Una cosa es fantasear con un paraíso y otra cosa encontrartecon un joven más que apuesto y desconocido que te hace ver todos los placeresde la vida y te enseña el sexo salvaje. Una infidelidad con la cual leencantaría identificarse a más de una lectora.
Este verano Carlos, mi marido, y yo pasamos una semana en unprecioso hotel en los Pirineos. A Carlos le encanta la montaña. A mí me gustael paisaje pero sin su entusiasmo. Yo estoy encantada de dejarle a él treparpor las rocas y competir con las cabras montesas en su territorio. Además,aunque no gorda, estoy un poquito entrada en carnes y con el bien desarrolladotrasero no estoy para saltar de peña en peña. Antes de salir de vacaciones, yanos habíamos puesto de acuerdo que él podía ir a escalar cuanto quisiera, yo mequedaría en el hotel, tomando el sol en la piscina y leyendo algunas novelas.Carlos se iba alrededor de las once de la mañana y solía llegar a de seis asiete de la tarde. Tomaba una ducha, nos cambiábamos, bajamos a cenar y luegonos quedábamos un rato en la terraza tomando café y una copa. La primera nochehicimos el amor, pero la segunda y tercera noche Carlos decía que estabareventado de tanto trepar como había hecho.
El cuarto día continuamos con nuestra rutina. Después dedesayunar juntos, Carlos se fue a escalar, a eso de las once y media yo bajé ala piscina que estaba prácticamente vacía. Coloqué una tumbona, me tendí con lacabeza a la sombra y empecé a leer mi novela que no era ninguna gran cosa: Unahistoria de una periodista alemana viajando por Marruecos a principios desiglo. La alemana encuentra una tribu de Tuaregs y se enamora del Jeque; elJeque no solo es guapísimo, si no que en vez de oler a estiércol de camello ysudor de tres semanas, va siempre limpísimo, con sedosas túnicas y huele afrescas hierbas humedecidas por el rocío del alba. El jeque es un morodominante que nada mas ve a las mujeres como objeto sexuales. Al ver a lagermana se prenda de ella y la convierte en su esclava. La novela noproporcionaba detalles de las actividades sexuales. Describía cabalgadas por eldesierto, románticos ocasos en oasis paradisiacos, hashish, fru-frus de sedas,abundantes cojines sobre el suelo de la tienda, abrazos de éxtasis... pero apesar de la falta de énfasis sexual, yo la estaba encontrando tremendamenteerótica y excitante; sin darme cuenta estaba restregando mis muslos. Alnotarlo, inmediatamente baje el libro para ver si alguien me había visto.
Lapiscina seguía prácticamente vacía excepto por un adonis que estaba haciendogimnasia. No me estaba mirando y no parecía que hubiese notado nada. Era unchico joven (yo tengo treinta y ocho años, así que veo mas "jóvenes"de los que veía antes), debía estar por los veintidós, veintitrés años. Eraalto, rubio, tostado por el sol, obviamente hacia pesas, pues cada músculo desu cuerpo estaba bien marcado y desarrollado; los brazos y muslosparticularmente grandes y fuertes. Llevaba un minúsculo biquini, azul oscuro,bien distendido y estirado por el "paquete" entre las piernas.Mientras yo hacia este examen, me puse colorada. La verdad es que no soyparticularmente pacata, pero soy un ama de casa, respetable miembro de lasociedad, entrada en años y carnes y normalmente no evalúo a cada chico que veocomo si fuera un semental listo para hacer copular. Decididamente la novela meestaba poniendo tonta. Volví a mis desiertos, oasis, y puestas de sol.
Al poco tiempo bajé el libro para mirar al chico. Él seguíahaciendo sus ejercicios pero ahora estaba solo a tres o cuatro metros de mí.Hacia flexiones ¡Dios que trasero! Abdominales ¡caray tenia la tripa como unatabla! Los bíceps ¡Jesús, que brazos! La verdad es que cada parte y músculo desu cuerpo estaban pero que muy bien, además con los ejercicios se había puestosudoroso y con el sol reflejándose en las gotitas de sudor, resplandecía comoun dios griego. Quizás no era la novela, quizás mi calentura se debía a laaltura, las montañas... ¡Carmen! ¡a tus ocasos, dunas, dátiles y huríes!
Oí un chapoteo, el chico se debía de haber cansado despuésde tanta gimnasia y se había tirado a la piscina. Parecía nadar muy bien, claroque con esos musculazos cualquiera... Hizo unos largos, salió y se tumbo sobreuna toalla a dos metros de mí. Así tumbado boca arriba, viéndole desde suspies, admiraba aquellos muslos sólidos como columnas con músculos esculpidos acincel. Puestos a admirar, el bulto en el biquini también era digno deadmiración y si estaba así después del agua fría de la piscina... Yo ya nosabia que hacer estaba totalmente excitada. Lo único que se me ocurrió fuequitarme el sujetador del biquini coger aceite bronceador y restregarme lospechos como una tonta. De repente el Apolo muscular se levantó se acercó a mí,extendió sus manos hacia mi botella de bronceador y, sin perder el tiempo conintroducciones, dijo:
-¿Te ayudo?
Yo, en un ataque de dignidad, estuve a punto de mandar aaquel niñato, que se permitía el lujo de tutearme, a tomar viento. ¿Que sehabía creído? Carlos es ingeniero, ocupa un alto cargo en el ministerio,conocemos a personas importantes, yo soy la distinguida esposa de un altofuncionario y ¡el niñato me tuteaba! Actuando en consecuencia, sin decirpalabra, con superioridad, le tendí la botella del bronceador. Él la cogió,derramó algo de aceite en sus manos, se puso detrás de mí y empezó a darme unmasaje en la espalda. Yo me quedé un poco decepcionada, cuando él me ofreció suayuda yo esta tocándome los pezones, pense que él iba a continuar, sin embargoestaba trabajando mi espalda. A pesar de mi decepción inicial, el niño sabía loque hacia, magistralmente movía sus manos, ora acariciando ora estrujando; devez en cuando, las yemas de sus dedos se insinuaban por mi cuello. La mezcla decaricias y masaje no ayudó a calmar mi calentura; por fin el Adonis, con muchocuidado, rozo mis pezones, al mismo tiempo se inclino y junto a mi oído,dulcemente dijo:
-¿Subes a mi habitación?
¡Caray! Una cosa es tener fantasías con jeques de papeldurante sobrecogedores ocasos, y otra cosa es saber que hacer si algo increíblete sucede a ti misma. A mis treinta y ocho años ya no estoy en edad de merecer,y a parte de algún bastorro por la calle alabando a grandes gritos el bamboleode mis pechos o el contoneo de mi trasero, hace tiempo que no he tenido quesufrir un avance sexual. El chaval estaba muy bien; por la forma en que hablabay se comportaba, claramente era educado, se me hacia la boca agua de limónmirando aquellos musculazos. Pero, por otro lado, yo era la respetable esposade un alto funcionario, una mujer mayor, de respetable y respetada condiciónsocial, casada, católica y responsable, así que inmediatamente establecí lasdiferencias y le puse en su sitio; con voz firme dije:
-No, ven tú a la mía.
Al oírme decir aquello con tanta desfachatez me quede depiedra. ¡Que golfa! ¡Que perdida! ¡Que guarra! Bueno de piedra, de piedra,tampoco me quedé, porque nada mas decirlo me puse el sujetador del biquini,metí deprisa todas las cosas en mi bolsa y fuimos a la habitación. Entramos,cerré con llave y le dije:
-Estamos aquí con una condición.
-¿Cual?
-Tú haces todo lo que diga yo y nada mas que lo que yo tediga.
Es una buena cosa que yo nunca he creído en marcianos,telepatías u otras majaderías por el estilo, porque si no... tendría que pensarque alguien estaba controlando mi mente. ¡Yo que siempre he sido tan recatada ydiscreta! De alguna forma, o las puestas de sol, o los dátiles, o los jequesdominantes se me habían subido a la cabeza.
-¿Cuánto tiempo vais a estar aquí? Pregunto el Adonis
-Y a ti, ¿qué más te da?
-Porque acepto tu condición únicamente si mañana tú hacestodo lo que yo te diga y nada mas que lo que te diga yo.
-Vale, estamos de acuerdo.
¡Increíble! Si hace dos días alguien me hubiera dicho quemirara una película pornográfica, probablemente le habría abofeteado y ahora leestaba diciendo al niñato-adonis del que no sabia ni su nombre, que mañanaseria su esclava sexual y haría todo lo que él me pidiera.
Coge lo que quieras del minibar. Me voy a dar una ducharápida para quitar el bronceador.
Como una loca entré en el cuarto de baño, me quite elbiquini, me duche en treinta segundos me seque en un tiempo récord y salí,completamente desnuda, a ver al niñato aquel.
-¿Te gusto?
-Me encantas, sobre todo tus pechazos y tus nalgas.
-Vale chato, haz posturitas y enséñame esos musculazos quetienes.
Mientras decía esto me senté en la cama, me acariciaba elsexo y me dispuse a hacer de espectadora. El se ponía de perfil, contraía oralos bíceps, ora los abdominales, me mostraba un trapecio y... ¡que glúteos! Laverdad es que el niño estaba para comérselo.
-Anda ven aquí y dame besos en la entrepierna.
El vino a la cama, me separo las piernas y con gran suavidady ternura me besaba los muslos, la ingle, con sus labios acariciaba mi vulvamientras metía sus poderosas manos por debajo de mis nalgas y, suavemente, laslevantaba para mejor exponer mi sexo.
Con gran paciencia su lengua iba y venia:los muslos, los labios, poco a poco empezó a insinuar su lengua entre loslabios, yo empezaba a anticipar cuando tocaría mi clítoris. Él siguiópacientemente, yo estaba a punto de chillar ¡chúpame el clítoris!
Cuando élabrió mi vulva, y como animal sediento empezó a chupármelo. Cambio de juego,alternaba lametazos y chupadas del clítoris con hondas metidas de lengua en lavagina mientras con sus manos amasaba mis nalgas y de vez en cuando ponía undedo haciendo presión en mi culo. Yo estaba como loca, me frotaba los pechos,me relamía los labios, la cabeza me daba vueltas.
-Sí, sigue, sigue, chupa, chupa. ¡Aahhh!
Yo que raramente tengo orgasmos acababa de tener unoimpresionante en tiempo récord. Cuando me recupere, dije:
-Gracias guapo, ahora quiero ver que es lo que tienes queofrecer.
Sin mas ceremonia le quite su biquini.
¡Madre del amor hermoso! ¡Qué instrumento! No es que yo seauna experta, pero aquel nabo era varios centímetros mas largo que el de Carlosy, sobre todo, era casi el doble de grueso. No sé si se pueden hacer pesas conese órgano, pero algunos ejercicios especiales ya debía hacer para tenerlo así.Además, el niño se afeitaba o depilaba todo el pubis y aquella verga imperialestaba tan carente de vello como la de un bebe.
Afortunadamente, por su tamañonadie la confundiría con la de un bebe. Cogí el vergón con ambas manos y contemblorosa admiración lo desencapulle. ¡Que maravilla! No pude contenerme yempece a chuparlo. Poco a poco me lo metí en la boca. Por muchos esfuerzos quehice no conseguí poner dentro mas de media polla. Antes de que se me dislocara lamandíbula saque la picha.
-Anda capullo, ponte a cuatro patas y da vueltas a lahabitación como un perrito.
El se bajo de la cama, y empezó a andar a gatas por lahabitación. No sé que me excitaba mas, mi comportamiento irresponsable yalocado, la idea de que aquel magnifico ejemplar de belleza humana estaba allíobedeciéndome a mí, o el ver, según se movía, por debajo de sus tersos glúteos,como los colgantes huevos se bamboleaban mientras su enhiesta picha imperial letocaba el ombligo. Sin poderme contener me baje de la cama y me senté acaballito sobre él. Mientras él andaba yo le daba azotes en las nalgas.
-Demuéstrame lo fuerte que eres, ¡follame de pie!
Sin decir palabra, se puso en pie, me cogió por los sobacosy me levanto como una pluma (como ya he dicho, hace años que dejaron decompararme con una pluma), coloco mis piernas alrededor de su cintura y sincomentarios ni prolegómenos me ensartó con su pollón.
¡Bendito niño!
Menos malque de mi orgasmo anterior estaba bien lubricada; si no allí me despelleja lavagina de por vida.
Me quedé sin aliento, pero antes de que pudiera recobrar larespiración el ya estaba diestramente moviendo mis nalgas con sus potentesbrazos ensartándome y desensartándome de su divino instrumento. Yo notaba sustestículos golpeándome el culo, mis pechos aplastados contra sus poderosospectorales, mis manos agarradas a su cuello y mi boca fundida con la suya.
Empezó con un ritmo lento, pero sobre ese ritmo, como un nuevo Beethovencompuso una sinfonía. Con un "crescendo" lento pero sostenido, sincambios bruscos, aceleraba y aceleraba hasta que yo note como algo estallabaen mi vagina y se extendía por todo mi cuerpo. En ese momento él me metió undedo en el culo.
Cuando recobre el uso de la palabra lo único que pode decirfue:
-¡Gracias! Nunca en mi vida se me habían follado así, ninunca había tenido dos orgasmos seguidos tan intensos.
Por primera vez desde que estabamos en la habitación élhabló para expresar un pensamiento profundo:
-Te quiero encular.
-Ni hablar, a mí nunca me han dado por el culo. Primero laidea me da mucho asco, y segundo una amiga mía, a la que el marido la da por elculo de vez en cuando, dice que duele mucho. Pero me puedes follar como a unaperra.
Él ni protesto ni insistió. Yo me puse a cuatro patas en elsuelo y él me ensartó desde atrás. ¡Que maravilla! Aquella verga mágica parecíapoderse mantener empalmada para siempre. Él empezó otra vez con su mete y sacarítmico. Se inclino sobre mi espalda y mientras me besuqueaba el cuello y lasorejas con sus manos ora acariciaba mis pechos, ora los estrujaba con fuerza.Aquellas pruebas de destreza manual no le impedían seguir con su magnificocrescendo. Yo creía que me iba a desfondar la vagina, él bajó una mano y empezóa frotar mi clítoris... Una tercera y aun más poderosa explosión recorrió micuerpo, al mismo tiempo él grito ¡Siiii! y exploto dentro de mí.
Yo como pude me subí a la cama completamente exhausta.Mientras me aupaba a la cama él sobó mis nalgas y dijo.
-Tienes un culazo precioso. Te quiero encular.
Con mis ultimas energías grite:
-Ya te he dicho que no, que me da mucho asco y además duele.
El no protesto, ni insistió. Se limito a decir bajito:
-Mañana...
Sin decir mas, se puso su minúsculo biquini azul, me dio unbeso en la frente un azote en las nalgas y con un ¡hasta mañana! se fue. Yo,exhausta, saciada, feliz, completamente relajada me quede dormida.
Cuando desperté, eran mas de las cinco. Llame a recepción ypedí que mandaran a alguien a hacer la habitación otra vez. Corrí a ducharme,salí de la ducha a tiempo de abrir a la camarera... Mientras ella hacia lahabitación yo me arregle y maquille, me sentía guapa, atractiva, deseable ydeseada, así que me puse un vestido que me estaba un poco ajustado y resaltabamis curvas, con amplio escote y corta falda. Remate con unos zapatos de tacónalto. Me mire en el espejo y pense:
-Un poco jamona, pero... ¡que buenas carnes para quien lassepa aprovechar!.
Le di una propina a la camarera y baje a la terraza a tomarel fresco (¡para fresca yo!) y un aperitivo mientras esperaba a Carlos comohabía hecho otras tardes. En mi estado de animo, casi me hubiera parecidonatural que todos los machos que pasaban por la terraza vinieran a decirme queme deseaban y me encontraban irresistible. Mire el reloj, las seis y media,¡magnifico! Había llegado a tiempo para no levantar sospechas en Carlos.
Mientras esperaba, seguía sin poder explicarme que es lo que había pasado pormi cabeza, como podía yo haber hecho una cosa así. Al mismo tiempo sentía unasensación de plenitud y satisfacción que me vacunaba contra excesos analíticos.
Carlos llegó, contento y sudoroso.
-Hola cariño, no te beso que vengo pringoso. Voy arriba aducharme y bajo enseguida.
Al cabo de media hora, bajo Carlos.
Carmen, me lo he pasado de maravilla, he encontrado unascascadas y unas grutas preciosas, pero vengo muerto. Que te parece si hacemosuna merienda cena, y mientras comemos te cuento lo que he visto.
Pedimos unas cervezas, aperitivos y un par de bocadillos. Élme contaba con todo lujo de detalles y obvio entusiasmo las cornisas, cascadas,restos de hielo, musgos, helechos, grutas y otros descubrimientos.
Tengo queconfesar, que no prestaba mucha atención. Hacia esfuerzos para, mientraspensaba en aquellos músculos exquisitos y aquella polla gloriosa, poner cara deatender a lo que decía Carlos. De repente, mientras pensaba en el órganomaravilloso recordé las frases del adonis: "Te quiero encular"."Mañana…"
¡Y yo había prometido que mañana haría todo lo que élquisiera! Sin darme cuenta, al pensar en aquel gigantesco instrumento entrandopor mi virginal trasero se me escapo un grito. Carlos, solicito, pregunto:
-¿Que té pasa Carmen?
-Nada, nada, ha sido un pinchazo de repente, pero ya hapasado.
Acabamos nuestra merienda-cena y subimos a nuestrahabitación.
El "te quiero encular" no se apartaba de mi mente ynotaba como un cosquilleo en el trasero. En nuestra habitación mientras medesnudaba seguía pensando en aquel instrumento glorioso y en el "te quieroencular". Un picor extraño se apodero de mis nalgas.
Carlos se echó en lacama y dijo:
-Carmen, lo siento si parece que no te hago caso. Si quiereshacemos el amor, pero la verdad es que yo estoy muy reventado y mañana megustaría salir temprano para tener mas tiempo el ultimo día.
Mientras él hablaba, mi picor aumentaba y con disimuloseguía rascándome el trasero. Con mi voz mas dulce y amorosa conteste.
-No te preocupes cariño. También podemos hacer el amor encasa y... tampoco venimos a los Pirineos todos los días... Lo importante es quetu descanses bien para que mañana estés mucho tiempo en la montaña ydisfrutemos los dos.
Este verano Carlos, mi marido, y yo pasamos una semana en unprecioso hotel en los Pirineos. A Carlos le encanta la montaña. A mí me gustael paisaje pero sin su entusiasmo. Yo estoy encantada de dejarle a él treparpor las rocas y competir con las cabras montesas en su territorio. Además,aunque no gorda, estoy un poquito entrada en carnes y con el bien desarrolladotrasero no estoy para saltar de peña en peña. Antes de salir de vacaciones, yanos habíamos puesto de acuerdo que él podía ir a escalar cuanto quisiera, yo mequedaría en el hotel, tomando el sol en la piscina y leyendo algunas novelas.Carlos se iba alrededor de las once de la mañana y solía llegar a de seis asiete de la tarde. Tomaba una ducha, nos cambiábamos, bajamos a cenar y luegonos quedábamos un rato en la terraza tomando café y una copa. La primera nochehicimos el amor, pero la segunda y tercera noche Carlos decía que estabareventado de tanto trepar como había hecho.
El cuarto día continuamos con nuestra rutina. Después dedesayunar juntos, Carlos se fue a escalar, a eso de las once y media yo bajé ala piscina que estaba prácticamente vacía. Coloqué una tumbona, me tendí con lacabeza a la sombra y empecé a leer mi novela que no era ninguna gran cosa: Unahistoria de una periodista alemana viajando por Marruecos a principios desiglo. La alemana encuentra una tribu de Tuaregs y se enamora del Jeque; elJeque no solo es guapísimo, si no que en vez de oler a estiércol de camello ysudor de tres semanas, va siempre limpísimo, con sedosas túnicas y huele afrescas hierbas humedecidas por el rocío del alba. El jeque es un morodominante que nada mas ve a las mujeres como objeto sexuales. Al ver a lagermana se prenda de ella y la convierte en su esclava. La novela noproporcionaba detalles de las actividades sexuales. Describía cabalgadas por eldesierto, románticos ocasos en oasis paradisiacos, hashish, fru-frus de sedas,abundantes cojines sobre el suelo de la tienda, abrazos de éxtasis... pero apesar de la falta de énfasis sexual, yo la estaba encontrando tremendamenteerótica y excitante; sin darme cuenta estaba restregando mis muslos. Alnotarlo, inmediatamente baje el libro para ver si alguien me había visto.
Lapiscina seguía prácticamente vacía excepto por un adonis que estaba haciendogimnasia. No me estaba mirando y no parecía que hubiese notado nada. Era unchico joven (yo tengo treinta y ocho años, así que veo mas "jóvenes"de los que veía antes), debía estar por los veintidós, veintitrés años. Eraalto, rubio, tostado por el sol, obviamente hacia pesas, pues cada músculo desu cuerpo estaba bien marcado y desarrollado; los brazos y muslosparticularmente grandes y fuertes. Llevaba un minúsculo biquini, azul oscuro,bien distendido y estirado por el "paquete" entre las piernas.Mientras yo hacia este examen, me puse colorada. La verdad es que no soyparticularmente pacata, pero soy un ama de casa, respetable miembro de lasociedad, entrada en años y carnes y normalmente no evalúo a cada chico que veocomo si fuera un semental listo para hacer copular. Decididamente la novela meestaba poniendo tonta. Volví a mis desiertos, oasis, y puestas de sol.
Al poco tiempo bajé el libro para mirar al chico. Él seguíahaciendo sus ejercicios pero ahora estaba solo a tres o cuatro metros de mí.Hacia flexiones ¡Dios que trasero! Abdominales ¡caray tenia la tripa como unatabla! Los bíceps ¡Jesús, que brazos! La verdad es que cada parte y músculo desu cuerpo estaban pero que muy bien, además con los ejercicios se había puestosudoroso y con el sol reflejándose en las gotitas de sudor, resplandecía comoun dios griego. Quizás no era la novela, quizás mi calentura se debía a laaltura, las montañas... ¡Carmen! ¡a tus ocasos, dunas, dátiles y huríes!
Oí un chapoteo, el chico se debía de haber cansado despuésde tanta gimnasia y se había tirado a la piscina. Parecía nadar muy bien, claroque con esos musculazos cualquiera... Hizo unos largos, salió y se tumbo sobreuna toalla a dos metros de mí. Así tumbado boca arriba, viéndole desde suspies, admiraba aquellos muslos sólidos como columnas con músculos esculpidos acincel. Puestos a admirar, el bulto en el biquini también era digno deadmiración y si estaba así después del agua fría de la piscina... Yo ya nosabia que hacer estaba totalmente excitada. Lo único que se me ocurrió fuequitarme el sujetador del biquini coger aceite bronceador y restregarme lospechos como una tonta. De repente el Apolo muscular se levantó se acercó a mí,extendió sus manos hacia mi botella de bronceador y, sin perder el tiempo conintroducciones, dijo:
-¿Te ayudo?
Yo, en un ataque de dignidad, estuve a punto de mandar aaquel niñato, que se permitía el lujo de tutearme, a tomar viento. ¿Que sehabía creído? Carlos es ingeniero, ocupa un alto cargo en el ministerio,conocemos a personas importantes, yo soy la distinguida esposa de un altofuncionario y ¡el niñato me tuteaba! Actuando en consecuencia, sin decirpalabra, con superioridad, le tendí la botella del bronceador. Él la cogió,derramó algo de aceite en sus manos, se puso detrás de mí y empezó a darme unmasaje en la espalda. Yo me quedé un poco decepcionada, cuando él me ofreció suayuda yo esta tocándome los pezones, pense que él iba a continuar, sin embargoestaba trabajando mi espalda. A pesar de mi decepción inicial, el niño sabía loque hacia, magistralmente movía sus manos, ora acariciando ora estrujando; devez en cuando, las yemas de sus dedos se insinuaban por mi cuello. La mezcla decaricias y masaje no ayudó a calmar mi calentura; por fin el Adonis, con muchocuidado, rozo mis pezones, al mismo tiempo se inclino y junto a mi oído,dulcemente dijo:
-¿Subes a mi habitación?
¡Caray! Una cosa es tener fantasías con jeques de papeldurante sobrecogedores ocasos, y otra cosa es saber que hacer si algo increíblete sucede a ti misma. A mis treinta y ocho años ya no estoy en edad de merecer,y a parte de algún bastorro por la calle alabando a grandes gritos el bamboleode mis pechos o el contoneo de mi trasero, hace tiempo que no he tenido quesufrir un avance sexual. El chaval estaba muy bien; por la forma en que hablabay se comportaba, claramente era educado, se me hacia la boca agua de limónmirando aquellos musculazos. Pero, por otro lado, yo era la respetable esposade un alto funcionario, una mujer mayor, de respetable y respetada condiciónsocial, casada, católica y responsable, así que inmediatamente establecí lasdiferencias y le puse en su sitio; con voz firme dije:
-No, ven tú a la mía.
Al oírme decir aquello con tanta desfachatez me quede depiedra. ¡Que golfa! ¡Que perdida! ¡Que guarra! Bueno de piedra, de piedra,tampoco me quedé, porque nada mas decirlo me puse el sujetador del biquini,metí deprisa todas las cosas en mi bolsa y fuimos a la habitación. Entramos,cerré con llave y le dije:
-Estamos aquí con una condición.
-¿Cual?
-Tú haces todo lo que diga yo y nada mas que lo que yo tediga.
Es una buena cosa que yo nunca he creído en marcianos,telepatías u otras majaderías por el estilo, porque si no... tendría que pensarque alguien estaba controlando mi mente. ¡Yo que siempre he sido tan recatada ydiscreta! De alguna forma, o las puestas de sol, o los dátiles, o los jequesdominantes se me habían subido a la cabeza.
-¿Cuánto tiempo vais a estar aquí? Pregunto el Adonis
-Y a ti, ¿qué más te da?
-Porque acepto tu condición únicamente si mañana tú hacestodo lo que yo te diga y nada mas que lo que te diga yo.
-Vale, estamos de acuerdo.
¡Increíble! Si hace dos días alguien me hubiera dicho quemirara una película pornográfica, probablemente le habría abofeteado y ahora leestaba diciendo al niñato-adonis del que no sabia ni su nombre, que mañanaseria su esclava sexual y haría todo lo que él me pidiera.
Coge lo que quieras del minibar. Me voy a dar una ducharápida para quitar el bronceador.
Como una loca entré en el cuarto de baño, me quite elbiquini, me duche en treinta segundos me seque en un tiempo récord y salí,completamente desnuda, a ver al niñato aquel.
-¿Te gusto?
-Me encantas, sobre todo tus pechazos y tus nalgas.
-Vale chato, haz posturitas y enséñame esos musculazos quetienes.
Mientras decía esto me senté en la cama, me acariciaba elsexo y me dispuse a hacer de espectadora. El se ponía de perfil, contraía oralos bíceps, ora los abdominales, me mostraba un trapecio y... ¡que glúteos! Laverdad es que el niño estaba para comérselo.
-Anda ven aquí y dame besos en la entrepierna.
El vino a la cama, me separo las piernas y con gran suavidady ternura me besaba los muslos, la ingle, con sus labios acariciaba mi vulvamientras metía sus poderosas manos por debajo de mis nalgas y, suavemente, laslevantaba para mejor exponer mi sexo.
Con gran paciencia su lengua iba y venia:los muslos, los labios, poco a poco empezó a insinuar su lengua entre loslabios, yo empezaba a anticipar cuando tocaría mi clítoris. Él siguiópacientemente, yo estaba a punto de chillar ¡chúpame el clítoris!
Cuando élabrió mi vulva, y como animal sediento empezó a chupármelo. Cambio de juego,alternaba lametazos y chupadas del clítoris con hondas metidas de lengua en lavagina mientras con sus manos amasaba mis nalgas y de vez en cuando ponía undedo haciendo presión en mi culo. Yo estaba como loca, me frotaba los pechos,me relamía los labios, la cabeza me daba vueltas.
-Sí, sigue, sigue, chupa, chupa. ¡Aahhh!
Yo que raramente tengo orgasmos acababa de tener unoimpresionante en tiempo récord. Cuando me recupere, dije:
-Gracias guapo, ahora quiero ver que es lo que tienes queofrecer.
Sin mas ceremonia le quite su biquini.
¡Madre del amor hermoso! ¡Qué instrumento! No es que yo seauna experta, pero aquel nabo era varios centímetros mas largo que el de Carlosy, sobre todo, era casi el doble de grueso. No sé si se pueden hacer pesas conese órgano, pero algunos ejercicios especiales ya debía hacer para tenerlo así.Además, el niño se afeitaba o depilaba todo el pubis y aquella verga imperialestaba tan carente de vello como la de un bebe.
Afortunadamente, por su tamañonadie la confundiría con la de un bebe. Cogí el vergón con ambas manos y contemblorosa admiración lo desencapulle. ¡Que maravilla! No pude contenerme yempece a chuparlo. Poco a poco me lo metí en la boca. Por muchos esfuerzos quehice no conseguí poner dentro mas de media polla. Antes de que se me dislocara lamandíbula saque la picha.
-Anda capullo, ponte a cuatro patas y da vueltas a lahabitación como un perrito.
El se bajo de la cama, y empezó a andar a gatas por lahabitación. No sé que me excitaba mas, mi comportamiento irresponsable yalocado, la idea de que aquel magnifico ejemplar de belleza humana estaba allíobedeciéndome a mí, o el ver, según se movía, por debajo de sus tersos glúteos,como los colgantes huevos se bamboleaban mientras su enhiesta picha imperial letocaba el ombligo. Sin poderme contener me baje de la cama y me senté acaballito sobre él. Mientras él andaba yo le daba azotes en las nalgas.
-Demuéstrame lo fuerte que eres, ¡follame de pie!
Sin decir palabra, se puso en pie, me cogió por los sobacosy me levanto como una pluma (como ya he dicho, hace años que dejaron decompararme con una pluma), coloco mis piernas alrededor de su cintura y sincomentarios ni prolegómenos me ensartó con su pollón.
¡Bendito niño!
Menos malque de mi orgasmo anterior estaba bien lubricada; si no allí me despelleja lavagina de por vida.
Me quedé sin aliento, pero antes de que pudiera recobrar larespiración el ya estaba diestramente moviendo mis nalgas con sus potentesbrazos ensartándome y desensartándome de su divino instrumento. Yo notaba sustestículos golpeándome el culo, mis pechos aplastados contra sus poderosospectorales, mis manos agarradas a su cuello y mi boca fundida con la suya.
Empezó con un ritmo lento, pero sobre ese ritmo, como un nuevo Beethovencompuso una sinfonía. Con un "crescendo" lento pero sostenido, sincambios bruscos, aceleraba y aceleraba hasta que yo note como algo estallabaen mi vagina y se extendía por todo mi cuerpo. En ese momento él me metió undedo en el culo.
Cuando recobre el uso de la palabra lo único que pode decirfue:
-¡Gracias! Nunca en mi vida se me habían follado así, ninunca había tenido dos orgasmos seguidos tan intensos.
Por primera vez desde que estabamos en la habitación élhabló para expresar un pensamiento profundo:
-Te quiero encular.
-Ni hablar, a mí nunca me han dado por el culo. Primero laidea me da mucho asco, y segundo una amiga mía, a la que el marido la da por elculo de vez en cuando, dice que duele mucho. Pero me puedes follar como a unaperra.
Él ni protesto ni insistió. Yo me puse a cuatro patas en elsuelo y él me ensartó desde atrás. ¡Que maravilla! Aquella verga mágica parecíapoderse mantener empalmada para siempre. Él empezó otra vez con su mete y sacarítmico. Se inclino sobre mi espalda y mientras me besuqueaba el cuello y lasorejas con sus manos ora acariciaba mis pechos, ora los estrujaba con fuerza.Aquellas pruebas de destreza manual no le impedían seguir con su magnificocrescendo. Yo creía que me iba a desfondar la vagina, él bajó una mano y empezóa frotar mi clítoris... Una tercera y aun más poderosa explosión recorrió micuerpo, al mismo tiempo él grito ¡Siiii! y exploto dentro de mí.
Yo como pude me subí a la cama completamente exhausta.Mientras me aupaba a la cama él sobó mis nalgas y dijo.
-Tienes un culazo precioso. Te quiero encular.
Con mis ultimas energías grite:
-Ya te he dicho que no, que me da mucho asco y además duele.
El no protesto, ni insistió. Se limito a decir bajito:
-Mañana...
Sin decir mas, se puso su minúsculo biquini azul, me dio unbeso en la frente un azote en las nalgas y con un ¡hasta mañana! se fue. Yo,exhausta, saciada, feliz, completamente relajada me quede dormida.
Cuando desperté, eran mas de las cinco. Llame a recepción ypedí que mandaran a alguien a hacer la habitación otra vez. Corrí a ducharme,salí de la ducha a tiempo de abrir a la camarera... Mientras ella hacia lahabitación yo me arregle y maquille, me sentía guapa, atractiva, deseable ydeseada, así que me puse un vestido que me estaba un poco ajustado y resaltabamis curvas, con amplio escote y corta falda. Remate con unos zapatos de tacónalto. Me mire en el espejo y pense:
-Un poco jamona, pero... ¡que buenas carnes para quien lassepa aprovechar!.
Le di una propina a la camarera y baje a la terraza a tomarel fresco (¡para fresca yo!) y un aperitivo mientras esperaba a Carlos comohabía hecho otras tardes. En mi estado de animo, casi me hubiera parecidonatural que todos los machos que pasaban por la terraza vinieran a decirme queme deseaban y me encontraban irresistible. Mire el reloj, las seis y media,¡magnifico! Había llegado a tiempo para no levantar sospechas en Carlos.
Mientras esperaba, seguía sin poder explicarme que es lo que había pasado pormi cabeza, como podía yo haber hecho una cosa así. Al mismo tiempo sentía unasensación de plenitud y satisfacción que me vacunaba contra excesos analíticos.
Carlos llegó, contento y sudoroso.
-Hola cariño, no te beso que vengo pringoso. Voy arriba aducharme y bajo enseguida.
Al cabo de media hora, bajo Carlos.
Carmen, me lo he pasado de maravilla, he encontrado unascascadas y unas grutas preciosas, pero vengo muerto. Que te parece si hacemosuna merienda cena, y mientras comemos te cuento lo que he visto.
Pedimos unas cervezas, aperitivos y un par de bocadillos. Élme contaba con todo lujo de detalles y obvio entusiasmo las cornisas, cascadas,restos de hielo, musgos, helechos, grutas y otros descubrimientos.
Tengo queconfesar, que no prestaba mucha atención. Hacia esfuerzos para, mientraspensaba en aquellos músculos exquisitos y aquella polla gloriosa, poner cara deatender a lo que decía Carlos. De repente, mientras pensaba en el órganomaravilloso recordé las frases del adonis: "Te quiero encular"."Mañana…"
¡Y yo había prometido que mañana haría todo lo que élquisiera! Sin darme cuenta, al pensar en aquel gigantesco instrumento entrandopor mi virginal trasero se me escapo un grito. Carlos, solicito, pregunto:
-¿Que té pasa Carmen?
-Nada, nada, ha sido un pinchazo de repente, pero ya hapasado.
Acabamos nuestra merienda-cena y subimos a nuestrahabitación.
El "te quiero encular" no se apartaba de mi mente ynotaba como un cosquilleo en el trasero. En nuestra habitación mientras medesnudaba seguía pensando en aquel instrumento glorioso y en el "te quieroencular". Un picor extraño se apodero de mis nalgas.
Carlos se echó en lacama y dijo:
-Carmen, lo siento si parece que no te hago caso. Si quiereshacemos el amor, pero la verdad es que yo estoy muy reventado y mañana megustaría salir temprano para tener mas tiempo el ultimo día.
Mientras él hablaba, mi picor aumentaba y con disimuloseguía rascándome el trasero. Con mi voz mas dulce y amorosa conteste.
-No te preocupes cariño. También podemos hacer el amor encasa y... tampoco venimos a los Pirineos todos los días... Lo importante es quetu descanses bien para que mañana estés mucho tiempo en la montaña ydisfrutemos los dos.
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