla.
La tocó.
Era suave.
Liviana.
Casi nada.
Y sin pensarlo… se la llevó al cuarto.

Mariana dormía.
Él se quedó con la tanga en la mano, en la oscuridad.
Y por primera vez…
se masturbó pensando en Julieta.
En ese cuerpo escondido.
En ese contraste brutal entre la apariencia… y la prenda.

Y ya no hubo vuelta atrás.
Cada vez que iba, rezaba por entrar al baño después de ella.
A veces encontraba una negra con encaje.
Otras, una blanca con corazones.
Cuando no había ninguna, se decepcionaba.
Pensaba: "Hoy se puso una muy puta… y no la quiere mostrar."

Y la fantasía crecía.
El cajón.
El cuerpo.
La doble vida de su cuñada.

Hasta que una noche…
Mariana salió con sus amigas.
Julieta no estaba.
Y Nico se quedó solo.
Con la puerta del cuarto de Julieta entreabierta.
Y el cajón llamándolo.

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