Marcas en la Piel – Parte 3

Samuel necesitaba aire. Desde aquella noche en el motel, no podía dormir sin escuchar en su mente los jadeos de Valeria, sin imaginar el tacto de otro sobre su piel. Cada vez que la miraba, veía las marcas que no le pertenecían.
Así que aceptó su invitación a un viaje a la playa. Un respiro. Un intento de fingir que todo estaba bien.
Pero apenas llegaron, el mundo de Samuel se sacudió.
—¿Una playa nudista? —preguntó, con el ceño fruncido.
Valeria sonrió con picardía, como si nada estuviera roto entre ellos.
—Relájate, amor. Estamos aquí para disfrutar…
Samuel no respondió. Algo en su instinto le dijo que no debió venir.
La arena ardía bajo sus pies, y el mar se extendía ante él como una promesa de escape. Pero su atención se centró en los cuerpos desnudos a su alrededor, en cómo Valeria parecía en su elemento, como si no fuera la primera vez que pisaba aquel lugar.
Luego lo vio.
Un hombre alto, de piel oscura y músculos esculpidos como una estatua griega. Sus ojos se posaron en Valeria con una intensidad animal. Y ella… ella no desvió la mirada.
Samuel sintió la sangre hervir en sus venas.
—Voy a caminar un rato —dijo, intentando controlar su voz.
Valeria le dio un beso fugaz en la mejilla, como si nada importara. Como si no supiera que él sabía.
Samuel se alejó, pero no del todo. Algo lo obligó a quedarse cerca, a observar desde las sombras. A ser testigo de su propia desgracia, una vez más.
El sol cayó y la playa se vació, dejando solo el eco del mar y las sombras danzantes de una fogata. Y entonces, en la distancia, Samuel la encontró.
Valeria estaba con él. Con aquel hombre.
Las llamas iluminaban su cuerpo desnudo, su piel brillando con el sudor de la noche tropical. Ella reía, jugueteaba con los rizos del hombre mientras sus dedos se deslizaban por su torso.
Samuel sintió un nudo en el estómago. Pero no fue hasta que la vio entregarse sin miedo, sin culpa, sin remordimiento, que lo entendió todo.
Esta no era una traición.
Era su verdadera naturaleza.
Samuel no lo había descubierto. Solo lo había ignorado todo este tiempo.
El amor, la fidelidad, las promesas… para ella no significaban lo mismo.
Ella nunca fue suya.
Y por primera vez, en medio del dolor, Samuel sonrió.
Porque en ese instante, supo exactamente qué hacer.

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