RELATO PARA EL SEGUIDOR @efedrina26 (https://www.poringa.net/Efedrina26)
La cita no fue casual.
No hubo cena, ni charla larga.
Solo una dirección, una hora, y el mensaje final de Ari a Brian:
“Voy. Llevo la lencería roja.
Esa que te moja la mente.”
Brian no respondió.
Solo le mandó un emoji de fuego.
Y se acostó en la cama… con el teléfono en la mano.
Esperando.
Temblando.
Duro.
En el departamento, el maduro la recibió con una mirada que no dejaba lugar a dudas.
Casi no hablaron.
La apoyó contra la pared, le subió el vestido y le metió la mano entre las piernas.
—Ya venís mojada.
—Desde el gimnasio —le contestó Ari, con la voz baja.
Cuando la tiró sobre el sillón y le abrió las piernas, Ariadna sacó el celular.
Lo encendió.
Y apuntó.
Flash.
Foto.
Primer plano.
Con la pija del tipo en la mano y su tanga corrida.
Se la mandó a Brian.
Solo con un texto:
“Mirá cómo empieza.”
Del otro lado, Brian apretó el celular.
Se lo apoyó en el pecho.
Y empezó a tocarse.
Sin culpa.
Con hambre.
Con celos que ardían.
Pero lo hacían acabar más fuerte.
Ariadna, mientras tanto, recibía una embestida lenta, firme, de esas que dejan marca.
Y justo cuando él empezaba a gemir, ella se giró y susurró:
—¿Querés que lo llame?
Quiero que me escuche.
Quiero que sepa cómo me cogés.
El maduro la miró, entre sorprendido y fascinado.
—Llamalo.
Y no te calles.
Ariadna marcó.
Brian atendió en silencio.
Y solo escuchó.
Sus jadeos.
Sus frases.
Su voz cuando le decía:
“Así… más… más fuerte.
Me estás rompiendo, hijo de puta.”
Y al fondo, el sonido húmedo, sucio, real, de cómo la serruchaban.
Brian acabó solo.
En la oscuridad.
Con los ojos cerrados.
Y la certeza de que su fantasía…
ya no era fantasía.
Era real.
Y era de ellos.
La cita no fue casual.
No hubo cena, ni charla larga.
Solo una dirección, una hora, y el mensaje final de Ari a Brian:
“Voy. Llevo la lencería roja.
Esa que te moja la mente.”
Brian no respondió.
Solo le mandó un emoji de fuego.
Y se acostó en la cama… con el teléfono en la mano.
Esperando.
Temblando.
Duro.
En el departamento, el maduro la recibió con una mirada que no dejaba lugar a dudas.
Casi no hablaron.
La apoyó contra la pared, le subió el vestido y le metió la mano entre las piernas.
—Ya venís mojada.
—Desde el gimnasio —le contestó Ari, con la voz baja.
Cuando la tiró sobre el sillón y le abrió las piernas, Ariadna sacó el celular.
Lo encendió.
Y apuntó.
Flash.
Foto.
Primer plano.
Con la pija del tipo en la mano y su tanga corrida.
Se la mandó a Brian.
Solo con un texto:
“Mirá cómo empieza.”
Del otro lado, Brian apretó el celular.
Se lo apoyó en el pecho.
Y empezó a tocarse.
Sin culpa.
Con hambre.
Con celos que ardían.
Pero lo hacían acabar más fuerte.
Ariadna, mientras tanto, recibía una embestida lenta, firme, de esas que dejan marca.
Y justo cuando él empezaba a gemir, ella se giró y susurró:
—¿Querés que lo llame?
Quiero que me escuche.
Quiero que sepa cómo me cogés.
El maduro la miró, entre sorprendido y fascinado.
—Llamalo.
Y no te calles.
Ariadna marcó.
Brian atendió en silencio.
Y solo escuchó.
Sus jadeos.
Sus frases.
Su voz cuando le decía:
“Así… más… más fuerte.
Me estás rompiendo, hijo de puta.”
Y al fondo, el sonido húmedo, sucio, real, de cómo la serruchaban.
Brian acabó solo.
En la oscuridad.
Con los ojos cerrados.
Y la certeza de que su fantasía…
ya no era fantasía.
Era real.
Y era de ellos.
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