Buenas! Les dejo otro relato que me calento leyendo. Disfruten!!
Alguno que haya leído otros relatos míos ya sabrá cómo es mi mujer, pero para el que no lo sepa diré que para mí es un bombón. Tiene 40 años, muy bien llevados; es castaña clara, casi rubia, de media melena, con ojos del mismo color muy grandes; unos labios carnosos que los aplica con maestría; los dientes muy blancos y bien alineados, aunque los incisivos sobresalen un pelín del resto, lo que personalmente encuentro muy atractivo; mide 1,67 m y pesará –nunca me lo dice- como 60 kg; no es delgada, más bien fuerte, sin llegar a gorda; su piel es bastante blanca, aunque en verano se dora enseguida, tomando un tono muy bonito; sus pechos son grandes, no exagerados, y se mantienen respingones, con unos pezones rosados, del tamaño de una canica al erectarse, circundados por areolas medianas, que están bordeadas de esos bultillos que me ponen tanto; tiene un poco de tripilla, pero no demasiada, lo que encuentro muy excitante y útil, porque no sabéis lo que nos gusta restregarle el glande empapado por ella, o que le llene el ombliguito de esperma; posee un culete muy bien formado y dotado de un par de nalgas redonditas y duras; lleva el pubis muy arregladito, con vello sólo por arriba, pero nada en las ingles, lo que me permite chuparla a placer el coñito sin que se me meta algún rizo en la boca; tiene unos labios mayores muy definidos y carnosos; su clítoris está bien refugiado en el capuchón, aunque cuando lo saca es bastante grande, no sé si lo habré estirado algo más por las succiones que le propino; los labios menores protegen una vagina muy complaciente, que se dilata al menor estímulo; las piernas son fuertes y bien torneadas, con unos gemelos abultaditos que a mí me encantan; los pies son más bien pequeños y blanditos, con unos dedos perfectos que adorna pintándose las uñas, además son muy suaves, pues los cuida dándose crema hidratante.
La verdad es que, aparte de que me pone a mil, es encantadora y encima congeniamos muchísimo en el sexo, pues ambos somos súper morbosos y muy activos; nos gusta probar casi todo y creo que tenemos mutua confianza para pedir al otro lo que apetezca.
Bueno, pues resulta que una noche que estábamos calentitos me empezó a tocar el pene, sobándomelo con la palma de la mano en movimientos circulares, descapullándome lentamente de esa guisa, consiguiendo que pronto mi glande rebosara flujo, lo que aprovechó como lubricante para rozármele entre sus dedos. ¡JODER, QUE CACHONDO ME PONGO SOLO AL RECORDARLO!. Además tiene una voz muy sensual, suave y cálida, con un ligero seseo que me enciende al dirigirme comentarios picantes ("que pajón te estoy haciendo eh; como te gusta golfete; como me gusta bajarte y subirte la piel"); me mira con los ojos entornados y una sonrisa de lujuria que desborda mi calentón, sacando la puntita de la lengua y pasándola por sus labios, preludio inequívoco de la mamada que me hace. Dicho y hecho; se arrodilla enfrente de mí, sacándose las tetas para que vea como la pendulan con el vaivén de su preciosa cabecita.
Estando así las cosas, contrariamente a lo que hace habitualmente, que es mamarme con los ojos bien abiertos mirándome a la cara y a la polla alternativamente, en uno de sus movimientos compruebo que tiene los ojos cerrados. No pretendo importunarla, ni decirle como debe actuar, pero mi curiosidad por lo novedoso me impulsa a preguntarla por qué así. Contesta que no me enfade, pero que está con una ensoñación que la pone a cien y necesita cerrar los ojos para imaginarse otro rabo que está chupando imaginariamente. No me pareció mal, al fin y al cabo quién no ha pensado en otra persona distinta de la que está practicando el sexo con uno en ese instante. Además su excitación redundaba en mi beneficio, porque me estaba haciendo la felación más rica de nuestra historia, moviéndose como loca, metiendo y sacando el rabo, lengüeteando el glande, el frenillo, succionando mis testículos, pajeándome a lo bestia, tirando de la piel rápido y fuertemente hasta muy abajo, topándome los huevos con el puño. De manera que me pegué un corridón monumental, lanzando como diez chorros de lefa que se estrellaban en su linda carita, salpicando todo alrededor.
Cuando me repuse del orgasmazo la curiosidad volvió a mi cabeza. Entonces le pregunté que cuál era la polla que imaginaba estar chupando. La respuesta me dejó helado: "¡TIO, LA DE MI PADRE!". Debí poner una cara de extasiado, ya que abrazándome me dijo que era broma; a lo que contesté que no era necesario tratar de arreglar nada, porque sólo me había sorprendido, pero no enfadado, que incluso bien pensado me ponía la historia, que no me importaría verla hacer una mamada a mi suegro. Ella reaccionó reconociendo la mentira piadosa y agradeciendo mi comprensión. Pero mi saciada curiosidad despertó morbazo, preguntando a mi niña que si era solo una ensoñación o un deseo, sospechando que más bien se trataba de lo segundo, sospecha que me confirmó sin mayor reparo, explicándome como lo deseaba desde muy joven, porque oía como se follaba a su madre y la volvía loca, llegando a envidiarla; deseos alimentados por la curiosidad de no haber visto jamás el instrumento que hacía gritar a su madre, aunque lo adivinaba cuando el padre vestía bañador.
Entonces propuse idear un plan para que pudiera cumplir su deseo, con la condición de que yo presenciara el evento. Ella replicó que no pasaría de una ensoñación, pues su padre, aunque no era una carca, tampoco estaba tan depravado como para cometer incesto (lo que no considero una depravación, dicho sea de paso). Repliqué a mi amor que un hombre es un hombre y que ella estaba bien criadita, que ya no la vería como niña, sino como mujer, y además macizota, con lo que si era ella la que tomaba la iniciativa lo conseguiría, porque su padre –estaba seguro- no intentaría tocarla ni un pelo sin una ayudita, una provocación insinuante.
Se me ocurrió que podríamos invitar a comer a su padre en casa y que bebiéramos bastante vino, y copas en la sobremesa, para estar todos más sueltillos; que como era verano nos propusiera seguir tomando copas en el salón mientras ella se daba una duchita para mitigar el calor y que, en un buen rato, volviera a la sala, donde yo mientras tanto procuraría que su padre hubiera tomado más copas, vestida con un kimono blanco que le regalé en su día, con el que por cierto estaba rebuena, pero sin haberse secado en absoluto, con lo que la fina tela trasparentaría su cuerpo, sobre todo sus pechos y, como no, sus deliciosos pezones, que debía procurar tenerlos bien tiesecillos, sugiriéndola a tal fin que en el camino del baño al salón se los estirara para evitar perder la dureza proporcionada por el agua fresquita. Mi mujer se rió, asegurando que eso no sería necesario; reparando entonces en lo corto que había sido por no caer en la cuenta de que esos pezones llegarían en puntas por el calentón que para entonces tendría mi esposa.
El plan le pareció muy bien, porque –queridos lectores/as que gustáis de la belleza femenina- quién no se estimula frente a tal escena. Lo demás dependería de la reacción de mi suegro al ver así a su hija; aunque no había riesgo, porque si no acusaba la insinuación todo sería un fiasco, pero no un escándalo.
Ejecutamos el proyecto conforme se había pensado. Debo reconocer que esperando a mi mujer en el salón con mi suegro yo estaba más excitado que ella. Por su parte el padre tenía ese pedete lúcido que no te deja parar de hablar; riéndome por los adentros ansiando la llegada de mi mujer que le dejaría mudo.
Por fin llegó el momentazo. Oí como se cerraba el grifo de la ducha; luego era cuestión de segundos la aparición de mi belleza y ¡JODER, QUE APARICION!. Pienso que por efecto del alcohol y del calentón mi reina irradiaba lujuria, empapando con ella el ambiente al ritmo de su excitante contoneo, caminando despacio, cadenciosa, haciendo botar sus lindas tetas. El padre, al verla, parecía llevar esas gafas de broma de las que penden los ojos con muelles –jajajajajja-. Estaba seguro que todo iba a salir conforme queríamos.
Mi mujer se sentó en el sofá al lado de su padre, dejándole a su derecha, estando yo en un butacón a la derecha de mi suegro, lo que me proporcionaba una vista inmejorable. Nada más sentarse, mi suegro reaccionó de inmediato:
- ¡Hija, cómo vienes de fresquita!
- Sí, papá, no sabes el gustazo que ha dado el agua fría por todo mi cuerpo.
- Ya veo que te ha hecho efecto (clavándole la mirada en los durazos pezones).
- Jajajajajajaja, no me digas que te vas a asustar de ver unas trasparencias.
- No de asustarme nada, al contrario, más bien deleitarme, porque se te ven preciosos.
- Podrían verse mejor...
- No sé que pensará tu marido de ésto.
- Pues mira la cara de cachondo que tiene y verás que no le parece mal; de manera que ¡MIRA!.
Mi esposa se sacó lentamente las peras del kimono, masajeándoselas y estirándose los pezones.
- ¿A que así te gustan más?; pero no te cortes toca papi, toca.
Mi suegro se abalanzó a los pechos y -aparte de sobarlos como si acabara de cumplir 30 años de cárcel- se lanzó a succionarlos, poniendo en blanco los ojos mi mujer y exhalando un gran gemido.
Mi mujer se apartó del padre y se tumbó espatarrada en el sofá, abriéndose el coño de par en par ante la desatada vista de mi suegro. El no lo dudó; lanzándose a comerle el coño a su hija, que se abría todo lo que podía, implorando que le comiera más fuerte, que le descapullara el clítoris, que se lo sorbiera; demandas atendidas con pasión por su padre, provocando un arqueo de espalda en su hija que evidenciaba el placer que sentía, retratado en su rostro, desencajado de vicio.
Tras un buen rato de comida de coño mi mujer se tiró de rodillas y comenzó a quitar los pantalones al padre, posesa de un deseo febril. Retiró los calzoncillos y saltó a la escena UN PEZADO DE POLLA que deja la de los negros a la altura del betún. Tendría como 30 cm de larga y era tan gorda que mi mujer no llegaba a rodearla por completo al apuñarla. Mi esposa abrió la boca extasiada al ver ese cipote, y ya no perdió el tiempo en cerrarla, taponándola con el empapado y enorme glande de mi suegro, por el que deslizó los labios una y otra vez, bajando por el venoso tronco poco a poco cada vez más, pero no consiguió engullirla entera, solo la mitad; le hacía un pajón con la boca salvaje, rápido; a veces la sacaba y entonces le meneaba la piel a lo bestia, arriba y abajo, como queriéndole reventar el frenillo, a lo que mi suegro respondía gimiendo y levantando las caderas como un loco.
Tras un buen rato mi mujer se subió encima de su padre y se metió la polla hasta lo más hondo, pidiéndole que la agarrara por la espalda para levantar las piernas y columpiarse en el nabo como si fuera un eje. Estuvo empujando y gritando como loca durante media hora, diciendo todo tipo de calientes frases (¡ahora entiendo yo como gritaba mi madre, que suerte tener este rabazo durante tantos años, te lo hago yo mejor que ella eh cabronazo, cómo te gusta el coño de tu hija, que guarra y llena me siento, como te enfundo el pollón, córrete que seguro que echas litros, lléname de lefa hasta el útero, dame rabazo, dame rabazo, me encanta, hasta dentro, méteme los huevos también hijo puta!...). Así llegaron a un orgasmo simultáneo, gritando tanto que los debieron oír los habitantes de la ciudad de al lado. Mi mujer, empalada hasta el fondo, me miraba y cantaba cada espasmo eyaculador del padre: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11...y no sé cuántos más, lo que si sé es que cuando la sacó el rabote salió del coño lefa como para llenar un vaso de tubo que, por cierto, podríamos haber tenido preparado para evitar lo perdido que pusieron la tela del sofá, aunque el show valió la pena.
A partir de ese día follamos los tres con regularidad y estamos pensando a ver si podemos unir al trío a mi suegra, que no está nada mal.
El que se pregunte que hacía yo durante ese primer polvazo que sepa que me la estuve meneando todo lo que duró. No quise intervenir; pensé que era su día y que ambos lo merecían disfrutar en solitario.
Alguno que haya leído otros relatos míos ya sabrá cómo es mi mujer, pero para el que no lo sepa diré que para mí es un bombón. Tiene 40 años, muy bien llevados; es castaña clara, casi rubia, de media melena, con ojos del mismo color muy grandes; unos labios carnosos que los aplica con maestría; los dientes muy blancos y bien alineados, aunque los incisivos sobresalen un pelín del resto, lo que personalmente encuentro muy atractivo; mide 1,67 m y pesará –nunca me lo dice- como 60 kg; no es delgada, más bien fuerte, sin llegar a gorda; su piel es bastante blanca, aunque en verano se dora enseguida, tomando un tono muy bonito; sus pechos son grandes, no exagerados, y se mantienen respingones, con unos pezones rosados, del tamaño de una canica al erectarse, circundados por areolas medianas, que están bordeadas de esos bultillos que me ponen tanto; tiene un poco de tripilla, pero no demasiada, lo que encuentro muy excitante y útil, porque no sabéis lo que nos gusta restregarle el glande empapado por ella, o que le llene el ombliguito de esperma; posee un culete muy bien formado y dotado de un par de nalgas redonditas y duras; lleva el pubis muy arregladito, con vello sólo por arriba, pero nada en las ingles, lo que me permite chuparla a placer el coñito sin que se me meta algún rizo en la boca; tiene unos labios mayores muy definidos y carnosos; su clítoris está bien refugiado en el capuchón, aunque cuando lo saca es bastante grande, no sé si lo habré estirado algo más por las succiones que le propino; los labios menores protegen una vagina muy complaciente, que se dilata al menor estímulo; las piernas son fuertes y bien torneadas, con unos gemelos abultaditos que a mí me encantan; los pies son más bien pequeños y blanditos, con unos dedos perfectos que adorna pintándose las uñas, además son muy suaves, pues los cuida dándose crema hidratante.
La verdad es que, aparte de que me pone a mil, es encantadora y encima congeniamos muchísimo en el sexo, pues ambos somos súper morbosos y muy activos; nos gusta probar casi todo y creo que tenemos mutua confianza para pedir al otro lo que apetezca.
Bueno, pues resulta que una noche que estábamos calentitos me empezó a tocar el pene, sobándomelo con la palma de la mano en movimientos circulares, descapullándome lentamente de esa guisa, consiguiendo que pronto mi glande rebosara flujo, lo que aprovechó como lubricante para rozármele entre sus dedos. ¡JODER, QUE CACHONDO ME PONGO SOLO AL RECORDARLO!. Además tiene una voz muy sensual, suave y cálida, con un ligero seseo que me enciende al dirigirme comentarios picantes ("que pajón te estoy haciendo eh; como te gusta golfete; como me gusta bajarte y subirte la piel"); me mira con los ojos entornados y una sonrisa de lujuria que desborda mi calentón, sacando la puntita de la lengua y pasándola por sus labios, preludio inequívoco de la mamada que me hace. Dicho y hecho; se arrodilla enfrente de mí, sacándose las tetas para que vea como la pendulan con el vaivén de su preciosa cabecita.
Estando así las cosas, contrariamente a lo que hace habitualmente, que es mamarme con los ojos bien abiertos mirándome a la cara y a la polla alternativamente, en uno de sus movimientos compruebo que tiene los ojos cerrados. No pretendo importunarla, ni decirle como debe actuar, pero mi curiosidad por lo novedoso me impulsa a preguntarla por qué así. Contesta que no me enfade, pero que está con una ensoñación que la pone a cien y necesita cerrar los ojos para imaginarse otro rabo que está chupando imaginariamente. No me pareció mal, al fin y al cabo quién no ha pensado en otra persona distinta de la que está practicando el sexo con uno en ese instante. Además su excitación redundaba en mi beneficio, porque me estaba haciendo la felación más rica de nuestra historia, moviéndose como loca, metiendo y sacando el rabo, lengüeteando el glande, el frenillo, succionando mis testículos, pajeándome a lo bestia, tirando de la piel rápido y fuertemente hasta muy abajo, topándome los huevos con el puño. De manera que me pegué un corridón monumental, lanzando como diez chorros de lefa que se estrellaban en su linda carita, salpicando todo alrededor.
Cuando me repuse del orgasmazo la curiosidad volvió a mi cabeza. Entonces le pregunté que cuál era la polla que imaginaba estar chupando. La respuesta me dejó helado: "¡TIO, LA DE MI PADRE!". Debí poner una cara de extasiado, ya que abrazándome me dijo que era broma; a lo que contesté que no era necesario tratar de arreglar nada, porque sólo me había sorprendido, pero no enfadado, que incluso bien pensado me ponía la historia, que no me importaría verla hacer una mamada a mi suegro. Ella reaccionó reconociendo la mentira piadosa y agradeciendo mi comprensión. Pero mi saciada curiosidad despertó morbazo, preguntando a mi niña que si era solo una ensoñación o un deseo, sospechando que más bien se trataba de lo segundo, sospecha que me confirmó sin mayor reparo, explicándome como lo deseaba desde muy joven, porque oía como se follaba a su madre y la volvía loca, llegando a envidiarla; deseos alimentados por la curiosidad de no haber visto jamás el instrumento que hacía gritar a su madre, aunque lo adivinaba cuando el padre vestía bañador.
Entonces propuse idear un plan para que pudiera cumplir su deseo, con la condición de que yo presenciara el evento. Ella replicó que no pasaría de una ensoñación, pues su padre, aunque no era una carca, tampoco estaba tan depravado como para cometer incesto (lo que no considero una depravación, dicho sea de paso). Repliqué a mi amor que un hombre es un hombre y que ella estaba bien criadita, que ya no la vería como niña, sino como mujer, y además macizota, con lo que si era ella la que tomaba la iniciativa lo conseguiría, porque su padre –estaba seguro- no intentaría tocarla ni un pelo sin una ayudita, una provocación insinuante.
Se me ocurrió que podríamos invitar a comer a su padre en casa y que bebiéramos bastante vino, y copas en la sobremesa, para estar todos más sueltillos; que como era verano nos propusiera seguir tomando copas en el salón mientras ella se daba una duchita para mitigar el calor y que, en un buen rato, volviera a la sala, donde yo mientras tanto procuraría que su padre hubiera tomado más copas, vestida con un kimono blanco que le regalé en su día, con el que por cierto estaba rebuena, pero sin haberse secado en absoluto, con lo que la fina tela trasparentaría su cuerpo, sobre todo sus pechos y, como no, sus deliciosos pezones, que debía procurar tenerlos bien tiesecillos, sugiriéndola a tal fin que en el camino del baño al salón se los estirara para evitar perder la dureza proporcionada por el agua fresquita. Mi mujer se rió, asegurando que eso no sería necesario; reparando entonces en lo corto que había sido por no caer en la cuenta de que esos pezones llegarían en puntas por el calentón que para entonces tendría mi esposa.
El plan le pareció muy bien, porque –queridos lectores/as que gustáis de la belleza femenina- quién no se estimula frente a tal escena. Lo demás dependería de la reacción de mi suegro al ver así a su hija; aunque no había riesgo, porque si no acusaba la insinuación todo sería un fiasco, pero no un escándalo.
Ejecutamos el proyecto conforme se había pensado. Debo reconocer que esperando a mi mujer en el salón con mi suegro yo estaba más excitado que ella. Por su parte el padre tenía ese pedete lúcido que no te deja parar de hablar; riéndome por los adentros ansiando la llegada de mi mujer que le dejaría mudo.
Por fin llegó el momentazo. Oí como se cerraba el grifo de la ducha; luego era cuestión de segundos la aparición de mi belleza y ¡JODER, QUE APARICION!. Pienso que por efecto del alcohol y del calentón mi reina irradiaba lujuria, empapando con ella el ambiente al ritmo de su excitante contoneo, caminando despacio, cadenciosa, haciendo botar sus lindas tetas. El padre, al verla, parecía llevar esas gafas de broma de las que penden los ojos con muelles –jajajajajja-. Estaba seguro que todo iba a salir conforme queríamos.
Mi mujer se sentó en el sofá al lado de su padre, dejándole a su derecha, estando yo en un butacón a la derecha de mi suegro, lo que me proporcionaba una vista inmejorable. Nada más sentarse, mi suegro reaccionó de inmediato:
- ¡Hija, cómo vienes de fresquita!
- Sí, papá, no sabes el gustazo que ha dado el agua fría por todo mi cuerpo.
- Ya veo que te ha hecho efecto (clavándole la mirada en los durazos pezones).
- Jajajajajajaja, no me digas que te vas a asustar de ver unas trasparencias.
- No de asustarme nada, al contrario, más bien deleitarme, porque se te ven preciosos.
- Podrían verse mejor...
- No sé que pensará tu marido de ésto.
- Pues mira la cara de cachondo que tiene y verás que no le parece mal; de manera que ¡MIRA!.
Mi esposa se sacó lentamente las peras del kimono, masajeándoselas y estirándose los pezones.
- ¿A que así te gustan más?; pero no te cortes toca papi, toca.
Mi suegro se abalanzó a los pechos y -aparte de sobarlos como si acabara de cumplir 30 años de cárcel- se lanzó a succionarlos, poniendo en blanco los ojos mi mujer y exhalando un gran gemido.
Mi mujer se apartó del padre y se tumbó espatarrada en el sofá, abriéndose el coño de par en par ante la desatada vista de mi suegro. El no lo dudó; lanzándose a comerle el coño a su hija, que se abría todo lo que podía, implorando que le comiera más fuerte, que le descapullara el clítoris, que se lo sorbiera; demandas atendidas con pasión por su padre, provocando un arqueo de espalda en su hija que evidenciaba el placer que sentía, retratado en su rostro, desencajado de vicio.
Tras un buen rato de comida de coño mi mujer se tiró de rodillas y comenzó a quitar los pantalones al padre, posesa de un deseo febril. Retiró los calzoncillos y saltó a la escena UN PEZADO DE POLLA que deja la de los negros a la altura del betún. Tendría como 30 cm de larga y era tan gorda que mi mujer no llegaba a rodearla por completo al apuñarla. Mi esposa abrió la boca extasiada al ver ese cipote, y ya no perdió el tiempo en cerrarla, taponándola con el empapado y enorme glande de mi suegro, por el que deslizó los labios una y otra vez, bajando por el venoso tronco poco a poco cada vez más, pero no consiguió engullirla entera, solo la mitad; le hacía un pajón con la boca salvaje, rápido; a veces la sacaba y entonces le meneaba la piel a lo bestia, arriba y abajo, como queriéndole reventar el frenillo, a lo que mi suegro respondía gimiendo y levantando las caderas como un loco.
Tras un buen rato mi mujer se subió encima de su padre y se metió la polla hasta lo más hondo, pidiéndole que la agarrara por la espalda para levantar las piernas y columpiarse en el nabo como si fuera un eje. Estuvo empujando y gritando como loca durante media hora, diciendo todo tipo de calientes frases (¡ahora entiendo yo como gritaba mi madre, que suerte tener este rabazo durante tantos años, te lo hago yo mejor que ella eh cabronazo, cómo te gusta el coño de tu hija, que guarra y llena me siento, como te enfundo el pollón, córrete que seguro que echas litros, lléname de lefa hasta el útero, dame rabazo, dame rabazo, me encanta, hasta dentro, méteme los huevos también hijo puta!...). Así llegaron a un orgasmo simultáneo, gritando tanto que los debieron oír los habitantes de la ciudad de al lado. Mi mujer, empalada hasta el fondo, me miraba y cantaba cada espasmo eyaculador del padre: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11...y no sé cuántos más, lo que si sé es que cuando la sacó el rabote salió del coño lefa como para llenar un vaso de tubo que, por cierto, podríamos haber tenido preparado para evitar lo perdido que pusieron la tela del sofá, aunque el show valió la pena.
A partir de ese día follamos los tres con regularidad y estamos pensando a ver si podemos unir al trío a mi suegra, que no está nada mal.
El que se pregunte que hacía yo durante ese primer polvazo que sepa que me la estuve meneando todo lo que duró. No quise intervenir; pensé que era su día y que ambos lo merecían disfrutar en solitario.
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