Un trio en una terraza en el centro de Madrid

Un trio en una terraza en el centro de Madrid
Trio
Relato erotico
Era una de esas noches en Madrid donde la música electrónica hacía vibrar la ciudad. Eran las cuatro de la mañana y la fiesta en el ático de Lavapiés, organizado por un conocido DJ, seguía en pleno apogeo. La música tecno resonaba fuerte desde los altavoces, con los bajos golpeando el cuerpo como si fueran latidos compartidos por todos los presentes. Luces estroboscópicas destellaban mientras la gente bailaba, entregándose al ritmo imparable.
En la terraza, lejos del tumulto pero aún envueltos en el eco de la música, una mujer destacaba. Su cabello rubio, cortado justo a la altura del cuello, caía suavemente sobre sus hombros. Un flequillo impecable enmarcaba su rostro, y sus gafas grandes y oscuras escondían unos ojos que brillaban con una mezcla de excitación y desenfreno. Su cuerpo estaba adornado con tatuajes que se entrelazaban por sus brazos, su cuello, y desaparecían bajo la ropa ajustada. Sus labios, carnosos y provocativos, destacaban en su rostro como una invitación silenciosa, y su pecho, generoso y firme, se movía ligeramente con cada respiración acelerada.
Había estado observando a dos personas toda la noche: un chico con barba espesa y tatuajes que cubrían su torso desnudo, y una chica de aspecto latino, morena, con curvas que llamaban la atención sin esfuerzo. La atracción era palpable, y cuando sus miradas se cruzaron, las chispas volaron.
La terraza, bañada por las luces de la ciudad y el cielo nocturno, era el refugio perfecto. Allí, el mundo exterior se desvanecía mientras se acercaban. Las primeras palabras fueron innecesarias, solo el deseo sin ataduras. La latina, con una sonrisa pícara, tomó la iniciativa, acercándose a la rubia y deslizando sus dedos por la línea de su mandíbula, sintiendo la piel suave bajo sus dedos. La rubia la miró a los ojos, y sin dudarlo, sus labios se encontraron en un beso hambriento, cargado de lujuria.
El chico, que hasta entonces había estado observando con una mirada oscura de deseo, se acercó por detrás de la rubia, sus manos recorriendo lentamente su cintura. Los tres se movían como una única entidad, sincronizados en una danza cargada de deseo. Las manos del chico viajaban por el cuerpo tatuado de la rubia, deslizando sus dedos por la piel cálida que se erizaba bajo su toque, mientras sus labios se apoyaban en su cuello, mordiendo suavemente.
La latina, sin dejar de besarla, desabrochó lentamente el top ajustado de la rubia, revelando sus grandes pechos. No había timidez en esos movimientos, solo hambre y ansias de más. El aire de la noche, mezclado con el sonido distante de la música, envolvía sus cuerpos desnudos, amplificando el calor entre ellos.
La rubia, con los ojos cerrados, se dejaba llevar por las sensaciones que la inundaban. Podía sentir las manos firmes del chico explorando su cuerpo, mientras los labios de la chica jugueteaban con sus pezones erectos. El placer la atravesaba como una corriente eléctrica, erizando cada rincón de su ser. Gemidos ahogados escapaban de su boca, perdidos entre los ecos de la ciudad.
Lo que no sabían, o tal vez no les importaba, era que uno de los vecinos, desde una ventana en un edificio cercano, los había estado observando. Su cámara de teléfono grababa cada detalle de lo que ocurría en la terraza. Estaba emocionado, incapaz de apartar la vista de la escena cargada de lujuria que se desarrollaba ante él. Su respiración era pesada, y el temblor en sus manos hacía que el video se sacudiera de vez en cuando, pero seguía filmando, como un testigo silencioso.
Mientras tanto, en la terraza, las cosas se intensificaban. El chico con barba tiró suavemente de los cabellos de la rubia hacia atrás, exponiendo su cuello, donde comenzó a dejar pequeños mordiscos y besos húmedos que la hacían estremecerse. La latina, con una sonrisa traviesa, descendió hasta sus caderas, y con una habilidad que solo la experiencia daba, comenzó a complacerla. La rubia arqueó su espalda, sus labios abiertos en un gemido que apenas pudo contener.
El placer se extendía por sus cuerpos, y el aire de la madrugada parecía más caliente, más denso. Los movimientos se volvieron más frenéticos, más urgentes. La chica latina no dejaba de tocar, besar, lamer, mientras el chico sujetaba a la rubia con firmeza, como si estuviera decidido a hacerla explotar de placer.
La rubia, atrapada entre ellos, sentía su cuerpo al borde del éxtasis. Sus manos buscaron apoyo en la barandilla de la terraza, mientras sus gemidos se mezclaban con la música tecno que aún vibraba desde dentro. El clímax se acercaba, inevitable, mientras los tres cuerpos se movían en perfecta sincronía.
El vecino, ahora jadeando en su ventana, no podía apartar la vista ni detener la grabación. Lo que había comenzado como un simple acto de voyeurismo se había convertido en una experiencia de deseo compartido, aunque desde lejos.
Finalmente, el placer estalló entre ellos. La rubia arqueó su cuerpo, gritando de éxtasis mientras su cuerpo temblaba de satisfacción. El chico con barba apretó sus manos contra sus caderas, mientras la latina sonreía, satisfecha, sabiendo que había cumplido su parte en esa noche de desenfreno.
Los tres, exhaustos y aún entrelazados, permanecieron en silencio, dejando que la ciudad y la música los envolvieran una vez más. La noche aún era joven, y la fiesta en el ático de Lavapiés continuaba, pero en esa terraza, un vínculo de deseo se había creado, sellado en el sudor, los gemidos y la complicidad de tres almas que, por unas horas, se entregaron al placer más puro.
Y mientras tanto, desde una ventana cercana, un video prohibido seguía grabándose, capturando cada segundo de esa ardiente madrugada en Madrid.