UN SUSURRO EN LA OFICINA

El tic-tac del reloj de la pared parecía amplificarse con cada latido de mi corazón.  Mi uniforme, el habitual traje sastre con la falda lápiz que me hace sentir tan… eficiente, se sentía de pronto demasiado apretado. Mis zapatos planos, normalmente mis aliados en la batalla diaria de la oficina, ahora me pesaban como bloques de plomo.  Aarón, mi jefe, me había llamado a su oficina.  Ya conocía la rutina...


Sentí un escalofrío, no de frío, sino de una mezcla de nerviosismo y… resignación.  Me acomodé la blusa, intentando proyectar una imagen de calma que no sentía.  Golpeé suavemente a la puerta.  “Adelante”, respondió su voz, ronca y autoritaria como siempre.


Entré, encontrándolo sentado tras su gran escritorio con una sonrisa perversa.  La luz del sol de la tarde proyectaba sombras largas en la habitación, creando una atmósfera opresiva.  Me indicó con un gesto que me acercara.  Su mirada, lujuriosa e implacable, me recorrió de arriba abajo.  Sentí la familiar punzada de incomodidad.


Lo que siguió fue una serie de instrucciones, vagas y ambiguas, que me dejaron con un vacío en el estómago.  No eran órdenes explícitamente laborales, pero sí una demostración de poder, una humillación sutil que ya conocía demasiado bien. Me arrodillé frente a él, desabroché su cinturón y bajé ligeramente su pantalón y ropa interior hasta dejar libre su pene. Me daba instrucciones solo con la mirada. Sin usar mis manos comencé a olfatear su pene, el roce de mi rostro y mi cálida respiración comenzaron a tener efecto en el. Su miembro flácido, poco a poco comenzaba a crecer frente a mis ojos. La incomodidad que sentía se transformó en deseo y mi lengua comenzó a actuar. Lamí su pene de abajo a arriba. Las pulsaciones de su pene eran cada vez más fuertes, su pene estaba hinchado y duro, listo para que lo succionara hasta que reventara de placer.


Lo introduje a mi boca mientras mi jefe acariciaba mi cabeza. Con un susurro me pidió mirarlo a los ojos, su mirada era una mezcla de lujuria y compasión. Sus palabras: "Te ves hermosa con mi verga en tu boca" resonaban en mi cabeza. Mientras succionaba su pene con desesperación me preguntaba: ¿porque le gustará tanto mirarme cuando se lo chupo?...

Y así el tic-tac marcó los minutos... Ahora mi labor casi diaria está cumplida...


Salí de su oficina con la cabeza gacha, el peso de la situación presionándome los hombros.  El tic-tac del reloj seguía resonando en mis oídos, un recordatorio de la tensión que se cernía sobre mí.  El traje, los zapatos, todo me recordaba a esa situación, a la sensación de impotencia y a la silenciosa aceptación que se había convertido en mi rutina.

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